Mostrando entradas con la etiqueta Mikhail Gorbachev. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Mikhail Gorbachev. Mostrar todas las entradas

domingo, 6 de diciembre de 2009

Jugando a la ruleta rusa con el cambio climático

Mijail Gorbachov * y Alexander Likhotal **

El Tiempo, Bogotá

Diciembre 6 de 2009


GINEBRA. El creciente escepticismo y las negociaciones estancadas han culminado en el anuncio de que la Conferencia sobre el Clima de Copenhague no resultará en un acuerdo climático global e integral. ¿Una desilusión? Por supuesto. Pero la cumbre sobre el clima de Copenhague siempre estuvo pensada como una medida de transición. Lo más importante que hay que considerar es hacia dónde vamos desde aquí.

La frase "el día después" con frecuencia está asociada con la palabra "resaca". La falta de un acuerdo vinculante podría implicar una resaca global, y no sólo por un día. Harta de las predicciones apocalípticas, la gente quería que en Copenhague se produjera un milagro. De modo que la percepción de un fracaso puede causar una pérdida de confianza masiva y tal vez irreversible en nuestros políticos. No sorprende, entonces, que los gobiernos hayan intentado manejar con cuidado nuestras expectativas.

Quienes toman decisiones no han percibido lo cerca que puede estar el mundo del "punto de inflexión" climático. Pero, mientras que el clima desbocado sigue siendo un riesgo, la política fuera de control ya es un hecho. Las negociaciones oficiales están alejadas de la realidad. De acuerdo con la ciencia más reciente, las propuestas actuales en proceso de negociación resultarán en un calentamiento de más de 4ºC durante este siglo -el doble del máximo de 2ºC acordado por el G-8 y otros líderes-. Eso deja una probabilidad superior al 50 por ciento de que el clima del mundo vaya más allá de su punto de inflexión.

Un acuerdo basado en los parámetros que hoy están sobre la mesa de negociaciones nos pondría, por ende, en una posición más peligrosa que un juego de ruleta rusa. Para evitar tanto la resaca global de un acuerdo inexistente como el autoengaño de un acuerdo débil, se necesita un gran avance, y todavía se lo puede lograr en Copenhague.

Nuestra mejor apuesta hoy es un proceso de dos pasos. Los Estados deberían asumir un compromiso político con un esquema que incluyera objetivos generales, un marco institucional y promesas específicas de una pronta acción y financiamiento. La declaración debe estipular que es necesario finalizar un acuerdo legalmente vinculante mediante una eventual COP15-bis en el 2010. Esto les permitiría a Estados Unidos y a otros países sancionar la legislación necesaria, y les daría tiempo a los negociadores de las Naciones Unidas para traducir la Declaración COP15 en una estructura legal apropiada y factible. Si esto implica una reformulación total del documento actual, que así sea.

Por otra parte, podría resultar necesario realizar una conferencia de revisión en el 2015 para ajustar nuestros objetivos y planes a las nuevas realidades. Por lo tanto, es más importante que nunca que los jefes de Estado asistan a la conferencia de Copenhague, ya que esta solución de dos pasos solo funcionará con una intervención fuerte y directa por parte de los líderes.

En 1985, durante el punto álgido de la Guerra Fría, cuando se estancaron las negociaciones en la Cumbre de Ginebra de Estados Unidos y la Unión Soviética, los negociadores recibieron instrucciones de sus líderes, fastidiados con la falta de progreso: "No queremos que nos den explicaciones sobre por qué no se puede hacer esto. ¡Háganlo!". Y a la mañana siguiente se hizo. Los líderes de hoy deben ir a Copenhague y decir: "Queremos que se haga esto".

Para avanzar, la reunión de Copenhague debe romper el estancamiento político entre los Estados industrializados y los Estados en desarrollo. Debe repararse la injusticia climática, ya que los países en desarrollo sufren lo peor del impacto y enfrentan costos de adaptación masivos. Los países ricos necesitan poner dinero fuerte sobre la mesa. Los argumentos de que carecen de los recursos necesarios suenan huecos, ya que sí supieron encontrar billones de dólares para rescatar a los bancos en la crisis financiera.

Los países pobres son conscientes de su poder para bloquear el progreso. El poder de veto está virando efectivamente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas al G-77 más China. ¿Quién habría imaginado en Occidente hace diez años que el futuro y el bienestar de sus hijos dependerían de decisiones tomadas en Beijing o Nueva Delhi o Addis Abeba?

De modo que es necesario que los países industrializados pongan una oferta real de financiamiento sobre la mesa lo antes posible para dar tiempo a una reacción positiva y a anuncios de compromisos por parte de los países en desarrollo. En particular, es crítico un compromiso con un fondo inicial -al menos de 20.000 millones de dólares, para asistir de inmediato a los países menos desarrollados-. Esto ayudaría a establecer la confianza que hoy lamentablemente no existe, y a que se den las condiciones para reiniciar negociaciones productivas.

Los líderes deben ser honestos respecto de la magnitud del desafío y reconocer que hace falta un cambio sistémico y transformacional, no gestos incrementales. La respuesta oficial al cambio climático debe adaptarse al nivel y la urgencia de la amenaza. Un nuevo acuerdo global debe estar basado en la ciencia, no en un acuerdo de denominador común más bajo aguado por intereses personales.

Una gestión de riesgo sensata hoy dicta que el carbono atmosférico debería estabilizarse a 350 partes por millón (ppm) de equivalente de CO2, no el sendero actual de 450-500 ppm de CO2. Esto requiere reducciones de las emisiones de 45-50 por ciento en lo países industrializados en el 2020 y una descarbonización casi total para el 2050, no los niveles de 15-25 por ciento para el 2020 y 60-80 por ciento para el 2050, que hoy están sobre la mesa. Los principales países en desarrollo también deben comprometerse a emprender acciones de mitigación apropiadas a nivel nacional. Pero los ricos deben tomar la iniciativa. Su inacción en los últimos 20 años no les da derecho a señalar con el dedo.

Los gobiernos no deberían ocultarles la verdad a sus ciudadanos. Todos tendrán que hacer sacrificios. Ahora bien, ¿usted quiere que su casa sea barata, sucia y peligrosa, o limpia, decente y segura? ¿Está dispuesto a decir: "Muy bien, chicos, heredé esta casa, pero me negué a mantenerla, así que tendrán que tener cuidado porque el techo podría venirse abajo en cualquier momento?". Ese no es el tipo de legado que querríamos dejarles a nuestros hijos.

* Mijaíl Gorbachov, ex presidente de la Unión Soviética, es presidente fundador de la Cruz Verde Internacional; ** Alexander Likhotal es presidente de la Cruz Verde Internacional y miembro de la Climate Change Task Force (CCTF). Traducción de Claudia Martínez

jueves, 12 de noviembre de 2009

Más muros por caer

Mikhail Gorbachev*

El Tiempo, Bogotá

Noviembre 12 de 2009

El pueblo alemán, y todo el mundo junto con él, celebra una fecha histórica: el vigésimo aniversario de la caída del Muro de Berlín. No muchos acontecimientos permanecen en la memoria colectiva como una vertiente que divide dos períodos bien diferenciados. El desmantelamiento del Muro de Berlín -ese símbolo sombrío y concreto de un mundo dividido en campos hostiles- es uno de esos momentos definitivos.

La caída del Muro de Berlín trajo esperanza y oportunidades a la gente en todas partes, y les dio a los años 80 un final verdaderamente jubiloso. Eso es algo en lo que hay que reflexionar mientras esta década se acerca a su fin -y cuando parece escabullirse la posibilidad de que la humanidad dé otro salto trascendental hacia adelante-.

El camino hacia el fin de la Guerra Fría ciertamente no fue fácil, ni bienvenido universalmente en ese momento, pero es justamente por esta razón por lo que sus lecciones siguen siendo relevantes. En los años 80, el mundo estaba en una encrucijada histórica. La carrera armamentista entre Este y Occidente había creado una situación explosiva. Los elementos de disuasión nuclear podrían haber fallado en cualquier momento. Íbamos camino del desastre, al mismo tiempo que ahogábamos la creatividad y el desarrollo.

Hoy ha surgido otra amenaza planetaria. La crisis climática es el nuevo muro que nos separa de nuestro futuro, y los líderes actuales en gran medida están subestimando la urgencia y la escala potencialmente catastrófica de la emergencia.

La gente solía decir en broma que lucharemos por la paz hasta que ya no quede nada en el planeta; la amenaza del cambio climático hace que esta profecía resulte más literal que nunca. Las comparaciones con el período inmediatamente anterior al Muro de Berlín parecían asombrosas.

Tal como hace 20 años, enfrentamos una amenaza a la seguridad global y a nuestra propia existencia, a la que ninguna nación puede hacer frente por sí sola. Y, nuevamente, es la gente la que está pidiendo un cambio. De la misma manera en que el pueblo alemán declaró su voluntad de unidad, los ciudadanos del mundo hoy están exigiendo que se tomen medidas para abordar el cambio climático y reparar las profundas injusticias que lo circundan.

Hace 20 años, los principales líderes mundiales manifestaron determinación, se enfrentaron a una oposición y una presión inmensa y el Muro se derribó. Todavía está por verse si los líderes de hoy harán lo mismo.

Abordar el cambio climático exige un cambio de paradigmas en una escala similar a la que se necesitó para poner fin a la Guerra Fría. Pero necesitamos un "interruptor" para evitar la estrategia convencional que predomina actualmente en la agenda política. Fue la transformación generada por la perestroika y el glasnost la que preparó el escenario para el salto cuántico hacia la libertad para la Unión Soviética y la Europa del Este, y abrió el camino para una revolución democrática que salvó a la Historia. El cambio climático es complejo y está estrechamente entrelazado con una serie de desafíos, pero se necesita una ruptura similar en nuestros valores y prioridades.

No hay solo un muro por derribar, sino muchos. Existe el muro entre aquellos estados que ya están industrializados y los que no quieren quedar rezagados en su desarrollo económico. Existe el muro entre los que causan el cambio climático y quienes sufren las consecuencias. Existe el muro entre los que ponen atención en la evidencia científica y quienes consienten los caprichos de intereses creados. Y existe el muro entre los ciudadanos que están modificando su comportamiento y quieren una fuerte acción global, y los líderes que hasta el momento los están defraudando.

En 1989 se implementaron cambios increíbles, considerados imposibles pocos años antes. Pero esto no fue casual. Los cambios resonaron con las esperanzas del momento, y los líderes respondieron. Derribamos el Muro de Berlín con la idea de que las generaciones futuras podrían solucionar los desafíos en conjunto.

Hoy, al observar el abismo cavernoso entre ricos y pobres, la irresponsabilidad que causó la crisis financiera global y las respuestas débiles y divididas al cambio climático, siento amargura. Se ha desperdiciado en gran medida la oportunidad de construir un mundo más seguro, más justo y más unido.

Hago eco de la petición que me formuló mi difunto amigo y adversario, el presidente Ronald Reagan: Señor Obama, señor Hu, señor Singh y, allá en Berlín, señora Merkel y sus homólogos europeos: "¡Derriben este muro!". Porque es su Muro, su momento definitivo. No pueden eludir el llamado de la Historia.

Hago un llamamiento a los jefes de Estado y de gobierno para que asistan personalmente a la conferencia sobre cambio climático en Copenhague, en diciembre, y para que desmantelen el muro. El mundo espera que se pronuncien. No lo defrauden.

*Ex presidente de la Unión Soviética, fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz en 1990, por su rol esencial en la conclusión pacífica de la Guerra Fría. Hoy, como presidente fundador de Green Cross International, está dirigiendo un grupo de trabajo internacional sobre cambio climático.

Copyright: Project Syndicate, 2009. Traducción de Claudia Martínez.