jueves, 15 de octubre de 2009

La trampa de Huntington

Juan Pablo Convers

El Tiempo, Bogotá

Octubre 15 de 2009

Según el informe 'Mapping the Global Muslim Population', recién publicado por el estadounidense Centro Pew de Religión y Vida Pública, actualmente casi uno de cada cuatro individuos del mundo es musulmán. Lo que significa que unas 1.570 millones de personas profesan abiertamente el Islam y desplaza al catolicismo como la religión con mayor número de fieles y se erige como la fe que se extiende con mayor rapidez en el planeta. Sin embargo, tan contundentes afirmaciones, más que llamar la atención, suelen desafortunadamente causar crispación y alarma entre buena parte de los habitantes del llamado mundo occidental y evocar de manera paranoica la polémica tesis del 'Choque de civilizaciones'.

La teoría propuesta en 1993 por Samuel Huntington estableció que las guerras y conflictos internacionales de la postguerra fría se sustentarían en divergencias culturales insalvables, propias de la interacción entre siete u ocho grandes civilizaciones, en donde el choque fundamental de la política mundial estaría inexorablemente protagonizado por la pugna entre el Occidente cristiano y un mundo musulmán beligerante en expansión. Situación ante la cual resultaría indispensable fortalecer la capacidad disuasiva de Occidente para repeler la amenaza y contener su propagación.
No obstante, un nuevo escenario, en el que el 23 por ciento de la población mundial es seguidor del Islam, en acelerado crecimiento, en vez de respaldar las ideas de Huntington, convierte su planteamiento determinista en una gran mascarada generadora de divisiones y antagonismos otrora inexistentes, pero hoy políticamente necesarios.

Para empezar, el llamado mundo islámico no se ha articulado (ni parecen ser estas sus intenciones ni posibilidades) en torno a un bloque panislamista que manifieste una abierta oposición a los valores e intereses occidentales, por cuanto las naciones islámicas conforman, a su vez, una variopinta amalgama de culturas e identidades que hacen imposible una coordinación sistemática de hostilidades, amparadas en argumentos religiosos.

Así, menos del 20 por ciento del total de musulmanes son árabes; el grueso del Islam (un 60 por ciento) se concentra en el centro y el sudeste de Asia, en países como Malasia, Indonesia y Singapur, los cuales (además de Turquía, Emiratos Árabes, Omán, Qatar, Bahrein y Arabia Saudí, en Oriente Próximo) han mantenido por décadas una relación de pragmatismo económico y cooperación estratégica con las potencias occidentales, en especial con los Estados Unidos.

Al contrario de lo que se ha hecho creer, la hostilidad militante de islamistas radicales, personificados en la figura de Osama Ben Laden y la organización terrorista Al-Qaeda, constituye una exigua minoría de menos del 1 por ciento del total de creyentes, que goza del repudio y el descrédito de la gran mayoría de seguidores de Mahoma. Además, es cada vez más evidente la limitada capacidad con que cuentan dichos grupos para acceder al poder político y hacerse con el control de los Estados. Más aún cuando, del total de musulmanes, tan solo entre el 10 y el 13 por ciento son chiítas y entre el 87 y el 90 por ciento son sunitas, cuestión que, entre otros factores, ha llevado a casi la totalidad de países árabes a mirar con desconfianza y recelo la revolución iraní y el expansionismo de su Sharia radicalista. Actualmente, las grandes corporaciones multinacionales cuentan con mayor poder de influencia sobre el sistema político que las temidas organizaciones terroristas, cuyas pretensiones globales de imponer por la fuerza su interpretación de la ley coránica se muestran risibles bajo esta lógica.

De manera que la expansión del credo musulmán no es una señal apocalíptica de la profetizada gran batalla Oriente-Occidente, sino más bien una muestra de tolerancia y aproximación intercultural entre sociedades con valores distintos mas no contrapuestos. La globalización, y no las bombas ni los fanatismos, ha sido el puente que ha permitido el libre flujo de ideas, creencias y visiones de un mundo que, más que radicalmente dividido, se halla interconectado e interdependiente. Como se demostró en Afganistán (2001), en Irak (2003), en Georgia y Gaza (2008) y en la región china de Turkestán, este 2009 las guerras y conflictos del siglo XXI, como ha sido siempre, se librarán esencialmente por el control estratégico de los recursos y del territorio; aunque no faltará quien las justifique y legitime, por conveniencia política, como un 'choque de civilizaciones'.

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