Jose Obdulio Gaviria
El Tiempo, Bogotá
Marzo 24 de 2010
Corría el año 2008. Uribe viajaría a El Salvador el viernes antes del puente de San Pedro y San Pablo para participar en una cumbre de Presidentes. El ambiente político interno estaba caldeado; algunos magistrados de la Corte Suprema, en plan de activistas del "Partido Judicial", habían convertido la aprobación del acto legislativo que levantó la prohibición de la reelección en una ordalía. "Judicializaron" el asunto y empapelaron a varios funcionarios del gobierno.
En la mañana de ese viernes, en reunión informal, Luis Carlos Restrepo y el ministro Diego Palacio le anunciaron al Presidente que presentarían denuncia contra magistrados de la Corte por la Comisión de varios delitos. El Ministro, por prevaricato, pues lo prejuzgaron en la sentencia contra Yidis Medina, sin siquiera haberlo oído; y el Alto Comisionado, porque tenía pruebas de actividades irregulares protagonizadas por magistrados con personajes del bajo mundo.
El Presidente quiso informar sobre el asunto, él mismo, a los periodistas que cubrían Casa de Nariño. Al mediodía nos encaminamos por los pasillos del segundo piso de Palacio hacia las escaleras de tapete rojo, esas que los colombianos solemos asociar con los grandes anuncios del gobierno. Yo recorría el camino al lado del Presidente, cuando, de sopetón, nos encontramos con dos personajes bajitos y rechonchos, gafas de marco dorado, vestidos con paño grueso, al estilo bogotano del siglo XIX. Los tipos, sonrientes, se dirigieron al Presidente en plan de saludo y..., cuál no sería mi sorpresa, cuando él, con el dedo índice extendido, mirando a uno de ellos a los ojos y meciendo la mano de arriba a abajo, le dijo en tono enérgico: ¡ustedes han insultado la dignidad de Colombia!, ¡ustedes no son negociadores sino amigos y cómplices de los secuestradores!, ¡cualquier cosa háblenla con el doctor Luis Carlos! ¡No desautorizo su presencia porque yo sí sé valorar lo qué le conviene a la democracia colombiana! Seguimos caminando y me comentó en voz baja, frotándose las manos: no puedo expulsarlos porque se nos daña una cosita que tengo entre manos.
No se habló una palabra más del asunto. En lunes de puente, a las cinco de la tarde, me preguntó un periodista que si era cierto que el francés Noel Saez y el suizo Gontard se habían reunido con 'Alfonso Cano', cabecilla de las Farc. Sé que están en Colombia, le dije; los vi el viernes en Casa de Nariño; pero no tengo idea de cuál sea su misión. En los noticieros de la tarde, César Mauricio Velásquez confirmó la presencia y la autorización de los representantes de los "países amigos" para buscar a 'Cano'.
Nunca lo encontraron, pero César, el secuestrador, sí lo oyó, lo que lo hizo entrar con más confianza en la trampa de la 'Operación Jaque'.
En el libro de Jacques Thomet, Pasos en falso, la liberación de Íngrid, se describen esos hechos desde la perspectiva de un periodista profesional, sin sesgos ideológicos anti-Uribe o pro Farc.
En el capítulo 'Francia sirve de último señuelo' (pág. 238) se muestra cómo el alto gobierno y la cúpula de las Fuerzas Armadas trabajaron con inteligencia y capacidad de maniobra. Utilizaron como "gancho ciego" a todo el que se fuera atravesando, desde Sarkozy hasta este modesto cronista. ¡Qué gran libro! Para dolor de la bigornia, empeñada durante 8 años en dañar la imagen de Uribe y, sobre todo, de nuestras Fuerzas Armadas, Thomet publica el primero de lo que será, estoy seguro, una seguidilla de libros laudatorios, que demostrarán ante el mundo la magnitud de la obra realizada por Colombia en estos dos cuatrienios, para contener el terrorismo mundial y a la droga. Saludo, por lo demás, que Thomet haya desenmascarado el contubernio de las Farc y sus aduladores internacionales (entre ellos, el presidente Sarkozy) para deslegitimar al Estado colombiano. Muchos escritores habrán de seguir ese rumbo.