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domingo, 14 de febrero de 2010

Entre Samuel y los niños Nule

Enrique Santos Calderón

El Tiempo, Bogotá

Febrero 14 de 2010

La imagen no puede ser más demoledora. O desoladora. Sobre la emblemática avenida Eldorado de Bogotá, la gran vía de entrada a la capital, descansan a medio hacer kilómetros y kilómetros de una paralizada troncal de TransMilenio.

El escándalo de los atrasos del Grupo Nule en la calle 26 sintetiza muchas de las fallas que tanto han golpeado la imagen del alcalde Samuel Moreno. En este caso, la imprevisión. La irresponsabilidad e incumplimiento de los niños Nule son absolutamente inaceptables, pero también la inacción del IDU. El atraso es hoy superior al 50 por ciento. Y en una obra clave para el puente vehicular deprimido han avanzado solamente un 1 por ciento. Si la Alcaldía sabía que la troncal no avanzaba, ha debido actuar a tiempo. Si no lo sabía y le explotó en las manos, estamos ante una grave ineficiencia en la gestión de la ciudad.

Es increíble que se haya fallado de esta forma en lo que Bogotá era ejemplo mundial: construir TransMilenios. El problema de la 26 es tan grave que el alcalde Moreno ni siquiera podría inaugurarla antes del final de su mandato, en diciembre del 2011. Con todo lo que este atraso implica para la fase III de TransMilenio y el Sistema Integrado de Transporte Público. Para no hablar del "primer hueco" de la línea del metro, que a la luz de lo sucedido ya suena a locura.

El director de Motor, José Clopatofsky, escribía que si hacer la calle 26 les quedó tan grande, que no se les ocurra pensar en el metro. Bogotá acaba de demostrar que no cuenta con una institucionalidad capaz de asumir semejante desafío. Basta mirar el descalabro en que hace años está enredado el IDU con unos simples andenes en la calle 116.

El problema de fondo es que en el país ya no parece posible construir grandes obras públicas. Todas demoran y cuestan el triple de lo proyectado. O terminan en ruidosos pleitos, donde casi siempre sale clavado el Estado. O sea, todos nosotros. Venalidad, politiquería, mal uso de los anticipos, deficientes diseños, carruseles de contratistas con empresas de papel, son rasgos de un viciado sistema de contratación que explica el escandaloso atraso de Colombia en infraestructura vial.

El grupo Nule, que gasta más en abogados que en ingenieros, ejemplifica estos males. Por más conexiones políticas, no es fácil entender que este consorcio familiar tenga más de 65 grandes contratos con el Estado (carreteras, acueductos, electrificadoras, etc.) y que sus tropiezos puedan perjudicar obras importantes en todo el país. La doble calzada a Girardot, por ejemplo, que ya tiene años de retraso y aún le falta el túnel de Sumapaz. O el propio túnel de La Línea, cuyos mayores contratistas también están enredados con el Grupo Nule.

Casos como el de la avenida Eldorado indignan justamente a una ciudadanía que los padece y los paga. Y que no entiende cómo pueden suceder. El Contralor de Bogotá lo atribuye en parte a que el conglomerado constructor era una "pirámide empresarial" que se alimentaba de los anticipos. Afirmación que promete desatar otra ruinosa batalla legal, según anuncian las primeras salvas de la artillería jurídica de los Nule, que también demandarán por perjuicios al IDU y reclaman toda suerte de gastos por cincuenta mil millones. Y aún falta por establecer qué responsabilidad les cabe a la aseguradora -que es del Estado- y a los interventores, que casualmente son los mismos de la doble calzada a Girardot.

Esa troncal de TransMilenio a medio hacer, clavada en el corazón de la capital, simboliza muchas cosas. La sensación de parálisis que se ha apoderado de una Bogotá antes ejemplar y vibrante. Y los profundos vicios que contaminan la contratación de obras en todo el país (¿qué tal lo de Transcaribe en Cartagena?). Las lonas verdes que hoy ondean en la 26 no alcanzan a tapar tantas calamidades.

* * * * *

Lo tenía escrito el domingo pasado pero se me pasó incluirlo: suscribo integralmente la carta de los periodistas de EL TIEMPO con motivo del cierre de Cambio. Más vale tarde que nunca.

domingo, 31 de enero de 2010

Venezuela: ¿desplome o no retorno?

Enrique Santos Calderón

El Tiempo, Bogotá

Enero 31 de 2010

Renuncia de ministros y altos funcionarios, inflación galopante, delincuencia desbordada, racionamientos eléctricos, popularidad en declive, protestas por el cierre de RCTV... Con razón muchos hablan del irremediable desplome de Hugo Chávez. Pero ojo: no hay que pensar con el deseo cuando del caudillo bolivariano se trata. Todas las cuentas alegres en este terreno han salido costosas.

Síntomas de deterioro no faltan, pero el hombre sigue atornillado. Y entre más emproblemado, más radicalizado. Al punto de que cada semana produce algún hecho que acerca más a Venezuela a un punto de no retorno. La expropiación de Éxito y la clausura del canal RCTV, para hablar de los más recientes, reflejan bien el muy acelerado ritmo que le está imprimiendo a su obsesión por imponer en Venezuela un socialismo autoritario inspirado en el "modelo" cubano.

Dos medidas que de alguna manera se complementan, pues fortalecen el control oficial sobre dos áreas estratégicas para la consolidación de su proyecto: la economía y la información. En la primera, la devaluación del bolívar "fuerte" hace tres semanas fue pretexto perfecto para iniciar el "asalto final" contra los medios de producción privados y acelerar la transición total al socialismo. En lo informativo, la salida del canal RCTV es otro paso de fondo en la política de silenciar progresivamente a los medios informativos independientes y cimentar las bases de un pensamiento único.

A Chávez hay que abonarle que no disimula sus intenciones. Cada medida que toma es consecuente con su objetivo final. No importa que pisotee las leyes y la propia Constitución por él promovidas. Problema menor, cuando se ha copado de tal manera el poder judicial y legislativo. Y cuando desde el Ejecutivo se puede reprimir tan descaradamente la disidencia política. Triste, pero cierto: a la vista de todo el Hemisferio están desapareciendo en Venezuela elementales garantías ciudadanas, como el derecho a la defensa o al debido proceso.

Una de las expresiones más tenebrosas del clima reinante es el matonismo oficial. La forma como esbirros del Gobierno agreden, en la calle o en los estadios, a quienes se atreven a protestar. Sucedió en estos días con los jóvenes golpeados por desplegar la pancarta que decía: "Luz, Agua y Seguridad: 3 strikes. ¡Estás ponchado, Presidente!". O con la joven que se atrevió a mostrar un aviso alusivo a RCTV. Si esto sucede con expresiones tan inofensivas de inconformidad, ¿cuál puede ser el futuro de la libertad de expresión en Venezuela?

¿Y hasta cuándo le durará la cuerda a Chávez? ¿Dónde está el punto de quiebre? Caracas es la ciudad más insegura de América y Venezuela el país más caro del mundo. Con corrupción rampante, inflación que puede llegar al 45 por ciento este año y racionamientos de luz y agua que han erosionado la imagen presidencial. Pero, al mismo tiempo, con una liquidez petrolera que todo lo tapa, una capa popular adicta al paternalismo estatal, una oposición aún desvertebrada y un caudillo carismático con plenos poderes.

Así las las cosas, el colapso del chavismo no se anuncia tan inminente como imaginan algunos. Consuela pensar que "no hay mal que dure cien años ni pueblo que lo resista". Pero el desenlace del drama venezolano no está a la vuelta de la esquina.

* * * *

Equivocada y peligrosa la propuesta del presidente Uribe de convertir a mil estudiantes subvencionados de Medellín en informantes de la Fuerza Pública. Después de lo sucedido con los 'falsos positivos' y su perverso esquema de incentivos, asusta pensar en los posibles efectos de semejante iniciativa.

Algo hay que hacer con el impresionante aumento de homicidios en la capital antioqueña (108 por ciento en el 2009), y es encomiable la preocupación constante del Presidente con la seguridad. Pero por ahí no es la cosa. Este remedio sólo agravaría la enfermedad.

domingo, 24 de enero de 2010

De "Avatar" a Chile: ficción y realidad

Enrique Santos Calderón

El Tiempo, Bogotá

Enero 24 de 2010

Hugo Chávez no solo dijo que Estados Unidos aprovechó el terremoto de Haití para invadir militarmente a ese país, sino que los medios oficialistas de Venezuela difundieron la versión de que el cataclismo había sido provocado por una prueba de la Marina estadounidense.

La delirante especie promovida por el chavismo podría inscribirse en el terreno de la nueva ciencia ficción que ha puesto en boga la película Avatar, la más controvertida y espectacular producción cinematográfica de los últimos tiempos. Aquí también, malvados intereses imperialistas conspiran contra el bien de la Humanidad.

La cinta fue exaltada por Evo Morales como una vibrante denuncia del capitalismo salvaje. Y aunque este fiel aliado de Chávez no es autoridad en la materia -ha ido tres veces a cine-, la verdad es que la obra del director James Cameron (Titanic, Aliens, Terminator) tiene un mensaje político-ecológico de sabor antiimperialista y antimilitarista, aplicable a situaciones que van desde la colonización de América hasta la política de E.U. en Irak o la lucha de las corporaciones por apoderarse de las riquezas del planeta. En este caso de Pandora, habitada por la tribu de los Na'vi, ligada íntimamente a la Naturaleza.

Más allá de su éxito taquillero o de su astronómico costo; de su revolucionaria tecnología, su impacto tridimensional o su asombrosa imaginación, son los mensajes ocultos y no tan ocultos de Avatar lo que más comentarios ha generado.

Para los conservadores gringos es una metáfora seudopolítica que sataniza el capitalismo y denigra de E.U. Para el Vaticano, una parábola facilista carente de emoción humana verdadera. Los ambientalistas la elogian y en China salió de cartelera (los desplazados por el auge constructor en ese país se podrían identificar con los Na'vi, según el NYT).

Dígase lo que se diga, películas como esta no se hacen todos los días. Pese a mis prevenciones frente a las modernas superproducciones hollywoodescas y sus abusos digitales, como cineasta irredimible fui a verla apenas pude. Es una experiencia que bien vale la pena.

* * * *

Pasando de la ciencia ficción a la política real, algo de verdad impresionante es la madurez cívica y democrática que demostró Chile en sus elecciones presidenciales del pasado domingo. No hay hoy en América -y quizá en el mundo- un país donde en unos apretados comicios cargados de simbolismo ideológico, el candidato de la coalición gobernante reconozca su derrota a dos horas de cerradas las urnas, con poco más de la mitad de los votos escrutados. Y donde la Presidenta socialista en ejercicio felicite casi al mismo tiempo a su contendor de derecha y le desee éxitos. Y este le pida consejos. Y acuerden reunirse al otro día en casa del triunfador. Sin resentimientos ni rencores; sin quejas ni reclamos. Asombroso, de verdad. Sobre todo si se tiene en cuenta el pasado de polarización y odios políticos de Chile: el sangriento derrocamiento de Allende en 1973; la larga dictadura militar de Augusto Pinochet, la difícil transición a la democracia en 1990.

La derecha regresa al poder después de 52 años con la figura del empresario Sebastián Piñera, amigo personal del presidente Uribe, y Chile inicia un cambio político de fondo, en medio de una ejemplar alternación democrática en el poder. Si esto se suma al triunfo del candidato anti-Obama en las senatoriales de Massachusetts, podría pensarse que la derecha avanza en el norte y el sur del Continente.

Pero más que viejas etiquetas ideológicas, la gente que vota busca hoy honestidad y eficiencia en los candidatos; que estén conectados con sus angustias cotidianas de empleo, vivienda o salud, más que si son de "izquierda" o "derecha".

En Chile, a la mayoría no le importó que Piñera fuera multimillonario, ni resultó decisiva la alta popularidad de la presidenta Bachelet, ni a esta se le ocurrió torcer las reglas del juego para reelegirse o favorecer al candidato del gobierno. Como dijera en estos días un colega mexicano: "¡Qué envidia, carajo!".

domingo, 22 de noviembre de 2009

Con estos amigos...

Enrique Santos Calderón

El Tiempo, Bogotá

Noviembre 22 de 2009

La voladura de los puentes fronterizos en el Táchira por el ejército venezolano habla por sí misma. ¿Es concebible un acto más agresivo, provocador y burdo?

Lo grave es que vendrán más, porque estos hechos forman parte de la escalada fronteriza en que está empeñado Chávez, en la medida en que su situación interna se deteriora. Colombia debe preverlo, mantenerse firme, pero tranquila y no caer en celadas. Ni esperar tampoco, tristemente, solidaridades efusivas de una comunidad internacional que prefiere permanecer alejada o neutral.

Es lamentable que hechos de tan ostensible agresividad solo susciten reacciones ambiguas o pasividades cómplices. Sobre todo en el propio Continente. No se sabe qué desconcierta más: si el silencio de Unasur o el equilibrismo de Estados Unidos.

Si frente a los desaforados insultos, amenazas guerreristas y actos provocadores del presidente Chávez resulta sorprendente el mutismo de un bloque al que Colombia pertenece y que se supone promueve la paz en Suramérica, la actitud de nuestro gran aliado del Norte es poco menos que indignante. Washington no solo busca pasar de agache, sino que ha pretendido colocar a ambos gobiernos en una especie de pie de igualdad en conducta.

A comienzos de semana, el portavoz del Departamento de Estado, Philip Crowley, llamó a Bogotá y a Caracas a "reducir el nivel de la retórica", como si estuvieran utilizando el mismo lenguaje. El siguiente día, el embajador gringo en Venezuela, Patrick Duddy, ratificó que desean "mejorar la relación" con el gobierno de Chávez.

Mientras que Colombia soporta con estoica discreción que el gobierno venezolano trapee literalmente con su presidente y sus ministros, voceros oficiales de Estados Unidos -socio en el acuerdo de las bases que tanto nos ha costado con los vecinos- tienen el descaro de ofrecerse como mediadores y de desligarse de la grave crisis binacional. "No creo sinceramente que tenga que ver con Estados Unidos", llegó a decir míster Crowley.

Los síntomas de esta especie de abandono gringo son diversos y crecientes. El miércoles, un grupo de congresistas demócratas cercanos a Obama le solicitaron recortar aún más la ayuda militar a Colombia (ya se ha reducido 40 por ciento en tres años). Y la semana pasada, el Departamento de Estado desaconsejó visitar a Colombia por peligrosa. No solo le han sacado el cuerpo al TLC, tan crucial para el comercio nacional, sino que ahora le asestan este golpe bajo al turismo.

Esto nos pasa por sapos, dirán unos. "Así paga el Diablo a quien bien le sirve", recuerdan otros. Y sin caer en antiimperialismos mamertos, la actitud de Washington ante la crisis, sumada a una mal disimulada frialdad de la Casa Blanca ante el presidente Uribe, sí evoca toda una tradición de dejar a sus aliados colgados de la brocha. De dejar plantados sin pudor ni vergüenza a quienes pusieron a pelear por ellos.

Los ejemplos históricos abundan. Chiang Kai-shek, en la China, cuando comenzó a perder la guerra con Mao Tse-tung. Los sucesivos gobernantes de Vietnam del Sur, hasta la derrota final. Lon Nol, el fiel aliado en Camboya. Los regímenes democráticos centroamericanos, que nunca recibieron la ayuda posconflicto prometida. El próximo desahuciado promete ser el mandatario de Afganistán, Hamid Karzai, colocado por E.U. para presidir una guerra inganable y ya descalificado por inepto y corrupto.

El autor Patrick Buchanan lo llama "la forma americana del abandono", según la cual su país, cuando está por arrojar a un aliado a los lobos, sigue un viejo ritual: "Descubrimos que el hombre que apoyábamos nunca fue moralmente apto para ser nuestro socio". Por algo Henry Kissinger dijo que "en este mundo es a veces peligroso ser enemigo de Estados Unidos, pero ser amigo es fatal".

Mientras descubrimos qué tan costosa nos saldrá ahora esta amistad, lo clave es entender que el régimen chavista representa el más complejo desafío de política exterior que ha enfrentado Colombia en los últimos tiempos.

La estrategia del canciller Bermúdez de no responder a las provocaciones y de desarrollar una diplomacia activa hacia la comunidad internacional es acertada. Pero no será suficiente. En especial si nuestros vecinos y supuestos aliados se lavan las manos. O equiparan los gritos energúmenos de Chávez con el diplomático silencio de Uribe.

Es que con estos amigos...

domingo, 8 de noviembre de 2009

¿Qué hacer con Hugo?

Enrique Santos Calderón

El Tiempo, Bogotá

Noviembre 8 de 2009

Ante las peligrosas tensiones al rojo vivo con un Chávez armado hasta los dientes, ¿habrá quien aún piense que el nuevo tratado de cooperación militar con Estados Unidos fue una abdicación de soberanía?

El Gobierno divulgó -finalmente- el texto completo del acuerdo sobre las bases militares, lo que debería disipar prevenciones que aquí y en el exterior existían sobre su contenido. Aunque sería ingenuo creer que esto apaciguará la paranoia belicista del caudillo bolivariano. La denuncia de las bases militares es parte esencial de su estrategia de aislamiento de Colombia en la región, y de victimización de su gobierno como blanco de una supuesta agresión colombo-yanqui.

Como si Estados Unidos necesitara acudir a estas bases para una acción militar contra Venezuela. El día que la decidiera -y no hay nada que sugiera que Obama contemple siquiera remotamente tal posibilidad- lo haría desde el Comando Sur, o la Cuarta Flota estacionada en el Caribe, y no desde unas bases pobremente equipadas en Malambo, Apiay o Palanquero. Quedó muy claro, además, que en ellas no habrá cesión alguna de territorio ni de mando colombiano, y que no podrán utilizarse nunca contra otros países.

Pero, frente al anticolombianismo cada día más beligerante del mandatario vecino, sí sirven como elemento disuasivo. Más político o sicológico que militar. Y nos evitan incurrir en una ruinosa carrera armamentista. Y para un país con problemas de seguridad tan dramáticos como el nuestro, un significativo aspecto adicional es que la fuerza armada colombiana dispondrá ahora de mayor flujo de crucial inteligencia tecnológica en tiempo real (remember 'Operación Jaque') para combatir a los grupos armados ilegales.

El tratado firmado la semana pasada fortalece una estratégica relación bilateral entre Colombia y Estados Unidos en materia de seguridad y defensa. Algo que enardece a Chávez y alimenta su ruidosa campaña contra el "enemigo externo". Típica maniobra de distracción de regímenes con problemas internos y popularidad declinante.

Pero su estrategia va más allá de las bravuconadas, y el gobierno colombiano debe estar atento, so pena de que lo cojan con los calzones abajo. Y no hablo del terreno militar, sino del diplomático y jurídico internacional, que se supone es nuestro fuerte. Chávez busca preconstituir a toda costa un caso contra Colombia para eventualmente formalizar ante un tribunal internacional que él y su gobierno son víctimas del conflicto colombiano.

Se basa en declaraciones de Rafael García (un potencial "testigo estrella" del DAS hoy bajo su manto protector), en el caso de los 'paras' capturados hace años en Venezuela, y en los últimos y graves incidentes fronterizos, todos los cuales han sido denunciados por su gobierno como producto del paramilitarismo colombiano.

Razón no le falta al canciller Bermúdez cuando le pide a Venezuela que esclarezca los asesinatos en la frontera sin tanto "prejuzgamiento político". Ni tampoco a Teodoro Petkoff cuando dice, sobre la matanza de nueve colombianos en el Táchira, que no se trata tanto de quiénes eran, sino de quiénes los mataron. Sobre esto, silencio en Miraflores.

No deja de ser irónico, en fin, que Chávez pretenda pasar a la ofensiva diplomático-jurídica, cuando se supone que Colombia es la que tiene un sólido prontuario sobre sus complicidades con las Farc y el Eln que iba a presentar ante la comunidad internacional. Pero se durmió, o prefirió no usarlo, y ahora el teniente coronel quiere curarse en salud volteando la torta.

Por eso está empeñado en elevar deliberadamente las tensiones fronterizas y en montar acusaciones y hechos que señalen a Colombia como el origen de todos sus males. La matanza de colombianos en el Táchira y otros actos recientes de violencia no serían ajenos a este plan. Con asesores de cabecera tan siniestros como el ex ministro Rodríguez Chacín (el de "adelante, compañeros de las Farc") y el general Carvajal Barrios (el que reclutó a Rafael García como testigo contra Uribe), todo es posible. Y como están las cosas, lo más peligroso es que el gobierno Chávez provoque un incidente fronterizo que se salga de madre.

Menos mal que, en la medida en que la situación con Venezuela empeora, las relaciones con Ecuador parecen mejorar. ¿Hasta que Hugo meta la mano?

lunes, 2 de noviembre de 2009

Si yo fuera mujer

Enrique Santos Calderón

El Tiempo, Bogotá

Noviembre 1 de 2009


Polémicas tan penosas como la que se ha armado sobre la tal "cátedra del aborto" obligan a pensar en qué país vivimos.

En uno, para comenzar, donde de cada cinco colombianas menores de 19 años una ha estado embarazada y donde el 52 por ciento de los nacimientos son resultado de embarazos no planeados ni deseados (y después nos preguntamos por qué hay tanta violencia...).

Un país donde el abuso sexual contra menores, la violencia familiar y el maltrato infantil crecen cada año y los abortos clandestinos (estimados en cerca de 300.000 al año) son la quinta causa de mortalidad materna.

El mismo país donde hay congresistas que quieren imponer los valores cristianos penalizando la publicación de desnudos y los canales nacionales compiten con telenovelas sobre capos de la droga y mujeres de la mafia; donde los grupos armados se nutren de muchachos víctimas del maltrato familiar y las iglesias arremeten contra la Corte Constitucional porque esta dice que los niños deben ser educados sobre temas de sexo y reproducción (incluidas las leyes sobre aborto...).

Un país, además, donde lo que se está entronizando en medio de tantas contradicciones es un regresivo fundamentalismo religioso. Visible en la creciente influencia política del clientelismo cristiano, las emotivas profesiones de fe del Jefe del Estado, o la tenaz campaña en curso contra la determinación de la Corte.

Hace más de tres años el máximo tribunal estableció que la interrupción del embarazo en casos excepcionales no era delito.

Pero su sentencia ha sido sistemáticamente ignorada por muchos de los encargados de aplicarla (hospitales, EPS, médicos, jueces...). Y ahora que quiso clarificar la norma, le arman tremendo debate con el argumento de que en los salones de clase se quiere promover el aborto y desconocer el "respeto a la vida". Como si este consistiera en obligar a la mujer a morir en el parto o a tener hijos producto de una violación o con malformaciones genéticas.

Hay en todo esto demasiada hipocresía religiosa, fanatismo solapado y machismo cultural. Como recordaba en su columna Florence Thomas, citando a la recién desaparecida Silvia Galvis: "Si fueran los hombres quienes se embarazaran, el aborto hace siglos no solo habría sido despenalizado, sino que además sería un sacramento". Y si yo fuera mujer me sublevaría con todas mis fuerzas contra esta doble moral. Y marcharía sin cesar en las calles por el derecho a disponer de mi cuerpo y mi reproducción sin interferencias estatales o religiosas.

Como lo hacen hace décadas las mujeres en todos los países donde sufren leyes regresivas. Como lo hicieron en días pasados centenares de bogotanas frente al Palacio de Justicia, para que el Estado no renuncie a su deber de informarle a la mujer sobre sus derechos en materia de aborto. Que es la nuez de este inverosímil debate: el simple cumplimento de la ley.

La polémica indica que aún estamos lejos de dar el brinco hacia una sociedad moderna, pluralista y tolerante. Aunque en el fondo tengo la impresión de que la alharaca es producto de minorías con gran capacidad de presión y pataleo. Y que el conjunto de los colombianos -incluyendo la mayoría de los católicos- ya superó el debate que en términos tan primitivos plantea el bloque antiabortista.

En Colombia se supone que existe libertad de cultos y la separación de Estado e Iglesia. Y que a diferencia de otros países, como Estados Unidos, el fanatismo religioso no dicta orientaciones políticas ni determina la elección de gobernantes.

Pero para allá vamos, si gana terreno la cruzada fundamentalista que no distingue entre preceptos religiosos, políticas públicas y asuntos de la vida íntima. Si aceptamos que los valores de una religión determinada puedan ser impuestos al conjunto de la sociedad. Y si el Estado o el Gobierno flaquean.

domingo, 25 de octubre de 2009

De columnistas y columnas

Enrique Santos Calderón

El Tiempo, Bogotá

Octubre 25 de 2009


Como ex director o columnista de este diario, como presidente de la SIP o como simple periodista, la salida de Claudia López es -aunque manido- tema obligado para el suscrito. Más aún cuando fui la persona que hace tres años la invitó a escribir en estas páginas.

Y no me equivoqué, porque se incorporó a una valiosa investigadora y analista frentera de la realidad nacional. Pero no puedo decir que me sorprendió lo sucedido. Ni que, como director, me hubiera cruzado de brazos ante un escrito como el que ocasionó la cancelación de su columna.

La forma es discutible, pero el fondo es claro. Tiene que ver con reglas del juego elementales de este oficio, que no requieren manuales de estilo ni códigos de ética para entenderlas. El caso de Claudia no es sobre libertad de expresión (siempre la ha tenido), sino sobre el consenso mínimo que tiene que haber entre el periódico y quienes en él escriben.

Una cosa es que un columnista tenga posiciones políticas contrarias al medio en el que escribe y las pueda expresar. Aquí esto se practica hace tiempos. Otra cosa es que descalifique ética y profesionalmente al medio donde escribe porque tiene posiciones políticas distintas de las suyas. Y que lo considere una fábrica de informaciones sesgadas para obtener beneficios políticos y económicos. Claudia tuvo la libertad de hacerlo. Como la tiene el diario para retirarle la invitación para escribir en sus páginas.

Sobre el tema de su columna, tal vez no sobre recordar que EL TIEMPO fue el primer medio en denunciar en el 2006 los 'falsos positivos' (incluso en acuñar el término), lo que produjo enérgicas alocuciones del presidente Uribe y del ministro de Defensa Santos desmintiendo a la Unidad Investigativa (que luego obtuvo el Premio Simón Bolívar por ese trabajo). También fue el primero en hablar del fracaso del plan de tierras del Gobierno y del caso Carimagua.

Nada de eso, ni las decenas de artículos sobre Agro Ingreso Seguro, tuvo en cuenta Claudia López en su drástico juicio sobre este periódico. No son comunes en el mundo de la prensa -no conozco al menos- casos de columnistas que descalifiquen de tal modo el medio donde escriben. A menos que estén halando deliberadamente la pita o provocando su renuncia. Fue lo que por lo visto entendió el director, Roberto Pombo, en su decisión de cancelar la columna.

Le pregunté por la forma tan perentoria y me respondió que no fue gratuita, porque se trataba de una declaración pública de principios, que buscaba no solo dirigirse a Claudia sino notificar a columnistas y lectores sobre las fronteras en este terreno. Y como muestra de que no hay censura a una línea de pensamiento, me dijo que aumentó la frecuencia (de quincenal a semanal) de la columna de León Valencia, socio intelectual de Claudia López.

Más allá de este caso puntual, la realidad es que los columnistas son de libre nombramiento y remoción. Suena feo, pero así es. Si el medio se equivoca al quitar alguno, lo paga con la pérdida de lectores. Y es evidente que a muchos les supo a cacho la salida de López.

Pero también es claro que las reacciones más sonadas ante el hecho tienen un tinte más político que de análisis de un caso de prensa. La crispación de los ánimos con el debate electoral en ciernes y la posible reelección de Uribe vuelven el caso un tema de campaña. Y jugoso motivo para darle palo a EL TIEMPO, que es un viejo pasatiempo nacional (a veces hasta lo entiendo ante papayazos como el de tener a socios y antiguos directivos metidos en la política y el Gobierno).

De los ríos de tinta que han corrido, me identifico con lo que han escrito columnistas como Héctor Abad y Yolanda Reyes. Y comparto lo dicho por Daniel Samper en el sentido de que los problemas de percepción que hoy enfrenta EL TIEMPO (más que por lo de Claudia, por los casos de Juan Manuel y Francisco Santos o la licitación del tercer canal), solo se superarán con la práctica de un periodismo serio, sólido e implacablemente independiente.

El duro y complejo periodo político-electoral que se avecina será la mejor ocasión para demostrarlo.

domingo, 18 de octubre de 2009

El Tío Sam en harapos

Enrique Santos Calderón

El Tiempo, Bogotá

Octubre 18 de 2009


Mendigos vestidos de Tío Sam piden limosna en las calles de Washington. La gente aplaude en Nueva York la película recién estrenada de Michael Moore (Capitalism: a love story), una feroz diatriba contra la banca de inversión. Niños en un comercial de televisión prestan juramento escolar, pero no a la bandera sino "a la deuda de América, al gobierno chino que nos presta la plata y a los intereses que pagamos, con mayores impuestos y menores salarios, hasta el día de nuestra muerte".

Son escenas tragicómicas que reflejan el extraño ánimo anticapitalista que recorre a Estados Unidos. Lo capté en las amargas carcajadas y esporádicos aplausos en un cine neoyorquino durante la película de Moore. Y en las polémicas diarias en los medios sobre el desempleo que no cede y la economía que no arranca; sobre cómo bancos y conglomerados buscan eludir toda regulación de sus actividades y sobre las multimillonarias bonificaciones que siguen recibiendo altos ejecutivos que contribuyeron a la quiebra de sus empresas.

El crash del 2008 abonó una palpable indignación pública con los excesos e inequidades de un sistema económico que despojó a millones de personas de casas, trabajos o ahorros, sin afectar a la cúpula inversionista que presidió la debacle. Malestar social agravado por el hecho de que la derecha política (en buena parte responsable de la crisis) pretende ahora canalizar este resentimiento ciudadano contra el gobierno de Barack Obama, porque quiere más control sobre las corporaciones financieras y más protección de los pequeños consumidores.

Este miércoles, la reforma financiera de Obama tendrá su primera prueba de fuego en el Congreso, donde el poderoso lobby bancario trabaja furiosamente para diluir cualquier regulación. Y es difícil creer que, después de la catástrofe económica que propiciaron y de las billonadas que han recibido, estos mismos grupos estén confabulados para impedir que el Estado que los sacó de la olla con la plata de los contribuyentes los pueda vigilar mejor.

"¿No tienen vergüenza los bancos?", se preguntaba esta semana un analista de The New York Times, para quien resulta no solo inconcebible sino inmoral que, con todo lo que le deben al país por los dineros públicos recibidos, los bancos puedan oponerse a normas de protección para sus clientes.

Otro tema que enardece a la opinión son las extravagantes compensaciones a los ejecutivos corporativos. No sin razón. En 1965, un presidente de compañía recibía en promedio 24 veces más ingreso que un empleado corriente. En el 2007 recibía 275 veces más. Duro de tragar, en tiempos de austeridad y recortes.

Los casos abundan, a cual más increíbles. El presidente de la Chesapeake Energy, por ejemplo, recibió 112,5 millones de dólares en bonificaciones en el 2008, mientras las acciones de la companía caían 40 por ciento. ¿Y qué tal los 170.000 millones que puso a finales del año pasado el gobierno para salvar de la bancarrota a la aseguradora AIG, que procedió a repartirles "compensaciones" por 175 millones a sus ejecutivos financieros? Recuerdo que el recién elegido Obama puso el grito en el cielo.

"Estos tipos están contribuyendo más a destrozar el capitalismo que el propio Marx", dice esta semana The New Yorker. "La verdadera guerra cultural hoy en Estados Unidos no es sobre el aborto o el matrimonio gay, sino sobre el capitalismo", opina The Economist.

Más de 40.000 maestros fueron despedidos en el último año en Estados Unidos. La tasa de empleo entre hombres de 17 y 29 años es la más baja en 60 años. La gente de la calle no siente que la economía se esté recuperando. En este clima de rabia y pesimismo, la película del irreverente Michael Moore dio en el clavo.

Calificado como "un coctel molotov lanzado al corazón de Wall Street", el documental de este populista de cachucha de béisbol no deja títere con cabeza. Basta conocer sus anteriores denuncias fílmicas (Columbine, Farenheit 9/11, Sicko) para imaginar cómo la enfila contra los malos del paseo: los banqueros y los congresistas a su servicio.

Tras esta cinta, descaradamente demagógica, no sorprendería que hoy haya más de un gringo dispuesto a repetir con el dramaturgo marxista Bertold Brecht que "peor delito que robar un banco es fundar un banco". Quién lo creyera.

domingo, 4 de octubre de 2009

Los signos de la bestia

Enrique Santos Calderón

El Tiempo, Bogotá

Octubre 4 de 2009

Un ganador neto de los lánguidos comicios del domingo fue el presidente Uribe.

Cuentan que estaba feliz. Y se explica: luego de concentrar sus campañas en criticar al uribismo y la reelección, los precandidatos de los dos partidos de oposición no llegaron entre todos al millón y medio de votos (se imprimieron 23 millones de tarjetones).

Otro ganador fue, por supuesto, Gustavo Petro, cuyo triunfo en la consulta del Polo es una buena noticia para la izquierda democrática. Hacia el futuro, porque, por lo pronto, Petro se ganó la rifa del tigre. La mitad del Polo -sobre todo su sector más ortodoxo y mamerto- no lo quiere ver. Tampoco, a su derecha, Germán Vargas, otro ganador indirecto del domingo, ni muchos liberales que aún desconfían de su pasado guerrillero.

Nada de lo cual le resta mérito al triunfo de quien adelantó una audaz campaña por abrirle nuevos caminos a su partido y sacarlo de sectarismos e inclinaciones malsanas. Pero, además de esto, creo que factor importante del triunfo de Petro fue la forma oportuna y enfática como rechazó los insultos de Hugo Chávez contra Álvaro Uribe.

En esto interpretó un sentir nacional y se desmarcó de otros voceros de la oposición, que pasaron agachados, o quisieron utilizar políticamente las tensiones con Venezuela. Y quien no siente la indignación que despiertan las ofensas del caudillo bolivariano contra Colombia y su Presidente es porque sufre de una grave desconexión política con la opinión.

Yo me encontraba casualmente en una reunión de periodistas en Argentina cuando, en las sesiones de Naciones Unidas en Nueva York, Chávez volvió a arremeter. Y era difícil creer, más allá de su cantinflesco discurso, que un mandatario que se está armando hasta los dientes y le acaba de comprar más aviones, tanques y submarinos a Rusia, tuviera el descaro de hablar del "guerrerismo" de Colombia y el "armamentismo" de Uribe, a quien calificó de "mentiroso compulsivo".

Tampoco podían creerlo varios periodistas argentinos que recordaban insultos pasados ("indigno", "cobarde", "mafioso"...) y me preguntaban asombrados cómo tomaban los colombianos tantas y tan repetidas ofensas, provocaciones y amenazas de un gobernante vecino. Y es que muchos se preguntan: ¿hasta dónde llegará la agresividad de Hugo Chávez? ¿Hasta dónde su delirio de grandeza continental?

'Los signos de la bestia' se titulaba un interesante artículo histórico que por esos días leí en Buenos Aires, que recordaba que hacía 70 años, en septiembre de 1939, había comenzado la Segunda Guerra Mundial con la invasión nazi de Polonia. Su autor, el politólogo Claudio Fantini, reconstruye todos los claros y beligerantes signos que había enviado Hitler sobre sus intenciones expansionistas, frente a las cuales las democracias europeas no supieron reaccionar a tiempo.

Salvando las enormes diferencias con el caso nazi, Fantini habla también de lo que hoy ocurre en América Latina, donde Hugo Chávez "vocifera tesis que promueven el expansionismo político y justifican la injerencia en asuntos internos de países vecinos, sin que reaccione ningún gobierno". Advierte que sus exhortaciones a los colombianos a levantarse contra "la oligarquía burguesa" que "impide la Gran Colombia bolivariana" son señales que deberían generar mayor preocupación.

Es cierto, y habrá que ver hasta dónde se llega. Por lo pronto, volviendo a Uribe, cada ataque de Chávez afianza internamente al Presidente de Colombia. Cada rugido de la bestia vecina le genera más solidaridad de sus compatriotas.

La persistente contribución chavista a su popularidad, la debilidad mostrada por la oposición el domingo, la evidencia de que sectores empresariales han abandonado sus reticencias a un tercer mandato y la última encuesta de Napoleón Franco han contribuido todos a que Uribe esté hoy más convencido que nunca de que los demás no tienen la "elegibilidad", ni la convocatoria suficientes para gobernar a Colombia.

Por algo será. Y, como están las cosas, lo único que le faltaría es encontrar rápido las actas perdidas de la Cámara y nombrar a Hugo Chávez como su jefe de debate.

miércoles, 15 de abril de 2009

Lecturas santas

Por Enrrique Santos Calderòn

El tiempo, Medellín

Abril 12 de 2009

Como lectura de Semana Santa, me llevé dos libros recién salidos del horno sobre nuestro interminable conflicto armado: Lejos del infierno, de los tres contratistas estadounidenses (Gonsalves, Stansell y Howes), sobre sus cinco años en poder de las Farc, y Mis adversarios guerrilleros, del general Álvaro Valencia Tovar, un fascinante recuento de sus 20 años en la lucha contraguerrillera.

El libro de los gringos se deja leer por lo actual y "jugoso". Y por la interesante descripción a tres manos que hace de la vida dentro de las Farc y del comportamiento de guerrilleros rasos, medios y altos. Las angustias y padecimientos del inhumano cautiverio selvático son contados con más fuerza y lujo de detalles que anteriores relatos sobre el mismo tema.

Más allá de los chismes sobre Íngrid y otros secuestrados, ingrediente al parecer inevitable de esta avalancha de libros de liberados, fugados y rescatados de las Farc, Lejos del infierno es un testimonio importante sobre la infamia del secuestro y la mentalidad y conducta de quienes lo practican con tanta saña.

Pero el que literalmente me devoré fue el del general Valencia Tovar, que debería ser lectura obligada (sobre todo para políticos, académicos y militares) en este país que no logra superar su historia de violencia porque no la estudia ni asimila. Mis adversarios guerrilleros es un recuento minucioso y bien escrito de sus experiencias de orden público, desde que lidió a finales de los 50 con el mal llamado "bandolerismo liberal" hasta que salió de la Comandancia del Ejército a mediados de los 70 por las intrigas de un generalato mediocre y miope, que no aceptaba sus métodos para enfrentar la insurgencia armada de esos años.

El libro arranca en 1959 con el 'Capitán Venganza' y los primeros alzamientos armados que sucedieron al Frente Nacional, el pacto entre liberales y conservadores que puso fin al sectarismo bipartidista que desangró a Colombia durante dos décadas, pero que abrió las puertas a la nueva violencia política de inspiración marxista. Valencia Tovar traza los perfiles de seis figuras que personificaron esta etapa del conflicto colombiano y que él enfrentó directamente.

El 'Capitán Venganza' (Medardo Trejos), que defendió a finales de los 50 a los campesinos liberales de Quinchía de la barbarie de los gamonales godos; Tulio Bayer, el excéntrico médico idealista que inspiró un efímero e insólito alzamiento revolucionario en el Vichada a comienzo de los 60; Jaime Arenas Reyes, el arrollador líder estudiantil santandereano que fue "ajusticiado" por el Eln tras desertar de sus filas y denunciar el infierno en que se había convertido este movimiento bajo el liderazgo de Fabio Vásquez Castaño; Camilo Torres, el cura guerrillero caído en las filas del Eln, y los dirigentes de las Farc, Ciro Castaño, muerto en combate en 1966, y Jacobo Arenas, muerto de viejo muchos años después, conforman la galería de personajes con los cuales conversó y guerreó a lo largo de los años este oficial singular.

Prolífico autor de varios libros y veterano columnista de este diario, el general Álvaro Valencia fue en la teoría y en la práctica un exponente de la contrainsurgencia, entendida como una estrategia militar basada en la inteligencia, la acción sicológica y la disposición para ganarse a la población civil. Su libro describe en detalle, con mapas, croquis y no poca terminología castrense, cómo la aplicó contra sus adversarios guerrilleros. No deja dudas sobre sus capacidades y logros en este campo. Pero tampoco sobre las resistencias y resquemores que despertaba dentro de los altos mandos una línea que consideraban demasiado dialoguista y humanista.

Sus críticas al burocratismo e inmovilismo militar que permitieron que resurgiera el Eln, o que las Farc se expandieran progresivamente son puntuales. Y obligan a pensar cuánto conflicto y desangre se hubiera evitado Colombia de haber contado con más oficiales como este, tan prematuramente separado del Ejército.

El libro de Valencia Tovar constituye, en fin, una apasionante y tenaz radiografía de lo que ha sido -y sigue siendo- este país y de su facilidad para echar plomo. Bien vale la pena leerlo.