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lunes, 18 de enero de 2010

Chile, una historia de éxito

Editorial

Libertad Digital, Madrid

Enero 18 de 2010

Lo más importante de las elecciones chilenas no es tanto que Sebastián Piñera haya devuelto el Gobierno a la derecha después de 20 años de hegemonía de la Concertación, sino la constatación de la estabilidad de un sistema democrático que es capaz de digerir transiciones y de no caer en una espiral populista que socave las instituciones al estilo bolivariano.

Como deberíamos saber los españoles, semejante pulcritud democrática y, por encima de algunos detalles importantes, respeto por la libertad y por la economía de mercado es algo muy difícil de mantener. Pero este costoso éxito de Chile en medio del caos y de la descomposición latinoamericana les ha proporcionado sus frutos: hoy no sólo es plenamente un país del Primer Mundo, sino una de las sociedades con mejores perspectivas de futuro.

Nadie, ni el democristiano Frei, ni los socialistas Lagos y Bachelet, ni ahora el liberal-conservador Piñera, se ha atrevido a modificar en lo sustancial el modelo económico chileno, responsable de haber creado una amplia clase media sobre la que asentar la transición desde la dictadura.

En general, las diferencias entre la Concertación y el partido de Piñera, Renovación Nacional, son simples matices; situación propia de una democracia avanzada donde los políticos son lo suficientemente responsables como para no hacer tabla rasa de aquellas instituciones que se ha probado que funcionan. Aún así, es de esperar que la victoria de Piñera impulse una mayor liberalización de la economía después de que Lagos y Bachelet en sus distintos mandatos aprobaran ciertas reformas que en el futuro podrían hacer peligrar el modelo chileno, como una reforma laboral que daba más poder a los sindicatos en las negociaciones colectivas, una ley educativa que aumentaba el poder del Estado sobre los centros privados o la creación de un sistema de seguridad social público paralelo al privado que amenazaba con ir engulléndolo.

El partido de Piñera es muy claro a la hora de defender la libertad educativa como una expresión del derecho de los padres a dar la formación que consideren adecuada para sus hijos, a la hora de defender la propiedad privada y la libre iniciativa empresarial como los fundamentos de la creación de riqueza o a la hora de rechazar todo crecimiento del Estado como un obstáculo para el desarrollo de la sociedad. En sus principios fundacionales es explícito al afirmar que "la doctrina de Marx y Engels es esencialmente totalitaria. No hay compatibilidad posible entre ser marxista y ser demócrata. En definitiva, no existe conciliación posible entre marxismo y libertad".

Todo un mazazo, pues, contra la expansión del imperialismo bolivariano en Sudamérica, que si con la Concertación ya encontraba un muro que le impedía extenderse hacia Chile, con Piñera va a hallar un firme enemigo que tratará de hacerlo retroceder hasta su madriguera.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Honduras levanta vuelo

Editorial

Libertad Digital, Madrid

Diciembre 1 de 2009

Las urnas han hablado en Honduras y han dejado un nuevo Gobierno y una lección de democracia que muchos países occidentales quisieran. Las elecciones más esperadas han devuelto a la normalidad a un país sacudido por un lamentable episodio protagonizado por el ex presidente Manuel Zelaya, que trató de modificar la Constitución para afianzarse en el poder y dar comienzo a una revolución socialista inspirada en la de Venezuela. Hoy Honduras vuelve a ser una nación plenamente democrática y ha conjurado definitivamente el fantasma de la dictadura, que se cernía decidido sobre ella.

Pero la victoria del conservador Porfirio Lobo no sólo ha puesto sobre raíles a la democracia hondureña, ha devuelto la honra a Roberto Micheletti, un político vilipendiado hasta la extenuación que ha sabido estar a la altura de la difícil hora por la que pasaba su país y ha entregado pacíficamente el poder al vencedor de los comicios. El asunto se cierra totalmente y los que han quedado en evidencia han sido, por este orden, Hugo Chávez, el Gobierno español y Barack Obama.

Para el venezolano, el fin de la crisis hondureña en la que ha jugado tan chusco papel supone un varapalo que difícilmente podrá olvidar y, sobre todo, el debilitamiento de su avanzadilla centroamericana, circunscrita ya al Gobierno títere de Ortega en Nicaragua. Chávez y su revolución bolivariana han salido escaldados de Honduras. Por esa razón ahora habla de farsa electoral y se niega en redondo a reconocer los resultados. En Honduras la palabrería de Chávez retumba en el vacío. Reina la paz y la jornada electoral fue seguida masivamente. Exactamente lo contrario de lo que promovió Chávez desde la embajada de Brasil en Tegucigalpa donde se encuentra refugiado Zelaya.

El Gobierno español, encabezado por Moratinos, que apostó por la restitución de Zelaya a toda costa, ha hecho el mayor de los ridículos . Tomó partido apresuradamente y no reconoció el Gobierno constitucional de Micheletti que, lejos de ser el golpista que presumía la propaganda chavista, había sido vicepresidente de Zelaya antes de que éste se echase en los brazos de Chávez. La actitud de Moratinos ha sido mala desde el principio hasta el mismo día de las elecciones, aceptando a regañadientes el resultado y sólo después de consultarlo con Washington.

Barack Obama, por su parte, ha mostrado imperdonables signos de debilidad desde que Zeleya fue depuesto y no ha sabido responder al enésimo desafío de Chávez. Los Estados Unidos no pueden permitirse más experimentos bolivarianos en su patio trasero. Bush lo sabía, Obama parece que, puesto frente a la crudeza del mundo real, no sabe salir más que tarde del eslogan y del buenismo prefabricado con el que está encarando toda su política de Estado.

El hecho es que, con o sin Chávez, con o sin Obama, con o sin Moratinos, Honduras ha levantado el vuelo dejando atrás un catarro infantil que, esperemos, le haya inmunizado de por vida. La democracia y el pluralismo vuelven a planear sobre la república de la, esta vez más que nunca, España debería sentirse orgullosa de llamarla hermana.

lunes, 23 de noviembre de 2009

EEUU y China: dueños del mundo

GEES, Grupo de Estudios Estratégicos.

Libertad Digital, Madrid

Noviembre 22 de 2009

Cuando China despierte el mundo se estremecerá, habí a dicho Napoleón. China parece que empezó a despertarse del sueño de la historia y de la pesadilla del comunismo a comienzos de los años ochenta del siglo pasado y lo que hizo fue ponerse a crecer económicamente a un ritmo no igualado por ningún otro paí s durante tanto tiempo, porque la carrera continúa. Lo hizo con un capitalismo sui generis, envidia de otros subdesarrollados autoritarios, que quisieran la zanahoria sin soltar el palo. El palo es un régimen nominalmente comunista, con partido único que pretende una continuidad inconsútil con sus fuentes marxistas-leninistas y hasta una cierta rehabilitación de la figura de Mao, contra el que se levantó el original hí brido que es el sistema actual. Nada es fácil de explicar en ese extraño conglomerado, pero la persistencia de la pata polí­tica del despótico régimen que tantas vidas costó la justifican sus responsables en términos de estabilidad, considerada como una condición necesaria para el progreso económico cuyos éxitos son tan visibles, pero de manera menos cacareada mas mucho más importante, como un requisito indispensable para la supervivencia misma de China. En su milenaria historia el inmenso paí s ha tenido muchos momentos de descomposición y las, de otra manera, incontrolables tensiones de la salida del comunismo y del crecimiento desbocado, con la exacerbación de las desigualdades, podrí an dar al traste con la unidad del Estado. Tras este razonamiento práctico se ocultan los intereses de la oligarquí a que a través del partido gobierna el paí s, beneficiándose de sus éxitos económicos, y la incapacidad de encontrar otra forma de legitimación que no los destruya a ellos mismos y socave la sacrosanta estabilidad contra la que se volverí an si sintieran la amenaza de verse desposeí dos. Nada garantiza, claro está, que este equilibrio pueda mantenerse indefinidamente y no hay ningún atisbo de que los que tienen la sartén por el mango piensen en la evolución de todo el tinglado.



El despertar económico lleva aparejado el renacimiento de antiguas reivindicaciones y la ambición a un papel internacional conmensurable con su nueva situación. La antigüedad en China se mide en miles de años y esa viejí­sima historia nos dice que en todas las fases de unidad y esplendor el imperio interno ejerció una efectiva hegemoní a en toda la Asia oriental y suroriental. Los lí deres actuales son conscientes de lo poco vendible que es esa reivindicación actualmente y eluden declaraciones hirientes, dejando que las realidades del poder dejen sentir su peso de manera eficaz. Más cautos, si cabe, se muestran con respecto a un futuro más lejano y a un ámbito planetario, pero los pasos que van dando son inequí­vocos y por lejana que pueda estar la meta China pretende ya desde ahora no ser menos que nadie y sin duda, cuando llegue el momento, estar en condiciones de ser más que cualquiera. Lo primero, la recuperación de posiciones históricas regionales, significa apartar de hecho todo obstáculo que le puede impedir asegurarse la cortés pleitesí a de todos sus vecinos y el disfrute de una tácita esfera de influencia.

Esto va de suyo y el objetivo diplomático serí a ir poco a poco dejándolo fuera del ámbito de lo negociable.

El papel a escala mundial va para más largo y no se plantea más que de forma negativa: no se le puede exigir a China que renuncie a nada que otros tengan. Ha dado ya muchos pasos en el ancho mundo. La penetración económica en África puede ya calificarse de espectacular y progresa más que adecuadamente en América Latina. Pero su mayor éxito puede que pase desapercibido por demasiado obvio. No se trata de implantación geográfica, sino mental. Es ya lugar común en todos los continentes, islas e islotes que China es número dos y avanzando continuamente posiciones en dirección al número uno. Algo ha cambiado en el mundo cuando grandes prebostes americanos tanto de la ciencia polí tica y los estudios internacionales como del ejercicio del poder dicen ya que nada de G-7, G-8 o G-20. Que lo que hace falta en el mundo, o sea, para Washington, es un G-2.


Imbuido de ese espí ritu, Obama ha llevado su legendario encanto a pasear por la Gran Muralla y sus aledaños, sólo para comprobar lo insensibles que son los gobernantes de la zona a lo que fascina a las masas. Aunque los derechos humanos hayan recibido una ligera mención en sus manifestaciones públicas, cara a su propia galerí a, Obama se los ha tragado en el trato con los jerifaltes, que consideran el tema de pésimo gusto. La prioridad de las prioridades era la cuestión de la moneda, que las autoridades de Pekí n manipulan descaradamente para mantener siempre muy por debajo de lo que deberí a ser su verdadero valor de mercado en una cotización libre. Esta es probablemente la segunda causa mundial de la actual crisis económica y un gran obstáculo a la recuperación en los Estados Unidos, pero ni en éste ni en otros puntos las buenas palabras de Obama han merecido concesiones por parte de sus interlocutores. El viaje sólo ha servido para confirmar esa posición de número dos que Washington confiere al paí s asiático, sin que éste haya tenido que poner nada por su parte.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Obama en China y Zapatero en Cuba

Agapito Maestre

Libertad Digital, Madrid

Noviembre 17 de 2009

Ayer, cuando Obama defendió los derechos humanos en su visita a China, sentí envidia de los ciudadanos norteamericanos. Sentí envidia de quienes tienen un presidente como Obama. Sí, sí, Obama es un referente político de sentido moral para defender la democracia. El gesto de Obama en China vale más que toda la faramalla de Zapatero sobre la "alianza de civilizaciones". Poco me importa que el presidente negro lo hiciera, como dicen algunos maledicentes conservadores, por su bajada de popularidad en Estados Unidos, pues que lo decisivo fue su defensa de una sociedad libre en una visita oficial a uno de los regímenes, sin duda alguna, más criminales que ha dado la historia.

Quien no quiera ver, o peor, oculte la crítica de Obama al régimen comunista, difícilmente entenderá que, por encima de las diferencias entre republicanos y demócratas, la política exterior de Estados Unidos compromete tanto a los que están en el poder como a quienes están en la oposición; las diferencias entre ellos son mínimas, o sea, hay una común política exterior de una nación. Hay algo más que coincidencia entre los dos partidos; en efecto, existe la voluntad de definirse en el exterior como una nación libre que defiende, por encima de las posiciones singulares de los partidos, los derechos humanos, las sociedades abiertas y la vía de la democracia para resolver los conflictos entre los ciudadanos.

Por lo tanto, a pesar de todas las objeciones que podamos hacerle a la presidencia de Obama en política exterior, es menester alabar estas declaraciones porque, en mi opinión, han ido más lejos que las de anteriores presidentes de los Estados Unidos en visita a China. Pocos, seguramente ninguno, se atrevió a ir tan lejos como Obama a la hora de defender los derechos humanos y, de paso, condenar el régimen totalitario chino en una visita de Estado.

Pero, si pasamos de las musas al teatro, o sea, de la política exterior de Obama a la practicada por Zapatero y Moratinos en Cuba, entonces la figura de Obama se agiganta ante estos siervos ideológicos de Castro. ¿Se imaginan ustedes a Zapatero, en Cuba, diciéndole al régimen criminal castrista que es menester respetar los derechos humanos? No; yo, por supuesto, tampoco; por eso, precisamente, les decía que ayer, al oír la defensa de Obama de los derechos humanos en China, sentí envidia de ese presidente.

En fin, digámoslo en pocas palabras, contra lo que mantienen los escribas del Gobierno socialista, Obama nada tiene que ver con tipos como Zapatero o Moratinos. Por cierto, después de la intervención de Obama en China, también los críticos de Zapatero deberían de distanciarse de sus seguidores, pues que unos y otros están obsesionados por juntar a Obama y Zapatero hasta hacer desaparecer sus principales diferencias, a saber, Obama defiende los derechos humanos porque cree en su nación, mientras que Zapatero los desprecia tanto como a su nación.

Cuando la libertad es el éxito de la extorsión

Editorial

Libertad Digital, Madrid

Noviembre 17 de 2009

Por mucho que todos nos congratulemos de que los piratas somalíes hayan liberado el buque Alakrana, con todos sus tripulantes sanos y salvos, no podemos olvidar que la impunidad y una alta retribución económica eran precisamente los fines perseguidos por los corsarios a la hora de emprender el secuestro, y esto es lo que, al menos por ahora, han obtenido del Gobierno español por darle término. Puestos a aceptar la "solución" que estos piratas –como cualesquiera otros– planteaban para "resolver" el secuestro, lo primero que cabe señalar es que el Ejecutivo de Zapatero podría haberlo hecho desde un primer momento ahorrando a los pescadores y a sus familias más de cuarenta días de dolorosa angustia. En lugar de ello, o de recurrir al legitimo uso de la fuerza para liberar al buque, el Gobierno judicializó el caso y se empeñó en traer a España a dos de los piratas que habían sido detenidos por nuestros militares para que la Audiencia Nacional los juzgara. Una vez, sin embargo, que Zapatero se percató de que el enjuiciamiento en España podría obstaculizar la negociación que planteaban los corsarios que permanecían junto a los rehenes en el buque, presionó a la Fiscalía para que aceptara una sentencia de conformidad planteada por la defensa, según la cual los dos detenidos serían acusados de delitos mucho menos graves que los que habían perpetrado, permitiéndose así una condena inferior a los seis años, lo cual permitiría, a su vez y a la luz de la Ley de Extranjería, una rápida expulsión del país que disfrazara su impunidad.

No podemos olvidar el no menos bochornoso espectáculo que dieron distintos miembros del Gobierno acusándose unos a otros de la decisión de traer a España a los dos piratas apresados, cruce de acusaciones que también se dio entre el Gobierno y la Audiencia Nacional. El caso es que este lunes la Fiscalía se negaba al apaño judicial y anunciaba su decisión de solicitar para los dos piratas detenidos penas superiores a los 200 años de cárcel como autores de 36 delitos de detención ilegal, y de robo con violencia y uso de armas.

Así las cosas, al Gobierno de Zapatero sólo le queda la vía del indulto para terminar de cumplir con las exigencias de los piratas o, una vez ya liberado el buque, hacer todo lo que esté en su mano para incumplir el acuerdo alcanzado bajo coacción. En este sentido, sólo un gobernante mentiroso o absolutamente incompetente puede afirmar, tal y como ha hecho la vicepresidenta De la Vega, que "si supiéramos donde están los secuestradores en estos momentos estarían detenidos". El Ejecutivo ha sabido en todo momento donde estaban los secuestradores con quienes ha negociado y a quienes ha pagado, y si ahora no lo sabe es sencillamente porque ha hecho todo lo posible para no quererlo saber. Por otra parte, los dos detenidos en España sí se sabe donde están y ya no hay excusa para que no caiga sobre ellos todo el peso de la Ley.

Por otra parte, no podemos olvidar el no menos bochornoso precedente de este Ejecutivo ante el secuestro y la liberación el año pasado del Playa de Bakio. En lugar de perseguir, apresar a los piratas y recuperar parte del botín entregado –tal y como había hecho poco antes el Gobierno francés con el secuestro del velero Le Ponant con 30 viajeros abordo–, el Gobierno de Zapatero dio orden expresa de no perseguir a los piratas una vez que estos habían liberado a los pescadores, y eso a pesar de que los radares de la fragata Méndez Nuñez detectaron con precisión el rumbo de fuga de los secuestradores.

Ya entonces algunos denunciaron el "efecto llamada" que iba a tener esta "solución", que el Gobierno de Zapatero tuvo la desfachatez de calificar de "diplomática". La diferencia está en que por la liberación del Alakrana se habrá pagado finalmente casi el doble de lo que se pagó entonces por la de Playa de Bakio.

Es cierto que, en este asunto del pago, el Gobierno ha llamado a la "prudencia" y a la "responsabilidad", llamamiento que el Ejecutivo ha dirigido especialmente a los medios de comunicación. Sin embargo, la responsabilidad y la prudencia son exigibles ante un Gobierno que se enfrenta a los secuestradores, no ante uno que los satisface. Y desde luego en este periódico no vamos a dejar de poner pegas a una "libertad" que es el resultado del éxito de una extorsión.

martes, 20 de octubre de 2009

La luna de miel con el castrismo

Editorial

Libertad Digital, Madrid

Octubre 20 de 2009

A estas alturas Moratinos ya no sorprende. Su demostrada incapacidad como ministro de Exteriores, su cortedad de miras, su poco tacto y la afición innata que tiene por llevarse bien con dictaduras de todo pelaje son ya célebres y sólo se mantiene donde está gracias al apoyo ciego que recibe de Zapatero. Merced a esta pareja, España ha pasado de codearse con las grandes democracias del mundo en condición de igual a ir mendigando una foto en la Casa Blanca, mientras que se han convertido en nuestros principales socios las repúblicas bananeras de Hispanoamérica y las autocracias de ciertos países islámicos. Las primeras, por razones culturales y lingüísticas, siempre han gozado de mayor protagonismo. Así, el principal sostén de Hugo Chávez o Evo Morales en Europa es el Gobierno español, que hace lo imposible por mantener impecables las relaciones bilaterales.

Cuba, madre nutricia de todas las tiranías del Nuevo Mundo, no iba a ser una excepción. Desde la llegada de Zapatero al poder hace más de cinco años amigar con el castrismo ha sido uno de los pilares de la política exterior española. No importa que la dictadura permanezca, que incluso se haya endurecido en algunos aspectos y que las probabilidades de democratizar la isla sean nulas con el Gobierno de Raúl Castro. Zapatero y su marioneta en Exteriores quieren dialogar sin límite y sin condiciones con los que llevan sometiendo a Cuba más de medio siglo. Sólo así puede entenderse que Miguel Ángel Moratinos se pasee por La Habana como si allí no pasase nada mientras el Gobierno cubano le regala los oídos con parabienes.

Podría, si fuese un demócrata convencido, interesarse por los disidentes, que son muchos y esperan fervorosamente una mano amiga del otro lado del Atlántico. Para el dúo Zapatero-Moratinos, sin embargo, la disidencia no existe. La llevan ignorando desde que pusieron a su primer embajador en La Habana, el comunista Carlos Alonso Zaldívar –entregado en cuerpo y alma con el infame régimen de los Castro–, y nunca han mostrado el más mínimo interés por ella. Al principio, hace unos años, argüían que esta nueva estrategia de tratar con cariño a los carceleros reportaría beneficios democráticos a los encarcelados. A la vista está que no ha sido así. La dictadura sigue y ha celebrado su cincuenta aniversario hace apenas unos meses con altisonantes fanfarrias de triunfo.

Dialogar con el tirano suplicándole clemencia no ha funcionado, ¿por qué, entonces, sigue Zapatero empeñado en reverenciar al castrismo? Por una simple cuestión de ideología, que es el motor que justifica todas sus grandes decisiones políticas. Zapatero no es comunista, pero como otros muchos progres de salón europeos simpatiza con el comunismo, al que tiene por una buena idea que no se ha sabido llevar a la práctica. Moratinos es de la misma especie y no ve en el castrismo un régimen odioso y liberticida sino un noble experimento social con algunos defectos –menores, eso sí– de praxis revolucionaria. Por eso ambos han sido durante años los portavoces y valedores de Castro en la Unión Europea, y pretenden seguir siéndolo con más fuerza si cabe ahora que se aproxima la presidencia de turno española. El resto: los miles de disidentes, presos, torturados y fusilados, los millones de exiliados repartidos por el mundo son un incómodo residuo que es mejor no echarse a la cara porque arruinaría irremediablemente su luna de miel con un régimen que consideran legítimo y hasta deseable.