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miércoles, 14 de octubre de 2009

Premio Nobel, ¿Qué desarme? ¿Qué multilateralismo?

Por Grupo de Estudios Estratégicos GEES

Libertad Digital, Madrid

Octubre 11 de 2009

Podríamos decir que ni Obama podría haber llegado más alto, ni el Parlamento noruego tan bajo, pero el problema es que nuestras sociedades están tan desnortadas que ha dejado de estar claro qué es arriba y qué es abajo, y no está claro si el Parlamento premia a Obama dándole el Nobel u Obama premia al Parlamento dejándose premiar. Lo que sí está claro es que el espectáculo y el baño de masas para ambos está garantizado el 10 de diciembre, y de eso se trata. Obama se presentará como el redentor laico de la Humanidad, y el Parlamento noruego recogerá las migajas televisivas para rehabilitar un premio deslegitimado hace ya tiempo.

Lo que también está claro es que una sociedad occidental descreída, y cuyos problemas no desaparecen sino que aumentan, está buscando desesperadamente mesías que la salven. Nunca ha alcanzado un sentido tan rotundo la repetida frase de Burke, "cuando no se cree en Dios se acaba creyendo en cualquier cosa": que ésta cosa sea un político en activo y además comandante en jefe del ejército más poderoso del mundo, lo convierte en algo tenebroso; ahora Obama reúne en su persona el poder político del presidente y la autoridad moral del premio Nobel. El sueño de cualquier político de cualquier época: no está mal para quien hasta el momento no ha hecho nada por merecerlo.

Porque resulta increíble comprobar que ha sido premiado por algo que aún no ha conseguido: el desarme nuclear. Que se sepa, el único presidente americano que ha negociado con éxito la reducción de armas nucleares fue Ronald Reagan, que sí podía presentar resultados concretos en esta materia, además por supuesto en materia de defensa del Mundo libre, de apoyo a los disidentes y de persecución del Mal y la tiranía. Hay que recordar que el único acuerdo en materia de desarme nuclear, la reducción a cero de los misiles nucleares de medio alcance, se lo debemos a él: lo único que Obama ha hecho por el desarme es pronunciar un discurso.

Pero es aún peor: no es que no tenga en su haber ningún éxito en materia de no proliferación: es que su política hacia Irán está dando alas al régimen de los ayatolás en su carrera hacia la bomba atómica. Su política de diálogo hacia aquel país y hacia el mundo musulmán no sólo no estimula el desarme: es una invitación para que todo el que quiera consiga la bomba, sabiendo que Estados Unidos, como dijo Obama en El Cairo, lo considerará un asunto interno. De seguir con la política que le ha dado el Nobel, Obama dejará un mundo con más armas nucleares del que se encontró, y en manos de gente más peligrosa.

Por otro lado, Obama no sólo no está llevando a cabo una política multilateral: está haciendo justo lo contrario. En el este de Europa, ha dejado a Chequia o Polonia –jóvenes democracias liberales– abandonadas ante el gigante autocrático ruso, y lo ha hecho unilateralmente, sin consultar con los damnificados, y ante las exigencias del Kremlin. Por otro lado, su política errática en Afganistán se caracteriza por haber abierto la puerta a la desconfianza entre los aliados, que cada vez piensan más en sus intereses que en los de la misión, y cada vez están más divididos en una guerra que es crucial.

En definitiva: Obama no ha hecho nada por el desarme nuclear; su política respecto a las democracias no tiene nada de multilateral; y por si fuera poco, y de seguir así, dejará un mundo con más armas nucleares, además en manos precisamente de quien no debería tenerlas nunca. Al nuevo premio Nobel puede recordársele en el futuro como un digno sucesor de Carter. En cuanto al Mundo libre, un retroceso. Y en cuanto al Parlamento noruego, ignoramos cuál será su próximo paso: quizá dar el Nobel a Zapatero, a Hugo Chávez o a Putin. Y entregarlo en Teherán, por supuesto.

viernes, 3 de julio de 2009

¿Resistirá Honduras?

Por Grupo de Estudios Estratégicos (GEES), Madrid

Libertad Digital, Madrid

Julio 1 de 2009

La Constitución de Honduras establece taxativamente el límite de cuatro años para los presidentes hondureños. Más aún: sabiamente, prohíbe reformar la Constitución para cambiar este límite temporal. Además, como toda constitución, tiene mecanismos para ser reformada. La reforma no es facultad del presidente, sino del Congreso, que es quien tiene la potestad para convocar un referéndum, vía Asamblea Constituyente.

Zelaya, siguiendo la estrategia de Chávez o Morales, buscó la ruptura constitucional desde dentro. Con una doble ilegalidad: primero reformando la Constitución allí donde está prohibido hacerlo, en lo relativo al límite de su propio mandato. Y segundo, hacerlo él, cuando no tiene la potestad para ello. Pese a todo, con el apoyo de Hugo Chávez, ha estado trabajando últimamente en lo que es un ataque directo al ordenamiento constitucional hondureño. Es la primera conclusión de lo que ocurre en Honduras: el origen está en el golpe que, desde dentro del sistema, buscó dar Zelaya contra las instituciones democráticas.

Todas las instituciones democráticas habían advertido que el referéndum era ilegal, oponiéndose. Cuando decimos todas, decimos todas: El Congreso, la Corte Suprema de Justicia, el Consejo Nacional Electoral, la Procuraduría General de la República o el fiscal general del Estado declararon ilegal el referéndum, al igual que el Partido Liberal, al que pertenece Zelaya. Pese a todo, éste ha continuado con su iniciativa. Así, segunda conclusión: Zelaya está enfrentado a todas las instituciones democráticas hondureñas, sin excepción.

En tercer lugar, Zelaya contaba y cuenta con el apoyo de Hugo Chávez, que no es poco. El petrotirano venezolano envió las papeletas para el referéndum a Honduras, cuya Fiscalía General, en buena lógica, las requisó. Pero Chávez y Zelaya están haciendo algo más: aplicar los métodos bolivarianos en Honduras. Chávez y Ortega ya habían enviado "asesores" a Tegucigalpa. Siguiendo los usos y costumbres chavistas, Zelaya movilizó a los suyos, que entraron en las dependencias militares donde se custodiaban las requisadas papeletas, llevándoselas. Busca organizar unas milicias callejeras a imagen y semejanza de las chavistas, para presionar a las instituciones hondureñas desde dentro y desestabilizar la democracia.

En cuarto lugar, el ejército acató una orden de la Justicia, avalada por el Parlamento y el resto de instituciones democráticas. Es cierto que las formas –la salida de Zelaya de noche, en pijama, para ponerlo en un avión con destino a Costa Rica– no son las más edificantes. Es cierto que podría haber sido simplemente destituido o detenido. Pero también es cierto que la presencia de Zelaya en Tegucigalpa hubiera supuesto –y lo supondrá el jueves si cumple la amenaza de volver– un factor de inestabilidad en las calles, donde los suyos ya generan disturbios. Pero lo fundamental es que el ejército actuó siguiendo las órdenes de las instituciones democráticas. No hay ni asomo de un golpe militar, sino de medida drástica tomada por las instituciones legítimas.

En quinto lugar, el comportamiento de las instituciones de Honduras ha sido y es democrático. Cumpliendo las órdenes legítimas, el Ejército destituyó a Zelaya, y siguiendo lo previsto en la Constitución, fue sustituido temporalmente por Roberto Micheletti, presidente del Congreso. En sesión parlamentaria, éste fue ratificado hasta la prevista celebración de nuevas elecciones en noviembre. No ha habido violencia de ningún tipo, ni limitación de las garantías legales, más allá de lo puntual en momentos puntuales, siempre según el ordenamiento constitucional. Ni se ha cambiado el ordenamiento jurídico, ni ningún tipo de ley.

En sexto lugar, Zelaya consumará o no el golpe de acuerdo con las reacciones internacionales. De un lado están las instituciones democráticas hondureñas, que por ahora se mantienen unidas: de otro, el conspirador Zelaya y sus patrocinadores, Chávez y Ortega, cargados de petróleo, dólares y malas intenciones. Zelaya ya ha amenazado con volver el jueves y movilizar a todos los partidarios que pueda en las calles, con la amenaza de sembrar de violencia el país para forzar a las instituciones.

Desgraciadamente, la reacción de la comunidad internacional ha supuesto un duro golpe para la democracia hondureña. Desde Obama –que ha hecho del abandono a los demócratas que hay por el mundo su principal seña diplomática–, al progresismo europeo –que siempre ha preferido una dictadura izquierdista a una democracia parlamentaria–, todos han tomado partido por el eje chavista. El caso más enfermizo es el de Moratinos, siempre dispuesto a echar una mano a los déspotas del mundo, en cualquier continente.

Por nuestra parte, sólo podemos lamentar la soledad de las instituciones democráticas en aquel país, abandonadas a su suerte por buena parte de la comunidad internacional mientras sus enemigos las acosan.

¿Resistirá Honduras? Si cede a la presión exterior, el chavismo comenzará a roer las instituciones hondureñas, que caerán en la órbita de Venezuela y que se deslizarán hacia una dictadura. Por el bien de la democracia, la libertad y los derechos humanos, esperemos que Zelaya pierda y Honduras resista.