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lunes, 18 de enero de 2010

Justicia de micrófono

Natalia Springer

El Tiempo, Bogotá

Enero 18 de 2010

La justicia atraviesa por una crisis persistente, crónica y que no da muestras de ceder. Están los problemas estructurales, abundantemente documentados: la justicia en Colombia es costosa, lenta, inaccesible, no pocas veces corrupta y carece de los recursos humanos, financieros y tecnológicos que los grandes retos del país requieren. Se suman el sostenido intento del Ejecutivo por cooptarla y una preocupante pérdida de credibilidad causada por las salidas en falso que sientan dudas sobre la capacidad de las instituciones de avanzar de manera realista, sostenida y coherente en el dispendioso proceso de esclarecer la verdad.

Un buen ejemplo de ello es declarar como crímenes de lesa humanidad los asesinatos de líderes políticos, con el único objetivo de evitar la prescripción de términos, una salida que no se interpreta como una acción audaz, sino como una jugada desesperada.

Álvaro Gómez, Luis Carlos Galán y Carlos Pizarro eran grandes líderes con aspiraciones a la Presidencia de la República desde orillas opuestas. ¿Cuál es el estándar que utiliza la Fiscalía para denominar estos crímenes como de lesa humanidad? ¿Se consideraran como crímenes de lesa humanidad todos los asesinatos de políticos en campaña? ¿O sólo a aquellos aspirantes a la Presidencia de la República? En tal caso, ¿por qué no se reabre el caso de Gaitán y, de paso, se inicia un juicio de responsabilidades por el asesinato masivo y sistemático de civiles motivado en su filiación liberal o conservadora?

Como parte de una política criminal de largo plazo, parecería más consistente que una calificación tan extraordinaria como la que merecen los crímenes de lesa humanidad entendiera el ejercicio de la función pública en Colombia como uno de alto riesgo. Cientos de servidores públicos, con una ambición mas regional y local que nacional, como los aspirantes a juntas de acción comunal, consejos, alcaldías, asambleas departamentales y gobernaciones han sido víctimas o viven bajo la amenaza de los grupos armados ilegales, además de bandas y mafias, que ven en su gestión un obstáculo para la consolidación de su poder.

Al mismo tiempo que se produce esta feria de declaraciones de último minuto, que no parecen atender a una visión de largo aliento, se ha abandonado la intención por ocuparse de otros crímenes de gran talla, que son claramente calificables como crímenes de lesa humanidad, como la desaparición forzada de personas, la violación, esclavitud sexual, prostitución forzada, embarazo forzado, esterilización forzada u otros abusos sexuales de gravedad comparable, el secuestro y, recientemente, el caso de las ejecuciones extrajudiciales conocidas como "falsos positivos", cuya prescripción de términos ha permitido la liberación de docenas de presuntos responsables.

El gran reto de la justicia está en saber identificar los grandes crímenes en el momento de su ocurrencia y jugarse allí su credibilidad, no sólo para establecer el curso y la estrategia de investigación y juzgamiento sino igualmente para identificar, monitorear y alertar con atención a las comunidades más vulnerables.

El capital político que, en denominación de confianza y credibilidad, se juega la justicia en general y la Fiscalía General de la Nación en particular sólo se repone a través de acciones concretas y victorias reales que se cuentan en fallos, condenas y en el esclarecimiento real de hechos, no a través de declaraciones mayestáticas e intentos desesperados por mantener abiertas, sin resultados, las investigaciones.

martes, 18 de agosto de 2009

Preguntas cumbres

Por Natalia Springer
El Tiempo, Bogotá
Agosto 17 de 2009

Se las conoce como "Milicias Bolivarinas de Venezuela" y fueron concebidas como un cuerpo de ciudadanos combatientes bajo el comando dicrecto del Presidente de la República, preparado para librar una "guerra de guerrillas". Sin embargo, para todos los efectos, tanto legales como operativos, las 'Milicias Bolivarianas' son una megaestructura paramilitar, y en tal medida, una amenaza continental de enormes proporciones, sobre la que nadie dice nada.

Para que no quepa duda, y como bien se lee en las argumentaciones que soportan la reforma constitucional que dio vía libre a su creación, "las bases milicianas tienen la misión de realizar trabajos de inteligencia antes de las incursiones del ejército a ciudades o puestos policiales. Sus acciones serán efectuadas previa coordinación con el destacamento militar de su zona. El Estado Mayor tiene la tarea de asistir al Comandante General en todas las decisiones y acciones que el ejército realice".

Su sola existencia rinde inútil la especulación alrededor de la capacidad de respuesta de los componentes tradicionales de las Fuerzas Armadas de Venezuela en la eventualidad de un conflicto armado internacional. El ejército, la armada, la fuerza aérea y la guardia nacional suman 140.000 hombres y mujeres en armas aproximadamente.

Mientras tanto, las Milicias Bolivarianas de Venezuela, hoy convertidas mediante reforma constitucional en el quinto componente de las Fuerzas Armadas de Venezuela, avanzan hacia la formación de 200.000 patrullas, que agruparían a 7 millones de personas, bajo una sombrilla ideológica, el 'socialismo revolucionario', y un propósito común, la defensa de este modelo frente a 'fuerzas imperialistas'.

Así, con la 'invasión del imperio' como argumento unificador, Chávez ha emprendido una carrera para armar al país valiéndose de la asistencia de la China, Cuba y Rusia.

Las consecuencias de estos desarrollos no pueden subestimarse. Chávez emprendió un proceso activo de politización de las Fuerzas Armadas, que se profundizo después del golpe del 2002 y que obliga a los militares a afiliarse al credo ideológico chavista; descuidó el marco legal que regula el sector defensa y estructuró el sistema de defensa alrededor de 'regiones estratégicas', que coinciden con las zonas geográficas dominadas por la oposición política venezolana.

Si bien es indispensable que, en el marco de un debate limpio, los líderes latinoamericanos cuestionen el mandato que cumplirán las fuerzas norteamericanas desplegadas en, al menos, 7 bases colombianas y exijan las explicaciones del caso, lo que no es razonable es que no le hayamos preguntado a Chávez por la carrera armamentista con la que se ha empoderado para meterse en cada disputa local y se ha autorizado para permitirles a los iraníes el traslado a nuestro suelo de las secuelas de la confrontación en su región.

Entre las cuestiones que el gobierno colombiano debió presentar en el marco de Unasur y que habrían servido para despersonalizar los problemas y trasladar la discusión al terreno de la política regional, están los propósitos armamentistas de Venezuela y su impacto en la integración regional.

De la misma manera, y si bien el presidente Rafael Correa, del Ecuador, tiene la obligación de defender la soberanía de su país, vale la pena preguntarles a él y al pueblo ecuatoriano si Chávez es vocero o representante suyo o si ha sido avalado para proferir amenazas en su nombre.