jueves, 12 de noviembre de 2009

El autoritarismo latinoamericano

Victor Diusabá

El Colombiano, Medellín

Noviembre 12 de 2009


No es casualidad. El presente de Hugo Chávez, Rafael Correa y Daniel Ortega tiene un común denominador: los tres viven el momento más difícil desde que accedieron al poder en sus respectivos países, no sobra decirlo, por decisión mayoritaria de sus pueblos.

Comencemos con las angustias de los nicaragüenses. Luego de tres años en el poder, Ortega ha conseguido que el 79% de sus paisanos tenga que vivir con el equivalente a cuatro mil pesos diarios de los nuestros. Semejante nivel de miseria sólo debe ser comparable al de los largos años de la tenebrosa dictadura de los Somoza, los tristemente célebres 'Tacho' y su hijo Anastasio.

Al hambre, súmenle el escandaloso fraude en las elecciones municipales del año pasado, que acabó con la confianza de países europeos que, hasta ese momento, creían en una nueva era en Nicaragua. Así, se perdieron cerca de 100 millones de dólares anuales de ayuda.

Si a eso se le agrega que en los últimos meses las exportaciones cayeron en 11%, la inversión extranjera en 9% y las remesas de emigrantes en 5%, no hay futuro para Nicaragua. O al menos no lo hay en manos de Ortega, que ahora pretende la reelección, sin importarle todo lo anterior ni tampoco los escándalos de corrupción en que se han visto envueltos miembros de la familia presidencial.

Por los lados de Correa, muchos esperaban que con él llegara a Ecuador la estabilidad. De hecho, sucedía a una década en la que pasaron por el palacio de Carondelet seis mandatarios. Pues aparte de la de Correa, de su estabilidad, el país anda dando tropezones, fruto de los enfrentamientos del gobierno con todos los sectores sociales y sin que se cierre en algo la brecha de un país agobiado por el desempleo (se cree que 400 mil personas engrosaron esas filas en el último año).

Agreguemos la absurda política que pareciera pretender el destierro de la inversión extranjera. No extraña entonces que siete de cada diez ecuatorianos consideren que el país está en una situación "mala", y que cinco de cada diez apuesten a que todo empeorará.

Y de Chávez, todo está dicho. Para una sociedad como la venezolana, que vive entre las angustias de una imperdonable crisis energética y la zozobra del poder de la delincuencia en las calles, nada peor que un hombre dispuesto a salvarse ante la historia a punta de gastos y discursos guerreristas.

En conjunto, todo eso significa que más allá de la sociedad del mutuo elogio que han construido los tres (el 'todos para uno y uno para todos' de que hacen gala, con Evo además como D'Artagnan a bordo), lo que hace agua en ese proyecto es el populismo en el que son expertos.

Ese mismo que han pretendido en vano disfrazar de nueva corriente política para obtener respaldo popular y que Edmundo Jarquín, líder del disidente Movimiento Renovador Sandinista, llama "autoritarismo latinoamericano".

¿Y en qué consiste? Jarquín lo resume así: "En clientelar frente a los sectores populares, cooptar frente a los sectores empresariales y ser heterodoxo en las formas de represión. En no usar ejércitos, sino turbas paramilitares. Y en aplicar la coerción fiscal, el acoso administrativo y el chantaje judicial".

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