lunes, 22 de marzo de 2010

Los nuevos elegidos de Dios

Jaime Jaramillo Panesso

El Mundo, Medellín

Marzo 21 de 2010

Cuando Mani (o Manes), el sabio persa, creó la secta maniquea, en el siglo III, nunca se imaginó que en Colombia, siglo XXI, habría seguidores conspicuos de sus tesis. El maniqueísmo tiene como núcleo de su pensamiento la siguiente proposición: en el mundo siempre existirán el Bien y el Mal, principio irreductible y eterno que atrapa la humanidad. El Bien es el espíritu y solo está en los elegidos, es decir, los buenos que al morir van al cielo. El maniqueísmo se extendió por el Asia e incursionó en los terrenos del Imperio Romano y compitió con el cristianismo. Maniqueo fue San Agustín antes de su conversión. Mani murió crucificado en el año 276 por condena proferida por el rey Baharam I, pero el maniqueísmo se extendió como religión por mil años más.

El maniqueísmo visto o aplicado con la lupa crítica de hoy, es una polarización de la realidad que elimina los matices y las expresiones intermedias o diferentes al dualismo dogmatico entre buenos o malos. Suprime la complejidad dialéctica de las cosas ó de los hechos sociales y políticos. De tal manera clasifica a los humanos, crea fijaciones excluyentes y los divide en creyentes y endemoniados, capitalistas y proletarios, blancos y negros, puros e impuros, santos y pecadores, héroes y cobardes, mártires y traidores, prostitutas y señoritas vírgenes, ricos y pobres, los de arriba y los de abajo, izquierda y derecha. En síntesis, buenos y malos. El dilema es irreductible.

Esta manera de asumir el mundo que nos rodea suprime la capacidad de razonar porque simplifica el pensamiento y obtura la indagación de nuevas y escondidas realidades, colores y fenómenos. A raíz de las últimas elecciones para Congreso, con la velocidad del fanático que quiere dárselas de salvador y bienaventurado, un dueto de maniqueos salta a la palestra para enseñarnos que los colombianos debemos dividirnos en uribistas y antiuribistas para salvar el alma, aunque Uribe no esté en las próximas contiendas electorales. Los uribistas son los malos y los antiuribistas son los buenos. Ciegos a lo simbólico, a lo programático, a lo humanamente factible y tolerable con todas las posibilidades de acertar o no, los elegidos así mismos como dueños del bien y señaladores del mal, dicen vivir cobijados por el arco iris, el mismo que tiene todos los colores pero que la pareja maniquea sintetiza en blanco o negro.

Cuando la izquierda maniquea se apodera de Dios, es porque le es útil para calificar a sus contrarios como Satanás. De esa manera clasifican a los partidos y movimientos entre contaminados e incontaminados, entre puros e impuros. Los puros deben unirse contra los impuros. La fatídica moralina medieval que consagró los inquisidores para que sacaran al diablo de las casas y los cuerpos, a sangre y fuego, es el camino final de los proponentes maniqueos. Así actuarían si ejercieran algún día el poder.

La democracia no es maniquea. Permite que los hombres y mujeres sean como son: imperfectos. Somos buenos, menos buenos, regulares, malos, menos malos, pésimos y a veces óptimos. La democracia es un método para la convivencia, como también es un sistema basado en las diferencias y en las estructuras republicanas. Cuidemos la nación que camina hacia el futuro sin guerrilla, sin paramilitares y sin fanáticos maniqueos que desde columnas de prensa y desde micrófonos oportunistas pretenden con su disfraz de arco iris, convertirnos en perfectos y puros. Preferimos ser humanos.

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