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lunes, 22 de marzo de 2010

Después de Copenhague

Mario Calderón Rivera

La Patria, Manizales

Marzo 21 de 2010

Después de la ruidosa Cumbre de Copenhague pareció venir el silencio. Muchos medios de opinión se apresuraron a calificar de fracaso un encuentro en el que se tenían forjadas grandes esperanzas. Sin embargo, pareció haber un consenso en que ese gran encuentro había desatado un proceso con nuevas características medianamente esperanzadoras. Fue evidente, al menos, que la perspectiva con que la comunidad mundial se aproximó al tema del calentamiento global y del cambió climático, tuvo condicionamientos más apremiantes que los que dieron forma al Protocolo de Kyoto y a su interminable camino hacia su ratificación por las naciones más contaminantes.

Resultó claro que la Cumbre sirvió de caja de resonancia para mostrar nuevas evidencias físicas y comprobaciones científicas sobre la magnitud del cambio ecosistémico global. Estados Unidos y China, como los responsables de más del 40% de las emisiones, por primera vez se vieron la cara y comenzaron a desatar el nudo de sus propias responsabilidades. Y todo ello gracias al gesto audaz de Barack Obama, quien no sólo tomó la decisión política de viajar a Pekín, sino que fue capaz de mostrar en Copenhague una actitud diferente a la de la cínica displicencia con que el presidente Bush (padre) llegó a la Cumbre de la Tierra en 1992.

Obama arribó a la capital de Dinamarca en el momento mismo en que tambaleaban todas las posibilidades de lograr un acuerdo. Y con singular inteligencia consiguió romper el hielo y reunir a China, Brasil, India y Suráfrica para impulsar una fórmula que finalmente logró un virtual consenso. Nunca Estados Unidos jugó un papel con tanto sentido para el futuro del planeta. Allí, sin que mediara todavía un compromiso con fuerza vinculante, sí se vio por primera vez la expresión de voluntad sobre acciones concretas, aunque todavía condicionadas por el recelo de las partes. Y no sólo con relación a la reducción de sus propias emisiones, sino también con respecto a la creación de un fondo de US$100.000 millones de dólares para contribuir al esfuerzo de países en desarrollo.

Un repaso tranquilo de lo que ha venido sucediendo casi silenciosamente parece indicar que el debate nunca terminará. Por un lado, un sector amplio de la comunidad científica mundial que no guarda duda sobre los factores determinantes, con el uso de los combustibles fósiles, la deforestación y la pérdida de biodiversidad a la cabeza. A esta corriente de pensamiento se enfrentan otros científicos respetables, alentados de alguna manera por sectores del gran establecimiento industrial que se nutre de los combustibles fósiles. Una actitud comparable a lo que la industria del tabaco continuó asumiendo cuando la ciencia demostró la evidencia en la relación del cáncer con el cigarrillo.

Según un documento del Instituto Tecnológico de California (CALTECH), en vísperas de la Revolución Industrial la concentración de CO2 en la atmósfera era de aproximadamente 280 partes por millón. Y en ese nivel aproximado se había mantenido por cerca de 10.000 años. La era industrial desató un proceso de incremento en ese factor, especialmente a partir de una industrialización acelerada -basada en el carbón, el petróleo y el gas- después de la segunda guerra mundial. Hasta el punto de que en 2007 ese nivel de concentración era de 384 partes por millón y mostraba una tendencia de aumento por encima de dos puntos anuales. A este ritmo, a fines del presente siglo, como una especie de signo apocalíptico, la atmósfera terrestre se estaría aproximando a un punto en que la vida de la especie humana, en primer lugar, y de una buena parte de las demás especies vivas sobre la tierra, comenzarían a no ser viables. Como sucedió, precisamente, con la llamada quinta extinción hace 65 millones de años, cuando la concentración de CO2 en la atmósfera se aproximó a las 1.000 partes por millón. Se daría entonces la primera extinción provocada por el hombre.

El gran reto implícito en el camino que comenzó a abrirse en Copenhague, está en hacer frente al cambio de fuentes energéticas, simultáneamente con la preservación de la seguridad alimentaria, que supone también nuevos rumbos en la agricultura mundial. Con las tendencias actuales, la población de la tierra para 2050 estará rebasando la cifra los 9.000 millones, lo cual supone incrementar en un 70% el producto agrícola actual y enfrentar un gigantesco reto cuantitativo y tecnológico que neutralice el impacto que el modelo agrícola mundial representa hoy en el cambio climático.

Falta todavía afilar instrumentos. Pero, sobre todo, conseguir que Estados Unidos, China y la potencias emergentes como Brasil y la India, logren convertirse en las locomotoras de esta empresa que para muchos tiene las características de una nueva Arca de Noé. Barack Obama, hay que reconocerlo, es el líder con más carisma y convicción, pero increíblemente el más maniatado por su propio establecimiento político-industrial encarnado en la extrema republicana.

La posición de China es harto paradójica. Por un lado y con razones comprensibles, se niegan siquiera a pensar en adoptar medidas que signifiquen colocarse por debajo de un crecimiento del 10% anual que han mantenido durante los últimos 20 años. Sin embargo, como se deduce de informes recientes, todo indica que comienzan a marchar en una dirección que claramente busca compatibilizar ese ritmo con un cambio en el modelo energético. El Plan Quinquenal 2006-2010 tiene una consigna: “hacerse verde es glorioso”. Y su prodigioso instinto creativo se resume en la frase de un científico en energías limpias citado por Thomas Friedman: “China está dejando de copiar y está empezando a crear. La última vez que a los chinos les dio por ponerse creativos, inventaron el papel, el compás y la pólvora”.

En el contexto anterior, la próxima Cumbre de la Tierra, ya acordada para 2012 en Río de Janeiro, servirá para medir el sentido de supervivencia que aún le queda a la especie humana.

domingo, 7 de marzo de 2010

La conexión Chávez

Mario Calderón Rivera

La Patria, Manizales

Marzo 7 de 2010

En un día del mes de mayo de 2006 los medios de España dieron cuenta de un curioso episodio. Un pequeño barco pesquero, denominado “Fabio Gallipolli”, que circulaba en aguas de Cabo Verde, fue sorprendido por la policía española con un cargamento de tres toneladas de cocaína. Sus dos tripulantes comparecieron ante el juez de la Orotava, en la isla de Tenerife, y revelaron que habían recibido la droga en altamar nada menos que de una patrullera de la Armada venezolana. Y en una charla entre los dos traficantes, interceptada por la Guardia Civil, se pudo escuchar una conversación en que uno de ellos expresaba el miedo de regresar a Venezuela para saldar la supuesta deuda que había contraído para embarcarse en su aventura. “Ahora el jefe es el hermano”, fue la respuesta tranquilizadora, según los mismos medios. En el desarrollo de la investigación preliminar, lo que pareció aflorar fue que el personaje detrás de la noticia podría ser Marcos Chávez Frías, nombrado por su hermano comisario general de la policía élite venezolana, encargada principal de reprimir el narcotráfico y el terrorismo.


Las hipótesis que desató el episodio anterior pudieron ser o no válidas para constituirse en pruebas para las posteriores actuaciones de la justicia española. Sin embargo, sí llegaron a engrosar evidencias alarmantes. Como que, según datos del Centro de Inteligencia Contra el Crimen Organizado (CICO), un organismo del Ministerio del Interior de España, el 80% de la cocaína que ingresa a España proviene de Venezuela. Antes del régimen chavista ese porcentaje apenas llegaba al 20%.


Son muchos los hechos que concurren para aportar explicaciones a este fenómeno. Tanto los informes de la policía española, como los provenientes del propio gobierno colombiano, coinciden en que el delta del Orinoco hasta su desembocadura ha llegado a convertirse en la gran pista desde donde arrancan los grandes embarques de droga colombiana hacia las costas españolas. Y todo ello bajo la custodia de patrulleras de la Armada venezolana. Según datos revelados por los medios, en esa zona del gran delta del Orinoco más de 120 pistas clandestinas sirven esos propósitos. Hasta el punto de que el propio gobierno mexicano se sintió afectado y se sumó a los reclamos colombianos por una menor laxitud de parte de Venezuela.


Lo anterior sería ya suficiente para generar una inquietud de gran dimensión a nivel internacional, pero especialmente de parte de los gobiernos de España y de Colombia. Es posible que -como suele ocurrir- las vías diplomáticas hayan terminado en vacíos dilatorios, siempre de consecuencias imprevisibles. Sin embargo, el verdadero trasfondo de este fenómeno tenía que resultar develado en algún momento. Y no precisamente por la acción de los gobiernos, sino por la audacia de Eloy Velasco, un valiente juez de la Audiencia Nacional de España, quien ha creído identificar en este oprobioso escenario lo que pudiera ser la clave protagónica. Nada menos que una alianza criminal entre sectores del régimen chavista y las organizaciones terroristas de Eta y Farc. La misma en que el juez Velasco comienza por identificar como personaje central a Arturo Cubillas, el principal etarra refugiado en Venezuela desde 1989, acusado de tres asesinatos cometidos durante la década de los ochenta. No obstante semejantes antecedentes, en 2005, fue nombrado por el régimen de Chávez como Director de Bienes y Servicios del Ministerio de Agricultura. Allí conoció a Goizeder Odriozola, una hija de exiliados vascos, que trabajaba con ese mismo Ministerio y que posteriormente fue trasladada nada menos que a ser Directora General del Despacho de la Presidencia, con categoría de gabinete de Chávez.


Con base en primeros indicios el juez Velasco ha ordenado el procesamiento de siete miembros de la Eta, encabezados por Cubillas, y un número igual de las Farc, por su alianza para actuar en territorio de España como adiestradores en la fabricación y utilización de explosivos y el manejo de misiles tierra-aire. En la lista de procesados de las Farc figura Rodrigo Granda Escobar, liberado por el presidente Uribe, para atender a una deplorable intercesión del Presidente de Francia. En ese contexto aparece un plan siniestro para asesinar a líderes políticos españoles y suramericanos. Concretamente se menciona al presidente Álvaro Uribe, al ex presidente Andrés Pastrana y a la ex-canciller Noemí Sanín.

Como era de esperarse, en el expediente levantado por el juez de la Audiencia Nacional emergen los archivos del guerrillero abatido Raúl Reyes, que evidencian esa alianza siniestra entre Farc y Eta. Para el funcionario judicial se configura, al menos en principio, “la cooperación venezolana en la ilícita colaboración entre las Farc y Eta”.


El proceso que ha desatado la decisión del juez Velasco lo comienza a vivir la comunidad internacional. España se ha visto sacudida por un escándalo que es apenas el reflejo del fastidio que tan bien se expresó en el “¿por qué no te callas?” del Rey Juan Carlos. Y el único que -con calculado cinismo- se ha declarado sorprendido ha sido el señor Miguel Ángel Moratinos, Ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación de España. Este personaje ha figurado durante varios años como un frecuente visitante del Palacio de Miraflores en Caracas, con más trazas de agente comercial que de Canciller. Y siempre como gestor abierto de los más jugosos negocios que España ha realizado con el régimen de Chávez. Moratinos ha sido además y sin ningún reato, el más intenso promotor de la venta de armas de fabricación española para Venezuela. Infortunadamente, con la misma falta de vergüenza con que ha logrado vendérselas a Colombia. Y no por pura casualidad España es el mayor proveedor de armas para Chávez, después de Rusia. “El Ministro es rehén de sus tratos con Chávez” es lo que se más se ha dicho por estos días en ciertos círculos madrileños. No debería sorprendernos que, al final de todo este episodio, la clave de todo, pero también la incógnita nunca descifrada, pudiera estar en la respuesta que Chávez lanzó groseramente a la cara de Rodríguez Zapatero: “si quiere alguna explicación, pídasela a su canciller Moratinos”.


El Mundo, uno de los más respetables diarios de España, ha demandado en su editorial del 2 de marzo claridad y decisión al Gobierno de Rodríguez Zapatero. “El Ejecutivo español no puede seguir mirando hacia otro lado. Es necesario que España evite que haya paraísos o refugios para los asesinos. Eso supone ahora exigir responsabilidades a Chávez y no ceder a sus exabruptos, por intensas que sean las relaciones comerciales con Venezuela y por importantes que sean los negocios de empresas españolas con ese país. Nadie entendería que en estas circunstancias, el dictador que llegó al poder por las urnas en Venezuela asistiera a la cumbre con Latinoamérica en Madrid como si no ocurriera nada”.

domingo, 31 de enero de 2010

El Brasil de Lula da Silva

Mario Calderón Rivera

La Patria, Manizales

Enero 31 de 2010

En “La Historia de las Independencias” deliciosamente contada por Diana Uribe están muchas de las mejores claves para entender el Brasil de hoy, de ayer y de siempre. Porque en el origen y en el desarrollo de la nación carioca no han dejado de estar presentes las esencias distintivas del papel pionero de Portugal en la expansión ultramarina europea y primordialmente en la conquista de América. Algo en que la gran figura de Enrique El Navegante, Rey de Portugal y genio comparable al gran Leonardo, sembró los hitos que después permitirían a Cristóbal Colón llegar a las costas de un nuevo mundo y a Vasco de Gama encaminarse a la India por el Cabo de Buena Esperanza. Sin embargo, su genio visionario estuvo marcado esencialmente por la fundación de la Escuela de Sagres, un foro de navegantes y científicos llamado a convertirse en la primera gran punta de lanza que convertiría a Portugal en el factor determinante de la nueva diplomacia mundial surgida de los descubrimientos. El resultado de ese impulso fue el Tratado de Tordesillas suscrito el 7 de junio de 1494 entre los reyes de Castilla y Aragón Fernando e Isabel y Juan II de Portugal, con la venia del Papa Borgia, Alejandro VI, para trazar una línea divisoria que marcaría el reparto de los territorios de conquista en el océano Atlántico. En ese histórico tratado Brasil pasó a formar parte del imperio portugués. Pero también se sembraron las primeras bases para lo que sería una diplomacia regional con características muy diferentes a las que distinguirían a los nuevos Estados surgidos de la guerra independientista contra España. Desde que a mediados del siglo XIX se construyó el palacio de Itamaratí como sede del gobierno republicano, la diplomacia brasilera comenzaría a marcar una gran diferencia dentro la diplomacia continental.

Diana Uribe describe magistralmente ese contraste. Que empieza cuando las guerras napoleónicas destronan a Fernando VII y el imperio español comienza a colapsar. Napoleón quiere expandir el dominio de Francia y en sus planes está también tomar posesión de Portugal y de sus signos imperiales. Y mientras España se acaba de desgastar defendiendo su propia casa, el genio geopolítico heredado de Enrique El Navegante hace que los portugueses “empaquen su imperio para Brasil”, trasladen la sede imperial de Lisboa a Río, “haciendo que sus territorios de ultramar se conviertan en el imperio mismo, pero manteniendo su identidad histórica aún después de lograda la independencia. Y como la guerra de Napoleón es esencialmente una guerra de alcance europeo, -inspirada en la Ilustración y en la razón, pero apoyada en la fuerza- el imperio portugués asentado en Brasil comienza a forjar lo que sería -años después de la derrota de España en América- una transición pacífica promovida directamente en 1822 por el Rey de Portugal hacia una monarquía constitucional basada en un modelo esclavista. Sin embargo, la propia dinámica geopolítica en que estaba enmarcado el imperio, llevaba implícito el impulso hacia la abolición de la esclavitud en 1888. Brasil vivió desde entonces un proceso turbulento en el que el enfrentamiento entre democracia y el caudillismo militarista terminaron por llevar al Brasil a una madurez tan alta que sirvió para abrir las puertas a la elección de Ignacio Lula da Silva. Después de que Fernando Henrique Cardoso había realizado una gestión ejemplar que dio comienzo a la emergencia de Brasil en el siglo XXI.

Ignacio Lula da Silva viene de ese Brasil profundo, donde su fundieron todas las razas y se produjo en un gigantesco territorio y a partir de una megabiodiversidad incomparable, la mejor de las síntesis humanas suramericanas. Nacido en una humilde familia campesina en el Estado de Pernambuco, viajó a Sao Paulo en busca de mejores oportunidades. Sus primeros oficios informales fueron de lustrabotas y de ayudante de tintorería, para pasar luego a mecánico y auxiliar de oficina. Formado como tornero mecánico en el Senal (el equivalente brasilero del Sena), llegó a escalar las más altas posiciones en el sindicalismo metalúrgico del Brasil. Y como líder del Partido de los Trabajadores llegó finalmente a la primera dignidad de su país. Era el final de una marcha inverosímil. Y conmovió al mundo cuando en su discurso de posesión dijo con la mayor simpleza: “Y yo, que durante tantas veces fui acusado de no tener un título universitario, consigo mi primer diploma, el título de presidente de la República de mi país”.

Pero también desde ese momento mostró la visión que lo guiaría para condicionar uno de los más fascinantes fenómenos de la geopolítica mundial expresado en el cuadrilátero BRIC (Brasil-Rusia,Iindia y China). Su pragmatismo no se diferenció en nada del de los líderes chinos, indúes o rusos. Porque en su primer gabinete incluyó al Presidente del Banco de Boston de Brasil como presidente del Banco Central y a un reconocido extroskista como Ministro de Hacienda.

Con ese equipo y bajo su liderazgo personal, no solamente ha mostrado, en medio de la crisis mundial, una fortaleza económica excepcional con un crecimiento por encima del 5%, sino que ha reducido el nivel de pobreza absoluta de un 35% en 2003 hasta un punto en que se espera que para el año 2016 quedará completamente eliminada. Algo de lo cual está todavía lejos el resto de países latinoamericanos.

domingo, 24 de enero de 2010

Los próximos tres años de Obama

Mario Calderón Rivera

La Patria, Manizales

Enero 24 de 2010

Al culminar su primer año de gobierno, el presidente Barack Obama está siendo sometido a un escrutinio crítico de muy variados matices. Sin embargo, más allá de las visiones superficiales e inmediatistas, desde varios de los más reconocidos observatorios de la geopolítica mundial, las opiniones coinciden en señalar hitos visibles que, en menos de un año, comenzaron a marcar un profundo redimensionamiento en la política exterior de los Estados Unidos. Una de esas fuentes de referencia es, precisamente, Zbigniew Brzezinski, asesor del presidente Kennedy y miembro del Consejo Nacional de Seguridad del presidente Carter en los años 70. Pero, sobre todo, uno de las voces más autorizadas de la academia mundial en geopolítica y geoestrategia.

En la edición de la revista Foreign Affairs correspondiente al primer bimestre de 2010, este distinguido analista publica un ensayo extenso titulado “De la Esperanza a la Audacia”. En él destaca primordialmente lo que comienza a emerger como el conjunto de acentos que marcarán el tránsito de la política exterior de los Estados Unidos durante los próximos tres años del mandato de Barack Obama. El primero de ellos y el que más dramáticamente comenzó a marcar la diferencia con el fantasma del “imperio del mal” creado por Bush, fue el de que “el Islam no es el enemigo”. Al mismo tiempo, la actitud racional y asertiva frente al conflicto Israel-Palestina, igual que frente al programa nuclear de Irán y al manejo de la amenaza Talibán en Afganistán, tanto como la estrategia más amplia y no simplemente militar para desmontar la guerra de Iraq. Y aunque debe aceptarse que frente a América Latina se mantiene la ambigüedad, hay signos alentadores sobre virajes de fondo.

En el contexto anterior, el ex asesor del presidente Kennedy ve algo más profundo. Su conclusión primera es que Obama ha emprendido un esfuerzo verdaderamente ambicioso para redefinir la visión de Estados Unidos sobre el mundo y para reconectar al país del Norte con el contexto histórico emergente en la primera década del siglo XXI.

En una perspectiva más amplia los primeros pasos de Obama se encaminan claramente hacia un punto de flexión en la política exterior de EE.UU. Algo que podría definirse como el regreso al espíritu del presidente Woodrow Wilson, quien quiso darle a la “Doctrina Monroe” (América para los Americanos) y a su derivada del “Destino Manifiesto” un alcance universal definido en términos de que “el mundo debe hacerse seguro para la democracia”. Con ese argumento Wilson involucró a Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial para contribuir decisivamente al salvamento de una comunidad internacional amenazada. La inspiración esencial de esa política, en el lenguaje de la mejor tradición del Partido Demócrata, encarnada por el inolvidable senador William Fulbright, representó la adhesión al principio de la libre determinación de los pueblos. Sin embargo, fue evidente que grandes tramos de la presencia exterior de los Estados Unidos durante el Siglo XX estuvieron dominados por la política del “Gran Garrote” (big stick) que, instaurada por Theodoro Roosevelt, muchas veces empañó la imagen de Washington, principalmente por el apoyo a dictaduras y a gobiernos corruptos. Esa política, que se suponía dictada desde lo alto, virtualmente otorgaba a Estados Unidos la custodia de la comunidad mundial y el derecho a llevar su modelo político a todas las latitudes, pero especialmente a América Latina.

Los análisis verdaderamente profundos sobre el primer año de Barack Obama no vacilan en señalar hacia su audacia para cambiar rumbos que parecían inalterables, inclusive para el propio partido del Presidente. Uno de los puntos más candentes de la política exterior de EE.UU., por ejemplo, era la negativa sistemática de la Casa Blanca al reconocimiento del llamado Estatuto de Roma que, por decisión de Naciones Unidas en 1998, creó la jurisdicción de la Corte Penal Internacional. Y aunque Estados Unidos se negó a suscribirlo hasta cuando el presidente Clinton lo hizo antes de terminar su mandato, George Bush olímpicamente se negó a impulsar su aplicación efectiva para delitos cometidos por ciudadanos de los Estados Unidos.

Uno de los pasos trascendentales de Obama en el primer año de su mandato, a través de la Secretaria de Estado Hillary Clinton, ha sido abrir las puertas para que Estados Unidos se acoja sin reservas a la jurisdicción de la Corte Penal Internacional. Y como si fuera poco, por decisión del presidente Obama desde noviembre de 2009, se concretó la presencia de Estados Unidos, como observador permanente en las reuniones de la Corte. Algo que estuvo precedido por otro paso altamente significativo, como fue el regreso de Estados Unidos al Consejo de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, de donde con su peculiar arrogancia se había retirado el señor Bush.

Al momento histórico que marcó el presidente Wilson, pero esencialmente también al gran símbolo de Thomas Jefferson como el gran arquitecto de la Declaración de Independencia y de la Constitución de los Estados Unidos, el presidente Obama asoció su compromiso con Estados Unidos y con el mundo cuando en su discurso ante Naciones Unidas en septiembre de 2009 expresó con claro sentido autocrítico:

“La democracia no se puede imponer en ningún país desde el exterior. Cada sociedad debe encontrar su propio camino, y ningún camino es perfecto. Cada país seguirá el rumbo que traza la cultura de su pueblo y sus tradiciones pasadas. Reconozco que Estados Unidos se ha comportado con demasiada frecuencia de modo parcial en la promoción de la democracia. Pero ello no debilita nuestro compromiso, sino que lo refuerza. Hay principios fundamentales que son universales, hay verdades que son evidentes y Estados Unidos de América nunca vacilará en sus esfuerzos por defender el derecho de todos los pueblos a determinar su propio destino”.

domingo, 17 de enero de 2010

El infortunio venezolano

Mario Calderón Rivera

La Patria, Manizales

Enero 17 de 2010

El primer eslabón en nuestra cadena afectiva con Venezuela se llama Simón Bolívar. Y su alcance simbólico pasa por lo que Caracas y Santa Fe de Bogotá significaron como escenarios siempre articulados e inseparables en el proceso libertario. El genio superior del Libertador supo mantener hasta su muerte esa comunidad de intereses cada vez que la mala entraña de un caudillismo con tintes de revuelta social quiso dar al traste con la Gran Colombia. Desde Venezuela, las banderas que agitó José Antonio Páez en contra del sueño bolivariano no fueron más que la continuación de revueltas anteriores que, sin la mano de hierro de Bolívar, sólo habrían servido para favorecer la reconquista española que entró arrasando con una crueldad sin nombre. Prevalidos del desconcierto inicial y atrincherados en odios de clase, como lo describe magistralmente Indalecio Liévano Aguirre, pretendieron socavar la autoridad del gran líder, a quien miraban como el primer obstáculo a sus ambiciones caudillistas. Las mismas que alimentaron por muchos años para azuzar el enfrentamiento entre “pardos” y “mantuanos”, que marcaba la diferencia entre mestizos y zambos con la llamada oligarquía criolla en buena hora contagiada por las ideas libertarias que venían desde la Ilustración. “Aristócrata mantuano”, “señorito caraqueño” fueron los calificativos que estos enemigos solapados endilgaron siempre a quien en ese mismo momento los estaba libertando del yugo imperial colonialista.

Uno de los episodios que marcó más dramáticamente la lucha de Bolívar para no permitir el naufragio de la causa libertadora como consecuencia de las traiciones permanentes y los golpes arteros de los caudillos emergentes, fue el protagonizado por el general Manuel Antonio Piar, descrito como “hijo de una mulata de Curazao y de un canario avecinado en Caracas”. Cuando intentó dar un golpe a Bolívar fue apresado, juzgado, condenado a muerte y –en palabras del propio Libertador - “ejecutado por sus crímenes de lesa patria, conspiración y deserción”.

Antes de su muerte, Bolívar tuvo que enfrentar un nuevo intento por romper la integridad de la Gran Colombia. Esta vez con la rebelión de José Antonio Páez en 1826, también montado sobre el odio clasista. Pero después de verse coronado de gloria, el Libertador se vio otra vez asediado por la ingratitud de quienes sólo vieron en la iniciación de la vida republicana una oportunidad para buscar fortuna y para apertrecharse en el populismo. Muerto Bolívar y desintegrada La Gran Colombia, José Antonio Páez, inició en la naciente Venezuela la era del caudillismo militar. Porque después de ser electo dos veces presidente, quiso hacerse nuevamente al poder por rebelión contra su sucesor y, dominado, fue enviado al destierro. Desde allí regresó para pescar en el río revuelto de las guerras civiles. El viacrucis para Venezuela apenas comenzaba. Porque el resto del siglo XIX y los comienzos del siglo XX fueron casi ininterrumpidamente de conflictos armados internos. Al país hermano le quedaban por vivir los casi 10 años del régimen del general Cipriano Castro y los 27 años de régimen igualmente autócrata, populista y corrupto de Juan Vicente Gómez, que sólo terminó con su muerte en 1935. Este personaje es considerado la más pura encarnación del caudillismo latinoamericano, generalmente inculto, con la rudeza de los cuarteles, carente de modales y con muy pocos escrúpulos, cruel y despiadado. En” El Otoño del Patriarca”, una de sus más hermosas obras, García Márquez lo retrató con singular maestría.

Sólo a partir de la caída de Gómez Venezuela pudo entrar en el proceso de maduración democrática. Que llegó a un punto casi estelar cuando Rómulo Gallegos -un maestro de escuela primaria como lo fue la gran Gabriela Mistral- fue ungido presidente por el 80% de la votación en 1948. Egregio autor de “Doña Bárbara”, una bella expresión de la naturaleza y del alma venezolanas, este ciudadano de América pasó a ser símbolo de lo mejor que anida en el alma venezolana.

Pero la mala sangre que ha ensuciado la historia venezolana habría de brotar nuevamente para derrocar el gobierno de este hombre bueno venido de la mejor entraña venezolana. Fue la obra diabólica de otro general populista y megalómano, Marcos Pérez Jiménez. El mismo que después de hacer eliminar físicamente a su principal cómplice, se hizo al poder hasta 1958, cuando un frente cívico colocó nuevamente sobre rieles la democracia venezolana bajo el liderazgo e inspiración Rómulo Betancour. Después de haber militado en el partido comunista, Betancour pasó a ser fundador de Acción Democrática, el ala liberal del bipartidismo tradicional venezolano. El se convirtió, sin duda, en uno de los personajes estelares de la historia política de Latinoamérica en el siglo XX.

Después de Betancour hasta la segunda elección presidencial de Rafael Caldera en 1994 la democracia venezolana discurrió por caminos de contrastes. Su bipartidismo, marcado por altibajos comparables al del liberalismo y del conservatismo colombianos, devino también en clientelismo y en formas de corrupción que parecían inimaginables. Habría que decir, sin embargo, que no es fácil encontrar en el ámbito venezolano figuras de dimensión intelectual y de estadistas comparables a Alberto Lleras Camargo, a Álvaro Uribe Vélez o a Álvaro Gómez Hurtado.

En el contexto anterior, no es difícil concluir que la estrambótica figura del coronel golpista Hugo Chávez Frías corresponde inequívocamente a un rasgo genético en la tradición venezolana. Pero, como ha pasado siempre con el caudillismo militarista en América Latina, es también el resultado del vacío institucional y del desencanto colectivo sin límites que genera la corrupción extrema de la política y la pérdida consecuente de gobernabilidad.

Después de un intento de golpe contra el presidente Carlos Andrés Pérez, Chávez fue encarcelado, como lo fue el general Piar. Pero tuvo la increíble fortuna de encontrarse con la benevolencia del presidente Rafael Caldera -en plena declinación de su lucidez mental- que no sólo lo sacó de prisión sino que lo envalentonó hasta al punto de convertirlo en líder de una ola populista triunfante. En tiempos de Bolívar difícilmente se habría escapado de estar frente a un pelotón de fusilamiento. Así como bajo la lupa de Carlos Marx no habría pasado de recibir el diagnóstico piadoso de “infantilismo revolucionario” asociado a mitomanía obsesiva.

La megalomanía de la revolución bolivariana tiene todos los visos de que no solo no producirá una ola expansiva, sino que terminará por un fenómeno implosivo. Y en ese momento que Dios tenga de la mano al pueblo venezolano.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Copenhague: ¿al borde de la oportunidad?

Mario Calderón Rivera

La Patria, Manizales

Diciembre 6 de 2009


Es posible que parezca un lugar común decir que en la Cumbre sobre cambio climático, que se instala mañana en Copenhague, podría estarse definiendo la suerte del planeta tierra. Al menos la de millones de especies vivas y, en primer lugar, la de la especie humana, cuya supervivencia está en juego como resultado del reacomodo del ecosistema global. Y todo ello independientemente de que las causas básicas de semejante alteración correspondan o no a la acción antrópica. Sucedió en el pasado evolutivo, sin presencia del hombre pero en todo caso con arrasamiento de buena parte de las manifestaciones existentes de vida. Simplemente es algo que suena a premonición de apocalipsis.


Justamente por moverse en el campo de las hipótesis extremas, el tema del calentamiento global y del cambio climático requiere una rara mezcla de capacidad para el análisis tranquilo y objetivo, pero también e ineludiblemente un enorme sentido de urgencia. Que es, precisamente, lo que ha faltado a los líderes mundiales desde que las voces de alarma expresadas en la Cumbre de Río en 1991 quisieron enmarcarse en un instrumento de acción internacional como el Protocolo de Kioto nacido en 1997. Doce años después, esta propuesta con sentido planetario no sólo no ha dejado de recibir gestos displicentes de parte de Estados Unidos, -que con China representa más del 40% de las emisiones de los llamados gases de efecto invernadero- sino que los propios adherentes se han limitado casi siempre a actitudes pasivas. Como si esperaran que, en un horizonte tolerable, la tecnología termine neutralizando el rumbo que visiblemente ha venido tomando el planeta GAIA.


Principalmente por la presión de la industria petrolera y automovilística, el congreso y dos presidentes de los Estados Unidos se negaron sistemáticamente a aceptar el Protocolo de Kioto. Con el pretexto de que mientras China y otros países en desarrollo no dieran el mismo paso, ese país no tenía por qué avanzar en lo que debería corresponder a toda la comunidad de naciones. Una de las mejores descripciones de la coyuntura planetaria la ha dado el físico alemán Hans Joachim Schellnhuber, jefe del Instituto de Investigación del Impacto Climático de Postdam y asesor de Ángela Merkel: "Es como si estuviéramos en el Titanic. Pero esta vez tenemos una visión clara del horizonte. No estamos mirando con un par de binoculares en la oscuridad, sino más bien con un sistema de radar, un sistema de radar científico". El problema, anota el científico, “es que hay 192 capitanes en el barco. Y esa es una situación fatal".


En el contexto anterior, resulta claro que la clave esencial para el éxito de Copenhague está en el liderazgo que sepan asumir las naciones que supuestamente están siendo responsables principales de la emisión de gases causantes del cambio climático. Y lo evidente, por ahora, es que esa responsabilidad está precisamente en Estados Unidos que no ratificó el Protocolo de Kioto y, además, en países como China, India y Brasil, que no figuraron en la Cumbre de Río como grandes emisores de gases. El cambio más dramático se ha dado, precisamente, cuando muy recientemente China superó en la lista a Estados Unidos y pasó a ocupar el primer puesto en ese rango indeseable. Y los cuatro países, sumados a la Unión Europea, Rusia y Japón, superan el setenta por ciento de las emisiones mundiales.


No obstante todo lo anterior, el mundo de hoy -que es esencialmente multipolar- requiere también de un liderazgo en el que cuente desde el más grande hasta el más pequeño. Y en el tema del cambio climático mucho más. Y porque a Copenhague concurren también con su voz los países en desarrollo aceptando compromisos, pero no gratuitamente. Y con sobra de razones. Porque el argumento de fondo está en que si los países industrializados, en apenas 200 años de revolución industrial se enriquecieron con los recursos naturales de todo el planeta, ahora no pueden pretender que los países en desarrollo se abstengan de explotar muchas de sus riquezas naturales, para proteger el ambiente, pero también para garantizar el hiperconsumo de los más ricos. La equidad exige con sobra de razones que por eso reciban un valor compensatorio. Y esa es la razón de la idea que ha venido avanzando para formación de un fondo de recuperación ecológica. Desde la Unión Europea se estima que un fondo de tal naturaleza requeriría no menos de 150 mil millones de dólares anualmente hasta el 2020. Algo que significaría apenas una fracción mínima del producto bruto mundial.


Por ahora parece evidente que Copenhague es la gran oportunidad para que la comunidad mundial se asome al borde de lo que podría ser un abismo sin fondo, o al menos una realidad suficientemente alarmante. Y no sólo para verificar la profundidad del hueco negro que se estaría abriendo a sus pies. Al menos para tomar conciencia de que, cualquiera que sea el responsable del cambio climático, hay razones para que el hombre como especie sepa cuidar su morada.


Mientras tanto, en la capital de Dinamarca, sede de la Conferencia, la organización ecologista Greenpeace ha empapelado la ciudad con fotos individuales y separadas de los líderes mundiales -Obama, Merkel, Sarkosy, Brown, Rodríguez Zapatero- envejecidos hacia el año 2020 y lanzando para esa época al mundo este mensaje: "Lo siento. Podríamos haber parado un cambio climático catastrófico... pero no lo hicimos".

domingo, 29 de noviembre de 2009

Contrastes y realidades en Latinoamérica

Mario Calderón Rivera

La Patria, Manizales

Noviembre 29 de 2009

Con la lógica de su seguridad interna y sin renunciar a su soberanía territorial, Colombia ha suscrito un acuerdo con Estados Unidos para la utilización de algunas bases aéreas con propósitos referidos exclusivamente al interés nacional. Este es el hecho escueto que -por una falla evidente de estrategia diplomática previa a la firma del respectivo instrumento- ha provocado un escándalo descomunal alimentado por la insidia de propios y de extraños. Y lo peor de todo es que ese ruido casi siempre farisáico ha sido orquestado -nada más ni nada menos- que por el coronel Hugo Chávez, quien ha suscrito un convenio con Rusia, para embarcarse con ese país en el uso de energía nuclear y para poner las aguas territoriales de Venezuela a disposición de la flota rusa para maniobras de guerra. Todo ello como un paso más en una serie de negociaciones fríamente calculadas y en un marco de confidencialidad jurada por ambas partes.


Esa connivencia ha llevado a la adquisición de un gigantesco arsenal cuyos únicos elementos conocidos hasta ahora han sido, para comenzar, 100.000 fusiles de asalto tipo Kalashnikov, varias decenas de helicópteros y barcos de patrullaje. Además, según el último acuerdo y las informaciones filtradas a los medios, esa alianza virtualmente convierte a Venezuela en un complejo industrial para la producción de toda clase de armas de alta tecnología, que incluye la producción de submarinos y de armas nucleares. Pero que, además, se conecta directamente con Irán. Y en el trasfondo, un discurso retórico de provocación deliberadamente encaminado a inducir una nueva forma de guerra fría.


Según el Instituto Internacional de Investigaciones para la Paz, con sede en Estocolmo, Venezuela ocupó en el año 2008 el octavo puesto entre los países importadores de armas y el primero en América Latina. Pero el dato más significativo es que entre 2004 y 2008 el gobierno de Hugo Chávez se llevó el 2% de la tajada en el comercio mundial de armas. Lo cual no hace extraño que, según los datos del propio Ministerio de Defensa de Venezuela, entre el 2000 y el 2008 las compras de armas han superado los 15.000 millones de dólares. Sin contar las compras secretas que, por supuesto, no figuran en las estadísticas oficiales.


Mientras tanto, Brasil ha firmado con Francia un acuerdo, de alcances todavía no suficientemente evaluados, para constituir una alianza tecnológica y militar dirigida a avanzar en un proceso que llevaría el poder bélico defensivo y ofensivo del país suramericano a niveles que se quieren compatibles con su estatura geopolítica y, sobre todo, acorde -entre otras cosas- con la realidad de sus reservas petroleras comprobadas recientemente y que podrían estar entre 50.000 y 80.000 millones de barriles de crudo. Una cifra que multiplica por seis las anteriores reservas comprobadas. Un hecho de tanta trascendencia que el propio presidente Ignacio Lula da Silva no ha vacilado en calificarlo como “una nueva independencia”.


En esa misma dirección se encaminó la decisión política de incrementar en un 53% el presupuesto de defensa para 2008, llegando a 5.714 millones de dólares que se utilizaron en más de la mitad para la compra de armamento. Todo lo cual está enmarcado en la búsqueda de un asiento en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y en el ingreso del Brasil al club exclusivo del G8. Dos objetivos suficientes para que Sarkozy, experto en alimentar esta clase de apetitos lujuriosos que son parte de la tradición francesa, haya querido convertirse en el principal socio de Brasil. Algo que, de alguna manera, explica también la historia de escándalos que han rodeado la política exterior de Francia cuando se trata de vender armas a todas las partes en conflicto en cualquier lugar del planeta. Uno de tales escándalos está relacionado con la condena de varios años que, por tráfico comprobado de armas con Angola, recibió el hijo del presidente Francois Mitterrand, de no muy clara historia post-mortem en estos mismos negociados. Que es apenas una de las referencias geográficas que marcan la huella francesa en Asia y en África principalmente. Aunque habría que decir que otros países europeos no se escapan a marcas oprobiosas semejantes. Como la que podría mostrar España al figurar entre los primeros diez países traficantes de armas en el mundo y como uno de los principales proveedores de armas para Venezuela.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Claude Levy Strauss y el concierto natural

Mario Calderón Rivera

La Patria, Manizales

Noviembre 15 de 2009

Porque simplemente es el más apropiado para rendir homenaje a un pensador de semejante dimensión universal, el título de este artículo fue tomado del español Carlos de Hita, genio en la reproducción de los sonidos naturales, ganador de varios galardones por sus deslumbrantes creaciones para la National Geographic, pero también autor de uno de los más hermosos ensayos sobre Claude Levi Strauss.

Una conocida casa editorial comunicó la noticia: “a los cien años de edad, murió un antropólogo fundamental, padre del enfoque estructuralista de las ciencias sociales, mitólogo, académico, un pesimista iluminado, símbolo ideológico de Mayo del 68”.

Los de mi generación nos encontramos con Claude Levi Strauss, un hijo de judíos franceses, sin estar encasillados en nada distinto a la avidez intelectual por lo que significó la década de los sesenta como la más fascinante de las eclosiones libertarias. Ni siquiera presentíamos lo que sería el contenido de la escuela estructuralista y menos el de sus rebuscadas derivaciones en las décadas posteriores. Pero nos correspondió vivir simultáneamente los primeros signos premonitorios de la revolución estudiantil del 68 y todo lo que ella significó en términos de protesta contra los paradigmas del orden establecido y de primeros agrietamientos en formas de pensamiento convencional. Y desde el punto de vista de lo que sería muchos años después la preocupación por el destino del Planeta Tierra, “La Primavera Silenciosa” de Raquel Carson prendió en muchos de nosotros alertas tempranas sobre el drama de los desequilibrios ecosistémicos.

Con Levi Strauss las Ciencias Sociales entraban en una fase revolucionaria. La Etnografía le dio al pensamiento antropológico una nueva dimensión. Y para quienes apenas presentíamos, recién egresados de la universidad, los rumbos que comenzaba a tomar el mundo, el encuentro con “Los Tristes Trópicos” (1955) y con “El Pensamiento Salvaje” (1962) (su producción rebasó los cuarenta títulos) llegó a superar nuestra capacidad de comprensión. Porque esas joyas bibliográficas no correspondían simplemente a una crónica cautivante de audaces exploradores de sociedades primitivas perdidas en lo profundo de las selvas tropicales.

Estos dos libros representaron esencialmente una denuncia contra una cultura eurocentrista y colonialista que, con el pretexto de “civilizar lo salvaje”, había llegado a aniquilar las esencias de la cultura humana como producto de interrelaciones de una red infinita de culturas y subculturas. Cada una con su propia lógica de comportamiento estructural anclado en la Naturaleza. Y cada una traducible en términos de todas las demás. Lo cual, representaba, sin duda el mejor anticipo del pensamiento sistémico como regreso a la visión presocrática del mundo. En ese contexto no resultaba extraño que el pensamiento universal de los griegos coincidiera también con el pensamiento salvaje elaborado desde la irracionalidad salvaje que supuso la llamada civilización occidental. Porque los dos también concibieron un mundo en que “todo está en todo y nada es completo sin todo lo demás” (Thomas Berry).

Desde la profundidad del Matogrosso brasilero, en la convivencia con los indígenas bororo y nambiquara, Levi Strauss resumió su desencanto: "es imposible no sentir nostalgia ante la tribu de los bororos, una sociedad que abolía el tiempo. ¿Qué deseo más profundo que el de querer vivir en una suerte de presente que es un pasado revivificado sin cesar y mantenido tal como era a través en los mitos y las creencias?". “Tristes Trópicos” nos trajo muchos de esos mensajes que se diluyeron en una discusión académica deliberadamente confusa. Pero para quienes apenas recurríamos a nuestro sentido intuitivo quedó indeleblemente grabado uno de sus párrafos más impactantes: “una humanidad que se creía completa y acabada, recibió de golpe, como una contrarrevelación, el anuncio de que no estaba sola, de que constituía una pieza en un conjunto más vasto, y de que para conocerse debía contemplar antes su irreconocible imagen en ese espejo desde el cual una parcela olvidada por los siglos iba a lanzar, para mí solo, su primer y último reflejo”.

Allí quedaba, sin duda, uno de los primeros mojones para la ciencia ecológica. Porque comenzó a ser claro que no puede darse más la separación entre Cultura y Naturaleza. Claude Levy Strauss prendió la primera antorcha en la lucha contra la discriminación de razas y de culturas, igual que contra todas las formas de sexismo. Pero también para salvar lo que va quedando de las culturas originales. Con él se va uno de los mejores símbolos del Siglo XX.

domingo, 11 de octubre de 2009

Entre Mao y Confucio

Mario Calderón Rivera

La Patria, Manizales

Octubre 11 de 2009



El primero de octubre de 1949, el camarada Mao Tse-tung proclamó triunfalmente la fundación de la República Popular China. Ese gran hito fue también la culminación de un proceso de casi dos décadas que cambiaría la historia del mundo y que sacudiría profundamente los cimientos de una cultura milenaria. Un recorrido que se iniciaría con la legendaria Gran Marcha, durante 370 días a través de más de 12.500 kilómetros de territorios accidentados, para llegar a la consagración del liderazgo indiscutible de Mao. De ahí en adelante, la invasión de China por el Japón en 1937 culminaría con la expulsión del invasor, pero también representaría el infortunio final del ejército republicano de Chiang Kai-shek y su confinamiento en la isla de Formosa, que desde entonces se convertiría en la República Nacionalista China. Las dos Chinas pasarían a ser también símbolos vivos de la Guerra Fría, que colmó buena parte de la segunda mitad del siglo XX.


El derrumbamiento del antiguo régimen y la llegada del comunismo a estos territorios misteriosos del lejano oriente, representaron hace 60 años un cambio radical en la geopolítica mundial. Pero a la saga legendaria de Mao habrían de agregarse varios capítulos más. Faltaba la hambruna China que en menos de tres años se llevó treinta millones de vidas. Pero, principalmente, la Revolución Cultural, inspirada por Mao con su Libro Rojo, que en manos de un millón de jóvenes fanatizados sirvió para aniquilar a miles de intelectuales y para eliminar cualquier intento revisionista de la doctrina maoísta.


Como efecto de ese intento por castigar sus propias esencias culturales, China se vio al borde de otra guerra civil. Hasta que, muerto Mao, el genio de Deng Xiao-Ping se elevó por encima de los ideologismos comunistas y montado sobre el “pragmatismo armonioso” de Confucio, recuperó para el pueblo chino las mismas esencias que durante miles de años hicieron de su territorio un objetivo nunca alcanzado plenamente por las potencias occidentales. Sobre esa cresta de ola del espíritu confuciano, China habría de alcanzar la misma dinámica que, con idéntica inspiración, habían logrado ya los Tigres Asiáticos (Hong Kong, Singapur, Corea del sur y Taiwán).


En su gran novela “Los Conquistadores”, André Malraux describiría magistralmente, por boca del Viejo Cheng Dai, la capacidad milenariamente latente en la cultura china “para apoderarse siempre de sus vencedores. Lentamente, es verdad, pero siempre”. En un documento producido por la BBC, esa virtualidad para el regreso a las raíces primarias está anclada precisamente en las enseñanzas del gran maestro Confucio. Que “a la vuelta de 25 siglos ha terminado por imponerse a todo aquello que se le ha puesto enfrente: desde la penetración budista en China, que por muchos siglos proyectó una sombra sobre el Viejo Maestro, hasta las últimas olas del pensamiento moderno occidental, con Marx y Engels a la cabeza”.


El presidente Hu Jintao, protegido en su juventud del viejo Deng Xiao-ping, adoptó desde el comienzo de su mandato la consigna confuciana sobre la “armonía” como prerrequisito para la viabilidad de su nación. Pero, además, como guía indispensable para recobrar el sentido ético del desarrollo. En una conferencia titulada "El concepto socialista del honor y la vergüenza", el líder chino elogió las "ocho virtudes" de Confucio, incluidas la austeridad y la pasión por el bien público. Que presentó como antagónicas de la búsqueda exclusiva del lucro como esencia del capitalismo. Y al desfilar el pasado primero de octubre en la gigantesca plaza de Tianamen, para rendir tributo a Mao a los 60 años de fundada la República Popular China, reiteró la vigencia de esas mismas virtudes cardinales. Y todo ello, a juicio de consagrados analistas, a conciencia de que con ello también virtualmente acababa de liquidar la memoria de Mao, para entronizar formalmente al único líder que no ha dejado de estar presente durante 2.500 años en el alma de la sociedad china.


El filósofo político Daniel Bell, uno de los más ilustres profesores de Harvard, pero también profesor de la Universidad de Tsinghua en Beijing, acaba de publicar un libro que arroja mil luces sobre el más fascinante de los fenómenos geopolíticos del siglo XXI. (“China's New Confucianism: Politics and Everyday Life in a Changing Society”, Princeton University, 2009). El pragmatismo confuciano, anclado en la ética individual, en el trabajo duro, en la disciplina social y en los valores familiares, continuará siendo la clave para orientar la reforma política y para restaurar los valores prerrevolucionarios de la China profunda. “La tradición puede ser el hilo conductor de la nueva China. El confucianismo está muy próximo al poder blando (soft power) y la facción más joven del Partido Comunista Chino está muy comprometida con esa filosofía”, dice Bell.


Lo cual indica que el camino de la persuasión, implícito también en la filosofía confuciana, puede estarse convirtiendo en el mejor sendero hacia nuevas formas de democracia en China. Pero, al mismo tiempo, como una manera de legitimar cualquier forma de gobierno. Algo que en la conciencia popular no ofrece “per se” el simple sello marxista del régimen político vigente.


Rasgos muy diferentes, por supuesto, a los de la democracia formal de Occidente, tan cerca de las manipulaciones de masa y tan lejos de la equidad y de la justicia. Pero al mismo tiempo tan distante cada día del rechazo a las formas corruptas de la política. Mientras tanto, dentro de visión confuciana que está permeando de nuevo todos los estamentos de la sociedad china, la pena de muerte existente en varios países de oriente para los corruptos, se vuelve casi un prerrequisito para limpiar las prácticas políticas y para garantizar el manejo transparente de lo público. Tanto como para el regreso a la identidad cultural, que es también una condición esencial para insertarse en una sociedad globalizada.

domingo, 4 de octubre de 2009

Mirando a los nevados

Mario Calderón Rivera

La Patria, Manizales

Octubre 4 de 2009



Millones de colombianos se han extasiado por estos días de intenso verano mirando a distancia el espectáculo de las cumbres nevadas de nuestra cordillera central. No todos, sin embargo, tienen en su memoria imágenes de referencia para medir el contraste entre lo que fueron hace algunas décadas esos inmensos domos de inmaculada blancura y lo que ahora son, desprovistos de su majestuosa imponencia en el paisaje verde de nuestro bosque de niebla, patrimonio en extinción.


Hace apenas diez años una tranquila audiencia en el auditorio de la Cámara de Comercio de Manizales escuchaba con mal disimulada indiferencia una exposición del científico Pablo Leyva, entonces director general del Instituto Colombiano de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (IDEAM). Con acento tranquilo, señalando en la dirección del Parque Nacional de los Nevados, el profesor Leyva fue desgranando datos que le permitieron al final de su conferencia concluir que, probablemente antes de 30 años, las gentes de la ciudad verían desaparecer esa tarjeta postal de su paisaje diario. Para el conferencista, tres décadas eran sólo una aproximación tentativa en modelos de predicción climática, pero suficiente para producir algún estremecimiento en cualquier audiencia. Bien podrían ser unos años más o unos años menos. Que nada seguirían representando frente a miles de millones de años que, en términos de evolución, requirió la aparición de estas maravillas naturales. Mientras tanto, en la historia de una ciudad ese lapso apenas cubría la vida de una generación.


Como Director de IDEAM, miembro además de la Organización Meteorológica Mundial, -máxima autoridad dentro de Naciones Unidas en estudios sobre el comportamiento del clima terrestre-, el profesor Leyva cumplió en forma eminente el papel de colocar a Colombia en el centro de la que no dejaría de ser desde entonces la preocupación mundial sobre cambio climático. Con los argumentos científicos que se comenzaban a dar desde los observatorios más profundamente dedicados a descifrar el estado de la atmósfera terrestre, él pasó a ser un predicador incansable de una verdad que los líderes mundiales miraron con sobrecogedora displicencia.


Manizales fue uno de los privilegiados escenarios en que resonó la voz de este pionero del cambio climático y del calentamiento global. Y no habría que realizar mucho esfuerzo para pensar que lo hizo deliberadamente en la ciudad que se enorgullecía de recibir el agua más pura de Colombia, precisamente como producto del deshielo de su más valioso patrimonio natural. Por aquellos mismos días y casi sin que los medios lo registraran, los restos de los casquetes de hielo en el monte Kilimanjaro, el punto más alto de la geografía africana, habían pasado a la historia. Pero con el transcurso del tiempo ese hito se convertiría también en una de las huellas más emblemáticas del calentamiento global.


Han pasado solamente diez años. Mirado desde las calles soleadas de Manizales, el casquete congelado del Nevado del Ruiz más parece una pequeña caperuza blanca colocada sobre un entorno desolado de arena y de desfiladeros rocosos. Muy pocos recuerdan ahora, después de una década, un pronóstico que no alcanzó siquiera a merecer un titular de prensa. Porque desde entonces no afloró, -ni a nivel de la administración de la ciudad, ni de su Concejo Municipal, ni de la Universidad, ni del sector empresarial-, una sola iniciativa para anticiparse a lo que podría representar la segura extinción de la fuente principal de agua para cientos de miles de habitantes.


El síndrome de Casandra es una de las más cautivantes simbologías de la mitología griega. Está asociado siempre con quienes tienen la capacidad para avizorar el futuro, pero sin posibilidad de convencer. Ha envuelto milenariamente piezas maestras incontables del teatro universal. Y pese a la casi infinita variedad de sus versiones dramáticas, no deja de seguir evocando al dios Apolo regalando a la hija de los reyes de Troya el don de la clarividencia a cambio de sus favores sexuales. Pero, a renglón seguido, castigando su desdeño y su infidelidad, preservándole sus virtudes proféticas pero privándola de cualquier capacidad para persuadir a la audiencia interesada. De ahí en adelante, a pesar de que todo lo había anticipado, Casandra no pudo en su desespero hacerse oír sobre la trampa gigantesca que encerraba el Caballo de Troya, ni convencer a sus compatriotas sobre la inminencia de la caída y destrucción de la ciudad en manos de los griegos.


El drama del cambio climático y del calentamiento global está entre una de las mejores figuraciones de las Casandras a quienes se reconoce el don de la clarividencia, pero se les niega todo poder de persuasión. Paul Krugman, el Premio Nóbel de Economía, ha confesado por estos días su desesperanza por la suerte del Planeta que, según él, comienza a invadirnos a todos “con la sensación de que estamos siendo arrastrados hacia una catástrofe, mientras nadie quiere oír sobre lo que se avecina, ni hacer nada para evitarlo…El resultado de esto es que todos los científicos climáticos han llegado a ser una especie de Casandras dotadas con la habilidad para profetizar desastres, pero carentes de toda capacidad para que alguien llegue a creerles”. Y para colmo de males, concluye el eminente profesor, la gran razón de esta sinrazón colectiva parece estar contenida magistralmente en el título del libro del ex presidente Al Gore. Se trata simplemente de “una verdad inconveniente”, vale decir: incómoda. Que puede equivaler simplemente a la razón por la cual la especie humana resolvió ir ciegamente hacia su propia extinción. Y en el caso de Manizales, “la verdad inconveniente” sobre la desaparición de las cortezas congeladas en el Nevado del Ruiz parece haber anulado también nuestra imaginación para anticiparnos a ese futuro inatajable.