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domingo, 3 de enero de 2010

La guerra asimétrica de Chávez

Alejandro Reyes Posada

El Tiempo, Bogotá

Enero 3 de 2009

Hugo Chávez está fascinado con un libro escrito por Jorge Verstrynge, primero ideólogo de la derecha española y convertido luego en profesor radical de ciencia política de la Universidad Complutense de Madrid, titulado La guerra periférica y el islam revolucionario, orígenes, reglas y ética de la guerra asimétrica, publicado por el Viejo Topo.

Chávez ordenó imprimir 30.000 ejemplares para que lo estudien todos los oficiales de las fuerzas armadas venezolanas. Además, invitó a Verstrynge en abril del 2005 al 'Foro militar sobre guerra de la cuarta generación y conflicto asimétrico', en la Academia Militar de Venezuela y luego lo entronizó como un gran teórico porque el autor calificó a su revolución bolivariana, junto al islamismo radical, como las amenazas más serias contra el imperialismo estadounidense en el mundo.

La guerra asimétrica, según su nuevo teórico, se caracteriza por una revaloración de la guerra de guerrillas, el uso de la acción kamikaze, la desterritorialización, desestatización y desnacionalización del conflicto, la comunicación como instrumento de guerra, el enemigo difuso camuflado entre la población civil y el islam como ideología alternativa al comunismo.

La revolución bolivariana es la guerra personal y unilateral de Hugo Chávez contra el imperio para liberar a América Latina de la tiranía de las oligarquías lacayas de Estados Unidos, según su retórica. Su obsesión es encabezar la segunda independencia de América Latina, mientras el imperio, que ignora sus agresiones verbales, está atrapado en la guerra contra el extremismo islámico en Irak, Afganistán y Pakistán.

Para prepararla concentró los poderes del Estado bajo su mando personal, se rodeó de una guardia pretoriana de 100.000 efectivos cubanos que controlan, entre otras cosas, la inteligencia militar y su seguridad personal, expropió y ahuyentó la inversión privada, arruinó a la petrolera PDVSA al usarla como caja menor para financiar sus misiones y comprar la lealtad de gobiernos clientes del movimiento bolivariano, como Bolivia y Nicaragua, y desató ríos de nueva corrupción para crear una oligarquía emergente en reemplazo de las viejas élites decadentes que vivían de las rentas petroleras.

Uno de los obstáculos más grandes para los planes de Chávez es que en Colombia, su vecino más importante, fracasó el proceso revolucionario y, al contrario, está en curso un avanzado proyecto de restauración del poder estatal.

Uno de los efectos de la mayor seguridad y la mayor eficacia de la policía y la justicia en Colombia es que las mafias del narcotráfico y las cúpulas guerrilleras se están desplazando a Venezuela y Ecuador, donde encuentran un ambiente más amistoso, mientras los empresarios emigran de Venezuela hacia Colombia y otros refugios.

La revolución bolivariana de Chávez ha fracturado el orden social que había en Venezuela y ha polarizado y atomizado las organizaciones sociales, con lo que han proliferado las conductas predatorias de la delincuencia y el crimen organizado, sumiendo a la población en mayor inseguridad y privación de bienes esenciales, mientras aumenta sin control la ineficiencia y corrupción de la burocracia, la policía y el ejército.

Ese contexto social es propicio para endurecer la actitud autoritaria de Chávez, pues nada valoriza más a un caudillo militar que un aumento generalizado del desorden, la impotencia y el miedo entre la gente común.

Si a esto se suma la proliferación de milicias de choque para disolver las protestas pacíficas y amedrentar opositores, existen los ingredientes necesarios para el surgimiento de un fascismo tropical en cabeza del coronel, que delira ser la reencarnación de Bolívar con la misión de destruir el capitalismo y la democracia liberal.

Este es el personaje inventado por sí mismo que está dando los primeros pasos para desatar una guerra contra Colombia, que no es su verdadero adversario en el conflicto antiimperialista, con el bloqueo comercial, el desabastecimiento de los estados fronterizos, el cierre caprichoso de la frontera, la expulsión y asesinato de colombianos, la agresión verbal, el santuario a las Farc y al Eln y la compra de adeptos para organizar células chavistas en nuestro país.

Cuando creíamos estar librándonos de los señores de la guerra y el crimen organizado gracias a enormes esfuerzos de seguridad interna, nos encontramos amenazados ahora desde afuera y desde adentro por un proyecto revolucionario expansionista, aliado a las guerrillas colombianas, enemigas históricas de nuestra sociedad y nuestro Estado.

domingo, 31 de agosto de 2008

La guerra, la justicia y la tierra

Por Alejandro Reyes Posada
Uribe debe impulsar una 'Operación Jaque' que rescate la mejor tierra. El presidente Uribe rompió la alianza entre el poder militar y terrateniente con los paramilitares, que reemplazaba la responsabilidad estatal en la seguridad con masacres y desplazamientos, y decidió ganar la guerra contra las guerrillas con unas fuerzas armadas que volvió más eficaces bajo su liderazgo.

En ese sentido, su tarea será juzgada por la historia como un empujón decisivo en la construcción de un verdadero Estado nacional en Colombia, que hasta ahora se había aplazado por parte de las élites liberales y conservadoras, complacientes con sus socios emergentes. Al hacerlo, soltó las amarras para rescatar el poder público de manos de sus captores, viejos y nuevos, y despejó el camino para definir un modelo de desarrollo vigoroso e incluyente de los sectores vulnerables de la población.

La cruzada de Uribe por el rescate de la seguridad creó un nuevo espacio político con amplia base popular, que se expresa en sus altos índices de aceptación. Ese nuevo escenario arrastró a la clase política oportunista hacia su vértice y redujo la audiencia que tenían los partidos tradicionales y la coalición de izquierda del Polo Democrático. Ese nuevo espacio de seguridad también trasladó la confrontación armada a la justicia, que se debate en la tensión creada por el reclamo de las víctimas del paramilitarismo para exigir verdad, justicia y reparación y la pretensión de imponer la justicia de los vencedores contra las guerrillas, que busca ser blanda con quienes lucharon contra ellas, como señaló con lucidez Iván Orozco en columna de EL TIEMPO.

Los jefes paramilitares extraditados, que negociaron su desmovilización creyendo que lo hacían con su cómplice, se indignaron al verse recluidos en celdas de alta seguridad y resolvieron administrar sus versiones como ventiladores que encendían o apagaban para controlar la acción de la justicia, al escoger u ocultar a voluntad a quienes señalaron como socios y beneficiarios de su guerra. La Corte Suprema de Justicia, presionada por la opinión pública para dar resultados rápidos y sin capacidad real para investigar complicidades, cayó en la trampa de los ventiladores manejados a control remoto y se alió con los voceros de las víctimas para cobrar la cabeza de Uribe como el gran responsable de los crímenes paramilitares. Los falsos positivos de la justicia manipulada desde las cárceles son la venganza de los extraditados por la traición de la clase política, que después de usarlos los dejó por fuera del reparto del botín de los vencedores contra las guerrillas.

Pero el gran botín de la tierra usurpada a los campesinos desplazados, verdaderos perdedores de la guerra, está todavía en manos de los testaferros de los jefes paramilitares, protegido por las bandas emergentes y la ineficiencia de la justicia y el Gobierno para recuperarlas, a pesar del empeño de Uribe. Ese botín de las tierras robadas se ha valorizado todavía más con la recuperación de la seguridad y el auge de los biocombustibles y la minería, y su defensa está produciendo la bonanza de los abogados y jueces venales, de notarios, registradores y funcionarios corruptos del Incoder, que legalizaron el despojo de tierras y encubrieron el robo con apariencias de legalidad.

La mejor estrategia que tiene el presidente Uribe de salirse de la trampa de justicia en que lo quieren encerrar los extraditados es impulsar una nueva 'Operación Jaque', que rescate la mejor tierra del secuestro al que está sometida en manos de viejos y nuevos terratenientes y la restituya al campesinado, demostrando que es el verdadero enemigo de los señores privados de la guerra y el defensor real de las víctimas más vulnerables, los campesinos, indígenas y afrocolombianos refugiados en los tugurios urbanos.
Columna en El Tiempo 27 de agosto de 2008