Óscar Montes
El Heraldo, Barranquilla
Enero 9 de 2010
Las Farc siguen empecinadas en alimentar el desprecio que la inmensa mayoría de los colombianos siente por ellas. No de otra manera pueden interpretarse sus últimas acciones en las que se destacan no solo su indolencia, sino su cinismo y su absoluta falta de sentido político.
La manera infame como pretendieron justificar el secuestro y posterior asesinato del gobernador del Caquetá, Luis Francisco Cuéllar, mediante un comunicado en el que lo señalan de patrocinar grupos paramilitares, demuestra la cobardía y la sevicia con que actúan. Ante la contundencia del repudio nacional e internacional que produjo la acción criminal, no tuvieron otra salida que decir que sólo pretendían hacerle un juicio político por sus presuntos vínculos con grupos paramilitares.
¿Juicio político? ¿Quiénes se creen las Farc para hacer juicios políticos a funcionarios elegidos por votación popular? Si de rendir cuentas se trata, las únicas que deben rendir cuentas a todos los colombianos por sus actos criminales son ellas. El gobernador Cuéllar no solo gozaba del aprecio y el respeto de sus paisanos, como quedó demostrado con las manifestaciones de solidaridad que su familia recibió luego del crimen, sino que había solicitado a la propia Fiscalía que investigara su actuación con el fin de despejar cualquier duda sobre su gestión. Y, además, había sido secuestrado en cuatro ocasiones por las propias Farc.
El cinismo de las Farc las lleva a afirmar en su comunicado que el “indeseado y trágico desenlace” del secuestro fue producto de la persecución de la Fuerza Pública. Es decir, no sólo justifican el crimen enlodando la honra del Gobernador, sino que responsabilizan al Ejército del fatal desenlace. ¿Y qué querían? Que las tropas se quedaran cruzadas de brazos ante la humillación que acababan de sufrir al no prestar la debida protección a un funcionario que estaba en la mira del grupo guerrillero. Que quede claro: el Gobernador no murió por la reacción del Ejército, sino por la demencia de las Farc.
Pero como si el asesinato del gobernador Cuéllar no fuera suficiente, acaba de hacerse público en Buenos Aires, Argentina, un documental en el que guerrilleros de ese grupo pretenden hacerse pasar por humildes campesinos, que sobreviven gracias al cultivo de maíz y café. “Las Farc: insurgencia del siglo XXI”, que así se llama el video, es, pues, otra burla de las Farc a la comunidad internacional. Sorprende la solidaridad que la ‘actuación’ de los guerrilleros despertó entre los asistentes al estreno del documental. La estolidez de muchos de ellos se confunde con su ingenuidad.
Que quede claro una vez más. Las Farc no son cultivadoras de maíz y café: son cultivadoras de coca. Y de la producción y tráfico de cocaína derivan el 90 por ciento de sus ingresos. Ahí radica su principal fuente de financiación. La comunidad internacional no puede picar otra vez el anzuelo de la supuesta conducta altruista de las Farc.
Son esas actuaciones de las Farc –su indolencia, su cinismo y su doble moral– las que se han encargado de alejarlas del sentir nacional. Ni siquiera quienes hemos propuesto salidas negociadas al conflicto armado tenemos hoy argumentos para promover acercamientos gubernamentales o de la sociedad civil con esa organización. Por las personas hablan sus actos. Y está visto que, hoy por hoy, las Farc sólo entienden el lenguaje del bombardeo y el fusil.
De manera que a los colombianos no nos resulta difícil saber cuáles son las Farc del siglo XXI. A fuerza de padecerlas todos los días, sabemos perfectamente que las Farc del siglo XXI son las mismas del siglo XX. Las mismas que asesinan cobardemente al gobernador del Caquetá y después pretenden mostrarse como humildes campesinos, cultivadores de maíz y café. Ese curso ya lo hicimos. Y por eso mismo, señores de la comunidad internacional, pueden estar seguros que a nosotros las Farc no nos van a capar dos veces.