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jueves, 14 de enero de 2010

Bravo por la obstrucción climática de China

Bjorn Lomborg*

El Tiempo, Bogotá

Enero 14 de 2010

Desde que la cumbre del clima fracasó en Copenhague, muchos políticos y expertos han señalado con el dedo a los dirigentes de China por bloquear un tratado mundial vinculante sobre la mitigación del carbono, pero la resistencia del gobierno de China era a un tiempo comprensible e inevitable. En lugar de dar muestras de indignación, los encargados de la adopción de decisiones harían bien en aprovecharlo como una advertencia: ha llegado el momento de pensar en una política climática más inteligente.

China no está dispuesta a hacer nada que pueda detener el crecimiento económico que ha permitido a millones de chinos salir de la pobreza. Se ve ese desarrollo en el mercado interior siempre en expansión de China.

En los seis próximos meses, una cuarta parte de los consumidores jóvenes chinos se propone comprar un coche nuevo -la causa principal de contaminación del aire urbano-, nada menos que un asombroso 65 por ciento más que el año pasado. Una encuesta de China Youth Daily reveló que ocho de cada diez jóvenes chinos están enterados del cambio climático, pero solo están dispuestos a apoyar políticas medioambientales si pueden seguir mejorando su nivel de vida... incluida la adquisición de nuevos coches.

El costo de unas reducciones drásticas del carbono a corto plazo es demasiado elevado. Los resultados de todos los modelos económicos más importantes revelan que la tan comentada meta del mantenimiento de los aumentos de la temperatura por debajo de dos grados centígrados requeriría un impuesto mundial de 71 euros por tonelada para empezar (o unos 0,12 euros por litro de gasolina), que habría aumentado a 2.800 euros por tonelada (o 6,62 euros por litro de gasolina) al final del siglo. En total, el costo real para la economía ascendería a la tremenda cifra de 28 billones de euros al año. Según la mayoría de los cálculos principales, resulta 50 veces más caro que el daño climático que habría de prevenir.

Intentar reducir las emisiones de carbono drásticamente y a corto plazo sería particularmente perjudicial, porque no sería posible que la industria y los consumidores sustituyeran los combustibles fósiles que queman carbono por una energía verde y barata. Sencillamente, las energías renovables distan mucho de poder sustituirlos.

Tengamos en cuenta que el 97 por ciento de la energía de China procede de los combustibles fósiles y de quemar desechos y biomasa. Las fuentes renovables, como la eólica y la solar, atienden tan solo el 0,2 por ciento de las necesidades energéticas de China, según las cifras más recientes de la Asociación Internacional de la Energía (AIE). La AIE calcula que, a su ritmo actual, China obtendrá tan solo el 1,2 por ciento de su energía de fuentes renovables hacia 2030.

Como si estas razones no fueran suficientes para explicar la oposición del gobierno chino ante un costoso tratado global de carbono, modelos de impacto económico demuestran que, al menos por el resto de este siglo, China se beneficiará del calentamiento global. Temperaturas más altas favorecerán la producción agrícola y mejorará la salud de los habitantes.

En resumen, China protege con ahínco el crecimiento económico, pues está transformando la vida de sus ciudadanos, en lugar de gastar una fortuna en un problema que tal vez lo afecte en el siglo XXII. Es inútil tratar de obligarlo a cambiar de postura. La verdad inconveniente es que la respuesta al calentamiento global que los líderes del mundo han buscado por casi 20 años no va a llegar.

Es hora de reconocer que es poco práctico hacer que países en desarrollo incrementen los costos de combustibles fósiles. En cambio, debemos hacer un mayor esfuerzo por producir energía verde más barata y con mayor cobertura.

En lugar de buscar romper la "resistencia sistemática" de los países en desarrollo con maniobras políticas, los líderes de los países en desarrollo deben cambiar de prioridades y enfocarse en una estrategia distinta, que sea más realista y efectiva.

* Director del Centro de Consenso de Copenhague. Project Syndicate, 2010

jueves, 10 de diciembre de 2009

La falacia sobre el cambio climático

Bjørn Lomborg*

El Tiempo, Bogotá

Diciembre 10 de 2009

Existe la peligrosa idea errónea de que la fuerza de voluntad y el acuerdo político son los únicos ingredientes necesarios de que se carece para luchar contra el calentamiento planetario. En realidad, existe también un colosal obstáculo tecnológico. Poner fin a nuestra dependencia de los combustibles fósiles requiere una transformación completa de los sistemas energéticos del mundo.

Ninguna de las formas de energía sustitutivas es lo bastante eficiente para competir en escala con los combustibles fósiles. Aparte de la energía nuclear, que sigue siendo mucho más cara que los combustibles fósiles, todas las posibilidades conocidas requieren importantes investigaciones e innovaciones.

Piénsese en el aterrador y absurdo hecho de que las investigaciones de las que se depende para hacer avanzar la causa de las reducciones de carbono utilizan modelos económicos que se limitan a suponer que se producirán adelantos tecnológicos espontáneamente. A nuestro complaciente ritmo actual, con tan solo 2.000 millones de dólares de fondos públicos gastados anualmente a escala mundial en investigación e innovación sobre fuentes energéticas verdes, los necesarios adelantos tecnológicos no se producirán a tiempo.

En ese caso, los gobiernos intentarán reducir las emisiones de carbono mediante impuestos y planes de comercio de emisiones sin sustituciones eficaces. En ese caso, no influiremos prácticamente nada en el cambio climático del futuro, mientras que, a corto plazo, se habrá causado un importante daño al crecimiento económico, con lo que habrá más personas que vivan en la pobreza y el planeta se encontrará en una situación mucho más sombría de lo que podría haber estado.

Téngase presente que la demanda energética mundial se duplicará de aquí al 2050. La utilización de los combustibles fósiles -aunque muy difamada por algunos- sigue siendo absolutamente decisiva para el desarrollo económico, la prosperidad y nuestra propia supervivencia. Grupos de intereses empresariales y medios de comunicación crédulos han dado mucho bombo a las fuentes de energía sustitutivas para que parezcan mucho más preparadas con vistas a su utilización generalizada de lo que de verdad lo están.

Una afirmación con frecuencia repetida es la de que Dinamarca, donde los políticos se reunirán en diciembre para negociar un sucesor del Protocolo de Kioto, recibe una quinta parte de su electricidad del viento, lo que constituye la proporción mayor con mucho del mundo. Se presenta a Dinamarca como un modelo para que lo siga el resto del mundo, como una prueba de que la creación de puestos de trabajo verdes ha resultado fácil y se ha demostrado que la energía eólica es un sustituto barato.

Pero la realidad, revelada por un reciente estudio del Centro Danés de Estudios Políticos, es la de que el viento satisface menos del 10 por ciento de la demanda de electricidad de Dinamarca, porque se produce gran parte de la electricidad cuando no hay demanda y se vende a muy bajo costo a otros países, lo que significa, además, muchas menos reducciones de CO2 en dicho país, donde el costo de la reducción de una tonelada de CO2 representa más de seis veces el costo medio actual en la Unión Europea.

Los daneses pagan las tasas más altas por electricidad de todas las naciones industrializadas, unos 0,38 dólares por kilovatio-hora, por término medio, en comparación con 0,08 dólares en los Estados Unidos. La industria eólica danesa es casi completamente dependiente de las subvenciones con cargo a los contribuyentes para apoyar una mano de obra modesta. Cada nuevo puesto de trabajo del sector de la energía eólica cuesta a los contribuyentes daneses al menos 119.000 dólares (81.000 euros) al año. Las subvenciones estatales han sustituido un empleo por otro menos productivo en la industria eólica, lo que significa que el PIB danés es 270 millones de dólares, aproximadamente, inferior de lo que sería si la mano de obra del sector eólico estuviera empleada en otros sectores.

El informe concluye, con toda claridad, así: "Si la industria eólica danesa tuviera que competir en el mercado, no existiría".

La energía eólica y la energía solar, juntas, satisfacen una diminuta fracción -menos del 0,6 por ciento- del total de necesidades energéticas del mundo. No se debe simplemente a que sean mucho más caras, sino también a que hay enormes obstáculos tecnológicos que superar para volverlas eficientes. En primer lugar, hay que instalar líneas de corriente directa para transmitir las energías solar y eólica desde las zonas que cuentan con el máximo de horas de sol y de velocidad del viento a aquellas en las que vive la mayoría de los habitantes.

En segundo lugar, hay que inventar sistemas de almacenamiento para que, cuando no luce el sol y no sopla el viento, el mundo siga recibiendo electricidad. De hecho, según Chris Green e Isabel Galiana, de la Universidad McGill, es probable que incluso con esos adelantos, pero sin inversiones en gran escala en dichos sistemas de almacenado, las energías solar y eólica, en vista de su intermitencia y su variabilidad, no puedan suministrar más de entre el 10 y el 15 por ciento de la red principal de electricidad.

Para ello, se deberían aumentar espectacularmente los fondos públicos destinados a investigación e innovación. No podemos depender solo de la empresa privada. Como en el caso de la investigación médica, las primeras innovaciones no obtendrán importantes recompensas financieras, por lo que no hay un potente incentivo para la inversión privada actualmente.

Como el Consenso de Copenhague y el Banco Mundial han propugnado recientemente, serán necesarias inversiones en investigación e innovación del orden de 100.000 millones de dólares al año para que la eólica y otras tecnologías sustitutivas lleguen a ser de verdad viables, lo que representa diez veces más que lo que gastan los gobiernos ahora, pero sigue siendo una fracción del costo de las ineficaces reducciones de carbono que se han propuesto.

Los impuestos al carbono podrían desempeñar un papel importante en la financiación de la investigación e innovación, pero nuestro planteamiento actual de la lucha contra el calentamiento planetario, centrado primordialmente en la cantidad de carbono que se intenta reducir mediante impuestos, en lugar de en cómo lograrlo tecnológicamente, equivale a colocar el carro delante de los bueyes. No estamos en el camino adecuado para impedir el sufrimiento que provocará el calentamiento planetario.

Lo que hace falta no es solo voluntad política. Un futuro próspero requiere fuentes abundantes de energía. Afrontamos una tarea ingente para encontrar sustitutos del combustible fósil.

*Director del grupo de estudios del Centro del Consenso de Copenhague, autor de Cool It (No os acaloréis) y The Skeptical Environmentalist (El ecologista escéptico) y profesor adjunto de la Escuela de Administración de Empresas de Copenhague. Este artículo es parte de una serie especial que ha sido posible gracias al generoso auspicio de Shell. © Project Syndicate 1995-2009.

lunes, 23 de noviembre de 2009

Las víctimas incomprendidas del calentamiento global

Bjørn Lomborg *

El Tiempo, Bogotá

Noviembre 23 de 2009

BAMAKO, MALI - Las organizaciones de prensa en los países ricos envían regularmente reporteros para encontrar "víctimas del calentamiento global". En despachos desde las islas del Pacífico, Bangladesh y Etiopía, los periodistas advierten sobre una calamidad inminente. El calentamiento global es el desafío más horrible que enfrentan estas regiones, nos dicen. Su resolución es vital.

Pero rara vez oímos hablar a la gente local, que, según se dice, está en peligro. No es que esta gente no se exprese; simplemente no le prestamos atención a lo que dice.

El Centro del Consenso de Copenhague se propuso preguntarle a la gente, en los lugares candentes del calentamiento global, sobre sus temores y esperanzas. En Mojo, en el centro de Etiopía, nuestros investigadores conocieron a Tadese Denkue, un ex soldado de 68 años sin ingresos regulares. "Nunca sé cuándo podré comprarme algo de comida", dijo. "Sólo sé que sufro mucho. Esta no es una vida decente".

Tadese nunca escuchó hablar del calentamiento global. Cuando uno le explica, no manifiesta interés.

Tiene preocupaciones más inmediatas: "Lo primero que necesito es comida, y después un empleo".

Tadese está padeciendo el segundo brote de malaria este año. Perdió la cuenta de cuántas veces contrajo esta enfermedad. Nuestro investigador lo acompaña a una clínica gratuita. No funciona la electricidad. Un médico admite que la mayoría de los pacientes son enviados a su casa sin que se les practique un análisis ni se les suministre tratamiento: a la clínica ya no le quedan medicamentos.

La amenaza de una mayor incidencia de malaria se ha utilizado para defender los recortes drásticos de carbono. Un clima más cálido y más húmedo mejorará las condiciones para el parásito de la malaria. La mayoría de las estimaciones sugiere que, para el 2100, el calentamiento global pondrá a un 3 por ciento más de la población de la Tierra en riesgo de contagiarse de la enfermedad.

Los recortes globales de carbono más eficientes -destinados a mantener los aumentos de temperatura debajo de 2º C- costarían 40 billones de dólares al año para el 2100, según una investigación de Richard Tol para el Centro del Consenso de Copenhague. En el mejor escenario, este gasto reduciría la población en riesgo en apenas el 3 por ciento.

En comparación, gastar 3.000 millones al año en mosquiteros, en aerosoles de DDT para interiores que no afecten el medio ambiente y en subsidios para nuevas y efectivas terapias combinadas podría reducir a la mitad la cantidad total de los infectados en el lapso de una década. Por el dinero que se necesita para salvar una vida con recortes de carbono, políticas más inteligentes podrían salvar 78.000 vidas.

Por supuesto, la malaria está lejos de ser la única razón para preocuparnos sobre el calentamiento global. A 20 kilómetros de Mojo, nuestro investigador conoció a Desi Koricho y a su hijo de ocho meses, Michel.

Cada dos semanas, Desi camina cuatro horas para llevar a Michel al centro de salud. Después de dos meses de tratamiento por desnutrición, Michel creció mucho, pero sigue teniendo la mitad del tamaño normal para un bebé de su edad.

Michel no es hijo biológico de Desi. Ella se hizo cargo de él después de que el padre de la criatura se suicidó y el bebé fue abandonado. La propia Desi probablemente sufra de desnutrición no diagnosticada.

Es muy frecuente aquí. No hay caminos, electricidad u otra infraestructura. Las condiciones son restringidas y antihigiénicas. "Necesitamos de todo", dice Desi. Solucionar el desafío de la desnutrición sería un buen comienzo.

Activistas en Europa y Estados Unidos utilizan la amenaza de la inanición para defender los recortes drásticos de carbono. En la mayoría de las regiones, los cambios climáticos aumentarán la productividad agrícola. De manera cruel, este no es el caso de partes de África que ya están padeciendo hambre.

Pero, al igual que con la malaria, toda la evidencia demuestra que las políticas directas son mucho más efectivas que los recortes de carbono. Una intervención efectiva y no tan valorada es el suministro de micronutrientes a quienes no los tienen. Proporcionar vitamina A y zinc al 80 por ciento de los 140 millones o más de niños desnutridos en el mundo requeriría un compromiso de apenas 60 millones de dólares al año. Por 286 millones de dólares, podríamos hacerles llegar hierro y yodo a más de 2.500 millones de personas.

La elección es dura: por unos cientos de millones de dólares podríamos ayudar a casi la mitad de la humanidad hoy. Comparemos esto con las inversiones para enfrentar el cambio climático: 40 billones de dólares al año para fin de siglo, lo cual salvaría cien veces menos gente con hambre (¡y en 90 años!). Por cada persona que escapó a la desnutrición a través de políticas climáticas, el mismo dinero podría haber salvado a medio millón de personas de una deficiencia de micronutrientes a través de políticas directas.

Algunos sostienen que la elección entre gastar dinero en recortes de carbono y en políticas directas es injusta. Pero es un hecho elemental que ningún dólar se puede gastar dos veces. Los países y los donantes ricos tienen presupuestos y niveles de atención limitados. Si gastamos enormes cantidades de dinero en recortes de carbono con la idea equivocada de que estamos frenando la malaria y reduciendo la desnutrición, tenemos menos probabilidades de destinar dinero a las políticas directas que ayudarían hoy.

De hecho, por cada dólar invertido en políticas climáticas fuertes, probablemente haremos aproximadamente dos centésimas de dólar de bien para el futuro. Si invirtiéramos el mismo dólar en políticas simples para combatir la desnutrición o la malaria ahora, podríamos hacer 20 dólares o más de bien -1.000 veces mejor, cuando se tienen en cuenta todos los impactos-.

En el monte Kilimanjaro, en Tanzania -donde los efectos del calentamiento global ya se pueden sentir-, nuestro investigador encontró a Rehema Ibrahim, de 28 años. Rehema estaba divorciada de su esposo y su familia la repudiaba por no poder tener hijos. Para averiguar si ella era la causa de la infertilidad, empezó a dormir con otros hombres. Hoy es VIH positivo, una marginada en una sociedad terriblemente pobre.

Rehema ha percibido cambios en el clima. Dice que la nieve y el hielo se están derritiendo. Ella sabe a qué se refiere nuestro investigador cuando habla de "calentamiento global". Pero dice: "Las cuestiones que estoy experimentando tienen más prioridad. El VIH y los problemas que está causando son mayores que el hielo (que retrocede)".

Los activistas a favor de las reducciones de las emisiones de carbono regularmente ponen de relieve la nieve y el hielo que se derriten en el monte Kilimanjaro. Pero necesitamos prestarle la misma atención a la gente que vive a la sombra de la montaña.

* Bjorn Lomborg es director del Centro del Consenso de Copenhague y autor de Cool It: The Skeptical Environmentalist's Guide to Global Warming.

Copyright: Project Syndicate, 2009.


Traducción de Claudia Martínez

jueves, 15 de octubre de 2009

Pánico de Copenhage

Bjørn Lomborg*

El Tiempo, Bogotá

Octubre 15 de 2009

Una sensación de pánico está cundiendo entre muchos activistas a favor de recortes drásticos en las emisiones globales de carbono. Se está tornando obvio que la tan promocionada reunión programada para diciembre en Copenhague no dará como resultado un tratado internacional vinculante que marque una diferencia significativa para el calentamiento global.

Después de una retórica excelsa y de grandes promesas, los políticos están empezando a jugar el juego de la culpa. Los países en desarrollo culpan a los países ricos por la falta de progreso. Muchos culpan a Estados Unidos, que no habrá llegado a implementar una legislación de tope y comercialización antes de Copenhague. El Secretario General de las Naciones Unidas dice que "tal vez al presidente Obama le resulte difícil llegar con una autoridad fuerte" a alcanzar un acuerdo en Copenhague. Otros culpan a los países en desarrollo -particularmente Brasil, China e India- por una reticencia a firmar recortes de carbono vinculantes. Hacia donde uno mire, alguien está siendo acusado por el aparente fracaso inminente de Copenhague.

Sin embargo, durante un tiempo considerable ha resultado evidente que existe un problema más esencial: las promesas inmediatas de recortes de carbono no funcionan. Hace 17 años, los países industrializados prometieron con gran fanfarria, en Río de Janeiro, recortar las emisiones a los niveles de 1990 para el 2000. Las emisiones superaron el objetivo en un 12 por ciento. En Kyoto, los líderes se comprometieron a un recorte del 5,2 por ciento por debajo de los niveles de 1990 para el 2010. La imposibilidad de cumplir con ese objetivo probablemente sea aún más espectacular, ya que las emisiones podrían excederse en alrededor del 25 por ciento.

El plan era convocar a los líderes mundiales en Copenhague y renovar las promesas de recortar el carbono, al mismo tiempo que se comprometían a objetivos aún más ambiciosos. Pero es obvio que hasta una pugna de último momento para rescatar alguna forma de acuerdo no servirá de mucho a la hora de ayudar al planeta. Con un historial tan pobre, es necesario hacer un poco de introspección y abrirse a otros enfoques.

Un "Plan B" realista no implica pergeñar una segunda reunión después de Copenhague, como han sugerido algunos. Significa repensar nuestra estrategia. Este año, el Centro del Consenso de Copenhague encargó una investigación a prominentes economistas climáticos, a fin de examinar las maneras factibles de responder al calentamiento global. Su investigación analizó en qué medida podíamos ayudar al planeta si fijáramos niveles diferentes de impuestos al carbono, si plantáramos más árboles, si redujéramos el metano, si disminuyéramos las emisiones de hollín negro, si nos adaptáramos al calentamiento global o si nos concentráramos en una solución tecnológica para el cambio climático.

El Centro convocó a un panel de expertos conformado por cinco de los economistas más prominentes del mundo, incluyendo a tres ganadores del Premio Nobel, para considerar toda esta nueva investigación e identificar las mejores -y las peores- opciones.

El panel determinó que los impuestos elevados y globales al carbono serían la peor opción. Esta conclusión se basó en una investigación innovadora que demostró que hasta un impuesto global al CO2 altamente eficiente, destinado a alcanzar el ambicioso objetivo de mantener los incrementos de la temperatura por debajo de los 2 °C, reduciría el PIB en un asombroso 12,9 por ciento, o 40 billones de dólares, en el 2100. El costo total sería 50 veces el costo del daño climático que se logró evitar. Y si los políticos eligen políticas de tope y comercialización menos eficientes y coordinadas, los costos podrían escalar otras 10 a 100 veces más.

El panel, en cambio, recomendó concentrar la inversión en investigación en el terreno de la ingeniería climática como una respuesta para el corto plazo, y en energía no basada en carbono como una respuesta a más largo plazo.

Algunas de las tecnologías de ingeniería climática propuestas -en particular, la tecnología de nubes artificiales para evitar el calentamiento- podrían ser económicas, rápidas y efectivas. (Barcos podrían pulverizar gotas de agua de mar hacia arriba, para formar nubes sobre los océanos, que harían rebotar más luz solar al espacio, con lo que se reduciría el calentamiento). Notablemente, la investigación sugiere que si se invirtiera un total de aproximadamente 9.000 millones de dólares en implementar esta tecnología de nubes blancas artificiales, se podría compensar el calentamiento global de todo el siglo. Incluso si uno analiza esta tecnología con cautela -como sucede con muchos de nosotros-, deberíamos apuntar a identificar sus limitaciones y sus riesgos lo antes posible.

Pareciera ser que la ingeniería climática nos podría ahorrar algún tiempo, y es tiempo lo que necesitamos si queremos hacer un cambio sustentable y eficaz para dejar de depender de los combustibles fósiles. La investigación demuestra que las fuentes de energía que se basan en combustibles no fósiles -según la disponibilidad de hoy- nos harán avanzar menos de la mitad de camino hacia un escenario de emisiones de carbono estables para el 2050, y sólo una pequeña fracción del camino hacia la estabilización para el 2100.

Si los políticos cambian el curso y acuerdan en diciembre invertir considerablemente más en investigación y desarrollo, tendríamos una posibilidad mucho mayor de llevar esta tecnología al nivel donde debe estar. Y, como sería más económica y más sencilla que los recortes de carbono, habría una posibilidad mucho mayor de alcanzar un acuerdo internacional genuino e integral -y por ende exitoso-.

Se podría utilizar la fijación de precios del carbono para financiar la investigación y el desarrollo, y para enviar una señal de precios destinada a promover la utilización de alternativas tecnológicas efectivas y costeables. Invertir unos 100.000 millones de dólares anualmente implicaría, esencialmente, que podríamos resolver el problema del cambio climático para fines de este siglo.

Mientras que el juego de la culpa no solucionará el calentamiento global, el pánico creciente podría llevar a un resultado positivo, si implica reconsiderar nuestra estrategia actual. Si queremos acción de verdad, tenemos que elegir soluciones más inteligentes que cuesten menos y produzcan más. Ese sería un resultado por el que todo político estaría feliz de asumir su responsabilidad.

*Director del Centro del Consenso de Copenhague, autor de 'Cool It' y 'The Skeptical Environmentalist' y profesor adjunto en la Escuela de Negocios de Copenhague.

Copyright: Project Syndicate, 2009.

jueves, 13 de agosto de 2009

La solución barata y efectiva del calentamiento global

Por Bjorn Lomborg*

El Tiempo, Bogotá

Agosto 13 de 2009

El calentamiento global implicará que más gente muera como consecuencia del calor. Habrá un aumento en los niveles del mar, más malaria, hambre y pobreza. La preocupación ha sido grande, pero la humanidad ha hecho muy poco para impedir realmente que se produzcan estos desenlaces. Las emisiones de carbono han seguido aumentando, a pesar de las repetidas promesas de recortes.

Todos tenemos la responsabilidad de asegurar que se frene el cambio climático. Recurrimos a los científicos del clima para que nos informen sobre el problema del calentamiento global. Ahora necesitamos recurrir a los economistas del clima para que nos iluminen sobre los beneficios, costos y posibles resultados de las diferentes respuestas a este desafío.

Los líderes mundiales se reúnen en Copenhague en diciembre para forjar un nuevo pacto para enfrentar el calentamiento global. ¿Deberían seguir adelante con los planes de hacer promesas de reducir las emisiones de carbono que son improbables de cumplir? ¿Deberían en cambio postergar las reducciones por 20 años? ¿Qué se podría lograr si se plantaran más árboles, se recortaran las emisiones de metano o se redujeran las emisiones de hollín negro? ¿Es sensato concentrarse en una solución tecnológica para el calentamiento? ¿O deberíamos adaptarnos a un mundo más cálido?

Gran parte del debate actual sobre las políticas climáticas sigue concentrándose en reducir el carbono, pero existen muchas maneras de reparar el clima global. Nuestras opciones tendrán diferentes resultados y diferentes costos.

La combinación óptima de soluciones creará el mayor impacto a cambio de la menor inversión. Un documento revolucionario de los economistas Eric Bickel y Lee Lane es uno de los primeros estudios -y ciertamente el más completo- de los costos y beneficios de la ingeniería climática. Manipular deliberadamente el clima de la Tierra parece algo ligado a la ciencia ficción. Pero John Holdren, en su rol de asesor científico del presidente Barack Obama, dijo que "hay que analizarlo" y muchos científicos prominentes coinciden con él.

Bickel y Lane ofrecen pruebas irrefutables de que una inversión mínima en ingeniería climática podría reducir tantos efectos del calentamiento global como los billones de dólares invertidos en reducciones de las emisiones de carbono.

La ingeniería climática tiene la ventaja de la celeridad. Existe un retraso significativo entre los recortes de carbono y cualquier baja de la temperatura -aun reducir a la mitad las emisiones globales para mediados de siglo apenas podría medirse para fin de siglo-. Hacer que la energía verde sea barata y generalizada también llevará mucho tiempo. Consideremos que la electrificación de la economía global sigue incompleta después de más de un siglo de esfuerzo.

Se han propuesto muchos métodos de ingeniería atmosférica. El manejo de la radiación solar parece ser uno de los más esperanzadores. Los gases atmosféricos de tipo invernadero permiten que pase la luz del sol pero absorben el calor e irradian parte de este calor hacia abajo, hacia la superficie de la Tierra. Si no cambia nada, las mayores concentraciones calentarán el planeta. El manejo de la radiación solar haría rebotar un poco de luz solar que volvería al espacio. El reflejo de apenas el 1-2 por ciento de la luz solar total que llega a la Tierra podría compensar tanto calentamiento como el causado si se duplicaran los niveles preindustriales de los gases de tipo invernadero.

Cuando hizo erupción el Monte Pinatubo en 1991, se bombearon alrededor de un millón de toneladas de dióxido de azufre a la atmósfera. El dióxido de azufre reaccionó con el agua y formó una capa brumosa que se propagó por todo el globo terráqueo y, al esparcir y absorber la luz solar entrante, enfrió la superficie de la Tierra durante casi dos años. Podríamos imitar este efecto a través de la inserción de aerosol estratosférico, esencialmente, lanzando material como dióxido de azufre u hollín a la atmósfera.

Otra estrategia prometedora es el blanqueamiento de las nubes marinas, por el cual se rocían gotitas de agua marina en las nubes marinas para hacer que reflejen más luz solar. Esto aumenta el proceso natural, donde la sal marina de los océanos proporciona vapor de agua con los núcleos de condensación de nubes.

Es extraordinario considerar que podríamos contrarrestar el calentamiento global de este siglo si 1.900 barcos no tripulados esparcieran rocío de agua marina en el aire para espesar las nubes. El costo total sería de aproximadamente 9.000 millones de dólares, y los beneficios que implica impedir que la temperatura aumente sumarían hasta unos 20 billones de dólares. Es el equivalente de obtener un beneficio de 2.000 dólares por cada dólar gastado.

Muchos de los riesgos de la ingeniería climática han sido sobreestimados. El blanqueamiento de las nubes marinas no derivaría en cambios atmosféricos permanentes, y se podría utilizar solamente cuando fuera necesario. Convertir agua marina en nubes es un proceso natural. El mayor desafío es la percepción pública. Muchos cabilderos ambientales se oponen incluso a investigar la ingeniería climática. Es asombroso, dados los múltiples beneficios. Si nos importara mucho evitar que suban las temperaturas, parece que deberíamos alegrarnos de que esta estrategia simple y costo-efectiva resulte tan prometedora.

La ingeniería climática podría seguir siendo una opción de respaldo en caso de necesidad. O podríamos incluirla en la agenda hoy. En cualquier caso, existe una razón imperiosa para su seria consideración. Estamos camino de ser la generación que desperdició décadas discutiendo sobre recortes de las emisiones de carbono y no logró frenar los efectos nocivos del calentamiento. Sería un legado vergonzoso, un legado que se podría evitar si se repensara la política climática.

*Director del Centro del Consenso de Copenhague, autor de Cool It y The Skeptical Environmentalist y profesor adjunto en la Escuela de Negocios de Copenhague.

© Project Syndicate, 2009

lunes, 22 de junio de 2009

Atontados de miedo por el calentamiento global

Por Bjørn Lomborg *

El Tiempo, Bogotá

Junio 22 de 2009

La continua presentación de historias espeluznantes sobre el calentamiento global en los medios populares nos atemoriza innecesariamente. Peor aún, aterroriza a nuestros hijos.

Al Gore hizo una célebre descripción de la manera en que un incremento del nivel del mar de 20 pies (6 metros) inundaría casi por completo a Florida, Nueva York, Holanda, Bangladesh y Shanghái, aunque las Naciones Unidas estiman que los niveles del mar aumentarán 20 veces menos que eso, y no tendrán esas consecuencias.

Frente a estas exageraciones, algunos de nosotros decimos que son por una buena causa, y seguramente no se hace mal a nadie si el resultado es que nos concentremos aún más en enfrentar el cambio climático. Un argumento similar se utilizó cuando la administración de George W. Bush sobreestimó la amenaza terrorista del Irak de Saddam Hussein.

Pero tal argumento es asombrosamente erróneo. Estas exageraciones causan mucho daño. Preocuparse excesivamente por el calentamiento global implica preocuparse menos por otras cuestiones, en las que el bien que haríamos podría ser mucho mayor. Nos concentramos, por ejemplo, en el impacto del calentamiento global en la malaria --que significará poner en riesgo a una cantidad apenas mayor de personas en 100 años--, en lugar de ocuparnos de los 500 millones de personas que sufren de malaria hoy, con políticas de prevención y tratamiento mucho más económicas y definitivamente más efectivas de lo que sería la reducción de las emisiones de carbono.

La exageración también desgasta la voluntad de la población de enfrentar el calentamiento global. Si el planeta está condenado, la gente se pregunta ¿para qué hacer algo? El 54 por ciento de los votantes norteamericanos, una cifra sin precedentes, hoy cree que los medios de comunicación hacen que el calentamiento global parezca peor de lo que realmente es. La mayoría de la gente cree hoy -de manera errónea-- que el calentamiento global ni siquiera es causado por los seres humanos. En el Reino Unido, el 40 por ciento cree que el calentamiento global es exagerado y el 60 por ciento duda de que sea producto del hombre.

Pero el peor costo de la exageración, a mi entender, es la alarma innecesaria que causa --particularmente entre los niños--. Recientemente discutí el cambio climático con un grupo de adolescentes holandeses. A uno de ellos le preocupaba que el calentamiento global hiciera que el planeta "explotara" --y todos los demás tenían miedos similares--.

En Estados Unidos, la cadena de televisión ABC informó hace poco que los psicólogos están empezando a ver más neurosis en la gente ansiosa por el cambio climático. Un artículo publicado en 'The Washington Post' citaba el caso de Alyssa, de 9 años, que llora frente a la posibilidad de extinciones masivas de animales, como consecuencia del calentamiento global. En sus propias palabras: "No me gusta el calentamiento global porque mata a los animales, y a mí me gustan los animales". De un niño que aún no ha mudado sus dientes de leche: "Me preocupa [el calentamiento global], porque no me quiero morir".

El periódico también informaba que los padres están buscando salidas "productivas" para las obsesiones de sus hijos de ocho años con la muerte de los osos polares. Sería mucho mejor si los educaran y les hicieran saber que, contrariamente a lo que se cree, la población mundial de osos polares se ha duplicado, y tal vez hasta cuadruplicado, en los últimos 50 años, a aproximadamente 22.000. A pesar de la reducción --y eventual desaparición-- del hielo estival en el Ártico, los osos polares no se extinguirán.

Después de todo, en la primera parte del actual período interglaciar, prácticamente no existían glaciares en el hemisferio norte, y el Ártico probablemente estuvo libre de hielo durante 1.000 años, y sin embargo los osos polares todavía están entre nosotros.

Otro niño de nueve años le mostró a 'The Washington Post' su dibujo de una línea de tiempo del calentamiento global. "Esta es la Tierra ahora", dice Alex, señalando una forma oscura al pie. "Y después simplemente empieza a desaparecer". El niño levanta la vista para asegurarse de que su madre le sigue el hilo, y le da un golpecito al final del dibujo: "En 20 años, no hay más oxígeno". Luego, para dramatizar el punto, se tira al piso, "muerto".

Y estas no son sólo dos historias extravagantes. En una nueva encuesta entre 500 preadolescentes norteamericanos, se determinó que uno de cada tres niños entre 6 y11 años tenía miedo de que la Tierra no existiera más cuando llegaran a ser adultos, por culpa del calentamiento global y otras amenazas ambientales. Increíblemente, una tercera parte de nuestros hijos creen que no tienen futuro, como consecuencia de historias aterradoras sobre el calentamiento global.

El mismo patrón se repite en el Reino Unido, donde una encuesta demostró que la mitad de los niños jóvenes entre 7 y 11 años están ansiosos por los efectos del calentamiento global, y muchas veces pierden el sueño debido a esta preocupación. Esto es grotescamente perjudicial.

Y seamos honestos. Este miedo fue intencional. Los niños creen que el calentamiento global destruirá el planeta antes de que crezcan "porque los adultos se lo dicen".

Cuando cada predicción sobre el calentamiento global es más aterradora que la anterior, y cuando las predicciones más aterradoras --muchas veces no respaldadas por una ciencia evaluada por expertos-- son las que reciben más tiempo de transmisión, no sorprende que los niños estén asustados.

En ninguna parte este alarmismo deliberado es más obvio que en 'La verdad incómoda' de Al Gore, una película que se comercializó como "por lejos, el filme más aterrador que alguna vez haya visto".

Miren el avance de esta película en YouTube. Observen las imágenes de fuerzas escalofriantes y descomunales que evaporan nuestro futuro. El comentario nos dice que este filme "ha conmocionado al público en todas partes", y que "nada es más aterrador" que lo que Gore nos va a contar. Fíjense que el avance hasta incluye una explosión nuclear.

El debate actual sobre el calentamiento global es claramente nocivo. Creo que es hora de que les exijamos a los medios que dejen de asustarnos tontamente, a nosotros y a nuestros hijos. Merecemos un diálogo más razonado, más constructivo y menos atemorizador.

Bjorn Lomborg, director del Copenhagen Consensus Center, es profesor adjunto en la Escuela de Negocios de Copenhague, y autor de The Skeptical Environmentalist y Cool It: The Skeptical

Environmentalist's Guide to Global Warming.

Copyright: Project Syndicate, 2009.

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Traducción de Claudia Martínez