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miércoles, 19 de agosto de 2009

Disuasión a la colombiana

Por Miguel Benito

El Tiempo, Bogotá

Agosto 19 de 2009

El revuelo que está levantando el proyecto de convenio para el acceso de militares estadounidenses a algunas instalaciones de las Fuerzas Armadas colombianas es un festín para los críticos del presidente Uribe.

Por un lado están los que han abrazado la tesis de Chávez y Correa, que ven en la presencia gringa una agresión directa contra "las revoluciones que se adelantan en América". Por supuesto, aún se espera el día en que estos adalides de la teoría de la conspiración muestren alguna prueba de esos enrevesados planes perversos que se pergeñan contra ellos. En todo caso, aquellos que han montado este caballo han repetido esos mantras, tan actuales en los países bolivarianos, que señalan al gobierno de Uribe como un mero títere del "Imperio".

Otros, más comedidos, se han alineado con los gobiernos brasileño y chileno, incluso España, que manifestaron inesperada -y muy impropiamente- preocupaciones con respecto al acuerdo. Fue tal el revuelo nacional y continental, que el presidente Uribe se vio obligado a organizar una gira por siete países latinoamericanos para explicar el contenido del acuerdo y dar garantías de que no se trata de ningún elaborado plan de ataque contra otros gobiernos de la región.

Aquellos que están más interesados en la dimensión interna del asunto han puesto de manifiesto la -mala- política de comunicación del gobierno colombiano. El esperpento vivido con el número de bases incluidas en el convenio -que si eran tres, luego cinco, un día después siete- da fe de lo ineficiente de esa comunicación. Además, con el efecto de que semejantes vaguedades e imprecisiones alimentan la idea de que hay gato encerrado y de que algo se oculta a la opinión pública colombiana.

Pero pocos han sido los comentarios que han atendido a la cuestión del acuerdo en sí, qué supone el convenio para los intereses de seguridad y defensa de Colombia y qué alternativas había para el gobierno colombiano. Adelanto que por lo que se conoce del acuerdo, aún en trámites de negociación y aprobación, este me parece un acierto y ofrece, por lo menos, tres efectos beneficiosos:

1º. Mantiene los altos niveles de acceso a la tecnología militar más avanzada del momento. Especialmente en las telecomunicaciones y en el entrenamiento. Para seguir presionando a las Farc y el Eln, es de vital importancia mantener la superioridad del equipamiento, que no hace tanto no se tenía. Punto especialmente urgente, cuando se conocen los intentos de los grupos narcoterroristas para adquirir misiles y otro armamento sofisticado en los mercados ilegales internacionales. Aquellos que minusvaloran las consecuencias que en el campo de batalla podrían tener nuevas armas en manos de los grupos irregulares deberían recordar cómo cambiaron el rumbo de la lucha entre afganos y soviéticos los misiles Stinger.

2º. La presencia de tropas estadounidenses en suelo colombiano, compartiendo instalaciones militares con tropa colombiana, ofrece un marco óptimo para la modernización, no sólo operativa, sino conceptual -tarea en la que ya se ha avanzado mucho en el marco del Plan Colombia-. Por otra parte, permite abrir mecanismos de diálogo para compartir experiencias de combate. Y sobre guerra irregular, los colombianos tienen mucho que enseñar a los estadounidenses.

3º. La presencia del contingente estadounidense en las bases colombianas es un poderoso factor disuasorio ante cualquier tentación agresiva de terceros países. Porque el escenario bélico en la región, que hace unos años estaba descartado, se ha convertido en una posibilidad no desdeñable, aunque improbable, en la presente dinámica de tensiones con los vecinos bolivarianos y constantes amenazas bélicas de Chávez y Correa. La carrera armamentística que adelantan varios países, muy especialmente Venezuela, con convenios de asistencia militar con varias potencias extrarregionales, no pasa desapercibida a los estrategas colombianos, que reequilibran la balanza mediante la cooperación con el Pentágono.

En definitiva, mediante el acuerdo con Estados Unidos, Colombia reduce algunas de sus vulnerabilidades, refuerza sus condiciones de seguridad y tiene manos libres para continuar su lucha contra los grupos armados irregulares que operan en su territorio.

lunes, 30 de marzo de 2009

¿A quién mira Funes?

Por Miguel M. Benito

El Heraldo, Barranquilla

Marzo 30 de 2009

Cada vez que hay una elección presidencial en América Latina se precipitan las opiniones, sobre todo buscando los referentes. De manera asombrosa porque prescinden de la experiencia. 

Las pasadas elecciones en El Salvador han servido para que asistamos de nuevo a todo tipo de manifestaciones sobre el tipo de político que es el electo presidente, Mauricio Funes —¿es como Lula o Bachelet o como Chávez o Morales?—, y sobre la ideología de su partido, Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) —que mantiene estrechos vínculos con el PSUV, y cuya cúpula dirigente se adscribe a la izquierda radical a la venezolana—. 

Lo curioso es que el mismo tipo de comentarios sobre moderación de un presidente electo se realizaron en su día sobre Rafael Correa, Daniel Ortega —que ante su segunda etapa en el poder se decía que había aprendido de los errores anteriores— e incluso del mismo Chávez —un candidato que parecía haber rectificado su descubierto fervor democrático tras su golpe de Estado de 1992 y que ofrecía un discurso de regeneración e inclusión social frente a un Estado agotado por la corrupción—. 

Todos los miembros de esta nueva izquierda latinoamericana, menos quizás Morales, cuyo discurso etnicista y modo de acceso al poder hacían intuir el tipo de fractura social que su gobierno ha traído a Bolivia, fueron recibidos como esperanzas de renovación democrática y respeto por las instituciones democráticas.

En muchos casos no hubo que esperar ni cien días para detectar el error de juicio, porque una vez en el poder la moderación de los candidatos desapareció y surgieron el autoritarismo y las actitudes despóticas de los presidentes. Malos modos y fuerza. Presión sobre los opositores, uso y abuso de todos los recursos del Estado puestos al servicio del presidente y no del país. Proyectos políticos quiméricos y creadores de miseria y polarización social. 

Los analistas precipitaron sus opiniones, quizás, por el desconocimiento de una emergente generación de líderes latinoamericanos que, con plataformas electorales nuevas, venían a sustituir a otros que llevaban décadas en el ejercicio de la política dentro de los partidos políticos tradicionales. Pero ya hemos asistido demasiadas veces a este mismo espectáculo de irrupción de un candidato “nuevo”, ajeno a la actividad política, que se presenta como el azote de partitocracias agotadas.

En cierto sentido se repite ahora lo que pasó hace en Cuba cuando unos barbudos bajaron de Sierra Maestra, negando ser comunistas (y los preclaros analistas de entonces les creyeron, sin comprender que los hechos hablan más que las palabras), pero que una vez instalados en La Habana con el control de la totalidad de los mecanismos del poder estatal reconocieron su condición. Hasta en estos pequeños detalles se revela que Castro es el modelo reconocido de los líderes de esta nueva izquierda continental.

Evidentemente la prensa necesita análisis prontos ante cada acontecimiento electoral, así que propongo una serie de criterios para adelantar una opinión sobre los candidatos de la izquierda continental. 

Un modo, normalmente infalible para reconocer a qué estilo de gobernante corresponde cada candidato en Latinoamérica, es cómo es recibido por Chávez en caso de victoria. Si el presidente venezolano manifiesta extrema alegría y hace declaraciones satisfechas, denota que se trata de “uno de los suyos”.

Por el contrario si los comentarios son fríos o incluso contrariados quiere decir que el triunfador no goza de sus afectos. Buena muestra fue el desliz de Chávez tras la victoria de Fernando Lugo en Paraguay, cuando dijo que un sacerdote era lo que le faltaba a su grupo de aliados, en el que ya había dos guerrilleros —Castro y Ortega—, un economista –Correa-, un indígena -Morales-, una mujer/ sindicalista —Fernández de Kirchner— y un militar –él mismo-.

Las ausencias en esta corte de la izquierda continental eran tan notorias —Bachelet, Lula, Vázquez— que al día siguiente el mismo Chávez tuvo que reformular sus declaraciones previas. Pues en el caso de Funes, Chávez ha celebrado satisfecho su elección: ¿al bolivarianismo se ha sumado un periodista?

Otro factor indicativo de dónde se situarán los recién llegados en el espectro político continental es seguir el dinero de la campaña. Si PDVSA o las embajadas venezolanas andan por medio, no hay más que decir –recordemos el llamado caso del maletín que salpicó el financiamiento de la campaña electoral de Cristina Fernández-.

Con los criterios anteriormente apuntados podemos empezar a identificar a Funes en el panorama político continental, pero es recomendable la prudencia a la hora de analizar al nuevo presidente de El Salvador. Dejemos pasar los famosos cien días y entonces tendremos una foto más nítida de quién es y dónde busca su inspiración si en Santiago de Chile o en Caracas.