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sábado, 6 de marzo de 2010

El elogio calumnioso

Jesús Vallejo Mejía

http://jesusvallejo.blogspot.com/, Medellín

Marzo 4 de 2010

Mi finado amigo Fernando Uribe Restrepo, que conocía bien a los moralistas católicos, hablaba de esta figura que se refiere a ciertos aplausos que no exaltan la virtud o los aciertos, sino los errores.

Tal sucede con no pocos comentaristas que, llevados por el júbilo que les produjo la sentencia de la Corte Constitucional que frustró definitivamente la aspiración reeleccionista del presidente Uribe Vélez, afirman que de ese modo se salvó en Colombia el Estado de Derecho, con la institucionalidad que el mismo conlleva.

Dejando de lado el tema de los vicios procedimentales o formales de la iniciativa, que daban mucha tela para cortar, cuando la Corte Constitucional decidió pronunciarse sobre el fondo del asunto para afirmar que las reformas sustanciales de la Constitución no pueden decidirse por la vía del Acto Legislativo ni por la convocatoria a un referendo, sino sólo por una Asamblea Constituyente elegida de acuerdo con lo dispuesto por el artículo 376 de la Constitución Política, incurrió en un claro abuso de sus atribuciones y no honró, por consiguiente, su destacado papel de guardiana de la integridad y la supremacía del ordenamiento constitucional que le confió el artículo 241 del mismo.

Si el Estado de Derecho, según un trajinado concepto, entraña que la voluntad que se pone de manifiesto en la acción estatal no sea la individual de los titulares de las funciones públicas, sino la abstracta y “desicologizada” voluntad soberana de la Regla de Derecho, al no ejercer la Corte Constitucional su poder dentro de los “estrictos y precisos términos” del citado artículo 241, no es el caso de elogiarla, sino de someterla a severa crítica.

En otros términos, los aplausos que está recibiendo por esa decisión no son otra cosa que elogios calumniosos, verdaderas apologías de la inequidad.

Desafortunadamente, la opinión pública, que a la postre es la que decide sobre el rumbo de la cosa política, es decir, del Estado mismo, ha sido, cuando no complaciente, por lo menos sí tolerante y hasta indiferente respecto de la larga cadena de abusos en que ha incurrido la Corte Constitucional durante la vigencia de lo que no he vacilado en llamar el Código Funesto.

Por distintas vías la Corte ha logrado, con deplorable éxito, saltar las talanqueras que la Constitución previó para que ejerciera sus tareas dando ejemplo de acatamiento a la juridicidad. Al tomar posesión de su cargo, cada uno de los magistrados juró ante Dios cumplir fiel y lealmente los deberes propios del mismo. Y ese juramento conlleva que al decidir cada caso se tome atenta nota de que los poderes de la Corte no son omnímodos, sino que están sometidos a una normatividad que se traduce en “estrictos y precisos términos”.

Si al examinar su competencia, que es lo primero que debe hacer quien ejerza funciones públicas, la Corte se hubiese fijado en esos dos adjetivos, quizás no habría llegado a la cuestionable conclusión que ha motivado tan inmerecidos elogios.

Pero la Corte Constitucional no se toma ese trabajo, por cuanto ha hecho carrera la tesis de que, como es dizque un “órgano de cierre”, sus decisiones como tales no son susceptibles de revisión por ninguna otra autoridad. O sea, que son soberanas, atributo éste que se robustece cuando se considera que es prácticamente imposible someter a sus integrantes a juicio por prevaricato.

Aquí aflora otro tema litigioso de la mayor importancia, por cuanto el sistema de investigación y juzgamiento previsto para las más altas autoridades judiciales e incluso para el Presidente mismo, garantiza la impunidad.

Volveré en lo sucesivo sobre estos tópicos.

domingo, 28 de febrero de 2010

De la corrida a la corraleja

Jesús Vallejo Mejía

Blog Debate Nacional, Medellín

Febrero 28 de 2010


La posibilidad de reelección del presidente Uribe Vélez no dejaba de ser un mal menor, pero mal al fin y al cabo. No habría sido lo óptimo para el país y muchos de los que la apoyábamos éramos conscientes de las dificultades de todo orden que conllevaría.

Ahora la Corte Constitucional ha despejado el panorama con un fallo que, si bien debe acatarse y respetarse, no está exento de glosas, sobre todo por la insistencia en una perniciosa doctrina, la de la distinción entre los poderes del constituyente primario y los del constituyente secundario o derivado, que no sólo carece de fundamento en el plano estrictamente teórico, sino que ya ha demostrado sus malas consecuencias políticas. Pero esto es, por lo pronto, harina de otro costal.

Colombia tendrá qué hacer frente a una situación que nunca antes había tenido lugar en su escenario político, la de una competencia entre candidatos débiles por carecer todos ellos de arraigo en la opinión y del respaldo de fuerzas políticas organizadas con vigoroso caudal electoral.

Mientras que en otras épocas la opinión se polarizaba entre dos grandes núcleos, el liberal y el conservador, así como alrededor de las divisiones que se presentaban en el interior de cada uno, lo que se prevé, según las encuestas, es un abanico de candidaturas en el que se identifican tres que parecen contar cada una con el apoyo de entre el 20% y el 35% de la opinión, y otras que se mueven alrededor del 10% por aspirante.

En el primer grupo se cuentan Santos, Fajardo y Noemí, dando por hecho que ésta ganará la consulta conservadora. Los del segundo grupo son Vargas Lleras, Petro, Pardo y el que resulte de la consulta de los tres tenores.

Las elecciones para Congreso definirán las fuerzas respectivas de la U y del Partido Conservador, que podrían arrojar para cada uno entre dos millones y dos millones y medio de votos. Hace cuatro años la U obtuvo una apreciable ventaja que la consagró como la primera fuerza política con cerca del 20% de la votación. El PC quedó de segundo, con el 18%. Pero éste cuenta ahora con el Equipo Colombia, que podría aportarle los votos de Luis Alfredo Ramos y sus seguidores. No sería extraño entonces que las huestes azules superaran a las de la U, en la que no reina la misma disciplina ni obra igual mística, dado que, como lo dijo Luis Carlos Restrepo, en ese escenario cada aspirante se cree en sí mismo un partido.

Resulta difícil pensar en una alianza para la primera vuelta entre los de la U y los conservadores, pues si éstos obtienen más votos que aquéllos, reclamarán con toda razón que se les reconozca el derecho a que el candidato de la coalición sea el suyo, asunto que dejaría a Santos en una posición difícil. Se sigue de ahí que lo más probable es que ambos partidos estén dispuestos a medir sus fuerzas en la primera vuelta.

Así las cosas, parece previsible que de ésta puedan resultar tres escenarios para la segunda, a saber: Santos vs. Noemí; Santos vs. Fajardo; Noemí vs. Fajardo.

Ninguno de ellos sería, a decir verdad, catastrófico. El primero sería óptimo para la continuidad de la seguridad democrática, fuera de que evitaría el riesgo de alianzas perniciosas. El segundo y el tercero ofrecen una gran incógnita, la de saber qué es lo que realmente piensa Fajardo y con quiénes estaría dispuesto a negociar para enfrentar al uribismo o lo que quede de éste. No sobre traer a colación, en efecto, lo que decía Churchill acerca de que la política suele juntar a unos muy extraños compañeros de cuarto. No sería raro entonces ver a Fajardo con los del Polo, los Verdes, los liberales y los uribistas que queden descontentos con los resultados de la primera vuelta.

La comparación que hizo Lucho Garzón con una corraleja no anda, pues, descaminada. En lugar del “Toconur” que se preveía, se dará muy seguramente el “Todos contra todos” - ¿”Tocontod”?-, esto es, el río revuelto que, como dice la sabiduría popular, es ganancia de pescadores.

Sea de ello lo que fuere, el triunfador habrá de enfrentar, entre otras vicisitudes, su debilidad frente a unos congresistas recién elegidos que no le deberán a él su elección. Quizás se repita entonces una situación parecida a la que le tocó sufrir a Andrés Pastrana con un Congreso de extorsionistas.

Este es tema de otro comentario, pero de una vez conviene manifestar que el Código Funesto que nos rige cuenta, dentro de sus múltiples falencias, con una mala regulación de las relaciones entre Gobierno y Congreso. Mejor dicho, su esquema de la división de poderes es pésimo, pues no sólo no permite resolver adecuadamente los conflictos entre los dos mencionados, sino que ha suscitado los escalofriantes y vergonzosos “Choques de trenes” entre las altas Cortes y los de éstas, especialmente la Suprema de Justicia, con el Gobierno y el Congreso.

No sobra advertir, por último, que así uno de los aspirantes presidenciales lleve ese apellido, la competencia no se dará entre santos, pues todos los aspirantes son seres de carne y hueso, algunos con mucho de la primera y otros con bastante de lo segundo. La opinión tendrá que ocuparse de calibrar las virtudes y los defectos de cada uno de ellos, así como de quiénes integran su entorno, a sabiendas de que no coronará propiamente al célebre rey sabio que Platón soñó para su utopía y que nadie gobierna solo, pues lo acompañan familiares, áulicos, paniaguados y otros especímenes que no suelen dar la cara.

viernes, 12 de febrero de 2010

Cartas sobre la mesa (9)

Jesús Vallejo Mejía

Carta a Martín Alonso P., Medellín

Febrero 11 de 2010

“Apreciado Martín:


Así sea un poco tarde, procedo a enviarte mis comentarios sobre la suerte de la reelección en la Corte Constitucional.


A pesar de unas declaraciones optimistas y no muy sinceras de Juan Manuel Santos, yo creo que el consenso general se inclina por considerar que se trata de un caso perdido.


Tu coterráneo Sierra Porto recogió en su ponencia los temas que más discusión han suscitado acerca del procedimiento que se utilizó para dar trámite al proyecto, tanto en sus etapas iniciales como dentro del Congreso.


Aunque hay quienes sostienen que la revisión constitucional debe considerar únicamente la manifestación de la voluntad popular expresada en los varios millones de firmas (de hecho, se dice que hubo dos millones más que no alcanzaron a revisarse por la Registraduría) y el trámite del proyecto de ley en el interior del Congreso, sin detenerse a examinar los aspectos extrínsecos, la idea de que a la Corte Constitucional le corresponde la salvaguarda de la integridad de la Constitución avala la posibilidad de adentrarse precisamente en los aspectos externos que trata la ponencia. Pero, además, los vicios que se endilgan al trámite mismo de la ley, como los concernientes a la votación de los tránsfugas de Cambio Radical o a los defectos formales de la convocatoria a sesiones extras, son de suficiente entidad como para prever la declaratoria de inexequibilidad. No menos delicado es lo relativo al cambio de redacción de la propuesta e incluso al vacío de convocatoria que se ha echado de menos en el texto legal.


Veo difícil que los restantes magistrados se salgan del marco en que los encerró tu paisano, pues, por más que desde el punto de vista conceptual haya no poca tela para cortar en el asunto, habría que argumentar con muchísima finura para convencer a la opinión pública y a la posteridad de que toda esa cadena de errores carece de importancia a la hora de decidir sobre asunto de tamaña magnitud.


A principios del año antepasado asistí a una reunión en que los promotores del referendo hablaron del cronograma para sacarlo adelante. Según sus previsiones, todo habría queado listo en el primer semestre del año pasado.


Algo sucedió -los chismes hablan de los consejos de un astrólogo- para que el proceso se hubiera dilatado. Creo que en noviembre del año pasado, el ministro Valencia Cossio todavía se mostraba reticente, diciendo que el gobierno no tenía especial interés en el proyecto y que lo único que le parecía que ameritaba que se avanzara en el mismo era la satisfacción de la voluntad de los firmantes.


Yo insisto en que la solución menos mala para el país en la hora presente es que se reelija a Uribe, pero aun bajo el supuesto de que la Corte le diera el pase, los tiempos del proceso electoral ya no serían propicios.


Al tenor de unas encuestas que salieron en estos días, en una primera vuelta sin Uribe los dos ganadores podrían ser Santos y Fajardo. Pero si el primero obtuviera menos del 40% de la votación total, el segundo podría armar una coalición para frenarlo en la segunda vuelta, aunque creo que Santos puede ser más hábil para negociar que Fajardo.


Ninguno de ellos es santo de mi devoción, pero el ídem garantiza, por lo menos, la continuidad de la seguridad democrática. Fajardo, en mi concepto, es un Obama.


De todas maneras, sea quien fuere el ganador, insisto en mi argumento acerca de la debilidad que lo rodeará al no contar con una coalición sólida en el Congreso. Pienso que podría repetirse la deplorable experiencia que padeció Andrés Pastrana con unos colaboracionistas mercenarios.


Afortunadamente, la situación actual de Chávez creo que aminora un poco su peligrosidad respecto de Colombia.


(…)

Distribuiré estos comentarios entre algunos de mis corresponsales, para avivar la discusión.


Cordial saludo.


Jesús Vallejo Mejía”

lunes, 25 de enero de 2010

Cartas sobre la mesa (8)

Jesús Vallejo Mejía

Carta a Martín Alonso P., Medellín

Enero 25 de 2010

Apreciado Martín Alonso:

Me alegro de tu pronta satisfactoria recuperación de la cirujía que te practicaron. Te reitero, además, mi gratitud por tu apoyo a mi sobrina María Isabel. El Señor te habrá de pagar por tus bondades.

Según lo prometido, paso a hacerte un resumen de mi visión de la actualidad política colombiana.

El tema central es, por supuesto, la reelección del presidente Uribe.

Soy consciente de los fuertes argumentos de toda índole que se esgrimen en contra de ella. Pero también hay que considerar que el pueblo la quiere, que Colombia la necesita y que las demás alternativas que hay sobre el tapete dejan muchísimo que desear.

La gavilla de Chávez con las Farc y el ELN nos plantea un reto de gravedad nunca antes vista en toda la historia colombiana.

Eso quiere decir que la política de seguridad democrática, que ha obtenido logros muy significativos, deberá atender en el inmediato porvenir un nuevo frente, el externo.

Afortunadamente, el ecuatoriano parece estar controlado gracias a la buena gestión del Canciller. No así el venezolano, pues Chávez no descansará hasta hacer que fracase nuestro acuerdo con Estados Unidos. Si Obama le da el brazo a torcer, nos dejará a merced suya.

Un apreciado corresponsal argentino me hizo ver hace poco que la Constitución adolece del grave vacío de no contemplar el hecho extremadamente anormal de una fuerza guerrillera que se atreve a secuestrar un gobernador y asesinarlo.

Yo he sostenido a lo largo de estos años que nos rige un Código Funesto. Pero resulta difícil reformarlo a fondo. Además, si alguien se propone hacerlo quizás sea para que venga algo peor, pues los vientos que soplan en materia de ordenación política no parecen ser los más benignos.

Los críticos de Uribe dicen que su aspiración va en contra de la institucionalidad del país. Pero tal institucionalidad es aparente. El funcionamiento real de las instituciones se aleja demasiado de la teoría que las inspiró y de los modelos que diseñó mal que bien la Constitución.

Como profesor que fui a lo largo de muchos años de Teoría Constitucional, tengo claro que la etapa del poder institucional es un avance civilizador si se la compara con la del poder personal o el anónimo de las estructuras políticas primitivas. Pero la institucionalización es resultado de procesos históricos en virtud de los cuales la cultura política logra una mayor racionalidad.

Contra dicha racionalidad conspira el deterioro que en todos los ámbitos se observa hoy en el panorama colectivo. El impacto que en la sociedad colombiana han producido las guerrillas, el paramilitarismo, el narcotráfico, la corrupción y el relajamiento moral de la dirigencia ha sido devastador. De ahí que se haya perdido la confianza en legisladores, jueces y administradores de la cosa pública. La letra de la ley suele invocarse entonces para amparar atropellos y generar impunidad, mas no para que se haga justicia.

Se dirá que Uribe no garantiza el cambio de este maligno estado de cosas. Y es cierto. Pero, desafortunadamente, ninguno de sus competidores puede ofrecer algo mejor. La idea que tengo es más bien pesimista: cualquiera de ellos lo haría peor.

Sin entrar en el examen de las cualidades y defectos de cada uno, observo simple y llanamente una realidad política. Ninguno está en capacidad de conseguir una buena votación en la primera vuelta electoral. Pienso que tal vez el candidato conservador podría aspirar a unos tres millones de votos. Los restantes podrían ir de los 500.000 a los 2.500.000. Pero la Presidencia se gana con más de 6.000.000.

La conclusión que de ahí se desprende es nítida. Los dos ganadores de la primera vuelta tendrán que entrar en un juego de componendas de de tal naturaleza que llegarán maniatados a la segunda. Su triunfo será pírrico. El poder que gane uno de ellos quedará hipotecado en favor de los políticos que Uribe algo ha mantenido a raya, sin lograrlo del todo y hasta con miserables claudicaciones como aquella de que yo fui víctima.

El país no le ha prestado suficiente atención a la elección de Congreso que se realizará en marzo. Por supuesto que en las listas hay golondrinas como las del bellísimo tango de Gardel, que no sé si tu padre se lo hizo cantar en Cartagena. Pero el común de los aspirantes no invita al Sursum Corda.

Se cree que el Presidente ha dejado en el aire sus aspiraciones para ver si logra que se elijan unos congresistas afines a su política, pues si desiste de ellas esa mesnada se le irá en derrota, como dicen en nuestros campos.

Pero una cosa es que los elegidos apoyen la continuidad de la seguridad democrática y otra muy distinta, que de ellos pueda esperarse algo admirable.

Tal vez, como pensaba el general De Gaulle, tengamos que hacernos a la idea de que no hay congresos admirables.

Por ejemplo, veo al candidato Fajardo proponiendo una lista de impolutos, como las que apoyó Galán en 1982. Veremos si los que se autoproclaman decentes logran un voto que en términos generales no puede evitar que se acuda a medios indecentes para hacerlo efectivo. Y, sobre todo, queda por verse si los decentes que lleguen a la política se mantendrán fieles a esa condición.

Se habla de que la campaña para elegir un senador en algunas regiones podría costar ocho mil millones de pesos, cifra que ninguna persona decente puede reunir y que se torna en una inversión que buscará recuperarse a través de puestos, contratos y comisiones.

La tentación de la corrupción es tan fuerte que el debate que Lucho Garzón le está haciendo al alcalde Moreno toca precisamente con las dudas que suscita su gestión en este campo. Al fin y al cabo, Moreno se alió con Samper y le entregó todo el tema de transporte y vías. Dicen por ahí que el embajador Gaitán lo es de Samper y no del presidente Uribe, pues como que se aplica a gestionar los intereses de aquél acerca de los asuntos de obra pública.

En suma, salvo si el elegido fuere Uribe, cualquiera otro tendría que negociar con unos congresistas que poco tendrían que agradecerle respecto de su elección. Por ejemplo, los que lograren salir triunfadores por el Partido Liberal poco le deberían a Pardo, que es más bien un lastre.Alguno me dijo que no hay que hacerle oposición, pues él mismo se encarga de hacérsela.

Es lástima que la coalición uribista no hubiera adoptado reglas como las que permitieron que la Concertación gobernase a Chile durante 20 años. Pero allá hay partidos. En cambio, los que apoyan a Uribe, salvo los conservadores, hacen parte de colectivos integrados ad hoc para presentarse a elecciones. Como dijo hace poco Luis Carlos Restrepo, cada uno de los políticos de la U es un partido por sí solo.

A ello se agrega la imposibilidad de poner de acuerdo a Santos, Noemí, Vargas Lleras y Arias, que han figurado como los cuatro ases uribistas. Rápidamente, sin que se les ocurriera pensar que cada uno necesitará de los otros, empezaron a ponerse zancadillas en una feria de vanidades deplorable como pocas. De esa suerte, el que pase a primera vuelta de entre ellos no podrá estar seguro del respaldo de los demás.

Algunos hablan de la posibilidad de un gallo tapado, como Rivera o Restrepo. Pero no se ve claro bajo qué circunstancias podría presentarse un alternativa de esas. Dejo constancia, sin embargo, de que cualquiera de los dos me gusta muchísimo más que los ases mencionados.

Recuerdo cuando me tocaba asistir a la presentación del informe de labores del Presidente de Chile que, para mis adentros, pensaba lo distinto que es gobernar a Colombia. La adorable presidenta Bachelet, por ejemplo, se detenía en la consideración de los problemas de mejoramiento de barrios deprimidos, la atención de ls guarderías infantiles, los programas para aliviar la suerte de la Tercera Edad, el mejoramiento de la calidad de la educación y cosas por el estilo. Acá, en cambio, hay qué habérselas con un pueblo de demonios.

Yo me imagino, por ejemplo, a Fajardo, a Mockus o a Pardo frenteando a costeños, boyacenses, vallunos, opitas, paisas, etc. y me pongo las manos en la cabeza.Y qué decir de lo que sucedería si tuviesen que hacerles frente a las hienas de Unasur.

Hace poco les envié a mis buenos amigos chilenos una carta de felicitación por la madurez que mostraron en el reciente proceso electoral. Creo que la Concertación sufrió el desgaste que naturalmente produce el ejercicio del gobierno, pero su obra es histórica.

Repito, es lástima que los políticos uribistas hayan sido tan mezquinos y cortos de vista que no pudieron entender las dimensiones de la obra redentora de Uribe. Quizás a éste también habría que hacerle reproches por no haber buscado el consenso de los llamados a sucederlo.

Como ves, no soy optimista sobre nuestro inmediato porvenir, aunque siempre hay que mantener viva la esperanza de que la inteligencia se imponga. Además, como solía decir el presidente Ospina Pérez, es bueno dejarle algo de trabajo a la Providencia.

He tomado atenta nota de tus amables recomendaciones e iniciativas que me propones. Las iré escudriñando y si les veo posibilidades te lo contaré. De todas maneras, mil gracias.

Espero que disfrutes a tus anchas el verano chileno.

Saludes a tus hijas y un muy afectuoso abrazo para ti.

Jesús Vallejo Mejía

domingo, 24 de enero de 2010

Cartas sobre la mesa (7)

Jesús Vallejo Mejía

Carta a Eduardo Charry, Medellín

Enero 24 de 2010

“Apreciado Eduardo:

Creo que tú tienes razón en tu queja.

Lo que Alberto Zalamea llamaba hace años la "Gran Prensa" tenía, al menos, cierto decoro y se rodeaba de un aura de respetabilidad.

Pero los que ahora la controlan, fuera de que en general adolecen de lo que antaño se censuraba bajo el rótulo de vida disipada, carecen además, por lo común y salvo raras excepciones, de la venerable virtud de la sindéresis, que permite juzgar atinadamente sobre lo que está bien y lo que está mal.

Lo que suele verse en esas altas esferas es el juego de intereses, el amiguismo, el sesgo de la información y el comentario para justificar a unos y enlodar a otros, según lo indiquen las simpatías o las antipatías que predominen.

El caso de Semana es bien significativo.

Poco se ha ocupado el famoso "establecimiento" por averiguar cuáles fueron los motivos que llevaron a Pablo Escobar a elegir a Semana como el medio indicado para comenzar su campaña que culminó con la muerte de Rodrigo Lara Bonilla, ni por qué al capo le dedicaron tantas portadas, la primera de las cuáles, bastante condescendiente por cierto, lo presentaba como el "Robin Hood paisa".

Tampoco se ha llevado a cabo el debate tanto moral como jurídico en torno de la dudosa práctica de publicar piezas dolosamente extraídas de expedientes sometidos a reserva, con base en las que se anticipan a condenar o absolver a los involucrados en tales expedientes, y se promueve un mercado de información que bordea la ilegalidad.

Lo de mezclar la información dizque con el análisis de los hechos no orienta al lector, sino que distorsiona su juicio. Es, por así decirlo, un procedimiento prácticamente subliminal que invade la esfera del criterio personal para inclinarlo en el sentido que desea el comentarista disfrazado de informador objetivo y veraz.

Pienso que hay dos graves pecados en nuestra "Gran Prensa", que son la "semanización" de la noticia y la "arizmendización" de la entrevista, vicio éste último que ha hecho carrera cuando se pone contra la pared y a quemarropa al entrevistado, o se extraen de sus dichos conclusiones que no corresponden a los mismos.

Pero denunciar estas cosas equivale a dar coces contra el aguijón, pues el nivel moral de la dirigencia colombiana es cada vez más precario.

Hay que esperar que las cosas cumplan su ciclo.

En cuanto a lo de la muerte de Álvaro Gómez, ojalá nuestra precaria justicia se aplique a investigar el caso a fondo.

Es cierto que hay distintas hipótesis acerca de quiénes pudieron haberlo ordenado, facilitado y ejecutado. Unas de ellas favorecen a Samper, pero otras lo involucran.

Yo me limito a recoger la que adoptó la inteligencia militar, es decir, que el crimen contó con la participación del DAS.

Cordial saludo.

Jesús Vallejo Mejía”

martes, 19 de enero de 2010

Cartas sobre la mesa (6)

Jesús Vallejo Mejía

Carta a Herbert Morote, Medellín

Enero 19 de 2010

“Apreciado Don Herbert:

A raíz de un paseo que hice por su tierra hace dos años y medio, cuando ocupaba el cargo de Embajador de Colombia en Chile, tuve oportunidad de saber de su libro sobre Bolívar, que tuve alguna dificultad para encontrarlo, pero poco antes de salir para el aeropuerto de regreso para Santiago lo logré conseguir en un centro comercial.

Su libro me impactó mucho, pues me informó sobre distintos aspectos de la historia peruana y la actuación de Bolívar que eran desconocidos para mí.

Es en verdad un texto polémico, pero no creo que ello le reste seriedad.

Acá también las opiniones están divididas en torno a la apreciación del papel histórico de Bolívar, los rasgos de su personalidad y la índole de su proyecto político.

Hay una tradición vinculada a Santander y sus seguidores, cercana al liberalismo, que es bastante crítica de Bolívar. Creo que el escritor más representativo de esta tendencia puede ser Germán Arciniegas.

Yo no sé si usted conoce el libro de "Estudios sobre la vida de Bolívar", de José Rafael Sañudo, que lo examina desde la perspectiva de los pastusos, que fueron sus víctimas y todavía lo recuerdan como opresor suyo.

Es un libro de 1923, muy bien documentado. Lo leí hace poco por recomendación y préstamo de un caro amigo. Por lo menos en lo que a mí concierne, arroja mucha luz sobre el funesto papel de Bolívar en la ruina de lo que hoy llamamos la "Gran Colombia".

Sus prejuicios contra granadinos, quiteños y peruanos, amén de su odio contra lo que llamaba "la vil raza de los españoles", e incluso su desprecio por los pueblos que se había empeñado en emancipar de la tutela peninsular, no le permitieron disponer de una visión equilibrada de su realidad política.

Para los liberales colombianos, Bolívar es, por supuesto, el Libertador, pero también el Dictador.

Además, nunca dejó de sentirse venezolano, por lo que, como lo destaca Sañudo, para sus compatriotas reservaba los mejores premios, puestos y prebendas.

La Nueva Granada se rebeló, precisamente, contra la bota venezolana, y sigue rebelándose...

Con su venia, dado que su libro no se encuentra disponible en Colombia, lo he distribuído en copia entre algunos amigos, entre ellos Jaime Horta, que es un historiador y jurista de muchos quilates.

Por lo pronto, le envío un saludo muy cordial.

Jesús Vallejo Mejía”

lunes, 28 de diciembre de 2009

Cartas sobre la mesa (5)

Jesús Vallejo Mejía

Carta a Ricardo Ostuni

Medellín, diciembre 22 de 2009

“Apreciado Don Ricardo:

El ajetreo de estos días navideños no me ha permitido concentrar la atención en el interesantísimo tema que Ud. planteó hace poco acerca de las transformaciones del Estado actual, al que no podemos seguir examinando a la luz de categorías propias del siglo XIX.

No es el caso de ignorar que esas categorías fueron supremamente útiles para la configuración y el funcionamiento de los sistemas demoliberales que, pese a sus limitaciones, han representado avances muy significativos para la civilización política.

Las ideas de soberanía nacional, de representación popular, de supremacía de la Constitución e imperio de la ley, de derechos fundamentales anteriores y superiores al Estado, de separación de poderes, de descentralización de colectividades regionales y locales, de ciudadanía ampliada, de sufragio libre, igual, secreto, etc., de libre debate público, de pluralismo de partidos políticos, de renovación periódica de los altos poderes del Estado, de eliminación de privilegios nobiliarios, de separación de la Iglesia y el Estado, de acción pública tendiente a mejorar las condiciones de los menos favorecidos por la fortuna y a construir sociedades más igualitarias, integran un patrimonio cultural que, parafraseando viejas nociones, es imprescriptible e inalienable.

Pero, como sucede con todas las ideas, se trata de construcciones del espíritu que buscan, por una parte, reflejar la realidad colectiva y, por otra, modelarla.

Ahora bien, esa realidad es compleja y dinámica, por lo que todo intento de aprehenderla y constreñirla sólo puede tener alcance limitado y relativo.

Hoy conocemos mucho mejor que los clásicos del pensamiento político la naturaleza de los fenómenos del poder y la sociabilidad, así como el carácter ideológico de nuestras ideas al respecto. Por consiguiente, no debemos ser dogmáticos, sino atenernos a las lecciones de la experiencia, sometiendo nuestras concepciones al contraste con los hechos, que, como decía el poco encomiable Lenin, son tozudos.

Dicho de otro modo, la teoría constitucional debe nutrirse de los aportes de la ciencia política, la sociología, la economía, la historia, la antropología e incluso la psicología, para dar cuenta más cabal de los fenómenos que aspira a comprender con miras a proponer regulaciones adecuadas.

Bolívar se refirió alguna vez, para denostarlas, a las repúblicas aéreas, que no consultan las realidades geográficas ni culturales de los pueblos, sino los delirios más o menos bien intencionados de sus promotores. Éstos terminan exclamando como el Libertador en sus postrimerías: "Sembré en el mar y aré en el viento".

Muy a menudo he sostenido que la Constitución que adoptamos en 1991 es un Código Funesto, porque en lugar de concentrarse en los problemas que el país afrontaba a la sazón, dio libre curso al espíritu de imitación, a la novelería e incluso a la garrulería, sin detenerse a considerar la realidad de un pueblo con un tejido social severamente deteriorado por la violencia guerrillera, la feroz respuesta del paramilitarismo, la penetración del narcotráfico y la corrupción política, fuera de las condiciones de pobreza y marginalidad de buena parte del mismo.

Nuestros flamantes constituyentes de ese año se aplicaron a copiar figuras norteamericanas, españolas, alemanas, italianas, etc., combinándolas a la bartola y adaptándolas mal que bien a sus opiniones e incluso a sus intereses. Pero no hubo en esa asamblea pensadores originales ni dirigentes aterrizados que pudiesen orientarla haciendo ver que se trataba de corregir ciertos vicios, de mejorar algunas instituciones y de abrir espacios que permitiesen la incorporación de fuerzas políticas emergentes que se sentían marginadas, pero no de ofrecer ríos de leche y miel, ni paraísos islámicos como los que la novísima jurisprudencia en materia de sexualidad viene consagrando como paradigma de derechos fundamentales al goce carnal.

A mis discípulos en los cursos que hasta hace algún tiempo dictaba en materia de Teoría Constitucional, solía recomendarles que observaran las instituciones británicas, que están montadas, por una parte, sobre la base de que el pasado lega enseñanzas dignas de examinarse y, por otra, que la sociedad cambia y es necesario ajustarse tanto a los diferentes estados de la opinión pública como a las necesidades de cada momento.

Recuerdo el comentario que hace algún tiempo hizo mi dilecto y sapientísimo amigo José Alvear Sanín acerca de cómo los ingleses, en razón de la Segunda Guerra Mundial, dejaron de lado la costumbre inveterada de hacer elecciones generales cada cinco años. La necesidad pública indicaba que era indispensable la continuidad del gobierno de Churchill, a quién hubo de cambiarse sólo cuando la contienda ya había tocado a su fin.

Igual que De Gaulle, que en su hora pudo decir con razón que él era Francia, en esos momentos terribles el Reino Unido era Churchill.

Usted tiene toda la razón cuando desconfía de la opinión prefabricada por los medios e incluso por los encuestadores. Pero resulta que la opinión que favorece la reelección del presidente Uribe desafía a los grandes medios nacionales. Si usted sigue la pista de los comentarios de prensa, las columnas de opinión, los noticieros de televisión o de radio, quizás llegue a la conclusión de que hay un antiuribismo rampante. Pero cada que sale una nueva encuesta, no de una sino de varias firmas especializadas en el escrutinio de la opinión, el apoyo popular al Presidente se pone en evidencia. Y no se trata sólo del que se registra en los grandes núcleos urbanos, a donde llegan más fácilmente los encuestadores, sino el de los aldeanos y campesinos que se han visto liberados de los atropellos de los violentos gracias al esfuerzo isomne de nuestra fuerzas armadas y la dirección ejercida momento a momento por el presidente Uribe.

Ahí le dejo, por lo pronto, estas reflexiones inducidas por uno de sus muy inteligentes comentarios.

Le reitero mis votos por una feliz temporada navideña y mejor año venidero.

Cordialmente,

Jesús Vallejo Mejía”