miércoles, 25 de noviembre de 2009

El abrazo Lula-Ahmadineyad

Editorial

El Mundo, Medellín

Noviembre 24 de 2009

Estrategias muy parecidas a las que usa su principal socio en Sudamérica, el coronel Chávez, como similar es también la situación que afrontan internamente.

En medio de numerosas críticas y protestas callejeras por la visita a Brasil del presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad –quien inició ayer una gira suramericana que continuará hoy en Bolivia y mañana en Venezuela– el presidente Luiz Inacio Lula da Silva consideró un “honor” recibir al jefe del régimen más cuestionado en este momento, no sólo por su abierto apoyo al terrorismo islámico sino por su obcecado desafío a Occidente y a la comunidad internacional con su programa de enriquecimiento de uranio con fines bélicos. Curiosamente, funge de anfitrión del líder fundamentalista, a pocos días de haber recibido al presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmoud Abbas, y dos semanas después de la estadía en Brasil del presidente de Israel, Shimon Peres, país que para el iraní debería ser “borrado de la faz de la tierra”.

Como se suele decir, los países no tienen amigos sino intereses, y en el caso en comento, los dos personajes pretenden sacar partido del encuentro y jugar en el ajedrez internacional a favor de su particular concepción de la política. Con respecto a Ahmadineyad ya hemos advertido que hay serios motivos para preocuparse sobre lo que busca en América Latina que, como él mismo dijo en alguna ocasión, es “contrarrestar el intento de Estados Unidos de aislarlo, movilizándose, agresivamente, en su propio terreno”, lo cual es válido dentro del juego geopolítico, siempre que se haga de manera transparente, sin abrir espacio a su soterrada política de apoyo al terrorismo y desestabilización de gobiernos afines a los Estados Unidos, al tiempo que estrecha lazos de colaboración con la corriente del llamado “Socialismo del siglo XXI”, para lo cual ya funge como invitado permanente a las cumbres de
la Alternativa Bolivariana para las Américas, Alba.


Aunque hay expertos que estiman que Irán puede estar cerca de lograr la fabricación de un arma nuclear y otros dicen que sería, si acaso, en el 2015, esta posibilidad no debe ser ignorada por ningún país del mundo, pues no es lo mismo un arma de destrucción masiva en poder de países democráticos y respetuosos de las reglas de juego del Derecho Internacional, que en manos de un activo patrocinador del terrorismo. Esa búsqueda de trascender más allá de su área de influencia, el Medio Oriente, donde su aislamiento es cada vez más evidente, y ese ánimo de figurar en la escena internacional, son estrategias muy parecidas a las que usa su principal socio en Sudamérica, el coronel Chávez, como similar es también la situación que afrontan internamente sus regímenes despóticos.


Es aparentemente incomprensible que un gobierno como el de Brasil, de izquierda democrática, bien calificado en todos los frentes por propios y extraños, acoja fraternalmente a un desprestigiado Ahmadineyad, que en su loca carrera armamentista para amedrentar a su gran enemigo, Israel, se ha gastado inmensos recursos provenientes de la bonanza petrolera, mientras su país afronta una de sus peores crisis, según la describen estudiosos de la situación de Medio 0riente. “Su récord en derechos humanos es desolador. El pueblo iraní es víctima de restricciones a derechos básicos y no goza de participación en un sistema electoral transparente y libre de manipulaciones”. Prueba de ello fue el inmenso fraude de las elecciones en que fue reelegido, y la manera como fue ahogada la protesta de su principal contendor y sus millones de seguidores. Se dice que la economía iraní se encuentra deteriorada, con una inflación del 25%; que los precios de la vivienda han aumentado un 150% y que, en general, el descontento popular es inmenso, en un país en el que, paradójicamente, según Azadeh Moaveni, periodista del Washington Post, “el sentimiento pro americano entre la población refleja la profunda alienación con sus propios líderes”.


Los profundos daños que su programa nuclear le ha causado al país y la desesperación de la población iraní, deberían ser un acicate para una diplomacia más severa por parte de Naciones Unidas y, particularmente, de las potencias que tendrían que llevar el peso de las sanciones al régimen – Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, Francia, Rusia y China — para disuadirlo de buscar el arma atómica. Lula se defendió, en su programa semanal de radio, de las fuertes críticas que han surgido en distintos sectores de la sociedad brasileña y en particular de la numerosa colonia judía que reside en el país, diciendo una obviedad: “Hay una serie de países que no conversan con Irán, pero no sirve de nada dejar a Irán aislado”, pues es un “actor importante en el conflicto de Oriente Medio”. Conflicto del que busca convertirse en “mediador”, y para ello anunció que en marzo del año próximo viajará a Israel, Palestina y Jordania, a fin de poner al servicio del proceso de paz en Oriente Medio la supuesta “capacidad de conversación que Brasil tiene actualmente”.


No sabemos qué pretende el señor Lula con su apertura a regímenes como el de Irán y Corea del Norte, donde abrió recientemente su embajada, pero si de lo que se trata es de fungir de “gran componedor” en el conflicto del Medio Oriente, cuando su intervención en su propio patio, en uno mucho menor, como el de Honduras, fue todo un fiasco, y que con eso va a conquistar su anhelado puesto permanente en el Consejo de Seguridad de
la ONU, nos parece que está escogiendo un camino peligroso, “al filo de la navaja”, como dijo Gunther Rudzit, catedrático de Relaciones Internacionales de la Universidad Fundacao Armando Alvares Penteado, de Brasil.

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