lunes, 19 de octubre de 2009

Superlativo y crisis

Alberto Carrasquilla

El Espectador, Bogotá

Octubre 19 de 2009

Lo que se veía como el fin del capitalismo es un respiro en una perspectiva de largo plazo.

La difícil coyuntura económica internacional, iniciada hacia finales de 2007, ha sido tierra fértil para el superlativo. “Le laisser-faire, c’est fini” declaró el Presidente Sarkozy hace un año. El profesor Stiglitz dijo que la crisis financiera es para el capitalismo lo que la caída del Muro de Berlín es para el comunismo. Y así sucesivamente.

En contravía con estas elocuentes manifestaciones, todo indica que la recesión americana, epicentro del terremoto global, terminó hace varios meses y existe un amplio consenso en el sentido de que dicha economía ha estado y seguirá creciendo en los próximos trimestres a tasas cercanas al 2,5% anual.

Lo que muchos veían como el fin de un sistema, el capitalismo globalizado, es en realidad un respiro, breve en una perspectiva de largo plazo, del ritmo impresionante en que avanzó la prosperidad internacional en la última generación. Un par de ejemplos: primero, en el período 1970-2000, el número de personas pobres en el mundo se redujo entre 250 y 500 millones y sin duda esta tendencia continuó hasta 2007. Segundo, la esperanza de vida al nacer en América Latina pasó de 61,2 años en 1970/75 a 72,3 años en la actualidad.

La incidencia del superlativo en la coyuntura actual rebasa ampliamente el sesgo hacia el pesimismo que ha permeado siempre a los analistas económicos. Ello no es demasiado sorprendente, dado el tamaño de la perturbación y la complejidad de sus mecanismos de transmisión. En efecto, en cuanto al tamaño, durante unas semanas, entre septiembre y octubre de 2008, los mercados financieros experimentaron un nivel de pánico, medido por ejemplo usando los diferenciales de tasas de interés o la volatilidad implicada por transacciones de opciones en el mercado de renta variable (El VIX), completamente inédito. La transmisión del pánico, a lo largo del conjunto de todos los mercados relevantes, también fue inusitado y aún hoy lleva cargados misterios sin respuesta clara.

Lo malo, entonces, no es la exageración ni la falta de perspectiva histórica en los análisis. Ello es entendible y fácil de controvertir con argumentos. Lo malo es que, independientemente del resultado de un debate civilizado, el estado de ánimo implícito ya está causando estragos en materia de política pública. Subrayo tres frentes particularmente preocupantes.

Primero, la política fiscal expansionista, observada en varios países pero de manera particularmente fuerte en Estados Unidos, decisión que ha sido cuestionada públicamente por cientos de economistas, incluyendo premios Nobel, implica que la deuda pública pasará, según el escenario base de la oficina presupuestal del Congreso, de 40,8% del PIB en 2008 a 65% en 2011. Esta realidad ha debilitado la moneda con obvias consecuencias para nosotros.

Segundo, las reformas regulatorias en curso, al calor del superlativo y el ánimo pugnaz que tipifica a los progresistas de hoy en día, puede terminar ahorcando la iniciativa privada, en lugar de mejorar su entorno, y por ende complicando las perspectivas de mediano plazo.

Tercero, la política comercial es, en la actualidad, descaradamente proteccionista y no hay indicio alguno de que revivir la ronda de Doha, estancada hace más de un año por cuenta del lobby agrario de los países avanzados, esté en la agenda internacional, como sería de esperar de cara al bajonazo del comercio que se ha dado.

La crisis ha tenido unos costos gigantescos y ha atropellado a millones de inocentes. Lo preocupante es que la respuesta de la política pública esté amenazando con tanta claridad profundizar la pesadilla.

* Ex ministro de Hacienda

No hay comentarios: