domingo, 20 de diciembre de 2009

Necesitamos una fuerza disuasiva

Gabriel Melo Guevara

El Nuevo Siglo, Bogotá

Diciembre 20 de 2009


Colombia no necesita una capacidad bélica arrolladora, montada para iniciar guerras y aplastar inmisericordemente a los adversarios. Pero no debe mostrar una debilidad extrema, que le permita a alguien pensar que puede violar nuestros derechos y salir ileso, porque no tenemos capacidad de protegernos ni de contragolpear.


No somos y no seremos agresores. Tampoco un Estado indefenso, al cual se atropella impunemente.
Por eso no debemos entrar en una carrera armamentista para ver quien acumula más fusiles, tanques, barcos, helicópteros, aviones y misiles.


Por desgracia, los problemas de orden público interno nos han obligado a adquirir armas destinadas específicamente a combatir la subversión, como lo comprueba una simple lectura de los inventarios y de los equipos recibidos en los años recientes. Todo está encaminado a recuperar la tranquilidad doméstica lo cual, lejos de perturbar a los vecinos, les garantiza un ambiente de sosiego y normalidad en las fronteras. Así deben entenderlo, a menos que tengan interés en crearnos problemas dentro de nuestra propia casa o quieran favorecer a quienes consideran que serán su quinta columna, cuando decidan complicarnos más la vida.

Sin embargo, no podemos seguir ignorando hechos incontrastables: el Presidente de Venezuela viene en una escalada amenazante contra Colombia y habla de guerra, de manera pública e inequívoca, mientras aumentan las agresiones económicas directas y se intensifica la tensión fronteriza.


Hasta comenzó a circular un término nuevo, “preguerra”, para calificar la situación.

Así que, querámoslo o no, nuestra política de defensa, que durante doscientos años miró sólo al interior, debe atender sin demoras el frente internacional. Las circunstancias obligan a hacerlo y, aunque no fuera así, todo país está forzado a cuidar ese frente por elementales razones de supervivencia.


Garantizamos que no tenemos intenciones agresivas, pero no podemos garantizar que los demás no las tengan hacia nosotros. Menos cuando a todas horas nos las gritan en la cara.


Como jamás nos convertiremos en agresores, no necesitamos armarnos hasta los dientes. Requerimos, eso sí, una fuerza disuasiva que nos presente como un país pacífico pero capaz de defender sus derechos y de responder ataques armados.


Es la única manera de evitar que busquen amedrentarnos, primero mostrando las listas de compras de las más sofisticadas y mortíferas armas que se consiguen en el mercado y, después, desatando una de esas escaladas que la historia identifica como preludio de las peores conflagraciones.


Una cosa es la retórica antes de llegar los pedidos y otra el comportamiento cuando se reciben las armas. Una cosa lo que se hace cuando apenas están fabricando el fusil y otra cuando se tiene el ojo en la mira y el dedo en el gatillo. Sobre todo en un escenario guerrerista, con acciones teatrales destinadas a envenenar los ánimos y calentar las fronteras.


En estas circunstancias, nuestra mejor garantía de tranquilidad es una fuerza de disuasión propia, suficiente para borrar las intenciones agresivas de la mente de quienes crean que atropellarnos es una tarea fácil.


Sólo esta capacidad disuasiva nos permitirá vivir como una nación pacífica y comportarnos como tal. Pacífica, sí, pero no inerme. Pacífica pero no boba.

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