Mostrando entradas con la etiqueta Rafael Pardo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Rafael Pardo. Mostrar todas las entradas

domingo, 21 de febrero de 2010

Educación con investigación e innovación

Rafael Pardo Rueda*

El Tiempo, Bogotá

Febrero 21 de 2010


Después de casi dos décadas en las que el país se ha concentrado en aumentar la cobertura en educación primaria y secundaria, con resultados aceptables, es necesario enfilar todos los esfuerzos en la educación superior para mejorar la calidad y buscar que más jóvenes tengan un acceso real a ella. Es decir, que estudiar en una universidad con buen nivel académico no sea un lujo, sino un derecho de cualquier colombiano.

Un país que concentra su atención en este propósito es un país que piensa en el futuro. Para lograrlo hay que implementar acciones complementarias, como aumentar las oportunidades de acceso, mejorar la calidad y redirigir la educación superior hacia la investigación y la innovación.

Tal y como lo ha descrito el rector de la Universidad Nacional, Moisés Wasserman, varios de los llamados tigres asiáticos mejoraron su trayectoria de crecimiento y de desarrollo en unas pocas generaciones, en gran parte gracias al fortalecimiento de la educación superior, con una ruta definida hacia la investigación y la innovación. Un sistema educativo que prioriza esas dos acciones redunda en una mayor productividad y competitividad, lo que a su vez es garantía de crecimiento y generación de empleo.

Por todo lo anterior, en los primeros lugares de la agenda de las políticas públicas propongo que esté la innovación tecnológica, que incluye como uno de los ejes centrales un fortalecimiento de la educación superior y el desarrollo de procesos de investigación, fundamentados en los estudios de postgrado, en particular de los doctorados. Esta debe ser una política de Estado y debe contar con el consenso y la interacción de la academia, los sectores privado y público y la sociedad en general. Aunque hay esfuerzos importantes, Colombia está aún lejos de lograr niveles de innovación similares a los de México, Brasil, Argentina y Chile. Incluso, las inversiones de las empresas en innovación se concentran en adaptar tecnologías ya existentes en el mundo, mientras que las innovaciones radicales son casi inexistentes.

Ya es tiempo de que Colombia deje de adquirir conocimientos y dé el paso a ser productor de los mismos. Para dar una idea, según la encuesta de innovación tecnológica más reciente del Dane, solo el 50 por ciento de las empresas colombianas hacen inversiones en innovación de algún tipo y solo 6 por ciento gastan en investigación y desarrollo (frente a cifras cercanas a 20 por ciento en los países del Cono Sur).

Es urgente incrementar sustancialmente los recursos públicos para la investigación, innovación y tecnología, y darles estabilidad a largo plazo aislándolos de los procesos políticos, de los vaivenes de los diferentes gobiernos y de los afanes presupuestales. Una fuente de recursos destinada a la investigación y la educación superior puede ser el ahorro generado por la explotación de recursos naturales como el petróleo y el carbón, especialmente durante el boom que se avecina. Por supuesto, esto debe ir acompañado de un uso eficiente de los recursos, en coordinación y con la participación del sector privado y la academia. Para esto se requiere el fortalecimiento de Colciencias y fundaciones como Colfuturo, así como el apoyo a las regiones.

La combinación entre aumento de cobertura en educación superior y su redirección hacia la innovación y la investigación debe tener como norte modernizar al país, insertarlo dentro de los mercados mundiales, aumentar la inversión y, con ello, incentivar el crecimiento del empleo y el bienestar de la población. Es así como se construye un país más justo, un país con igualdad de oportunidades.

* Candidato presidencial por el Partido Liberal

jueves, 19 de marzo de 2009

Las razones de "Pacho"

Por Rafael Pardo

Revista Cambio, Bogotá

Marzo 19 de 2009

 

Si Colombia no replantea su relación con Estados Unidos, ellos lo harán a su medida.

 

Le han caído rayos y centellas al vicepresidente Francisco Santos por haber dicho algo cierto e innegable: que las relaciones con Estados Unidos necesitan un replanteamiento. El ‘vice’ lo viene diciendo desde hace rato, y lo repitió hace un par de semanas en una entrevista para Los Ángeles Times. En Washington se da como un hecho que la relación especial que tuvo como columna vertebral la amistad ideológica Uribe-Bush se agotó, quedó en el pasado y necesita un sustituto.

 

La diplomacia colombiana tiene dos opciones: o propone un esquema novedoso para su relación con Washington, o asiste como convidado de piedra a un rediseño hecho por E.U., y a la medida de E.U. La primera alternativa está llena de oportunidades: buscar un esquema de trabajo digno y constructivo con el gobierno de Barack Obama sobre temas en los que hay intereses comunes y conservar el valor que significa para Colombia ser un aliado confiable en medio de una subregión gobernada por mandatarios inciertos y cambiantes como Hugo Chávez y Rafael Correa. Si Colombia ajusta su carta de presentación, deja a un lado la retórica anti-terrorista y se sintoniza con las sensibilidades del nuevo gobierno, puede seguir siendo visible en el radar del Departamento de Estado.

 

Pero al Vicepresidente lo han tratado como un loquito por decir que se necesita un cambio (el propio Santos pidió excusas por su ‘pilatuna’), lo cual indica que para el Gobierno es una herejía plantear un giro y que todavía cree viable la estrategia de la época de Bush: buscar acercamientos personales para construir química con los nuevos interlocutores y forzar la prolongación de la ‘relación especial’ para que el Congreso, en algún momento, apruebe el TLC y el Plan Colombia. Este despistado planteamiento desconoce que Estados Unidos construye sus relaciones en función de sus intereses y no de la amistad personal, y que ningún aliado especial le dura mucho tiempo.

 

El Plan Colombia no es una opción de largo plazo. Desde sus tiempos como Embajadora en Bogotá, Anne Patterson –una de las candidatas más firmes a la crucial posición de subsecretaria de Estado para América Latina en el nuevo Gobierno— había anunciado que poco a poco los programas allí incluidos tendrían que ser financiados con recursos colombianos.

 

Francisco Santos, además de realista, agrega que el amplio conjunto de condiciones que lleva consigo el Plan Colombia le introduce elementos de indignidad. Esas son palabras mayores. No debería considerarse pecado preguntar si la injerencia de Estados Unidos en Colombia es excesiva y si hay más unilateralismo que cooperación. O si hay desequilibrio en la guerra anti-drogas: ¿por qué no se ha reducido el consumo?

 

El gobierno Uribe debería asumir una propuesta audaz para reformular las relaciones. Tendría que empezar por reconocer que en la era Obama el referente latinoamericano no será Colombia sino la corriente política mayoritaria en el Continente: la izquierda no chavista, liderada por Lula Da Silva. Y que hay temas nacionales que pueden afectar la relación: los crímenes contra los sindicalistas, las violaciones a los derechos humanos, la reelección presidencial indefinida y la corrupción política, están incrementando su visibilidad y rechazo en Washington.

 

La aprobación del TLC, por ejemplo, depende de la conveniente separación del comercio propiamente dicho y los asesinatos de líderes sindicales. Y eso solo sería posible si el gobierno colombiano presenta una estrategia convincente y audaz para mejorar la situación de derechos humanos. Pretender la aprobación del TLC a punta de lobby y relaciones públicas va a prolongar su congelamiento y, en el entretanto, la injerencia cruda de congresistas gringos de segundo nivel en los asuntos internos de Colombia. Definitivamente sería mejor escuchar a Francisco Santos aunque sería aun mejor que lo que dice ‘Pacho’ lo creyera Uribe.