lunes, 28 de julio de 2008

Aterra el talante antidemocrático de la izquierda colombiana


Las arengas no se hicieron esperar. Para algunos la propuesta de convocar un referendo para legitimar la elección presidencial de 2006 fue una “monstruosidad”, mientras que para otros fue un paso para golpear la institucionalidad y desconocer un fallo judicial.

Las reacciones del Polo Democrático Alternativo a la propuesta del Presidente, - motivada por la arbitrariedad de la Corte Suprema de “Justicia”- demostraron la baja estima que la izquierda tiene por la democracia y el desprecio que profesa por las decisiones de las mayorías. No de otra manera se puede interpretar la descalificación apresurada para el mecanismo anunciado por el Presidente.

Más allá de la decisión presidencial de reversar la intención de convocar a un referendo, lo cierto es que el anuncio y sus desarrollos posteriores dejaron en evidencia el desapego de la izquierda ante la voluntad de las mayorías en las urnas. Cuestionar un mecanismo que consulta al constituyente primario sobre un asunto trascendental para el país –nada menos que la legitimidad del Presidente en ejercicio- no solo es un rechazo a consultar la voluntad de la mayoría de ciudadanos sino una posición que demuestra lo distanciados que se encuentran esos sectores de izquierda de la realidad nacional. Es más: esa distancia es tan grande que siguen confundiendo el país político –al que ellos pertenecen y quieren preservar a toda costa- con los sentimientos, expectativas y decisiones de los votantes.

Muchos creemos que el ejercicio primario de la democracia es escuchar y atender los designios de la mayoría de ciudadanos y por tal motivo, nada más importante que la convocatoria a las urnas para que dichos ciudadanos manifiesten su voluntad.

El mecanismo además resulta importante si se tiene en cuenta que tradicionalmente en Colombia el voto no ha sido representativo, es decir, que quienes resultan elegidos, una vez en sus cargos, olvidan quién los eligió y con qué propósito. La excepción ha sido justamente el presidente Uribe, quien ha tenido claro que fue elegido y reelegido para combatir a las Farc y para fortalecer la seguridad a lo largo y ancho del país como punta de lanza para la acción del Estado en diferentes órdenes como el económico y el social.

Sin embargo, aquellos que fueron elegidos por el pueblo ven con desprecio que se consulte a los electores sobre temas fundamentales para el país. Es decir, son simples apóstatas de la democracia que califican como monstruosidad el hecho de que sean los ciudadanos los que decidan, pues es un abierto reto al poder que se les ha entregado para representar pero que han utilizado para favorecer sus propios intereses.

Esa camarilla saltó a la palestra después del anuncio, en una exhibición de frustración que no se había visto en el país desde épocas pasadas. La amargura de la izquierda, y de la oposición en general, es enorme, pues veían en la Corte Suprema de “Justicia” la última línea de ataque para favorecerse y sacar a Uribe de la Presidencia.

Nada les funciona. Ni las estrategias de calumnias, ni los señalamientos infundados, ni las predicciones apocalípticas han logrado minar la credibilidad que tiene Uribe, ni la popularidad que le otorga el pueblo que finalmente va a las urnas.

Si ellos supieran que el Presidente no cuenta con el favor popular, hubieran saltando de la dicha y apoyado la decisión… incluso la habrían propuesto. Pero tienen frente a ellos a un altísimo porcentaje de colombianos que le creen a Uribe y que seguramente se la hubieran jugado en las urnas para reafirmar el mandato.

Por supuesto, esa mayoría de colombianos ha padecido, por parte de la izquierda, la descalificación constante que se convierte en desprecio al punto de señalar que ejercer el derecho democrático fundamental al voto es accesorio porque lo importante para la camarilla del PDA es el hecho jurídico (la sesgada decisión de la Corte Suprema de “Justicia”) que según ellos, debe estar por encima de la voluntad de la mayoría de ciudadanos.

Eso es absurdo. Evitar que los ciudadanos decidan es un intento despreciable para perpetuar el poder excluyente que han venido ejerciendo durante años, unos desde las cortes, otros desde la politiquería y unos más desde la combinación de todas las formas de lucha.

La anotación queda hecha: lo único que el Polo tiene de democrático es su nombre, pues en la realidad demuestran un infinito temor por las decisiones que tome la mayoría de colombianos.

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