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domingo, 7 de marzo de 2010

Pesadilla en la Capital

Sergio de la Torre

El Mundo, Medellín

Marzo 7 de 2010

Cesó la horrible noche. O las 3 noches y 4 días que duró el paro del transporte en Bogotá. A primera vista el arreglo a que se llegó fue bueno, en el sentido de que ambas partes quedaron satisfechas. Como, tras un atraco en una esquina cualquiera, quedan satisfechas las dos partes envueltas, cuando no hay sangre derramada. El asaltante, porque logró su cometido, robando a su víctima. Y ésta porque, pese a todo, salió con vida del trance. El alcalde Moreno, jubiloso, justificó el acuerdo con la buena nueva de que esa noche ya los bogotanos podrían montar en bus e irse a sus casas sin tener que caminar o que rebuscarse un transporte más caro y demorado.

Pero, uno se pregunta: ¿y los tres días anteriores de fatigas, zozobra y suplicios quién se los devuelve a ellos, que no tuvieron protección alguna? Y cuando digo protección no me refiero a las quejas y reclamos desoídos, que emiten los burócratas de turno, ni a sus ruegos desatendidos y tanta amenaza que se torna inoficiosa de tanto repetirla, sino a los actos de autoridad que reduzcan de veras a los frescos, insaciables empresarios y los obliguen, de una vez y para siempre, a obedecer las normas y respetar a sus conciudadanos.

El Estado (para el caso el Distrito capital o, si usted lo prefiere, cualquier otra ciudad) le concede a los dueños de los buses la explotación de un servicio público esencial, que es el transporte colectivo. En eso consiste el negocio, muy lucrativo por cierto. Tal vez el más lucrativo aquí, entre los negocios permitidos. Los propietarios no renuevan el parque automotor ni permiten chatarrizar los vehículos que ya entraron en desuso; no respetan las reglas del tráfico, ni la vida e integridad de los pasajeros y los transeúntes; ni hacen nada por aliviar la polución y el ruido; ni les reconocen salarios y prestaciones mínimamente decentes a los conductores, induciéndolos así a la “guerra del centavo”. Y es rentable como ninguno el negocio del transporte precisamente por el desorden que allí reina. Los empresarios (sean éstos grandes o pequeños) pelechan y se enriquecen gracias a que dicha actividad no está regulada. Porque si lo estuviera, en alguna medida, digamos, plausible (por ejemplo, en los términos y condiciones medias en que lo está en los países vecinos) no sería un negocio tan atractivo y acariciado – a tiempo que cerrado y vidrioso- como lo es en Colombia, donde nadie que se interese en él, venido de otros campos, puede entrar fácilmente, pues el gremio opera y se mueve, a su manera, como una mafia o, cuando menos, como un clan que tiene sus fichas en el gobierno y está siempre atento a cultivar y ampliar sus redes en la política (con concejales y hasta congresistas a su servicio, de todos los pelambres, sin excluir a los de la oposición, y a los de izquierda, o que se dicen tales) para todo lo atinente a concesiones, adjudicación de rutas, escamoteo de multas y comparendos, que se acumulan por centenas, sin ser pagados ni cobrados, hasta que prescriben o simplemente se olvidan. Y la contrapartida correspondiente, que es el suministro de transporte para llevar los sufragantes a las urnas el día de elecciones, desde las barriadas y arrabales en la periferia urbana. Y, por supuesto, los aportes en dinero para las campañas. Recuérdese al legendario Julio César Cortés, amo del transporte, sin cuya anuencia nadie podía hacer política en Bogotá con alguna posibilidad de salir electo para cualquier corporación. Hasta los candidatos presidenciales buscaban su bendición. Pero, en fin, ya continuaremos con este azaroso tema y sus variantes y derivaciones de toda índole, que nunca dejan sorprender.

domingo, 28 de febrero de 2010

La reprimenda y sus efectos

Sergio De La Torre

El Mundo, Medellín

Febrero 28 de 2010

Resulta perogrullesco decirlo: detrás de todo aquél que anda exhibiendo sus músculos, blasonando de su valentía, vociferando y retando, hay un cobarde, de esos que aculillan cuando se les hace frente.

Desde los tiempos de la prehistoria, cuando los hombres, todavía en estado salvaje, ya habían superado la fase del mono y empezaban a caminar erguidos, es sabido que todo guapetón ruidoso opta por enmudecer cuando se le reacciona. Y los jefes de Estado, por déspotas que sean, pese a su investidura y a su aparente invulnerabilidad, cuando les corresponde actuar como simples mortales, sin la cohorte de áulicos y escuderos que suele rodearlos (en las cumbres presidenciales, por ejemplo),no escapan a esta regla.

Siempre dije que a Chávez, que goza de una especie de licencia, otorgada por sus pares, para insultar a quienquiera, había que quitarle ese privilegio exótico y someterlo a las reglas que obligan al respeto y la no intromisión en asuntos ajenos. Y esa impunidad para interferir en la vida de los demás se originó en su propio país, donde hace y deshace, invadiendo terrenos y funciones que no son las suyas, como en el insólito caso del alcalde de Caracas, quien, ya posesionado tras una elección ganada limpiamente, fue despojado de sus atribuciones y arrojado de sus oficinas, sin tener ante quien reclamar, porque a los tribunales llamados a cautelar la democracia y garantizar la libre expresión del querer popular, los cooptó el régimen.

La tolerancia con sus desmanes que allá disfruta el coronel, se ha extendido al continente, donde gobiernos de todas las pelambres se la brindan, bien porque han sido comprados con las dádivas que se le ofrecen a quien esté dispuesto a recibirlas a trueque de su obediencia, o bien porque, amedrentados como viven, no se atreven a importunar al venezolano, por temor a sus diatribas y represalias. O por esa solidaridad forzada que nace de las afinidades ideológicas parciales, o de la refracción atávica y maquinal a los gringos que gravita todavía en algunos, a pesar de Obama, de su color cercano y su talante. Como en los casos de Brasil y el propio Méjico.

Basta conque Chávez denuncie al imperialismo yanqui (el mismo al que le debe su subsistencia como adquiriente de su petróleo y proveedor de toda clase de productos básicos) para que callen ante sus excesos y le permitan tropelías incalificables, como las que comete en el rol de nuevo pequeño poder imperial que ha asumido en la última década. Verbigracia, su grosera intervención en Honduras para torcer su cauce institucional y alinearla consigo, al pie de Bolivia, Nicaragua y demás satélites. Este hombre abomina del imperialismo ajeno pero practica el suyo, solo que más impúdico. Con Colombia, por ejemplo, comprometiendo su estabilidad y bienestar al auspiciar por diez años continuos la subversión armada e imponer un bloqueo comercial que la asfixia. O con Perú, Ecuador y Argentina, donde patrocina y financia candidatos y candidatas presidenciales que le simpatizan. El objetivo es expandir su arcaico, ruinoso modelo castrista y con él su presencia mesiánica dondequiera que alguien lo secunde, ignorando, o a sabiendas de que dicho modelo no es más que un fascismo disfrazado, apoyado no en los sectores avanzados de la sociedad ni en la clase obrera (que en Venezuela, que no tiene un aparato productivo estimable, nunca tuvo mucho peso, y menos ahora que la propia petrolera oficial PDVSA está tan alicaída) sino apoyado (ese fascismo de nuevo cuño) en el lumpen, vale decir la franja desocupada, dada al rebusque como sea, a la vagancia y el vicio en las calles. Todo ello colindante con el delito. Esa franja lumpen, en Venezuela o en otro país cualquiera, llegada la hora de la revancha social, con paga y subsidios estatales en dinero o especie añadidos, se presta para todo, se moviliza fácil y se deja reclutar en hordas o escuadrones para espiar al conciudadano, agredir y amedrentar a los disidentes hasta silenciarlos. Así opera el fascismo en su primera fase, antes de consolidarse, como lo muestran las crónicas de los años veinte y treinta en la Italia de Mussolini, la España de Primo de Rivera y la Alemania de Hitler.

Y hablando de mesianismo, huelga decir que lo que nos respira al lado no es un Gandhi, ni siquiera un Perón, sino un loquito, de esos que abundan en el subcontinente, pero que esta vez logró hacerse al poder en un país sin mayor tradición democrática, cultura política ni disciplina social que, cuando se desboca, acude a los caudillos militares que le son tan propios, para que lo encarrilen o lo acaben de desencarrilar. Solo que ahora el escogido no fue un Páez, un Juan Vicente Gómez o un Pérez Jiménez, sino alguien que, sin entenderla bien, repite su monserga trasnochada creyendo que se trata de un nuevo evangelio, actualizado y provechoso para los tiempos presentes, los de la modernidad y aún los de la postmodernidad que, así suene raro, también corren en este trópico aparentemente irredimible.

Lo ocurrido en la Cumbre de Cancún ilustra lo arriba dicho sobre la triste volatilidad de los gritones y lo deleznable que al final resulta la intransigencia de los radicales, incapaces de percibir los matices, para situarse en el centro, que es el justo medio, el punto de encuentro entre los extremos, donde se converge para avanzar. Pues donde hay acuerdo, en lugar de retroceder siempre se avanza, merced al desgaste que se evita y la energía que se ahorra. La mutación experimentada por Chávez tras el rapapolvo que recibió de Uribe demuestra la eficacia de no dejar pasar una agresión verbal sin respuesta. No en vano Churchill decía que el que se deja humillar en aras de la paz, se queda con la humillación y sin la paz.

lunes, 22 de febrero de 2010

La ocasión la pintan calva

Sergio de la Torre

El Mundo, Medellín

Febrero 22 de 2010

La relación nuestra con Venezuela está virtualmente rota. Y la ruptura se produjo no por iniciativa nuestra. Primero fue Caracas la que (por haberse interpuesto Colombia en su taimado, siniestro y cada vez más visible contubernio con la narcoguerrilla) congeló la relación diplomática al retirar su embajador. Y luego, por la misma razón y con el pretexto de la presencia norteamericana en bases colombianas, en detrimento del consumidor venezolano que ahora no tiene dónde abastecerse con iguales precios y facilidad, y en un acto brutal de agresión económica que las normas universales catalogan como delito internacional, suspendió la compra de nuestros productos, rompiendo toda relación comercial.

Lo hizo con la arrogancia y sevicia del rico que se vale de su poder económico para subyugar y escarnecer al pobre. Cosa que no logró porque Colombia, tras largas vacilaciones - que nunca nos faltan - abandonó su peculiar actitud medrosa y optó por esperar, estoicamente, a que Chávez se calmara, pero sin responder a sus insultos. Optamos por la prudencia, que es la que le gusta al Presidente en el trato con los vecinos hostiles, más que con sus oponentes de adentro. Prudencia que parece estar fructificando con Ecuador, mas no con Venezuela, cuyo talante camorrero no sabría decir si se ha moderado o envalentonado. Lo que enseña la historia y lo confirma la ciencia al estudiar la conducta de los hombres y los pueblos es que el “apaciguamiento” (comportamiento asumido por quienes suponen que así terminan desarmando al enemigo declarado y conjurando toda amenaza inminente) no conduce a la paz sino a inflamar la soberbia del otro, a la vesania y la discordia, cuando no a la guerra. Además, en este tipo de conflictos larvados, alimentados en la prepotencia del uno y la debilidad correlativa del otro, lo que está en juego no es solo la integridad o los propios derechos, sino la dignidad, que no es, como suponen algunos, un bien intangible, sino un valor que se tasa, un componente imprescindible, consubstancial a la existencia y el bienestar de las naciones.

Pues bien, como es habitual en su relación con los demás desde que se resignó al despojo panameño a manos de Teodoro Roosevelt y los lugareños que se le vendieron por unas monedas, Colombia no ha sabido responder como es debido a la desnuda, feroz arremetida “bolivariana”.

Olvidando que frente a un energúmeno que se arma y prepara para el zarpazo final, de nada sirve hacerse el desentendido, ni la suavidad destinada a ablandar a quien nos golpeará si no encuentra reacción oportuna, ni Jesús, que nos insta a poner la otra mejilla, ni aún la resistencia pasiva aconsejada por Gandhi. Todo eso cualquier perdonavidas lo confunde con cobardía.

Colombia se ha armado de paciencia y ha elegido el silencio, confiada en que el paso del tiempo, que todo lo compone y sosiega, finalmente le ayude. O esperando acaso a que el coronel se vaya. ¡Vana espera y peor cálculo! Eso no ocurrirá sin antes haber asestado el gran golpe y saciado su ira, enfocada en Uribe, en Santos, o en quienquiera que siendo nuestro portavoz, no se le doblegue.

Lo arriba dicho viene al caso ahora que Chávez habla de comprarle energía a Colombia para mitigar el apagón general que se anuncia y que a más de poner en cuestión la idoneidad y eficacia de su gobierno, probablemente daría al traste con él. La necesidad, cuando espolea, tiene cara de perro, y frente a ella no hay ideología que valga. Tras tantas idas y venidas, vueltas y revueltas como ha habido en los últimos días a este propósito, Venezuela, al parecer, se ha decidido por la compra. Ahora bien, por razones de dignidad, pero también de utilidad e interés, Colombia debiera condicionar esta operación, salvadora para un régimen que se hunde, a que se levante el embargo comercial injusto e ilegal que se nos impuso. Si nos van a comprar energía, que lo hagan también con todo lo que dejaron de comprarnos desde el año pasado, en un intento ruin por ponernos de rodillas. Ojo, pues, señor Canciller, que ésta vez la ocasión la pintan calva, para rescatar el orgullo patrio, sin herir el del vecino en apuros, pero sin regalarse por unos cuantos denarios. Aquí calibraremos la ruidosa arrogancia del coronel pero también la firmeza colombiana.

domingo, 14 de febrero de 2010

Reflexión sobre el vacío

Sergio de la Torre

El Mundo, Medellín

Febrero 14 de 2010

Pese a los postreros penosos esfuerzos por reanimarlo, el fracaso del referendo ya es un hecho irreversible. Si bien algunos buenos analistas lo previeron, mientras otros lo anhelaban e invocaban como brujas en trance, dicho fracaso tomó por sorpresa al país y lo puso patas arriba, alterando el panorama político entero. Cambia las expectativas y los planes de todos los actores en liza, a tiempo que desarregló la ubicación que traían en el escenario. Vargas Lleras, por ejemplo, que se decía “uribista, mas no reeleccionista”, ahora se destapa como antiuribista. Tanto que por cuenta de los decretos de la salud está pidiendo la cabeza de dos ministros, el de Protección Social y el de Hacienda. Cosa que antes ni se le habría ocurrido, y tampoco ahora, si la reelección siguiera en pie. Santos, por su parte, ya no esconde sus arreos de candidato y casi que le dice al Presidente (o al menos eso creemos oírle) que despeje de una vez el campo.

El tierno y angelical trío de los Verdes (los ex alcaldes de Bogotá) ya ni sabe qué decir. Y en cuanto a Fajardo, pues él nunca dijo nada substancial, ni pudo hacerlo, dado que el papel que eligió para sí fue el de no estar ni a favor ni en contra de nadie. Pero eso se agotó. La ambivalencia dejó de ser rentable y ahora que Uribe no juega, Fajardo tendrá que definirse, pues Colombia se desdobló en dos grandes corrientes, cada vez más hostiles y engullidoras: el centro-derecha y el centro izquierda. El centro puro, incontaminado y sin inclinaciones (aún las ocultas y vergonzantes que él siempre tiene hacia uno u otro lado) ya no existe en el espectro político. Como no lo hay en Chile, Brasil o Uruguay.

Por lo que a Petro respecta, y que debiera ser la antítesis del establecimiento corrupto y en crisis (el Estado mafioso, como gusta él llamarlo), apenas hoy – como si acabara de enterarse – se deslinda del alcalde Moreno y su voraz hermanito, que hicieron de la administración distrital la peor cloaca clientelista y desfondaron el fisco capitalino por cuenta de tantos Nules y compañía, como abundan en Colombia.

Los antedichos candidatos hoy caminan a ciegas, peleando con sus familias de origen (de donde derivan el sustento), quitándose la máscara y develando su verdadera faz de aspirantes en regla que reclaman su derecho a la herencia y a la vez no quieren cargar con pecados ajenos ni pagar por el degaste de otros, así sean su progenitores, a quienes les deben todo. Quizás están tanteando para no equivocarse y acertar en la ruta. Acaso es su plan B. O la respuesta lógica que de ellos se esperaba para el caso de que al fallar la reelección Uribe no compitiera. Pero, ¿y éste tiene de veras el plan B que le atribuyen, o una salida de emergencia ya entrevista? Me huele que no, y que más bien estamos frente a los que él en su momento imaginó como la hecatombe. O la encrucijada, que ya no sería del alma sino aquella en que ahora se debaten sus fieles. Porque la coalición de gobierno está crujiendo, y se agrieta cada vez más.

La propia Noemí que (al paso que lleva y con la ayuda final de unos cuantos votos no cautivos o prestados, podría ser la candidata goda) dice no resignar en la primera vuelta su candidatura ni a favor del mismísimo Uribe, menos lo haría, por supuesto, en pro de cualquier candidato de repuesto. O sea que sin Uribe de candidato, obrando como el gran catalizador que discipline y recoja unas mayorías dispersas pero probadas y comprobadas en las encuestas (aún con altibajos que le son propios), cualquier cosa puede suceder. Sobre todo si el partido conservador, que es una de las dos columnas centrales del régimen se obceca (como parece probable, así el partido de la U lo supere en votos) en ir solo a los comicios presidenciales.

No anda bien entonces, en las inesperadas y azarosas circunstancias creadas, la coalición oficial. Lo cual no significa que la oposición esté mejor. Al contrario, luce coja, trancada, y no reacciona para enderezarse y repuntar con esta crisis que el inminente fallo de la Corte o la dramática estrechez del cronograma ha generado en el uribismo. El cual empieza a flaquear y a desarmarse con lo que se adivina vendrá en la Corte, sumado a las torpezas insignes del último mes (los estudiantes sapos y la reforma a la salud con su adehala de millonarios contratos) que van llenando la copa y fastidiando con su tenaz recurrencia a una ciudadanía leal y aguantadora, pero no tanto. En fin que, como siempre se ha dicho, toda crisis, además de un problema, es también una oportunidad para recomponerse.

domingo, 7 de febrero de 2010

Jugando a las predicciones

Sergio de la Torre

El Mundo, Medellín

Febrero 7 de 2010

Ahora que, como era de esperarse, se ha filtrado y se conoce el sentido de la ponencia del magistrado Sierra Porto, mal podían faltar los inevitables comentaristas capitalinos, con aire de profetas y ese tonito de sabihondos que acostumbran los predictores en su ardua labor de adivinar que va a suceder lo que desde ya tiene una altísima probabilidad de que suceda.

Como cuando pronosticamos que tras el día vendrá la noche. ¡Cuánta clarividencia! Se asemejan a ciertos economistas de los periódicos que son unos portentos vaticinando el pasado y sus incidencias en el presente, o sea las que hoy mismo estamos viviendo.

Tales comentaristas nos dicen que la propuesta de negar el referendo será acogida en la Corte, por emanar de un trabajo muy serio y enjundioso de 430 páginas. Y, de entrada, yo me pregunto: ¿cómo saben que es tan serio? ¿Acaso lo leyeron?

Aceptemos, por ser lo más factible, que la Corte adopta la ponencia. Lo que no sabemos, empero, es si la adoptará toda, o en parte. Pues, por ejemplo, podría modularla, como se dice ahora. Confirmando la mayoría de los vicios de forma que Sierra le atribuye, incluido el relativo al cambio de redacción hecho por el Congreso, y decidiendo, al tiempo, que el texto original firmado por cuatro millones de ciudadanos, queda en pie. Y así convalidar el referendo (y ratificar de paso la vigencia de la democracia participativa que la Constitución del 91 consagra a través de la iniciativa popular en las varias modalidades que le son propias y allí se enumeran) pero remitiendo la reelección para el 2014, tal como lo querían al comienzo los puristas del lenguaje. Tal cosa no podemos descartarla, olímpicamente y desde ya, en el fallo de la Corte. Menos aún en un medio como el nuestro, donde por tradición (en situaciones de conflicto como ésta, cuando las posiciones están tan polarizadas que amenazan con sumir al país en una grave crisis institucional, y cuando se ha llegado a un nivel de intransigencia en el que nadie cede) al final se impone la transacción y nunca falta la fórmula que deja a los dos bandos satisfechos, o insatisfechos, pero por igual, que es lo que procura la paridad o equilibrio que garantiza un arreglo.

Bien sea porque tome ese atajo, el del 2014, que deje contento a medias a todo el mundo, o porque se le niegue la reelección para siempre, el presidente Uribe saldrá favorecido, en mi sentir. De entrada, porque se ahorra el desgaste y los coscorrones de la reelección inmediata. Y también, obviamente, los de la reelección mediata que, dado el caso, no faltarían. Pero además porque si se dedica a lo suyo, que tanto lo obsede (la seguridad en los campos y ciudades) en el medio año que le resta, saldrá crecido el 7 de agosto. Y aunque el relevo en toda democracia es bienvenido, de algún modo compadezco a su sucesor, cualquiera que sea, porque Uribe será el referente de toda comparación, la vara conque lo medirán en cuanto a resultados, laboriosidad y eficacia. No será fácil gobernar con semejante espejo retrovisor al frente. Por ejemplo: a Uribe se le soporta el aparente renacer último de las Farc porque, mal que bien, las ha tenido y las tiene a raya. Pero a su sucesor le cobrarán al ciento por uno cualquier incursión guerrillera que ocurra. La razón es simple: la sociedad en general en este aspecto confía ciegamente en Uribe porque se “faja” y comporta, a la hora de la verdad, como un general tropero. Frente a cualquier amago de despeje y caguanizacion (con su añadido de más encuentros y show en el exterior) la gente volverá la vista a Uribe a ver que lee en su rostro, y reaccionará en consecuencia.

Así pues que la sombra del ex presidente, como cabeza y símbolo del centro derecha (que sigue y seguirá dominando el espectro político) gravitará sobre el país por más tiempo del que nos imaginamos. Si, en el peor de los casos para él, que sufre de una livido imperandi alejandriana, no volviera jamás a la Presidencia, se figuran ustedes el efecto, de patada en el tablero de ajedrez, de una lista de Senado encabezada por su nombre? Así pues que en el 2010, en el 2014, o nunca, por fas o por nefas, habrá Uribe para rato y siempre incidiendo en todo, más que ningún ex presidente en la historia de Colombia. Ya seguiremos con estas notas, que pergeñamos sin pretensión alguna de pitonisos.

domingo, 31 de enero de 2010

El carrusel de la corrupción política

Sergio de la Torre

El Mundo, Medellín

Enero 31 de 2010

Harto morosos se muestran los partidos que aún no han depurado sus listas congresionales, atendiendo el reclamo, cada vez más vehemente, de los medios, los círculos académicos y las entidades cívicas que oficiosamente ejercen veeduría y certifican la limpieza del proceso electoral. Tales partidos están dando inquietantes señales de indecisión, como si no se atrevieran a enfrentar un fenómeno que se ha generalizado casi hasta el punto de invalidar la democracia: el fenómeno de la corrupción rampante y el intercambio concomitante de complicidades que para practicarla y encubrirla se da en las tres ramas del Estado y en los organismos de control (Procuraduría, Contraloría y Fiscalía) llamados a cautelar el tesoro público y vigilar la conducta de los funcionarios encargados de su manejo y aplicación. El juego es simple.

Apelando a las mañas y subterfugios acostumbrados a favor de quien está previamente escogido, estos últimos asignan la contratación, el parlamento y los organismos de vigilancia la consienten no fiscalizando a tiempo, y los jueces involucrados, llegado el momento de juzgar con el rigor debido esas conductas y de fallar sobre los contratos en litigio, aúpan a los grandes contratistas incumplidos o tramposos, contra los intereses del Estado y la sociedad. Y todos ganan. ¡Bendito sea el sistema de pesos y contrapesos! Lo rapado al fisco por concepto de sobreprecios y comisiones se irriga por doquier, abarcando a los servidores públicos que intervinieron en la contratación, bien como ejecutores, bien como supervisores y, finalmente, como falladores en caso de pleito o demanda. Y ello ocurre a todos los niveles, tanto en la gran contratación (de cuyos cuantiosos, abismales desfalcos cada semana tenemos noticias con nombres y siglas que se repiten, porque siempre son los mismos en este país donde reina dizque la igualdad de oportunidades) como en las adjudicaciones medianas.

Pues bien. La campaña de mucho aspirante se está financiando así y hasta la de partidos enteros que, no por haberse improvisado para el momento, dejan de sacudir la conciencia ciudadana porque surgen como refugios de ocasión o, mejor dicho, como vehículos desechables para elegir a quienes allí encuentran cabida tras no ser acogidos en otras agrupaciones menos crapulescas e inescrupulosas.

El dinero, que todo tiende a dañarlo, ahoga también la libre expresión de la voluntad popular, cuando de comicios se trata. Indefectiblemente lesiona el principio de igualdad y rompe el equilibrio en la competencia democrática, que es lo que le brinda credibilidad. La puja por las curules se alimenta ahora con fondos de muy diversa procedencia. Los hay que salen del propio bolsillo, cuando le sobran al aspirante para costear la labor proselitista que, por lo onerosa que se ha tornado en Colombia, ya no es oficio para todo el que quiera incursionar en él, como lo establece la Constitución cuando, a la par con el elegir, nos otorga el derecho a ser elegidos, sin parar mientes en si podemos o no. Hay también las donaciones del “sector privado”, que aquí alegremente se reputan sanas, ignorando que también afectan la equidad que debe presidir el juego. Estas dos fuentes, así provean dineros limpios, le restan autenticidad y le dan un cierto sabor elitista a la elección.

Y henos aquí con las otras dos fuentes de financiación: el narcotráfico y la que se nutre en la corrupción administrativa. De la primera y sus efectos nefastos en la política ya todo se ha dicho, porque todo, hasta lo más abominable, se ha vivido y padecido. Lo que hoy nos preocupa, por ser lo que está afectando a los comicios venideros (al extremo de que puede decidir su resultado y hasta determinar la mayoría en pro de una tendencia, cualquiera que ella fuere) es la corrupción administrativa y el dinero que de allí sale a chorros. Ya no es solo el viejo clientelismo, que pervierte primordialmente la votación rural. Ahora son los grandes negocios y contratos arriba mencionados, que proveen recursos incalculables. Los de los departamentos y sus ciudades capitales, que tanto influyen en la escogencia de los parlamentarios, según las preferencias de los gobernadores y alcaldes. Y los de la nación, que inciden también en la elección o reelección de los congresistas y repercuten sobre las candidaturas presidenciales, de acuerdo con los designios secretos del príncipe y de su camarilla. Los cuales, de paso sea dicho, no está excluido que puedan obrar a favor de él mismo, en una coyuntura que como la actual, no ofrece ni puede ofrecer garantías ciertas para todos los contendientes por igual.

La ciudadanía debe repudiar esta modalidad específica de financiación política que se origina en el manejo torcido y fraudulento del presupuesto, el gasto y la inversión estatales. Los dineros públicos son sagrados porque son de todos. Y en manos de todos está el poner coto a este mal que cobra cada vez más fuerza y virulencia, hasta el punto de amenazar la democracia misma en sus cimientos.

Los propios partidos, al menos los conocidos por su vieja trayectoria, deben denunciar no solo la proliferación de vallas sino la inducción del electorado a través de la publicidad y propaganda en las múltiples formas que asumen en la radio, la televisión, la prensa escrita, los fastuosos desfiles motorizados, las camisetas a tutiplén, los ágapes y comilonas sin tasa ni medida. Pues todo ello son los primeros síntomas de lo que viene después: la compra directa de votos y hasta la manipulación del escrutinio en sus varias etapas mediante el soborno a los funcionarios propensos a la dádiva.

domingo, 13 de diciembre de 2009

No exigir peras al olmo

Sergio de la Torre

El Mundo, Medellín

Diciembre 13 de 2009

Son de notar las jeremiadas de los analistas gringos línea Chomsky –y sus pares en Colombia– cuando, al recibir el premio Nobel de la Paz, Obama justificara la guerra en Afganistán. Les sorprende que un afrodescendiente avale la fuerza. Pero callaron cuando los llamados “panteras negras” y su líder Malcom X (asumido como musulmán, además, sin serlo de comunión ni origen) asolaban las calles de las ciudades norteamericanas en los célebres “veranos sangrientos” de los años sesenta del siglo pasado, cuando, por cuenta de activistas reclutados en la etnia, cundía el saqueo e incendio de los comercios y tiendas de los blancos y latinos. Se llegó incluso a matar caucásicos en público, al mejor estilo del señor Lynch, que inventó los linchamientos a raíz de la ardua emancipación de los esclavos decretada por Lincoln (que era republicano, valga decirlo, para recordárselo a los malquerientes de Nixon y Bush).

Olvidan los abnegados pacifistas que Obama no puede obrar como negro sino como presidente de Estados Unidos. Que al asumir el cargo dejó de ser negro. Y es parte de un engranaje al que no puede escapar. Como gobernante tiene responsabilidades imposibles de esquivar sin que lo llamen al orden o, en caso de contumacia, le muevan la silla. O le suceda lo que al presidente Kennedy cuando se enfrentó a la maquinaria, fría e implacable, anterior y superior a los presidentes. No puede pues actuar Obama conforme a sus antiguas convicciones de gringo marginal o desarraigado (si es que alguna vez lo fue, que no lo creo, a juzgar por los miramientos de que gozó siempre, pues hasta beca en Harvard tuvo para educarse) sino atenido a la labor que le corresponde, o que le imponen, por azarosa y sórdida que ésta sea.

¡Vaya escándalo el que le han armado los fariseos de siempre, por haber dicho que hay guerras justas! ¿Acaso faltó a la verdad? Si toda guerra es justa para el que la hace, e injusta, por ende, para quien la padece. He ahí una verdad de Perogrullo, que hay que repetir para que los pacifistas de vocación, o de profesión, que circulan por Europa y USA con su aire de predicadores incomprendidos pero tenaces, insomnes, aprendan a sujetar su monserga a las circunstancias de tiempo y lugar en cada caso concreto.

Nadie que tenga una mínima noción de la historia y de sus leyes inmanentes negará que hay guerras justas, per se. Se explican solas, por su razón natural, por su lógica impecable. Porque son redentoras o salvadoras del género humano, necesarias para la supervivencia de la especie o, cuando menos, de la civilización, tal como el hombre la concibe y la vive. Por ejemplo, la masiva intervención norteamericana en África, Europa y Asia (tan lejana y extracontinental como la de Afganistán ahora) para detener a Hitler y al eje del mal de entonces, que amenazaba con subyugar al mundo. Esa sí la aprueban los intelectuales de marras a pesar del exceso monstruoso (e imperdonable, por lo innecesario) de Nagasaky y Hiroshima, sumado al otro del bombardeo a Dresde y otras ciudades alemanas inermes, que tampoco hacía falta para doblegar un enemigo ya vencido.

Decía Clausewitz, su gran teórico, que la guerra es la continuación de la política por otros medios. A la inversa también, añadimos nosotros. Así lo corrobora la “realpolitik” desde tiempos inmemoriales. Las contingencias y circunstancias de la guerra y la paz solo se entenderán si aplicamos un criterio pragmático. O cultural, en el sentido antropológico del término. Hobbes mismo, tan riguroso, ecuánime y ponderado como era, decía que el hombre es lobo para el hombre. Lo cual, por extensión, cabría predicarse se las tribus, los pueblos y las naciones, pensamos nosotros. La mirada púdica, sensible, soñadora, que se le aplica al empleo de la violencia para dictaminar cuando es justo o injusto, solo sirve, en la práctica, para desorientar. Y para alimentar las almas pías. Y para que los poetas e intelectuales de todo el planeta firmen sus consabidos manifiestos, que son uno y el mismo desde los tiempos de Sartre y doña Simona. Pero ya continuaremos con el tema.

domingo, 6 de diciembre de 2009

El verdugo de la izquierda

Sergio de la Torre

El Mundo, Medellín

Diciembre 6 de 2009

Según la leyenda todo lo que tocaba el rey Midas lo convertía en oro. A Chávez le pasa lo contrario: lo que toca lo vuelve estiércol.

La historia reciente de América Latina abunda en ejemplos demostrativos de este aserto, dado que su intervencionismo, allende las fronteras venezolanas, no tiene límites. El hombre no respeta siquiera las reglas de urbanidad, de las que precisamente su compatriota Carreño fue artífice y redactor en un librito memorable que todos leíamos y repasábamos cuando niños. Dicho intervencionismo deviene insano, maníaco, y por lo mismo resulta superior a su voluntad. Como una compulsión, de esas que padecen ciertos vecinos de barrio que, sin que los llamen, andan metiendo las narices en todo, creando conflictos, causando desavenencias, cazando peleas, rompiendo la calma y sembrando el desorden.

El entrometimiento del venezolano, dondequiera que halle la ocasión de armar una facción, dejar su rastro o estampar su huella, hoy resulta exorbitante, agota la paciencia, fatiga el entorno. Colombia es la primera víctima por tener con su país una larga frontera, que se comparte vívidamente. Tan activa que sus habitantes, salvo por el carné que llevan, en la vida cotidiana no distinguen (en verdad poco les importa) a qué lado pertenecen. Y es víctima también Colombia por tener con el país hermano un intercambio comercial que no se puede interrumpir sin que se afecte, en cuerpo y alma, la existencia de dos conglomerados entremezclados.

Colombia es el objeto de su odio más profundo y elaborado, porque no se ha dejado domeñar. El odio a USA no es nada en comparación. En la práctica es meramente declarativo, pura propaganda. No se traduce en actos de desafío, o de agresión física, como los que nos dedica a nosotros, pues sabe que con el Norte la cosa es a otro precio. Y en cuanto a restricciones comerciales (que no se cansa de aplicarnos día a día) la dignidad y coraje de que tanto blasona este gladiador de opereta se esfuma con solo ver que a Washington no le declara el embargo que sí le aplica a Colombia. No le corta el suministro de petróleo, como debería hacerlo si fuera tan genuina y sentida su postura antiimperialista.

En alguna ocasión, ya muy remota, cuando Cuba se enfrentaba en solitario al bloqueo económico y la hostilidad política (esa sí real y efectiva) del gigante norteamericano, Fidel Castro dijo, textualmente, que los Estados Unidos eran una ramera que no podía seducirlo. Pues hoy Chávez no podría decir lo mismo, porque de haber una ramera en escena, en rigor de verdad sería él mismo, que le suministra petróleo al repulsivo imperio a cambio de sus dólares sucios. ¿En qué queda el perfil revolucionario de este farsante que califica a USA y su moneda como la gran amenaza y la maldición de Latinoamérica? De la cual, por lo demás, se asume como portavoz, sin que nadie (ni siquiera los venezolanos mismos, en comprobada y creciente mayoría) le haya encomendado esa vocería.

Decíamos arriba que, descontando a Ortega, Evo y Correa, todo aquel que se aproxima al coronel, o permite que él se le acerque, se autoinmola. Lo que se demuestra en los siguientes casos: en Honduras, el depuesto Mel Zelaya hubiera obtenido del Congreso, desde hace dos meses, la restitución en el cargo de presidente, así fuera corta y simbólica, hasta la terminación de su periodo (que era lo que él en el fondo quería y lo más a que podía aspirar) y con ello habría conseguido lavar su honor y una especie de indulto a sus faltas pretéritas. Pero la sombra del venezolano (quien, con el tino que le es propio, amenazó en junio con invadir a Honduras) malogró ésta, que se perfilaba como la solución más equilibrada a la crisis.

El Méjico el carismático López Obrador hasta un mes antes de la elección presidencial encabezaba las encuestas, pero el inoportuno, ruidoso apoyo de Chávez le dio la victoria a Calderón. Y en Perú el coronel Olanta Humala iba palo arriba, hasta casi superar a Alan García. Más lo asfixió a ultima hora el abrazo del oso cuando Chávez, descontrolado, pasó de un apoyo explicito a las agrestes diatribas contra el otro bando que, supongo, no sabía entonces cómo agradecer tamaño regalo.

Y aquí no sabemos las repetidas visitas a Caracas del senador Dussán, en momentos en que Chávez mas arremetía contra Colombia, cuánto incidieron en la dramática caída del Polo, que de $2.600.000 votos bajó a las niveles que tenía la izquierda hace una década.

Hablando del presente ¿qué sucede en Brasil y Chile, donde pese al abrumador favoritismo de Lula y Bachelet, sus sucesores, a no dudarlo, serán los candidatos de los partidos opuestos?

La izquierda democrática en América está tomando conciencia de que su peor enemigo es este tiranuelo, patético y peligroso, que acaba de reivindicar la memoria del antropófago africano Amín Dada, a quien, si estuviera vivo, le daría la cédula venezolana. Incluso yo diría que el peor enemigo de sí mismo es Chávez. La semana pasada, desde su estrado televisivo, elevó a los altares al peor terrorista del siglo anterior, Ilich Ramírez, ‘el Chacal’, que paga cadena perpetua en Francia. Lo que hizo con ello fue empeorarle sus condiciones de reclusión por efecto de asco y la presión de una opinión pública indignada en toda Europa. ¡Pobre chacalito, con la clase de apoyos que le llegan!

domingo, 22 de noviembre de 2009

Cobardía y sevicia

Sergio De La Torre

El Mundo, Medellín

Noviembre 22 de 2009

Con la voladura de los puentes la crisis con Venezuela escaló un peldaño más. No es que haya pasado de las palabras a los hechos (como creen algunos analistas, algo ligeros) pues la retórica altisonante de Chávez, que va in crescendo desde el comienzo de su reinado, siempre estuvo acompañada de actos agresivos, el primero de los cuales, probado y comprobado, es el apoyo diario y sostenido que le brinda, sin falta ni regateo, y con refugio incluido, a su socio las Farc.

A propósito de lo acontecido esta semana quiero adelantar dos comentarios sueltos, que probablemente ya se han hecho pero en los cuales no sobra insistir:

1) Uno no sabe si llorar o reír ante la extraña salida del vicepresidente Pedro Carrizales, que llama provocación al anuncio colombiano de llevar el caso de los puentes a los organismos internacionales. O sea que en labios de nadie menos que el segundo de a bordo en la jerarquía venezolana, nosotros, que somos las victimas de la provocación, resultamos ser los provocadores, solo porque reaccionamos como es debido y como las reglas lo establecen y autorizan. El mundo al revés. El mismo estilito del patrón, que sus áulicos imitan con un automatismo digno de mejor causa. El canciller Maduro, faltando a la circunspección y a la mesura que le impone su alto cargo diplomático, no contento con repetir al pie de la letra, como a diario lo hace, las diatribas del coronel, ahueca la voz, para mejor demostrar su devoción.

Las palabras de este par de personajes, que se indigna por la reacción colombiana (cauta y medrosa como siempre) son de tal naturaleza que rayan en el cinismo, a más de que reflejan muy a las claras el espíritu lumperil que se ha apoderado de la elite gobernante. O acaso son producto de la imbecilidad pura y simple que se alterna y entrecruza con la bellaquería en ciertas camarillas emergentes que se adueñan del poder político apelando al fraude, la trampa y la mentira.

2) La diplomacia tiene un lenguaje que no es dable soslayar en aras de la cortesía, sin grave perjuicio para quien lo hace. Hay que cuidar ese lenguaje, y saberse cuidar de él. Precaverse del mal uso que hagamos de las palabras, pues ese mal uso a veces se vuelve contra nosotros y acaba beneficiando a la contraparte. Si por azar se presenta en la frontera un choque, o colisión, de alcance limitado, a esto se le llama “incidente”. Pero cuando ella se repite, iniciada por la misma parte, originada en el mismo lado, en forma tan persistente que sugiera la existencia de un plan, pues deja de ser un incidente para convertirse en provocación, o en agresión continuada. Y como tal hay que encararla, precisamente para que no se repita y se trasmute en atropello constante.

A la masacre de los ocho jóvenes ocurrida el mes pasado, a la matanza luego de otros cinco compatriotas y, por último, al genocidio perpetrado esta semana en cabeza de tres colombianos, aquí le damos el piadoso nombre de “incidentes” cuando son crímenes que fríamente comete la Guardia venezolana. O, con la connivencia suya, las milicias bolivarianas, pues allá también hay paramilitarismo, solo que legalizado y soportado en el Presidente, que lo patrocina para de alguna manera disminuir el peso del viejo ejército regular y afianzar el dominio de este nuevo fascismo, de corte tropical, disfrazado de redención social y patriotería barata, como todos los fascismos al fin de cuentas.

Este curioso régimen insulta, amenaza, aplica represalias comerciales, llama a la guerra y convoca a la movilización popular, pero a la hora de la verdad no se confronta sino con la población civil inerme. El discurso incendiario y la actitud retadora de suyo son graves, están repudiados por la legislación internacional. Pero cuando ya hay muerte periódica, sistemática, casi semanal, de civiles colombianos al otro lado de la frontera, la cuestión es distinta y reclama atención inmediata y de otro tipo, por supuesto.

domingo, 11 de octubre de 2009

El por qué de la debacle del PDA

Sergio De La Torre

El Mundo, Medellín

Octubre 11 de 2009

Con ocasión de la reciente consulta electoral, hizo crisis la pertinaz y enfermiza ambivalencia del Polo. O, para ser más precisos, sus contradicciones internas, que son aparentemente insolubles pues lo que separa a sus dos alas no es fácil de transar.

Los moderados y los radicales pueden entenderse cuando, congregados en torno a unos objetivos mínimos, identificables, hablan un lenguaje común y ejercitan la democracia adentro, a partir de la libre discusión de las opciones, los diagnósticos y las propuestas. Discusión que siempre se resuelve reconociendo el legítimo predominio de la mayoría pero también respetando a la minoría y valorando sus aportes. O sea sin anatemas para el vencido en la puja de la tendencias.

Así operan y por eso triunfan las coaliciones de centro–izquierda que hoy están de moda en América Latina. Al menos la mayoría de ellas, que respetan la alternancia y el relevo en el poder, no aherrojan al adversario y profesan el ideal democrático sin cesarismos, demagogia populista y asistencialismos pasajeros.

Verbigracia, las de El Salvador, República Dominicana, Brasil, Uruguay, Chile y Paraguay, donde gobiernan gracias a la flexibilidad y tolerancia con que ventilan y dirimen sus desacuerdos. Y gracias también a que no renunciaron a su carácter de coaliciones y en lugar de cerrar sus puertas se las abrieron de par en par a todos los sectores del centro político y de las clases medias que se sintieran atraídos o interpretados.


Tales alianzas entonces pueden existir y coronar sus metas sin perjuicio de que los partidos que las integran se conserven y mantengan su fisonomía.

Empero, Colombia parece ser la excepción: la coalición aquí no solo flaquea y no crece, sino que difícilmente conserva lo logrado en los últimos comicios locales y nacionales. La razón es clara: hay dentro del Polo unos partidos que inconscientemente, o a plena conciencia, se empeñan en transmitirle a los demás sus taras y vicios propios, con los que nacieron y de los cuales no pueden curarse porque son congénitos e irredimibles. Los comunistas por ejemplo, que solemos denominar “mamertos”, militantes de un partido cerrado, selectivo, donde se castiga el disenso con la purga o expulsión, donde todo se ve blanco o negro sin reconocer el gris y demás matices intermedios, que abundan en la vida y en la política. Un partido que semeja una iglesia por el silencio que ronda y la disciplina conventual que allí rige. Tan peculiar ella que hasta se practica la “autocrítica”, que no es otra cosa que una autoflagelación inducida, y en público. Dado su gusto por el aislamiento y la penumbra – de donde deriva sus mañas y actitud de secta religiosa – dicho partido tiende a la hegemonía o dominación del conjunto, aún a costa de que se afecte la armonía que debe reinar entre los socios. No importa su condición minoritaria y su pobreza electoral, que nunca le preocuparon mucho. La minoría disciplinada, actuando como un monolito, resulta siempre más eficaz, con su labor de zapa, que la mayoría informe. Y si cuenta con la complicidad de otras minorías, afines en su intransigencia y dogmatismo, en su rigor al hablar y al obrar, como el Moir, terminarán ambas compartiendo el timón de la nave. Al lado de ciertas federaciones sindicales cuya dirigencia también recela de las personas y sectores que vengan no de la izquierda sino del centro, como Maria Emma Mejía, los intelectuales, etc, a quienes se tiene por “compañeros de viaje”, o idiotas útiles. Y a quienes se recluta en el camino para aprovecharlos mientras adornan, y alejarlos luego por incómodos e inútiles.

Esos partidos, pequeños pero fuertes, nunca podrán entender que para progresar es menester abrirse, sonreír e integrarse en orden a compartir tanto las cargas como los frutos. Desde un comienzo, fieles a la costumbre, quisieron convertir el Polo (violentando su propia composición, harto heterogénea, y esa saludable, vivificante diversidad de las fuerzas que lo conforman) en un partido idéntico a ellos mismos, que replique sus resabios, métodos y estilo. Y eso es lo que lo tiene reventado. Una coalición no puede funcionar como un partido.

Por las razones precedentes, y otras, no logramos entender que un hombre como Carlos Gaviria, cultor insomne del constitucionalismo moderno (que no es mas que la consagración de las reglas de la civilización política y la democracia liberal en la sociedad actual) acabe confundido – y gloriosamente incinerado acaso – con personajes como Robledo (terco e insidioso cual monje medieval) o el indescriptible Wilson Borja. Tan opuestos ellos a su talante de humanista libertario.

domingo, 4 de octubre de 2009

Polo a tierra

Sergio De La Torre

El Mundo, Medellín

Octubre 4 de 2009

Las coaliciones de izquierda con presencia de los partidos comunistas o grupos semejantes suelen ser flor de un día. Cuando se pactan, lo usual es que se desintegren una vez realizado el correspondiente debate electoral. Ellas responden a la coyuntura, como llaman ahora los entendidos a la oportunidad política en juego. Siendo la coyuntura pasajera, la situación política - y con ella la balanza o correlación de fuerzas – por estable que parezca siempre estará mutando, a veces incluso de día en día. Las alianzas entre afines se deshacen como se hacen. Y hasta se repiten: la próxima podría ser la misma de ayer, que finiquitó sencillamente porque sus contrayentes, tras el apareamiento, necesitan volver a sus reductos.

Siguen ellas la misma lógica de ciertas especies animales, cuyos miembros, afincados en un determinado territorio a veces se atraen y juntan en manada, para la defensa o el ataque. Y cumplida la faena, se dispersan, para volver a reunirse luego, cuando los apremios de la supervivencia lo determinen.

Estas coaliciones, sin embargo, a veces duran más de lo previsto. A la primera prueba no se disuelven sino que se alistan a librar otras batallas similares, y las libran con resultados desiguales. Es el caso del Polo, que quiere replicar los frentes populares que florecieron en Europa mediada la década del 30 del siglo pasado y que sirvieron de inspiración a ciertos países latinoamericanos como Méjico, Cuba, Colombia y Chile, donde, por la misma época, la denominada “centro izquierda” logró acceder al poder. De dichos frentes los más emblemáticos y cercanos a nosotros fueron el español de Largo Caballero y el francés de León Blum, que gobernaron por breves años, mientras la derecha lo consintió. Ahí estaban los comunistas ortodoxos que llegaron a ser verdaderos partidos de masas cuando el rápido avance de la democracia liberal les permitió superar el estado de larvas subterráneas y esa vocación de secta que distinguió en su hora, en los recodos rurales y las catatumbas, a los primeros cristianos.

La verdad sea dicha: de esos partidos europeos – flexibles, imaginativos, que conocieron la derrota pero también victorias parciales bien sonoras – lo único que heredaron sus pares latinoamericanos fue un vicio de origen y el peor defecto, el estalinismo, que allá fueron superando hasta conseguir erradicarlo del todo, hacia los años setenta. Dicha herencia gravita en la suerte que corre el Polo de tres años para acá. Siendo éste una de esas coaliciones del tipo a que aludí arriba, que logró perdurar arañando fragmentos del poder local. Y que ha mostrado, al menos hasta hoy, voluntad de permanencia. Tuvo sí apogeo en el 2006 con aquellos 2.600.000 votos, cifra descomunal, desconocida en la izquierda colombiana, que arrojó al partido liberal a un tercer lugar, en afrentoso descalabro del cual todavía no se repone.

Pero el germen de la crisis se incubó en el Polo desde su nacimiento. Porque a lo que se proyectó como un frente amplio de fuerzas diversas que convergieran en una mínima, esencial visión democrática del futuro, quisieron convertirlo en un partido. Y lo que por su origen y las fuerzas que lo integran (divergentes en mucho aunque convergentes en lo básico) es una coalición, mal puede obrar como un partido. La gama es muy amplia y la disimilitud de sus componentes no lo admite. Un anapista estilo Samuel Moreno, que solo sabe de clientelas y contratos, proveniente del peor populismo de derecha, el de su ilustre abuelo, mal puede coincidir con un marxista genuino. Y un burócrata sindical recalcitrante, mañoso como Dussán, devenido en congresista vitalicio, podrá entenderse con un humanista liberal como Carlos Gaviria, en algunas cosas pero no en todas. Casualmente fue el presidente Dussán quien causó la derrota de Gaviria con sus viajes a Caracas a reconfortar a Chávez en momentos en que éste volvía a amenazarnos con sus aviones rusos y le cortaba el combustible a Cúcuta. Entre Dussán y esa burocracia sindical (no los sindicatos, entiéndase bien) remolona y rutinaria que representa, de un lado, y del otro, el mamertismo criollo empeñado en transmutar al Polo en un partidito cerrado y sectario, a imagen y semejanza suya, provocaron la debacle. Tema que es el objeto de esta columna y sobre el cual ahondaremos más.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Olvidos e inconsistencias

Sergio De La Torre

El Mundo, Medellín

Septiembre 27 de 2009

Más que jurídica es política la batalla que hoy se libra en la Corte Constitucional alrededor del referendo. En Colombia, por tradición, lo jurídico es el ropaje o la disculpa que adoptamos cuando las circunstancias lo requieren. Cada gran crisis trae su remedio, es decir, su tipo específico de enmienda constitucional.

Lo que ayer resultaba plausible hoy se deniega por imposible. En 1990 se saludó la “séptima papeleta” como el mecanismo idóneo para abrir la democracia y ampliar la participación ciudadana en el quehacer político. Se citó a una asamblea constituyente evadiendo las duras condiciones que la Carta del 86 vigente y el plebiscito del 57 prescribían para acometer cualquier reforma seria del Estado que arrancara de una previa consulta al elector primario. Fueron los amigos del presidente Gaviria quienes propusieron la papeleta antedicha. Idéntica, por cierto, a la que luego el presidente Zelaya quiso añadirle a las elecciones hondureñas para autorizar su reelección y que le ocasionó la destitución por parte de la Corte y el Congreso. Lo cual mereció el aplauso de todo el mundo, incluido nuestro ilustre ex mandatario.

En el año 90 la Corte convalidó ese procedimiento irregular que suplantaba al Congreso y propiciaba su ulterior disolución a manos de un organismo elegido por solo 3 millones de votos, y antes viabilizado aún por menos: apenas 2 millones habían sufragado por su convocatoria. Ello transgredía, en toda la línea, la normatividad vigente. Peor aún: fue un golpe de estado perpetrado desde el poder mismo y legitimado por la Corte, para complacer al M-19 y grupos afines que se habían reinsertado y querían abordar, ya por las buenas y desde arriba, el aparato institucional.

El referendo de ahora, en cambio, apoyado en 4 millones de firmas, se descalifica a priori, así logre el umbral o mínimo de votos exigido, dado el caso de que se realice a comienzos del año próximo.

Somos veleidosos y mutables nosotros, como nadie en América. Lo que antes fue válido para alguien, hoy no lo es. Insisto entonces en que cada coyuntura se juzga distinto aunque su protagonista sea el mismo que hoy se rasga las vestiduras por lo que ayer, sin embargo, estimaba sano y bueno. Cuando, por vía de comparación, se le recuerda al doctor Gaviria lo que hizo o dejó de hacer en el 90, guarda silencio. Tampoco ha podido explicar por qué, en unión del ex presidente Carter (más despalomado ahora que cuando despachaba en la Casa Blanca) y a nombre de la OEA, legitimó el fraude hecho por Chávez al referendo que decidía su continuación en el poder. El escrutinio fue alterado en forma tal que toda la prensa del mundo pudo verlo y comprobarlo, mientras merecía la aprobación del muy tímido y cauteloso secretario de la OEA, a quien precisamente antes el presidente venezolano había ultrajado de palabra, como es su costumbre.

Es de ver lo bravo, digno y puntilloso que se muestra Gaviria ante cualquier contrariedad en Colombia. Cosa que lejos de censurársele se le respeta, sin que por ello duela menos lo que por culpa suya y de carácter perdieron Venezuela y Colombia con la bendición celestial que se le impartió a Chávez cuando, perdido en las urnas, falseó el resultado para atornillar una satrapía, que ya se tornó irreversible en el mediano plazo, o por décadas enteras, a juzgar por el modelo cubano que a marchas forzadas allá se está imponiendo.

El liderazgo político de antes en Colombia debe responder por muchas cosas. Mal puede eludir su responsabilidad por los tremendos, costosísimos errores cometidos en el pasado inmediato. Como ése del silencio medroso frente a Chávez cuando más había que denunciarlo para frenar sus desmanes y malograr su designio de implantar una dictadura vitalicia (rara mezcla de castrismo y fascismo que solo puede caber en la cabeza de un megalómano delirante y desbocado, en este trópico tan dado a las altas temperaturas, los zancudos y las epidemias). No olvidemos que este personaje hoy en día es la gran amenaza que se cierne sobre nosotros: apunta directamente a la estabilidad institucional y, lo que es peor, así parezca inverosímil, a la integridad territorial de Colombia. De la comedia a la tragedia no hay sino un paso.

El otro error garrafal, que precedió a éste, fue el del Caguán que casi nos escinde con la aparición de una nueva república en el suroriente del país, aupada por Venezuela. Los autores de tales estropicios y de otros más cuyas consecuencias estamos pagando y pagaremos en el futuro, en verdad no tienen mucho juego en la política. Así lo dicen las encuestas y se palpa en la calle. No valen ahí los méritos propios, los del ex presidente Gaviria verbigracia, que nadie discute. O la buena fe conque se obró. Lo que cuenta, y cobra la sociedad, es el resultado final de una conducta, así haya sido inducida por el miedo o la extrema candidez, que nos acompaña a todos los mortales pero le está vedada a los jefes de Estado y a los representantes de organismos internacionales de tanto peso como la OEA.

Estos episodios y referencias de arriba los traigo a cuento porque conectan con el tema del referendo, con sus mentores y detractores. Y con lo que está sucediendo y sucederá en las altas cortes. Particularmente en la Corte Suprema, adonde se trasladó el centro de gravedad de la oposición política, dada la inepcia esencial de los partidos y de sus jefes, impedidos por sus antecedentes y por sus insalvables contradicciones para ejercerla eficazmente. Por lo pronto, y a mucho honor, sigo siendo un liberal sin disciplina ni cabestro. Tanto que hoy votaré en la consulta interna no por el candidato del ex presidente sino por otro, Aníbal, que lleva su apellido y es una gran promesa de Antioquia y Colombia.

lunes, 21 de septiembre de 2009

Entre lo jurídico y lo metajurídico

Por Sergio De La Torre

El Mundo, Medellín

Septiembre 20 de 2009

Ya designaron el ponente que estudiará la exequibilidad de la ley del referendo. El magistrado a quien le cupo en suerte (la expresión es la adecuada: no sabemos si para bien o para mal suyo) tamaño enredo, es de prever que, para evitar confrontaciones y dada la enjundia del tema, en lugar de fijar su posición personal (si es que la tiene, que no es forzosamente necesario) y presentar una propuesta, tome por el atajo de en medio y recoja la opinión prevaleciente entre sus compañeros de corporación.

La discusión sobre si la Corte, al calificar el alcance y requisitos de la ley, ha de limitarse a la forma, o puede además abocar el fondo, es tan irrelevante como dañina. Porque en asunto tan grave como el allí implicado, forma y fondo, a la hora de la verdad, son las misma cosa. Las formalidades que obligan a un referendo son exigentes y complejas porque derivan del fondo mismo del asunto, vale decir de su trascendencia, de sus hondas consecuencias en el orden político y social. Y a su vez el calado de la empresa política que se proyecta en un referendo como el que nos ocupa y preocupa, determina lo engorroso de los requisitos. Forma y fondo, pues, se cruzan en este caso como si hicieran parte de un todo indisociable. Lo que hoy se pretende es nada menos que un tercer período consecutivo para el presidente en funciones, lo cual rompe con una tradición dos veces centenaria. Ni el propio Bolívar pudo perpetuarse en el mando. Y no porque le faltaran ganas. Alguna vez intentó, replicando al bonapartismo en su primera fase, implantar aquí la monarquía, en cabeza suya. Esa primera fase fue la que Francia vivió, cuando Bonaparte, siendo Primer Cónsul (primo inter pares en un esquema más bien civil y colegiado de gobierno) se autocoronó erigiéndose en emperador vitalicio. En Colombia, pues, ni el mismísimo Bolívar consiguió apoltronarse en el poder, dada la atmósfera leguleyista o santanderista que por entonces ya se respiraba en nuestro medio.


Es difícil diferenciar entre contenido y forma, en tratándose de una iniciativa popular vertida en una ley, como la que tenemos a la vista. Es bien difícil, aún atendiendo con el mayor esmero los arduos requisitos y condiciones establecidos o deducidos en la norma, tanto en su letra como en su espíritu.


Es incierta y deleznable la propia jurisprudencia de la Corte cuando al avalar la primera reelección sugirió que ninguna reforma en el futuro podría sustituir la Constitución. Primero, porque lo dijo a propósito de una iniciativa de origen congresional y no de origen popular, soportada en firmas, como la actual. Y segundo, porque cualquier enmienda que se haga a la Constitución de hecho la está sustituyendo, en todo o parte.

Dígaseme, si no, cuál es la reforma a la Carta que no la suplanta, en lo pertinente. Vale decir, que no reemplaza un texto por otro. Cualquier debate al respecto resulta necio. O semántico, que es todavía más triste. Así lo plantee la propia Corte, que al revisar las leyes interpretando normas superiores, debe atender también la lógica de las cosas y el sentido común, aunque ello les parezca pedestre a ciertos jurisperitos, o exégetas por afición, que suelen aislar las normas de su transfondo y contexto, sacralizándolas como si se tratara de las Tablas de la Ley reveladas a Moisés.


Quien revise e interprete debe entonces ajustarse a la racionalidad última, elemental, del devenir político. Así se trate de las cláusulas constitucionales llamadas “pétreas” que, en rigor, no existen sino en la voluble, veleidosa imaginación de quienes creen que hay disposiciones o preceptos intangibles, inamovibles, en la Carta Magna, desconociendo al Congreso y su poder constituyente delegado. O bien desconociendo al constituyente primario, que es el pueblo mismo, titular de la soberanía, que sería el caso aquí comentado.

La suprema finalidad del constitucionalismo moderno – y la razón de existir de sus celosos cultores y guardianes - es preservar las formas, pero preservar también la democracia, basada en el principio de mayorías, cuya aplicación se hace respetando a la minoría, por supuesto, pero sin llegar a pretermitirlo en aras de ese respeto. Ya proseguiremos estas elucubraciones, desganadas e inocentes, sobre cosa tan crucial como la que está en juego.