viernes, 13 de noviembre de 2009

En torno al muro

Liliane de Levy

El País, Cali

Noviembre 13 de 2009

La conmemoración de los 20 años de la caída del muro de Berlín sigue inspirando comentarios. Uno, por ejemplo, tiene que ver con el periodismo y con la pregunta ‘histórica’ que el periodista Riccardo Ehrman formuló al Secretario del Partido Central de la RDA aquel 9 de noviembre de 1989, en medio de una rueda de prensa en la que se anunciaba el proyecto de permitir a los ciudadanos alemanes del Este trasladarse hacia el Oeste, sin complicados trámites. Ehrman preguntó ¿desde cuándo se pondrá en vigencia esta ley? Y el Secretario contestó, aparentemente sin haberlo decidido de esta manera: “Desde ahora mismo”. De inmediato miles de personas se precipitaron para pasar la vedada frontera y esa misma noche se registró el derrumbe del muro que dividía a Berlín en dos. Entrevistado por la televisión alemana, Ehrman se mostró modesto cuando le atribuyeron el mérito de haber contribuido a tan importante acontecimiento.

La caída del muro fue para Europa la oportunidad única -que supo explotar- para deshacerse de gobiernos dictatoriales de corte comunista y abrirse a las libertades democráticas de Occidente. En 20 años la Unión Europea -que impone estrictas exigencias democráticas para aceptar a nuevos socios- pasó de 12 miembros a 27. Un logro admirable y más aún cuando se constata que se efectuó sin mayores derramamientos de sangre. Con la excepción de Rumania, que pasó por la ejecución somera de la pareja Ceausescu (quizá justificada, pero no legítima en su procedimiento) o Yugoslavia, que registró abusos (que la comunidad internacional sigue castigando), el resto del continente accedió a la modernización, la libertad y el progreso de manera ‘civilizada’. Claro que la caída del muro de Berlín y la implosión del bloque soviético fue el resultado de arduos esfuerzos populares y oficiales de toda índole: desde la insurrección húngara de 1956, pasando por la ‘Primavera de Praga’ en 1968, la ‘Revolución Terciopelo’ en Checoslovaquia; la luchas de Václav Havel, de Sakharov, ‘El archipiélago Gulag’ de Soljenitsyn, el movimiento Solidarnosc en Polonia, con Lech Walesa a la cabeza…, pero también el ‘Ich bin ein Berliner’ de John F. Kennedy en 1963, el “señor Gorbachov, por favor destruya este muro” de Ronald Reagan en 1987, el papel de la Otan, de Juan XXIII, del mismo Gorbachov que permitió que el milagro sucediera... Y, sobre todo, de la voluntad de los pueblos que literalmente ‘vomitaron’ la ideología del comunismo, basada en el miedo y la opresión.

Por tan gran esfuerzo universal, que llevó a la caída del muro y al fin de la tenebrosa guerra fría, sorprendió y suscitó acerbas críticas en Europa la ausencia física durante los festejos en Berlín del presidente norteamericano Barack Obama. Porque en Berlín no sólo se festejó el extraordinario acontecimiento, sino también el triunfo de una modalidad de cambio profundo sin mayores violencias, sin derramamientos de sangre, sin paredones y sin bombas humanas en los mercados, los buses urbanos y los colegios. El cambio se produjo gracias a la determinación de los pueblos para liberarse del yugo dictatorial y siempre sobre un fondo de humanidad. Y eso ameritaba que Barack Obama se desplazara personalmente para aplaudirlo y apoyarlo. Más aún cuando el mundo de ahora se encuentra enfrentado a tantas violencias, fanatismos e intransigencias irracionales. Está que arde. Y Obama, Nobel de la Paz, está llamado a apaciguarlo.

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