martes, 13 de octubre de 2009

El valor de la investigación científica

Alexánder Gómez Mejía

El Tiempo, Bogotá

Octubre 12 de 2009

Se ha generalizado el uso del término de la 'sociedad del conocimiento' y se identifica la generación de este con el nuevo soporte para el desarrollo económico de las naciones.

Tenemos un ejemplo cercano: el año pasado se aprobó la Ley de Ciencia, Tecnología e Innovación, que desde su propuesta nació con la motivación de establecer un nuevo modelo productivo para el país, enfocado en la generación y uso del conocimiento. Esta Ley resalta la necesidad de incentivar la apropiación social del conocimiento, el emprendimiento y la competitividad en el país. Son propósitos destacables y es deseable su implementación real.

Los procesos de investigación científica pueden efectivamente concluir en la aplicación del conocimiento, que contribuye de esa manera en la solución de problemas reales y apremiantes de la sociedad y hacen notable sus impactos en ella.

Es importante reconocer este valioso aporte e incentivar su fortalecimiento para lograr una conexión adecuada entre las labores de investigación y las llamadas labores de 'extensión', que permiten articular las relaciones entre las universidades y la sociedad.

La investigación científica, sin embargo, no persigue fines exclusivamente pragmáticos. Los orígenes de la investigación se remontan a la actitud curiosa y crítica que busca explicaciones, como el intento de aclaración del origen divino o natural de un relámpago y un trueno, por ejemplo. Este valor de origen crítico y explicativo es central para la ciencia, así como su valor aplicado lo es para la solución de nuestros problemas sociales.

Las universidades cumplen de esa manera un papel central de cara a los nuevos retos de la ciencia, la tecnología y la educación.

En primera medida, las universidades son las instituciones que preservan y transmiten los valores educativos, especialmente la actitud crítica hacia la búsqueda del conocimiento. Las universidades también encaminan y facilitan los procesos de formación y promueven las capacidades para 'aprender a aprender', a través del incentivo de valores como la autonomía. Estas funciones universitarias conectan directamente las labores de formación académica y las labores de investigación.

Por otra parte, la aplicación de la investigación les permite a las universidades incidir directamente en la solución de problemas sociales, económicos, industriales y ambientales apremiantes. ¿Debe, entonces, toda investigación científica perseguir fines aplicados? El sentido común puede indicarnos una respuesta afirmativa. Hacerlo así, sin embargo, sería renunciar al valor fundamental de la investigación, que nace de la búsqueda de explicaciones y que hace posible posteriormente sus aplicaciones. Talvez los aportes de Einstein a la ciencia no hubiesen sido posibles, si para ello hubiese requerido limitar sus labores a algún área temática de la investigación en tecnología de alguna universidad de su entorno: Einstein no buscaba aplicaciones. Esto, sin embargo, no nos impide reconocer hoy su maravilloso aporte a la ciencia.

Que no se engañen las universidades que pretendan convertirse exclusivamente en centros de 'ciencia aplicada', porque pueden olvidar que en su centro está la formación a través de la promoción de valores como la actitud crítica y responsable, de donde emanan varias de las demás virtudes de la ciencia. Son los ciudadanos críticos los que crean teorías que transforman permanentemente la ciencia y su sociedad.

El mito pragmatista no puede cegarnos, aunque ahora está de moda el establecimiento de la verdad por consenso. Y el consenso es bastante pragmatista.

El valor fundamental de la investigación permanece en la actitud crítica y la discusión civilizada. Es necesario que lo tengamos presente para evitar la extinción en nuestro medio de filósofos, historiadores, músicos, pintores, escultores, químicos, físicos y biólogos (puros), entre otros, que han llegado al fascinante mundo de la ciencia y las artes con motivaciones diferentes a las tecnológicas. Esta concesión no impide en ningún momento que podamos seguir adelante con los programas de la ciencia aplicada y su valioso aporte a la solución de los problemas que nos acosan. Es un delicado equilibrio que deberemos aprender a conservar en este medio que evoluciona velozmente.

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