viernes, 27 de noviembre de 2009

Las fuerzas de la sinrazón

M. Gral. (r ) Henry Medina Uribe

El Colombiano, Medellín

Noviembre 27 de 2009

No deja de preocupar el giro que han venido tomando las relaciones entre Colombia y Venezuela. Ha sido un proceso de deterioro progresivo con consecuencias que hoy pudieran resultar impredecibles, además de hacer, una vez más, evidente la poca efectividad preventiva de los organismos internacionales creados para conservar la paz entre las naciones.


No esperemos su acción cuando ya las unidades militares estén cruzando la línea de partida hacia el sacrificio del bien supremo de la vida, así sea con la recompensa de la gloria. El momento es ahora.


La frontera con Venezuela es, en buena parte de su extensión, una frontera viva, de permanente interacción y dinámicas antropológicas contrarias a propiciar un conflicto bélico entre los dos países.


La confrontación armada sería, desde cualquier visión elaborada, una quimera o un juego de perdedores. Sin embargo, la diplomacia camorrista de nuestro vecino presidente puede hacer posible el absurdo y probable advenimiento de la sinrazón.


Por ello, nosotros mismos estamos hablando de guerra, destrucción y muerte, cuando deberíamos estar hablando de cooperación, crecimiento, calidad de vida y desarrollo.


Entre los dos países existen antagonismos, como es natural entre países vecinos, pero no imperativos estratégicos que caractericen o hagan predecible un conflicto.


Hoy en día existen casi cinco millones de colombianos que han migrado a Venezuela en búsqueda de oportunidades. Sin embargo, según la Defensoría del Pueblo, cerca de 7.000 de ellos han tenido que regresar a nuestro país en los últimos meses por la deteriorada situación fronteriza.


Si a esto sumamos los 83 colombianos desaparecidos en Venezuela en los últimos años, según el mismo informe de dicho organismo, los colombianos muertos en las últimas semanas, la destrucción de puentes peatonales y los niveles de animosidad con que el Presidente de Venezuela se refiere al presidente de un país hermano, debemos concluir que ellos no son hechos triviales sino actos de hostilidad suficientes para crear preocupación en los dos países y en las entidades con la función de regular las relaciones internacionales.

Hay circunstancias propiciatorias del éxito de la sinrazón. Los planteamientos recientes de los países miembros del Alba y sus circunstancias actuales, en el orden político, social y económico, podrían llevarlos a formular intereses comunes con países de Asia y África, como Rusia, Irán, Libia y otros.


La consecuencia podría ser la conformación de dos ejes perturbadores del orden occidental, con graves repercusiones en el Orden Público de nuestros países.


Esta sola percepción debería llevar a Colombia a recuperar su otrora fama de habilidosa en los juegos diplomáticos, o afrontar el riesgo de agregar a los conflictos internos la inestabilidad externa.


Si miramos la historia, para no repetir algunas de sus nefastas páginas, debemos negarnos a llegar a hechos que no tengan justificación convincente, como la "Guerra del fútbol" entre Honduras y el Salvador, en 1969, cuando en una inusitada confrontación bélica, en cinco días se dieron cerca de 3.000 muertos.


La obligación de todos quienes ostentamos el título de colombianos es no ser indiferentes a tales circunstancias.

Si somos consecuentes con el pensamiento moderno de Ivan Witker, debemos propiciar espacios para que la fuerza coercitiva de la opinión pública internacional y la arquitectura multilateral supranacional hagan su trabajo.


Que la política y la diplomacia hagan lo suyo y los militares lo nuestro. El éxito, como la suerte, solo les llega a quienes estén preparados y son idóneos para recibirlo, pues bien sabemos que Dios no juega a los dados.

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