Carlos Gervasoni*
El Tiempo, Bogotá
Febrero 9 de 2010
BUENOS AIRES. Cuando Sebastián Piñera, el magnate moderadamente conservador que acaba de ser elegido Presidente, asuma el cargo el 11 de marzo, Chile experimentará lo que algunos politólogos consideran un punto de inflexión en toda transición a la democracia exitosa: la alternancia de los partidos políticos en el poder.
Después de que la dictadura del general Augusto Pinochet diera paso a la democracia en 1990, la coalición de centro izquierda, conocida como Concertación, ganó cuatro elecciones presidenciales libres y justas en forma consecutiva. Tras veinte años en el poder, ahora va a ceder el poder a la Coalición por el Cambio de Piñera, compuesta por su Renovación Nacional, de centro derecha, y la más conservadora Unión Demócrata Independiente.
El largo gobierno de la Concertación reflejó su éxito. En casi todos los ámbitos, desde la estabilidad política hasta el desarrollo económico pasando por la reducción de la pobreza, Chile ha tenido un muy buen desempeño durante los dos últimos decenios, ciertamente mucho mejor que el de sus vecinos latinoamericanos. La oposición derechista tuvo que resolver el rompecabezas consistente en derrotar a una coalición que había mantenido las políticas más exitosas de Pinochet (principalmente el modelo económico de libre mercado y orientación exportadora) sin estar contaminada (como muchos de los dirigentes de la Coalición) por vínculos con su sangriento régimen, Piñera se benefició de su propia posición crítica hacia el gobierno militar y de una campaña electoral que subrayó los aspectos liberales -mucho más que los conservadores- de su coalición. En lugar de reivindicar al ya fallecido Pinochet y apelar a los valores católicos tradicionales, Piñera ofreció una visión centrista del cambio, incluyendo más derechos para los homosexuales y un énfasis en asuntos sociales (en un país que, incluso después de veinticinco años de intenso crecimiento, sigue siendo muy desigual).
La victoria de Piñera fue facilitada por la esclerosis de la Concertación, que presentaba como candidato al demócrata cristiano Eduardo Frei, el menos popular de sus cuatro presidentes. (La actual y muy popular presidenta socialista, Michelle Bachelet, no podía presentarse legalmente a la reelección). Peor aún: después de que el Partido Socialista denegara la posibilidad de competir en elecciones primarias contra Frei a un joven diputado, Marco Enríquez-Ominami, este lanzó con mucho éxito una candidatura independiente, que dividió los votos de la Concertación en la primera vuelta. Con más democracia interna y alguna renovación dirigencial, la alianza gobernante pudo haber logrado un quinto mandato.
¿Hasta qué punto representa Piñera un cambio para Chile? En primer lugar, veamos los números: el Presidente electo venció en la segunda vuelta con sólo una ligera mayoría popular (51,6 por ciento) y en el Senado tendrá menos escaños que la Concertación. El equilibrio de poder que ha caracterizado a la política chilena durante los últimos veinte años continuará durante el mandato cuatrienal de Piñera: sólo será posible un cambio gradual y negociado.
Por otra parte, a un nivel de fondo no hay realmente mucha diferencia entre las dos alianzas (y menos aún entre el centro Piñera y Frei). Sí, grupos tradicionales de la derecha, como el sector empresarial, los militares, y la Iglesia, se encuentra un gobierno más acorde con ellos, pero un giro extremo hacia la derecha es poco probable.
El cambio más polémico que Piñera puede buscar es la privatización parcial de Codelco, enorme y muy rentable empresa de cobre de propiedad del Estado. Pero, incluso si esta medida políticamente arriesgada triunfa, sólo profundizaría del modelo económico iniciado por Pinochet y seguido por la Concertación.
En política exterior, Chile se espera que adopte una postura más dura hacia la dictadura cubana y el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, manteniendo la política de integración con Argentina y Brasil, y de la negociación con Bolivia (a través de una vieja disputa territorial).
La acción real puede en realidad tener lugar dentro de las dos coaliciones políticas. Anteriores signos de agotamiento en la Concertación se han agravado después de la derrota electoral. Varios líderes de los partidos claves han renunciado. El más pequeño de los partidos de la Alianza (los Radicales) rápidamente negociaron un acuerdo con la derecha en el Congreso (aunque fue cancelado después del escándalo político que siguió). Y Enríquez-Ominami podrá continuar la construcción de su nueva fuerza a expensas de la Concertación. Otras tensiones pueden estallar sin los incentivos unificadores del poder.
Como las divisiones heredadas de la época militar se desvanecen y el océano ideológico que separaba a la izquierda y la derecha se convierte en un río navegable, existe la posibilidad de reorganización de la coalición. Piñera necesita más votos en el Congreso, y la experiencia de otras democracias presidenciales multipartidistas, como Argentina y Brasil, muestra que no es difícil para los líderes tradicionales atraer a socios de la coalición a cambio de puestos en el gobierno.
Las tensiones en la nueva coalición de gobierno son también probables. Piñera ha dicho que se hará hincapié en la competencia técnica en los nombramientos en el gabinete, con un sesgo hacia los jóvenes. Esto puede ser un mal presagio para los políticos tradicionales de la derecha que han estado esperando dos décadas por una oportunidad en el cargo.
Un factor, sin embargo, puede mantener la cohesión: Bachelet puede y debería volver a postular a la presidencia en 2013-2014. Su popularidad, además de la cifra que puede tenerse sobre la Coalición, podría a su vez convertir la estrecha derrota de la Concertación en una victoria futura. Esta perspectiva da incentivos para ambas alianzas para permanecer juntos.
*Profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Torcuato Di Tella en Buenos Aires (Argentina)