viernes, 27 de noviembre de 2009

¿Obama sabe nadar?

Liliane de Levy

El País, Cali

Noviembre 27 de 2009


Desde hace rato los analistas comprendieron que Barack Obama no camina sobre el agua, que no es el mesías… Ahora se preguntan si al menos sabe nadar. Lo cierto es que, a más de diez meses de Gobierno, nada de lo que prometió en su campaña ha podido realizar.

A nivel interno, la economía sigue paralizada, pese a los optimistas anuncios de recuperación. Y el desempleo, que registró los 10,2% en octubre, va en aumento. Por otra parte, la reforma de la salud se complica debido a su enorme costo y al aumento de impuestos que implicaría. También la promesa de cerrar Guantánamo no se cumplió, ya que el traslado de sanguinarios terroristas a tribunales civiles dentro de Estados Unidos pondría en peligro a las ciudades que los reciben. No es sencillo.

A nivel externo los desafíos son aún mayores. En el Medio Oriente, Obama la ‘embarró’ al adelantar sobre la mesa de negociaciones israelo-palestinas (y antes de iniciarlas) el problema de los asentamientos que hasta ahora se consideraban una medida de seguridad israelí, negociables a su debido tiempo y con posibilidad de ser desmantelados. La torpeza de la diplomacia norteamericana -con la exigencia de su inmediata congelación- se convirtió en precondición palestina para hablar de paz. E Israel, que coloca la seguridad por encima de sus demás prioridades, no quiere sentar el precedente de ceder -antes de negociar- sobre un asunto tan sensible. Resultado: la administración Obama perdió la confianza de Israel y no ganó la confianza de los palestinos ni de los árabes en general. Una triste proeza.

Hacia Irán, la mano tendida de Obama se topó con un ‘no’ rotundo en Teherán a todas sus ofertas a cambio de una política nuclear más abierta y transparente.

A China Obama viajó con la intención manifiesta de conformar una sociedad poderosa que dictaría sus políticas al mundo. Para lograrlo usó todos sus encantos y se cuidó de no hablar de derechos humanos ni del Dalai Lama ni de los disidentes. ¿Y qué obtuvo a cambio? Nada. Sobre Irán, China se niega a apoyar nuevas sanciones contra Ahmadinejad. Sobre Corea del Norte -que Pekín considera aliado- Obama no recibió colaboración. Y los chinos tampoco consideraron la idea de revaluar su moneda, que abarata el precio de sus productos y los pone fuera de competencia. Al revés, el encuentro en China acentuó las diferencias chino-norteamericanas y la relación de banquero prestamista con cliente necesitado, que se inclina a favor del primero, o sea China.

Pero el verdadero dolor de cabeza de Obama es la guerra en Afganistán. Allí lo vemos agonizando sobre la decisión de liberarla a fondo, con un considerable aumento de tropas o abandonarla. En su campaña prometió convertirla en “su” guerra, por considerarla “más justa que Iraq”. Ahora ve más claro: se ha descubierto que el Gobierno en Kabul es, quizá, el más corrupto del planeta: roba, trafica con drogas y hace trampa en las elecciones. Y la opinión norteamericana vacila en ayudarlo. Pero si no lo hace, los islamistas talibanes se pueden apoderar del país y del vecino Paquistán, con su arsenal nuclear y amenazar al mundo. La decisión es difícil y Obama no logra tomarla. Como ‘decider’ -que tiene la obligación de saber decidir rápidamente y asumir sus decisiones- resultó un indeciso. Y eso también inquieta.

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