lunes, 19 de octubre de 2009

Los dilemas del perdón

Por Eduardo Pizarro Leongómez

El Tiempo, Bogota

Octubre 19 de 2009


Hace pocos días se conoció un fragmento del documental Los pecados de mi padre, dirigido por el joven realizador argentino Nicolás Entel en torno a la vida del hijo de Pablo Escobar, Juan Pablo Escobar, joven arquitecto que ahora vive en Argentina bajo el nombre de Sebastián Marroquín. En ese fragmento aparece el senador Rodrigo Lara conversando con el hijo de uno de los responsables de la muerte de su padre. Al final, se observa un abrazo de reconciliación.

En el mismo documental aparecen los hijos de Luis Carlos Galán, otra víctima de Pablo Escobar. Ellos habían manifestado hace un año -con ocasión de una carta de Sebastián Marroquín en la cual éste decía que "si seguimos en este mar de odios, vamos a ahogarnos todos"- que estaban "dispuestos a perdonar, pero siempre y cuando haya justicia, porque perdón sin justicia es sinónimo de impunidad y eso, para nosotros, no es un verdadero perdón" (EL TIEMPO, 17 de agosto de 2008).

Estos gestos excepcionales me recordaron un libro, igualmente excepcional, en el cual los dilemas del perdón y la reconciliación constituyen el telón de fondo. Simón Wiesenthal, sobreviviente de los campos de concentración y quien dedicara su vida a localizar a criminales nazis, publicó un libro testimonial (Los límites del perdón. Dilemas éticos y racionales de una decisión, Paidós), que nace de una dura experiencia personal. La historia es la siguiente. Un soldado de las SS que participó en el exterminio del pueblo judío estaba a punto de morir. En su lecho de muerte, su conciencia cristiana lo atormenta y en un último aliento decide pedir "absolución" a un judío. Wiesenthal, quien se hallaba recluido en el campo de exterminio viendo morir diariamente a miles de miembros de su pueblo, no quiso conceder al moribundo el perdón que este pedía con vehemencia e, incluso, juntando las manos en actitud suplicante. Simplemente le dio la espalda y se fue.

El soldado murió sin consuelo y Simón Wiesenthal vivió atormentado con este hecho toda su vida. ¿Ha debido conceder el perdón? Para afrontar esta duda que lo martirizaba les pidió su opinión a muchas personas que habían vivido situaciones similares o, al menos, de elevada autoridad moral. Las respuestas están en el libro. Unos consideran que los crímenes de lesa humanidad no pueden ser objeto de perdón. Como dice en su comentario, Herbert Marcuse, "creo que el perdón fácil de estos crímenes perpetúa la propia maldad que trata de aliviar". Otros, aun entendiendo lo difícil de la decisión para Wiesenthal en aquel momento, consideran que el perdón libera no solamente al ofensor sino, ante todo, al ofendido. Este se quita de encima una carga de odio y resentimiento que le impide reconstruir su vida. En su comentario, Robert M. Brown recuerda el proceso surafricano liderado por Nelson Mandela y Desmond Tutu, tendiente a superar el apartheid con base en la catarsis colectiva del perdón. Como diría Borges, "mi castigo es el perdón".

No se trata de un tema fácil. Perdón proviene de la palabra perdonar, una conjugación de los verbos latinos per y donare. Uno y otro tienen múltiples significados, pero en general se entiende por perdón -de acuerdo con su etimología latina- la acción de dar algo de manera gratuita. Esta es, en mayor o menor medida, la idea del perdón en todas las grandes religiones (cristiana, judía o musulmana). El perdón unilateral y sin esperar ninguna contraprestación es una opción individual. Ni el Estado ni la sociedad pueden exigirles a las víctimas perdonar. Depende del fuero interno de cada ser humano. Pero, ¿deben las víctimas de las múltiples violencias de Colombia perdonar? En el contexto actual del país, me parece que la respuesta de los hijos de Luis Carlos Galán es la más adecuada. Decir sí al perdón, mucho más al hijo de Pablo Escobar, que no es responsable de los excesos de su padre, pero, sin sacrificar los derechos de las víctimas a la verdad, a la justicia y a la reparación.

No hay comentarios: