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viernes, 5 de junio de 2009

Un Nuevo Comienzo

Por Barack Obama*

El Cairo, Egipto

4 de junio, 2009

 

Es un honor para mí estar en la ciudad eterna de El Cairo, y tener como anfitriones a dos eminentes instituciones. Durante más de mil años, Al-Azhar ha sido un modelo de enseñanza islámica y durante más de un siglo, la Universidad de El Cairo ha sido una fuente de adelantos para Egipto. Juntas, representan la armonía entre la tradición y el progreso. Agradezco su hospitalidad y la hospitalidad del pueblo de Egipto. También es un orgullo para mí ser el portador de la buena voluntad del pueblo estadounidense y del saludo de paz de las comunidades musulmanas en mi país: salam aleicom.

 

Nos congregamos en un momento de tensión entre Estados Unidos y musulmanes alrededor del mundo, tensión arraigada en fuerzas históricas que van más allá de cualquier debate sobre política actual. La relación entre el Islam y el Occidente incluye siglos de coexistencia y cooperación, pero también conflictos y guerras religiosas. Recientemente, la tensión ha sido alimentada por el colonialismo que les negó derechos y oportunidades a muchos musulmanes, y una Guerra Fría en la que a menudo se utilizaba a los países de mayoría musulmana como agentes, sin tener en cuenta sus aspiraciones propias. Además, el cambio arrollador causado por la modernidad y la globalización han llevado a muchos musulmanes a considerar que el Occidente es hostil con las tradiciones del Islam.

 

Extremistas violentos se han aprovechado de estas tensiones entre una minoría pequeña pero capaz de musulmanes. Los ataques del 11 de septiembre del 2001 y los esfuerzos continuos de estos extremistas de actuar violentamente contra civiles han llevado a algunas personas en mi país a considerar al Islam inevitablemente hostil no sólo con Estados Unidos y los países del Occidente, sino también con los derechos humanos. Esto ha engendrado más temor y más desconfianza.

 

Mientras nuestra relación sea definida por nuestras diferencias, les otorgaremos poder a quienes siembran el odio en vez de la paz, y a quienes promueven el conflicto en vez de la cooperación que puede ayudar a todos nuestros pueblos a lograr la justicia y la prosperidad. Éste ciclo de suspicacia y discordia debe terminar.

 

He venido aquí a buscar un nuevo comienzo para Estados Unidos y musulmanes alrededor del mundo, que se base en intereses mutuos y el respeto mutuo; y que se base en el hecho de que Estados Unidos y el Islam no se excluyen mutuamente y no es necesario que compitan. Por el contrario: coinciden en parte y tienen principios comunes, principios de justicia, progreso, tolerancia y el respeto por la dignidad de todos los seres humanos.

 

Lo hago sabiendo que el cambio no puede suceder de la noche a la mañana. Ningún discurso por su cuenta puede acabar con años de desconfianza, ni puedo en el tiempo que tengo contestar todas las preguntas complejas que nos han traído a este momento. Pero estoy convencido que para progresar, debemos decir abiertamente lo que pensamos, y demasiadas veces, eso se dice solamente detrás de puertas cerradas. Debe haber un esfuerzo sostenido de escucharnos unos a los otros, de aprender unos de otros; de respetarnos unos a los otros, y de buscar terreno común. Como nos dice el Sagrado Corán, "Tengan conciencia de Dios y digan siempre la verdad". Eso es lo que trataré de hacer: decir la verdad de la manera más clara posible, reconociendo humildemente la tarea que nos queda por delante, con la firme convicción de que los intereses que compartimos como seres humanos son mucho más poderosos que las fuerzas que nos dividen.

 

Parte de esta convicción está arraigada en mi propia experiencia. Soy cristiano, pero mi padre pertenecía a una familia en Kenia que incluye a varias generaciones de musulmanes. De niño, pasé varios años en Indonesia y escuché el llamado del Azán al amanecer y atardecer. De joven, trabajé en comunidades de Chicago donde muchos encontraban dignidad y paz en su religión musulmana.

 

Como estudioso de la historia, sé también que la civilización tiene una deuda con el Islam. Fue el Islam -en lugares como la Universidad Al-Azhar- el que llevó la antorcha del aprendizaje durante muchos siglos y preparó el camino para el Renacimiento y el Siglo de las Luces en Europa. Fueron las comunidades musulmanas las que inventaron nuestra brújula magnética y herramientas de navegación; las que desarrollaron el álgebra; nuestra pericia con la pluma y la impresión; nuestro entendimiento del proceso de contagio de las enfermedades y las formas de curarlas. La cultura islámica nos ha brindado majestuosos arcos y altísimas torres; poesía y música de eterna belleza; elegante caligrafía y lugares de contemplación pacífica. Y en toda la historia, el Islam ha demostrado por medio de sus palabras y actos las posibilidades de la tolerancia religiosa e igualdad de las razas.

 

Sé también que el Islam siempre ha sido parte de la historia de Estados Unidos. La primera nación en reconocer a mi país fue Marruecos. Al firmar el Tratado de Trípoli en 1796, nuestro segundo presidente, John Adams, escribió, "Estados Unidos no tiene ninguna enemistad con las leyes, religión o tranquilidad de los musulmanes". Y desde nuestra fundación, los musulmanes estadounidenses han enriquecido a Estados Unidos. Lucharon en nuestras guerras, trabajaron para el gobierno, defendieron los derechos civiles, abrieron negocios, enseñaron en nuestras universidades, sobresalieron en nuestros estadios deportivos, ganaron premios Nóbel, construyeron nuestro más alto rascacielos y encendieron la antorcha olímpica. Y cuando el primer musulmán estadounidense fue elegido recientemente al Congreso y juró defender nuestra Constitución usó el mismo Sagrado Corán que uno de nuestros fundadores, Thomas Jefferson, tenía en su biblioteca personal.

 

Entonces, conocí el Islam en tres continentes antes de venir a la región donde fue originalmente revelado. Esa experiencia guía mi convicción de que esa alianza entre Estados Unidos y el Islam se debe basar en lo que es el Islam, no en lo que no es, y considero que es parte de mi responsabilidad como Presidente de Estados Unidos luchar contra los estereotipos negativos del Islam dondequiera que surjan.

 

Pero ese mismo principio debe aplicarse a la percepción musulmana de Estados Unidos. Así como los musulmanes no encajan en un estereotipo burdo, Estados Unidos no encaja en el estereotipo burdo de un imperio que se preocupa sólo de sus intereses. Los Estados Unidos ha sido una de las mayores fuentes del progreso que el mundo jamás haya conocido. Nacimos de una revolución contra un imperio. Fue fundado en base al ideal de que todos somos creados iguales, y hemos derramado sangre y luchado durante siglos para darles vida a esas palabras, dentro de nuestras fronteras y alrededor del mundo. Nuestra identidad se forjó con todas las culturas provenientes de todos los rincones de la Tierra, y estamos dedicados a un concepto simple: E pluribus unum: "De muchos, uno".

 

Mucho se ha comentado del hecho de que un afroamericano con el nombre Barack Hussein Obama haya podido ser elegido Presidente. Pero mi historia no es tan singular. El sueño de oportunidades para todas las personas no se ha hecho realidad en todos los casos en Estados Unidos, pero la promesa todavía existe para todos los que llegan a nuestras costas, incluidos casi siete millones de musulmanes estadounidenses que hoy están en nuestro país y tienen ingresos y educación por encima del promedio.

 

Es más, la libertad en Estados Unidos es indivisible de la libertad religiosa. Por eso hay una mezquita en todos los estados de nuestro país y más de 1,200 mezquitas dentro de nuestras fronteras. Por eso el gobierno de Estados Unidos recurrió a los tribunales para proteger el derecho de las mujeres y niñas a llevar el jiyab, y castigar a quienes se lo negaban.

 

Entonces, que no quepa la menor duda: el Islam es parte de Estados Unidos. Y considero que Estados Unidos es, en sí, la prueba de que todos, sin importar raza, religión o condición social, compartimos las mismas aspiraciones: paz y seguridad, educación y un trabajo digno, amar a nuestra familia, a nuestra comunidad y a nuestro Dios. Son cosas que tenemos en común. Esto anhela toda la humanidad.

 

Por supuesto, el reconocimiento de nuestra humanidad común es apenas el comienzo de nuestra tarea. Las palabras por sí solas no satisfacen las necesidades de nuestros pueblos. Estas necesidades solo se satisfarán si actuamos audazmente en los próximos años. Y debemos actuar con el entendimiento de que la gente en todo el mundo enfrenta los mismos desafíos, y si fracasamos, las consecuencias nos perjudicarán a todos.

 

Pues hemos aprendido de acontecimientos recientes que cuando un sistema financiero se debilita en un país, hay menos prosperidad en todas partes. Cuando una nueva gripe infecta a un ser humano, todos estamos en peligro. Cuando una nación procura armas nucleares, todas las naciones corren mayor riesgo de un ataque nuclear. Cuando extremistas violentos operan en una franja montañosa, el peligro se cierne sobre gente al otro lado del océano. Y cuando personas inocentes en Bosnia y en Darfur son asesinados, sentimos un peso en nuestra conciencia colectiva. Eso es lo que significa compartir este mundo en el siglo XXI. Somos mutuamente responsables ante los demás seres humanos.

 

Ésa es una responsabilidad difícil de asumir. Ya que la historia de la humanidad ha sido a menudo una letanía de naciones y tribus que subyugan a otras para satisfacer sus propios intereses. Sin embargo, en esta nueva era, semejantes actitudes son contraproducentes. Debido a nuestra interdependencia, cualquier régimen en el mundo que eleve a una nación o grupo humano por encima de otro inevitablemente fracasará. Así que cualquiera sea nuestra opinión del pasado, no debemos ser prisioneros de él. Debemos solucionar nuestros problemas colaborando, debemos compartir nuestro progreso.

 

Eso no significa que debemos ignorar las fuentes de tensión. De hecho, sugiere que debemos hacer exactamente lo contrario: debemos enfrentar estas tensiones de frente. Y con esa intención, permítanme hablar de la manera más clara y transparente posible sobre algunos asuntos específicos que creo que debemos finalmente enfrentar juntos.

 

Lo primero que debemos encarar es el extremismo violento en todas sus formas.

 

En Ankara, dejé en claro que Estados Unidos no está y nunca estará en guerra contra el Islam. Sin embargo, les haremos frente sin descanso a los extremistas violentos que representan una grave amenaza para nuestra seguridad, porque rechazamos lo mismo que rechaza la gente de todos los credos: el asesinato de hombres, mujeres y niños inocentes. Y es mi deber principal como Presidente proteger al pueblo estadounidense.

 

La situación en Afganistán demuestra las metas de Estados Unidos y nuestra necesidad de trabajar juntos. Hace más de siete años, Estados Unidos tenía amplio apoyo internacional cuando fue en pos de Al Qaida y el Talibán. Ir allá no fue una opción; fue una necesidad. Y estoy consciente de que hay quienes cuestionan o justifican los acontecimientos del 11 de septiembre. Pero seamos claros: Al Qaida asesinó a casi 3,000 personas ese día. Las víctimas fueron hombres, mujeres y niños inocentes de los Estados Unidos y muchos otros países que no habían hecho nada para hacerle daño a nadie. Y sin embargo, Al Qaida los asesinó sin misericordia, se adjudicó responsabilidad por el ataque y aún ahora sigue declarando repetidamente su determinación de asesinar a gran escala. Tienen militantes en muchos países y están tratando de ampliar su alcance. Éstas no son opiniones para debatir, son hechos que debemos afrontar.

 

Y que quede claro: no queremos mantener a nuestras tropas en Afganistán. No queremos tener bases militares allá. Es doloroso para los Estados Unidos perder a nuestros jóvenes. Continuar este conflicto tiene un costo político y económico muy alto. De muy buena gana enviaríamos de regreso a casa a todas nuestras tropas si tuviéramos la certeza de que no hay extremistas violentos en Afganistán y Pakistán decididos a asesinar a todos los estadounidenses que puedan. Pero esa aún no es la situación.

 

Por eso estamos trabajando con una coalición de cuarenta y seis países. Y a pesar de los costos requeridos, el compromiso de los Estados Unidos no se debilitará. De hecho, ninguno de nosotros debe tolerar a estos extremistas. Han cometido asesinatos en muchos países. Han asesinado a gente de diferentes religiones, y más que nada, han asesinado a musulmanes. Sus actos son irreconciliables con los derechos de los seres humanos, el progreso de las naciones y el Islam. El Sagrado Corán enseña que quien mata a un inocente, mata a toda la humanidad; y quien salva a una persona, salva a toda la humanidad. La religión perdurable de más de mil millones de personas es mucho más fuerte que el odio intransigente de unos pocos. Islam no es parte del problema en la lucha contra el extremismo violento, es parte importante de avanzar la paz.

 

También sabemos que el poderío militar por sí solo no va a resolver los problemas en Afganistán y Pakistán. Por eso planeamos invertir $1,500 millones de dólares cada uno de los próximos cinco años, a fin de asociarnos con Pakistán para construir escuelas y hospitales, carreteras y empresas, y cientos de millones para ayudar a quienes han sido desplazados. Por eso estamos proporcionando más de $2,800 millones para ayudar al pueblo de Afganistán a desarrollar su economía y prestar servicios de los que depende la gente.

 

Permítanme también hablar del tema de Irak. A diferencia de Afganistán, nosotros elegimos ir a la guerra en Irak, y eso provocó fuerte antagonismo en mi país y alrededor del mundo. Aunque creo que, a fin de cuentas, el pueblo iraquí está mejor sin la tiranía de Sadam Husein, también creo que los acontecimientos en Irak han recordado a los Estados Unidos de Norteamerica que es necesario usar la diplomacia y promover consenso a nivel internacional para resolver nuestros problemas cuando sea posible. De hecho, podemos citar las palabras de Thomas Jefferson, quien dijo: "Espero que nuestra sabiduría aumente con nuestro poder y nos enseñe que cuanto menos usemos nuestro poder, éste se incrementará".

 

Hoy, Estados Unidos tiene una doble responsabilidad: ayudar a Irak a forjar un mejor futuro y a dejar Irak en manos de los iraquíes. Le he dicho claramente al pueblo iraquí que no queremos bases militares y no queremos reclamar ninguna parte de su territorio ni de sus recursos. La soberanía de Irak es toda suya. Por eso ordené el retorno de nuestras brigadas de combate para el próximo agosto. Por eso cumpliremos con nuestro acuerdo con el gobierno de Irak, democráticamente elegido, de retirar nuestras tropas de combate de las ciudades iraquíes para julio y de retirar todas nuestras tropas de Irak para el 2012. Ayudaremos a Irak a capacitar a sus Fuerzas de Seguridad y a desarrollar su economía. Respaldaremos, como socio y jamás como patrón, a un Irak seguro y unido.

 

Y finalmente, así como Estados Unidos no puede tolerar la violencia a manos de extremistas, nunca debemos cambiar nuestros principios. El 11 de septiembre fue un trauma enorme para nuestro país. El temor y la ira que causó son comprensibles, pero en algunos casos, nos llevó a actuar en contra de nuestros ideales. Estamos tomando medidas concretas para cambiar de curso. He prohibido inequívocamente el uso de tortura por Estados Unidos y he ordenado que se clausure la prisión en la bahía de Guantánamo para comienzos del próximo año.

 

Entonces, Estados Unidos se defenderá, respetuoso de la soberanía de las naciones y el imperio de la ley. Y lo haremos en alianza con las comunidades musulmanas que también se ven amenazadas. Cuanto antes se aísle a los extremistas y no se les acepte en las comunidades musulmanas, más pronto estaremos todos más seguros.

 

La segunda fuente importante de tensión que necesitamos discutir es la situación entre los israelíes, palestinos y el mundo árabe.

 

Los estrechos vínculos de Estados Unidos con Israel son muy conocidos. Este vínculo es inquebrantable. Se basa en lazos culturales e históricos, y el reconocimiento de que el anhelo de un territorio judío está arraigado en una historia trágica que no se puede negar.

 

Alrededor del mundo, el pueblo judío fue perseguido durante siglos, y el antisemitismo en Europa culminó en un Holocausto sin precedente. Mañana, visitaré Buchenwald, que fue parte de una serie de campos donde los judíos fueron esclavizados, torturados, abaleados y asesinados en cámaras de gas por el Tercer Reich. Seis millones de judíos fueron aniquilados, más que toda la actual población judía de Israel. Negar ese hecho es infundado, ignorante y odioso. Amenazar a Israel con la destrucción o repetir viles estereotipos sobre los judíos son acciones profundamente equivocadas y sólo logran evocar entre los israelíes el más doloroso de los recuerdos y, a la vez, impedir la paz que los pobladores de la región merecen.

 

Por otro lado, también es innegable que el pueblo palestino -musulmanes y cristianos- también ha sufrido en la lucha por una patria. Durante más de sesenta años, han padecido el dolor del desplazamiento. Muchos esperan, en campamentos para refugiados en la Ribera Occidental, Gaza y tierras aledañas, una vida de paz y seguridad que nunca han tenido. Soportan las humillaciones diarias, grandes y pequeñas, que surgen de la ocupación. Entonces, que no quepa duda alguna: la situación para el pueblo palestino es intolerable. Estados Unidos no les dará la espalda a las aspiraciones legítimas de los palestinos de dignidad, oportunidades y un estado propio.

 

Durante décadas, el conflicto se ha quedado en tablas: dos pueblos con aspiraciones legítimas, cada uno con una dolorosa historia que hace difícil llegar a un acuerdo. Es fácil asignar la culpa, para los palestinos culpar el desplazamiento a raíz de la fundación de Israel, y para los israelíes culpar la hostilidad constante y los ataques llevados a cabo durante toda su historia por dentro y fuera de sus fronteras. Pero si vemos este conflicto solamente de un lado o del otro, entonces no podemos ver la verdad: la única resolución es que las aspiraciones de ambos lados las satisfagan dos estados, donde los israelíes y los palestinos tengan paz y seguridad.

 

Es de interés para Israel, es de interés para Palestina es de interés para Estados Unidos y de interés para el mundo entero. Es por eso que mi intención es personalmente abocarme a esta solución dedicando toda la paciencia que la tarea requiere. Las obligaciones que las partes acordaron conforme al plan son claras. Para que llegue la paz, es hora de que ellos -y todos nosotros- cumplamos con nuestras responsabilidades.

 

Los palestinos deben abandonar la violencia. La resistencia por medio de violencia y asesinatos está mal y no resulta exitosa. Durante siglos, las personas de raza negra en Estados Unidos sufrieron los azotes del látigo como esclavos y la humillación de la segregación. Pero no fue con violencia que lograron derechos plenos y equitativos. Fue con una insistencia pacífica y decidida en los ideales centrales de la fundación de Estados Unidos. Esta misma historia la pueden contar pueblos desde Sudáfrica hasta el sur de Asia; desde Europa Oriental hasta Indonesia. Es una historia con una verdad muy simple: la violencia es un callejón sin salida. No es señal de valentía ni fuerza el lanzar cohetes contra niños que duermen, ni hacer estallar ancianas en un autobús. Así no se obtiene autoridad moral; así se renuncia a ella.

 

Éste es el momento en que los palestinos se centren en lo que pueden construir. La Autoridad Palestina debe desarrollar su capacidad de gobernar, con instituciones que satisfagan las necesidades de su pueblo. Hamas cuenta con respaldo entre algunos palestinos, pero también tiene responsabilidades. Para desempeñar un papel en hacer realidad las aspiraciones de los palestinos, y unir al pueblo palestino, Hamas debe poner fin a la violencia, reconocer acuerdos pasados, y reconocer el derecho de Israel a existir.

 

Al mismo tiempo, los israelíes deben reconocer que así como no se puede negar el derecho de Israel a existir, tampoco se puede negar el de Palestina. Estados Unidos no acepta la legitimidad de más asentamientos israelíes. Dicha construcción viola acuerdos previos y menoscaba los esfuerzos por lograr la paz. Es hora de que cesen dichos asentamientos.

 

Israel también debe cumplir con sus obligaciones de asegurarse de que los palestinos puedan vivir y trabajar y desarrollar su sociedad. Y asi como es de devastadora para familias palestinas, la crisis humanitaria en Gaza que continua no contribuye a la seguridad de Israel, ni tampoco lo hace la falta de oportunidades en la Ribera Occidental. El progreso en la vida cotidiana del pueblo palestino debe ser parte del camino hacia la paz, e Israel debe tomar pasos concretos para permitir ese progreso.

 

Finalmente, los estados árabes deben reconocer que la Iniciativa Árabe de Paz fue un punto de partida importante, pero no el fin de sus responsabilidades. El conflicto árabe-israelí ya no debe ser usado para distraer a los pobladores de los países árabes y disimular la existencia de otros problemas. Más bien, debe dar lugar a medidas para ayudar al pueblo palestino a desarrollar las instituciones que sustenten su estado; a reconocer la legitimidad de Israel, y a optar por el progreso por encima de la contraproducente atención al pasado.

 

Estados Unidos alinearemos nuestra política con quienes buscan la paz, y diremos en público las cosas que les decimos en privado a los israelíes y palestinos y árabes. No podemos imponer la paz. Pero en privado, muchos musulmanes reconocen que Israel no desaparecerá. Asimismo, muchos israelíes reconocen la necesidad de un estado palestino. Es hora de actuar basado en lo que todos sabemos es cierto.

 

Se han derramado demasiadas lágrimas. Se ha derramado demasiada sangre. Todos nosotros tenemos la responsabilidad de trabajar para que llegue el día en que las madres de israelíes y palestinos puedan ver a sus hijos crecer sin temor; cuando la Tierra Santa de tres grandes religiones sea el lugar de paz que Dios se propuso que fuera; cuando judíos y cristianos y musulmanes puedan tener en Jerusalén un hogar seguro y perdurable, y un lugar donde todos los hijos de Abraham fraternicen pacíficamente como en la historia del Isrá, cuando se unieron para orar Moisés, Jesús y Mahoma (que la paz esté con ellos).

 

La tercera fuente de tensión es nuestro interés compartido en los derechos y responsabilidades de los países con relación a las armas nucleares.

 

Este asunto ha sido una fuente de tensión en particular entre Estados Unidos y la República Islámica de Irán. Durante muchos años, Irán se ha definido en parte por su oposición a mi país, y de hecho, la historia entre nosotros ha sido tumultuosa. En medio de la Guerra Fría, Estados Unidos desempeñó un papel en el derrocamiento de un gobierno iraní elegido democráticamente. Desde la Revolución Islámica, Irán ha desempeñado un papel en secuestros y actos de violencia contra militares y civiles estadounidenses. Esta historia es muy conocida. En vez de permanecer atrapados en el pasado, les he dejado en claro a los líderes y al pueblo de Irán que mi país está dispuesto a dejar eso atrás. La cuestión ahora no es a qué se opone Irán, sino más bien, qué futuro quiere forjar.

 

Será dificil superar decadas de desconfianza, pero avanzaremos con valentía, rectitud, y convicción. Habrán muchos temas que discutir entre nuestros dos países, y estamos dispuestos a seguir adelante sin precondiciones basados en un respeto mutuo. Pero no hay duda para quienes se ven afectados, que en cuanto a las armas nucleares, hemos llegado a un punto decisivo. Esto no es simplemente cuestión de los intereses de Estados Unidos. Esto es cuestión de evitar una carrera de armas nucleares en el Oriente Medio que podría llevar a esta región por un camino sumamente peligroso.

 

Comprendo a quienes protestan que algunos países tengan armas que otros no tienen. Ningún país por su cuenta debe escoger cuáles países deben tener armas nucleares. Es por eso que he reafirmado firmemente el compromiso de Estados Unidos de procurar un mundo en el que ningún país tenga armas nucleares. Y todo país -incluido Irán- debe tener el derecho de utilizar energía nuclear pacífica si cumple con sus responsabilidades conforme al Tratado de No Proliferación Nuclear. Ese compromiso es esencial en el tratado, y todos los que lo ratifican deben cumplirlo sin falta. Y tengo la esperanza de que todos los países en la región puedan compartir en este objetivo.

 

El cuarto asunto que deseo tratar es la democracia.

 

Sé que ha habido una polémica sobre la promoción de la democracia en años recientes y que gran parte de dicha controversia tiene que ver con la guerra en Irak. Entonces, permítanme ser claro: ninguna nación puede ni debe imponer un sistema de gobierno a una nación.

 

Eso no disminuye mi compromiso, sin embargo, con los gobiernos que reflejan la voluntad del pueblo. En cada nación, este principio cobra vida a su manera, en base a las tradiciones de su propia gente. Estados Unidos no pretende saber lo que es mejor para todos, así como no pretenderíamos determinar el resultado de elecciones pacíficas. Pero sí tengo una convicción inquebrantable en que todas las personas anhelan ciertas cosas: la posibilidad de expresarse libremente y tener voz y voto en la forma de gobierno; la confianza en el estado de derecho e imparcialidad de la justicia; un gobierno transparente que no le robe a su gente; la libertad de vivir según escoja cada uno. Éstas no son solo ideas estadounidenses, son derechos humanos, y es por eso que nosotros los apoyaremos en todas partes.

 

No existe un camino directo para alcanzar esta promesa. Pero no hay duda de esto: los gobiernos que protegen estos derechos, a fin de cuentas, son más estables, exitosos y seguros. La supresión de ideas nunca logra hacer que desaparezcan. Estados Unidos valora el derecho de todas las voces pacíficas y respetuosas de la ley de ser escuchadas en todo el mundo, incluso si discrepamos con ellas. Y acogeremos a todos los gobiernos electos y pacíficos, siempre que gobiernen respetando a toda su gente.

 

Este último punto es importante porque hay quienes abogan por la democracia solo cuando no están en el poder, y ya en el poder, no tienen misericordia al buscar la supresión de los derechos de otros. No obstante donde ocurra, el gobierno del pueblo y por el pueblo establece un solo estándar para quienes están en el poder: deben mantener su poder a través del consentimiento, no la coerción; deben respetar los derechos de las minorías y participar basado en la tolerancia y el consenso; deben poner los intereses de su pueblo y los procesos políticos legítimos por encima de su partido. Sin estos ingredientes, elecciones por su cuenta no resultan en verdadera democracia.

 

El quinto asunto que debemos encarar juntos es la libertad religiosa.

 

El Islam tiene una orgullosa tradición de tolerancia. Lo vemos en la historia de Andalucía y Córdoba durante la Inquisición. Lo vi con mis propios ojos de niño en Indonesia, donde los cristianos devotos practicaban su religión libremente en un país predominantemente musulmán. Ése es el espíritu que necesitamos hoy. Las personas de todos los países deberían ser libres de escoger su religión y llevar una vida como lo dicte su mente, corazón y alma. Esta tolerancia es esencial para que la religión prospere, pero está siendo atropellada de muchas maneras diferentes.

 

Entre algunos musulmanes, hay una tendencia preocupante de medir las creencias propias en base al rechazo de las de los demás. La riqueza de la diversidad religiosa debe defenderse, ya sea por los maronitas del Líbano, o los coptos en Egipto. Y también se deben cerrar las divisiones entre musulmanes, ya que la separación entre suníes y chiítas ha resultado en trágica violencia, particularmente en Irak.

 

La libertad de religión es fundamental para que los pueblos puedan convivir. Siempre debemos examinar las formas en que la protegemos. Por ejemplo, en Estados Unidos, las normas sobre los donativos benéficos han hecho que sea más difícil que los musulmanes cumplan con su obligación religiosa de zakat. Es por eso que me he comprometido a trabajar con los musulmanes estadounidenses para asegurar de que puedan cumplir con el zakat.

 

Asimismo, es importante que países del Occidente eviten impedir que los ciudadanos musulmanes puedan practicar su religión como les parezca, por ejemplo, dictando qué ropa deben usar las mujeres musulmanas. No podemos esconder la hostilidad hacia cualquier religión con el pretexto del liberalismo.

 

De hecho, la fe nos debe unir. Por eso estamos forjando proyectos de servicio en Estados Unidos que reúnan a cristianos, musulmanes y judíos. Por eso acogemos los esfuerzos como el Diálogo Interreligioso del rey Abdullah de Arabia Saudita y el liderazgo de Turquía en la Alianza de Civilizaciones. Alrededor del mundo, podemos convertir el diálogo en servicio interreligioso, para que los puentes entre los pueblos lleven a actos, ya sea al combatir la malaria en África o proporcionar socorro tras una catástrofe natural.

El sexto asunto que deseo abordar son los derechos de la mujer.

 

Sé que existe debate sobre este tema. Rechazo el punto de vista de algunas personas en Occidente de que la mujer que opta por cubrir su cabello es, de cierta manera, menos igual, pero sí creo que a una mujer a la que se le niega educación se le niega la igualdad. Y no es coincidencia que los países donde las mujeres cuentan con una buena educación tienen bastante más probabilidades de ser prósperos.

 

Y permítanme ser claro: los problemas relativos a la igualdad de la mujer no solamente ocurren en el Islam. En Turquía, Pakistán, Bangladesh e Indonesia, hemos visto a países de mayoría musulmana elegir a una mujer como líder. A la vez, la lucha por la igualdad de las mujeres continua en muchos aspectos de la vida estadounidense, y en países alrededor del mundo.

 

Nuestras hijas pueden contribuir tanto a la sociedad como nuestros hijos, y nuestra prosperidad común se puede promover si permitimos a toda la humanidad - hombres y mujeres - a lograr su potencial entero. Yo no creo que las mujeres tengan que tomar las mismas decisiones que los hombres para lograr la igualdad, y respeto a las mujeres que escogen vivir sus vidas de manera tradicional. Pero debe ser por decisión propia. Por eso Estados Unidos se asociará con cualquier país de mayoría musulmana para apoyar mayor alfabetización de las niñas, y para ayudar a las jóvenes a buscar empleo por medio del microfinanciamiento, que ayuda a la gente a hacer sus sueños realidad.

 

Finalmente, deseo hablar sobre el desarrollo económico y las oportunidades.

 

Sé que para muchos, la faz de la globalización es contradictoria. El Internet y la televisión pueden traer conocimientos e información, pero también sexualidad ofensiva y violencia irracional. El comercio puede traer nueva riqueza y oportunidades, pero también enormes alteraciones y cambios para las comunidades. En todos los países -incluido el mío- este cambio puede producir temor. El temor de que la modernidad significará perder el control de nuestras opciones económicas, nuestra política y, lo más importante, nuestra identidad, lo que más apreciamos de nuestras comunidades, nuestras familias, nuestras tradiciones y nuestra fe.

 

Pero también sé que el progreso humano no se puede negar. No hay necesidad de que el desarrollo y la tradición se contradigan. Países como Japón y Corea del Sur lograron el crecimiento de su economía y a la vez mantuvieron culturas singulares. Ése también es el caso del asombroso progreso dentro de países de mayoría musulmana desde Kuala Lumpur hasta Dubai. En la antigüedad y en nuestros tiempos, comunidades musulmanas han estado a la vanguardia de la innovación y la educación.

 

Esto es importante porque ninguna estrategia de desarrollo se puede basar solamente en lo que sale de la tierra, ni se puede sostener mientras los jóvenes están desempleados. Muchos países del golfo han gozado de enorme riqueza como consecuencia del petróleo, y algunos están comenzando a concentrarse en un desarrollo más extenso. Pero todos nosotros debemos reconocer que la educación e innovación serán la moneda del siglo XXI, y en demasiadas comunidades musulmanas se mantiene una inversión inadecuada en estas areas. Estoy poniendo énfasis en semejantes inversiones dentro de mi país. Y aunque Estados Unidos en el pasado se ha concentrado en el petróleo y gas en esta región del mundo, ahora buscamos una relación más amplia.

 

Con respecto a la educación, ampliaremos los programas de intercambio y aumentaremos las becas, como la que llevó a mi padre a Estados Unidos, y a la vez alentaremos a más estadounidenses a estudiar en comunidades musulmanas. Y encontraremos becas en Estados Unidos apropiadas para estudiantes musulmanes prometedores; invertiremos en la enseñanza por Internet para maestros y niños de todo el mundo, y crearemos una nueva red de Internet, de manera que un adolescente en Kansas se pueda comunicar instantáneamente con un adolescente en El Cairo.

 

Con respecto al desarrollo económico, crearemos un nuevo cuerpo de empresarios voluntarios para contactarlos con colegas en países de mayoría musulmana. Y presidiré una Cumbre sobre Iniciativa Empresarial este año para identificar formas de afianzar vínculos entre líderes empresariales, fundaciones y empresarios sociales en Estados Unidos y las comunidades musulmanas alrededor del mundo.

 

En cuanto a ciencia y tecnología, crearemos un nuevo fondo para apoyar el desarrollo tecnológico en los países de mayoría musulmana, y para ayudar a transferir ideas al mercado de manera que puedan generar empleos. Abriremos centros de excelencia científica en África, el Oriente Medio y el sudeste asiático, y nombraremos a nuevos delegados de ciencias para que colaboren en programas que desarrollen nuevas fuentes de energía, generen empleos verdes, digitalicen archivos, purifiquen el agua y produzcan nuevos cultivos.

 

Y hoy estoy anunciando una nueva campaña global con la Organización de la Conferencia Islámica para erradicar la poliomielitis y expandiremos sociedades con comunidades musulmanas a fin de promover la salud infantil y materna.

 

Todas estas cosas se deben hacer conjuntamente. Los estadounidenses están listos para unirse a ciudadanos y gobiernos; organizaciones comunitarias, líderes religiosos y empresas en comunidades musulmanas alrededor del mundo para ayudar a nuestra gente lograr una vida mejor.

 

No será fácil abordar los asuntos que he mencionado. Pero tenemos la responsabilidad de unirnos para beneficio del mundo que queremos hacer realidad: un mundo donde los extremistas ya no amenacen a nuestros pueblos y los soldados estadounidenses puedan regresar a casa; un mundo donde tanto israelíes como palestinos tengan seguridad en un estado propio, y la energía nuclear se use para fines pacíficos; un mundo donde los gobiernos estén al servicio de sus ciudadanos y se respeten los derechos de todos los hijos de Dios. Esos son intereses mutuos. Ése es el mundo que queremos. Pero sólo lo podemos lograr juntos.

 

Sé que hay muchos, musulmanes y no-musulmanes, que cuestionan si podemos lograr este nuevo comienzo. Hay quienes están ansiosos por avivar las llamas de la división e impedir el progreso. Hay quienes sugieren que no vale la pena; alegan que estamos destinados a discrepar y las civilizaciones están condenadas a tener conflictos. El escepticismo embarga a muchos más. Hay tanto temor, tanta desconfianza. Pero si optamos por ser prisioneros del pasado, entonces nunca avanzaremos.

 

Todos nosotros compartimos este mundo sólo por un breve periodo. El asunto es si vamos a pasar este tiempo centrados en lo que nos separa o si nos comprometeremos a realizar un esfuerzo -un esfuerzo sostenido- con el fin de encontrar terreno común, de concentrarnos en el futuro que queremos para nuestros hijos y de respetar la dignidad de todos los seres humanos.

 

Es más fácil comenzar guerras que llevarlas a su fin. Es más fácil culpar a otros que mirar hacia adentro, ver las diferencias en los demás que las semejanzas. Pero debemos escoger el camino correcto, no el camino fácil. También hay una regla central en toda religión: Tratar a los demás como uno quisiera ser tratado. Esta verdad trasciende naciones y pueblos, y no es una convicción nueva; no es negra ni blanca ni morena; no es cristiana ni musulmana ni judía. Es una creencia que latía en los orígenes de la civilización y que aún late en el corazón de miles de millones. Es la fe en los demás, y es lo que me trajo hoy aquí.

 

Tenemos el poder de crear el mundo que queremos, pero sólo si tenemos la valentía de crear un nuevo comienzo, teniendo en mente lo que está escrito.

 

El Sagrado Corán nos dice, "O humanidad! Los hemos creado hombres y mujeres, y los hemos agrupado en naciones y tribus con tal de que se conozcan el uno al otro".

 

El Talmud nos dice: "Todo el Tora tiene como propósito promover la paz".

 

La Santa Biblia nos dice, "Benditos los que promueven la paz; ellos se llamarán hijos de Dios".

 

Los pueblos del mundo pueden vivir juntos y en paz. Sabemos que ésa es la visión de Dios. Ahora, ésa debe ser nuestra labor aquí en la Tierra. Gracias. Y que la paz de Dios esté con ustedes.

 

* Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica.

viernes, 17 de abril de 2009

Escogiendo un futuro mejor en las Américas

Barack Obama*

El Tiempo, Bogotá

Abril 16 de 2009

Al acercarse la Cumbre de las Américas, nuestro hemisferio enfrenta una opción clara. Podemos superar los desafíos que compartimos con un sentido de unión en este propósito común, o podemos seguir enfrascados en los trillados debates del pasado.

Por el bien de todos nuestros pueblos, debemos optar por el futuro. Demasiadas veces, Estados Unidos no ha buscado ni mantenido las relaciones con sus vecinos. Nos hemos dejado distraer por otras prioridades, sin darnos cuenta de que nuestro progreso está directamente vinculado al progreso en todo el continente americano.

 

Mi gobierno se ha comprometido con la promesa de un nuevo día. Renovaremos y mantendremos relaciones más extensas entre Estados Unidos y el hemisferio, por el bien de nuestra prosperidad común y nuestra seguridad común.

 

Con antelación a la cumbre, hemos comenzado a avanzar en esa nueva dirección. Esta semana, modificamos una política hacia Cuba que durante décadas no ha logrado promover la libertad ni oportunidades a favor del pueblo cubano. En particular, prohibir que los cubanoamericanos visiten a sus familiares en la isla o les brinden recursos carecía de sentido, especialmente tras años de dificultades económicas en Cuba y los devastadores huracanes del año pasado. Ahora, esa política ha cambiado.

 

La relación entre Estados Unidos y Cuba es ejemplo de un debate en el continente que no sale del siglo XX. Para hacerle frente a nuestra crisis económica, no es necesario debatir si es mejor una economía rígida y dirigida por el gobierno o un capitalismo desenfrenado y sin reglamentar; es necesario tomar medidas pragmáticas y responsables que promuevan nuestra prosperidad común. Para combatir la criminalidad y la violencia, no es necesario debatir si la culpa la tienen los paramilitares de derecha o los insurgentes de izquierda; es necesaria la cooperación práctica para reforzar nuestra seguridad común.

 

Recuperación económica

 

Debemos optar por el futuro en vez del pasado, porque sabemos que el futuro ofrece enormes oportunidades si trabajamos juntos. Es por eso que líderes desde Santiago y Brasilia hasta Ciudad de México procuran renovar la sociedad de las Américas para que alcance logros en asuntos fundamentales como la recuperación económica, energía y seguridad.

 

No hay tiempo que perder. La crisis económica mundial ha perjudicado mucho al continente, particularmente a nuestros pobladores más vulnerables. Años de progreso en combatir la pobreza y la desigualdad ahora están en juego. Estados Unidos está trabajando para promover la prosperidad en el hemisferio impulsando su propia recuperación. Al hacerlo, ayudaremos a estimular el comercio, la inversión, las remesas y el turismo que le dan una base más amplia a la prosperidad del hemisferio.

 

También necesitamos actuar colectivamente. En la reciente cumbre del G-20, los Estados Unidos prometimos buscar casi 500 millones de dólares en asistencia inmediata a poblaciones vulnerables, y a la vez trabajar con nuestros aliados del G-20 para asignar recursos considerables para ayudar a países a sobrellevar momentos difíciles. Hemos instado al Banco Interamericano de Desarrollo a que maximice los préstamos para reanudar el flujo de crédito y estamos listos para examinar la necesidad y capacidad futura del BID. Además, estamos trabajando para implementar normas estrictas y claras que sean apropiadas para el siglo XXI, a fin de evitar los abusos que causaron la actual crisis.

 

Al hacerle frente a esta crisis, debemos establecer nuevos cimientos para la prosperidad a largo plazo. Un sector que promete muchísimo es el de energía. Nuestro hemisferio tiene abundantes recursos naturales que podrían producir abundante energía renovable de manera sostenible, y a la vez, generar empleo para nuestra gente. En el proceso, podemos hacerle frente al cambio climático que amenaza con elevar el nivel del mar Caribe, reducir los glaciares andinos y producir potentes tormentas en la costa del Golfo de Estados Unidos.

 

Juntos, tenemos tanto la responsabilidad de actuar como la oportunidad de dejar un legado de mayor prosperidad y seguridad. Es por eso que estoy deseoso de crear una nueva Sociedad de las Américas en materia de Energía y Clima que nos ayude a aprender unos de otros, compartir tecnología, potenciar la inversión y maximizar nuestra ventaja comparativa.

 

Seguridad común

 

Así como promovemos nuestra prosperidad común, debemos promover nuestra seguridad común. Demasiadas personas en nuestro hemisferio se ven forzadas a vivir con temor. Es por eso que Estados Unidos respaldará firmemente el respeto por el estado de derecho, la mejor observancia de la ley y la mayor solidez de las instituciones judiciales.

 

La seguridad de nuestros ciudadanos se debe promover por medio de nuestro compromiso de aliarnos con quienes combaten valientemente los carteles de drogas, las pandillas y otras redes criminales en todas las Américas. Y debemos empezar por casa. Si reducimos la demanda de drogas y restringimos el flujo de armas y grandes cantidades de dinero en efectivo a través de nuestra frontera sur, podemos promover la seguridad en Estados Unidos y en otros países. Y en el futuro, mantendremos un diálogo duradero en el hemisferio para asegurarnos de desarrollar prácticas óptimas, adaptarnos a nuevas amenazas y coordinar nuestros esfuerzos.

 

Finalmente, la cumbre le da a todo líder que ha sido elegido democráticamente la oportunidad de reiterar los valores que compartimos. Cada uno de nuestros países ha emprendido su propio camino democrático, pero debemos estar unidos en nuestro compromiso con la libertad, igualdad y los derechos humanos. Por eso anhelo que llegue el día en que todos los países del hemisferio puedan tomar su lugar ante la mesa, conforme a la Carta Democrática Interamericana. Y así como Estados Unidos va en pos de ese objetivo en su acercamiento al pueblo cubano, esperamos que todos nuestros amigos en el hemisferio se nos unan para apoyar la libertad, igualdad y los derechos humanos de todos los cubanos.

 

Esta cumbre ofrece la oportunidad de un nuevo inicio. La promoción de la prosperidad, seguridad y libertad a favor de los pueblos americanos depende de actualizar las sociedades del siglo XXI, sin adoptar las poses inflexibles del pasado. Ese es el liderazgo y la colaboración como socios que Estados Unidos está listo a proporcionar.

* Columna exclusiva de Barack Obama, Presidente de Estados Unidos, para el Grupo de Diarios América (GDA).

 

 

 

 

 

 

domingo, 29 de marzo de 2009

El momento de la acción global

Por Barack Obama*
El Tiempo, Bogotá
Marzo 29 de 2009

 

Con la crisis aprendimos que el éxito de la economía estadounidense está inextricablemente unido a la economía mundial.

 

Estamos atravesando una época de desafíos económicos globales a los que no podemos responder con medidas a medias o con los esfuerzos aislados de un país. En este momento, los líderes del G20 tienen la responsabilidad de emprender una acción a fondo, audaz y coordinada, que no solo impulse la recuperación, sino que también inicie una nueva era de compromiso económico para evitar que una crisis como esta vuelva a producirse.

 

Nadie puede negar la urgencia de la acción. La crisis del crédito y de la confianza pasó por encima de las fronteras con consecuencias para todos los rincones del mundo. Por primera vez en una generación, la economía global se contrae y se reduce el comercio. Se han perdido billones de dólares, los bancos dejaron de prestar y, en todo el mundo, decenas de millones perderán sus empleos. Corre peligro la prosperidad de todos los países, además de la estabilidad de los gobiernos y la supervivencia de los habitantes en las partes más vulnerables del mundo.

 

Aprendimos, de una vez y para siempre, que el éxito de la economía estadounidense está inextricablemente unido a la economía global. No hay una línea divisoria entre la acción que restablezca el crecimiento dentro de nuestras fronteras y la acción que lo sostenga hacia afuera. Si la gente de otros países no puede gastar, los mercados se atascan -ya hemos visto la mayor caída de las exportaciones estadounidenses en casi cuatro décadas, hecho que provocó directamente pérdidas de empleos estadounidenses-. Y si seguimos permitiendo que las entidades financieras de todo el mundo actúen en forma desaprensiva e irresponsable, continuaremos atrapados en el ciclo de burbuja y estallido. Por eso, la próxima Cumbre de Londres tiene una relevancia directa para nuestra recuperación interna.

 

Mi mensaje es claro: Estados Unidos está dispuestos a liderar y lo que pedimos a nuestros socios es que se unan a nosotros con una idea de urgencia y objetivo común. Se hizo mucho, pero todavía queda mucho por hacer. Nuestro liderazgo se basa en una premisa simple: actuaremos con decisión para sacar a la economía estadounidense de la crisis y reformar nuestra estructura regulatoria, y estas acciones se verán reforzadas por la acción complementaria en el exterior. Mediante el ejemplo, Estados Unidos puede propiciar la recuperación global y crear confianza en el mundo entero; y si la Cumbre de Londres contribuye a impulsar la acción colectiva, podemos forjar una reactivación segura y de esa manera impedir futuras crisis.

 

Nuestros esfuerzos deben empezar con una acción rápida para estimular el crecimiento. Estados Unidos ya promulgó la Ley de Recuperación y Reinversión -la iniciativa más contundente para lanzar la creación de empleos y sentar las bases del crecimiento en una generación-. Otros miembros del G20 también impulsaron un estímulo fiscal y estos esfuerzos deberían seguir siendo sólidos y sostenidos hasta que se restablezca la demanda. En la medida que avancemos, deberíamos adoptar un compromiso colectivo para alentar el comercio abierto y la inversión resistiéndonos al proteccionismo, que ahondaría esta crisis.

Segundo, debemos restablecer el crédito, del que dependen las empresas y los consumidores. A nivel interno, estamos trabajando intensamente para estabilizar nuestro sistema financiero. Esto incluye una evaluación honesta de los balances de nuestros principales bancos, y desembocará directamente en un crédito que pueda ayudar a los estadounidenses a comprar bienes, permanecer en sus casas y desarrollar sus empresas. Esto debe seguir expandiéndose mediante las acciones de nuestros socios del G-20. Juntos podemos adoptar un marco de referencia común que insista en la transparencia, la responsabilidad y el objetivo de restablecer el flujo del crédito, que es el alma de una economía global en crecimiento.

 

Y el G-20, con las instituciones multilaterales, puede aportar financiamiento comercial para ayudar a dinamizar las exportaciones y crear empleo.

 

Tercero, tenemos la obligación moral, económica y relativa a la seguridad, de tender una mano a los países y personas que enfrentan el mayor riesgo. Si les volvemos la espalda, el sufrimiento causado por esta crisis aumentará, y nuestra propia recuperación quedará postergada, debido a que los mercados para nuestros productos se achicarán y se perderán más empleos estadounidenses.

 

El G20 debería desplegar de inmediato recursos para estabilizar los mercados emergentes; esencialmente, impulsar la capacidad de asistencia del Fondo Monetario Internacional en la emergencia y ayudar a que los bancos regionales de desarrollo aceleren el crédito. Por su parte, Estados Unidos respaldará inversiones nuevas y significativas en seguridad alimentaria para ayudar a los más pobres a capear los difíciles tiempos que se avecinan.

 

Si bien estas acciones pueden ayudarnos a salir de la crisis, no podemos contentarnos con una vuelta al statu quo. Debemos poner fin a la especulación incauta y al gasto por encima de nuestros medios; al crédito tóxico, a los bancos excesivamente apalancados y a la falta de supervisión que nos condena a burbujas que inevitablemente estallan. Solo la acción internacional coordinada puede impedir correr los riesgos irresponsables que originaron esta crisis. Por eso estoy empeñado en aprovechar esta oportunidad para impulsar reformas exhaustivas de nuestro marco de referencia regulatorio y de supervisión.

 

Todas nuestras instituciones financieras -en Wall Street y en todo el mundo- necesitan un fuerte control y reglas de funcionamiento sensatas. Todos los mercados deberían tener normas para asegurar la estabilidad y un mecanismo de divulgación. Una estructura fuerte en cuanto a los requisitos de capital debería protegernos contra futuras crisis. Tenemos que reprimir los paraísos fiscales y el lavado de dinero. Una transparencia y una responsabilidad rigurosas deben controlar el abuso y es imprescindible poner fin a las remuneraciones descontroladas. En vez de iniciativas dispersas que permitan caer los estándares, debemos dar incentivos claros para un buen comportamiento que los haga subir.

 

Sé que Estados Unidos tiene una cuota de responsabilidad en el problema que todos enfrentamos. Pero también sé que no tenemos por qué elegir entre un capitalismo caótico y despiadado y una economía estatal opresiva. Esa es una falsa opción que no beneficiará a nuestro pueblo ni a ningún otro. Esta reunión del G20 ofrece un foro para un nuevo tipo de cooperación económica global. Este es el momento de trabajar juntos para restablecer el crecimiento sostenido, que solo puede derivar de mercados abiertos y estables que aprovechen la innovación, que apoyen los emprendimientos e impulsen la oportunidad.

 

Los países del mundo tienen intereses recíprocos. Estados Unidos está dispuesto a sumarse a un esfuerzo global en pos de nuevos empleos y del crecimiento sustentable. Juntos podemos aprender las lecciones de esta crisis y forjar una prosperidad que sea duradera y segura para el siglo XXI.

 

* Presidente de Estados Unidos

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