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domingo, 15 de noviembre de 2009

Dejad que florezcan cien teorías

Joseph E. Stiglitz*

El Espectador, Bogotá

Noviembre 15 de 2009

La crisis económica y fiananciera ha sido un momento de profunda reflexión para los economistas, ya que ha cuestionado muchas ideas que hasta ahora gozaban de aceptación. Si la ciencia se define por su capacidad de predecir el futuro, el que gran parte de los economistas hayan sido incapaces de prever la crisis debería ser causa de gran inquietud.

Sin embargo, en realidad, en la disciplina económica existe una diversidad de ideas mucho mayor de lo que se suele pensar. Los galardonados con el Nobel de Economía de este año son dos académicos que han dedicado su vida a explorar enfoques alternativos. Como campo de estudio, la economía ha generado una gran variedad de ideas, muchas de las cuales argumentan que los mercados no son necesariamente eficientes o estables, o que la economía y nuestra sociedad no se describen de la mejor manera mediante los modelos estándar de equilibrio competitivo utilizados por la mayoría de los economistas.

La economía conductista, por ejemplo, pone el acento en que a menudo los participantes del mercado actúan de maneras difíciles de conciliar con el racionalismo. De manera similar, la economía de la información moderna plantea que, incluso si los mercados son competitivos, no suelen ser eficientes cuando la información es imperfecta o asimétrica (algunas personas saben cosa que otras no, como en la reciente debacle financiera), es decir, siempre.

Una larga línea de investigación ha demostrado que, incluso si se usan los modelos de la así llamada escuela económica de las “expectativas racionales”, los mercados pueden no comportarse de manera estable y pueden producirse burbujas de precios. La crisis ha permitido mostrar amplia evidencia de que los inversionistas están lejos de comportarse racionalmente, pero los errores de la línea de razonamiento centrada en las expectativas racionales —supuestos subyacentes como el que todos los inversionistas cuentan con la misma información— habían sido puestos al descubierto mucho antes.

Así como la crisis ha fortalecido las ideas que ponen acento en la necesidad de más y mejor regulación, ha dado también un nuevo impulso a la exploración de líneas de pensamiento alternativas que arrojen más luces sobre cómo funciona nuestro complejo sistema económico, y quizás también a la búsqueda de políticas que puedan evitar que se repita la calamidad que acabamos de vivir.

Afortunadamente, mientras algunos economistas promovían la idea de que los mercados son completamente eficientes, se regulan a sí mismos y están siempre con pleno empleo, otros economistas y científicos sociales se han dedicado a explorar una variedad de enfoques distintos. Entre ellos podemos mencionar los modelos basados en agentes, que enfatizan la diversidad de circunstancias; modelos de redes, que se centran en las complejas interrelaciones entre firmas (como las que generan cascadas de bancarrotas); una mirada renovada al trabajo de Hyman Minsky sobre crisis financieras (cuya frecuencia ha aumentado desde que comenzaran las desregulaciones, hace tres décadas), al que no se ha prestado la suficiente atención; y modelos de innovación, que intentan explicar la dinámica del crecimiento.

Gran parte de los trabajos más interesantes en el ámbito de la economía cruzan sus fronteras y tienden lazos con el trabajo de teóricos de la psicología, las ciencias sociales y la sociología. También tenemos mucho que aprender de la historia económica. Más allá de toda la fanfarria en torno a la innovación financiera, esta crisis es notablemente similar a crisis anteriores, con excepción de que la complejidad de los nuevos productos financieros redujo la transparencia, intensificando los temores a lo que podría ocurrir de no haber un masivo rescate financiero por parte del Estado.

Las ideas importan, tanto o quizás más que el interés propio. Nuestras autoridades electas y los encargados de aplicar las normativas terminaron siendo cautivos políticos: los intereses creados en los mercados financieros ganaron mucho con la desregulación desbocada y la incapacidad de adaptar la estructura normativa a los nuevos productos. Sin embargo, también sufrieron de estrechez intelectual y hoy les haría bien contar con una cartera de ideas más amplia y sólida.

Por eso es tan estimulante el anuncio reciente de George Soros en la Universidad Centroeuropea de Budapest de la creación de una bien financiada Iniciativa para el Nuevo Pensamiento Económico (INET). Sus becas de investigación, simposios, conferencias y su nueva revista ayudarán a estimular las nuevas ideas y a que florezcan las iniciativas de colaboración.

La INET tendrá completa libertad —tanto de contenido como de estrategia— y esperamos que logre el apoyo de otras fuentes. Su único compromiso es con el nuevo pensamiento económico, en el sentido más general. Hace un mes, Soros reunió a un notable grupo de estrellas de la economía, procedentes de todo el espectro de la profesión —de la teoría a la política, de izquierda y derecha, jóvenes y viejos, partidarios y detractores del sistema— para debatir sobre la necesidad y las perspectivas de una iniciativa de este tipo y cuál sería la mejor manera de proceder.

A lo largo de las últimas tres décadas, una tendencia del ámbito económico construyó modelos que suponían que los mercados funcionaban a la perfección. Este supuesto opacó gran cantidad de estudios que ayudaban a explicar por qué los mercados a menudo funcionan de manera imperfecta: por qué, de hecho, existen fallas del mercado generalizadas.

El mercado de las ideas también funciona de un modo inferior a lo ideal. En un mundo lleno de errores humanos y de una imperfecta comprensión de la complejidad de la economía, la INET se propone desarrollar tendencias alternativas de pensamiento y con ello paliar en parte esta costosa imperfección del mercado.

Columna realizada entre: Joseph Stiglitz* y George Akerlof*

*Joseph E. Stiglitz es profesor de Economía en la Universidad de Columbia y ganador del Premio Nobel en 2001.

* George Akerlof, también Premio Nobel de Economía, es profesor de Economía en la Universidad de California, Berkeley.Copyright: Project Syndicate, 2009.

sábado, 28 de marzo de 2009

El camino escabroso hacia la recuperación

Por Joseph E. Stiglitz*

El Espectador, Bogotá

Maarzo 28 de 2009

 

Hoy existe consenso en que larecesión de Estados Unidos que ya lleva un año probablemente sea extensa y profunda, y que casi todos los países se verán afectados. Siempre pensé que la noción de que lo que sucediera en Estados Unidos estaría desacoplado del resto del mundo era un mito. Los acontecimientos lo están confirmando.

Afortunadamente, Estados Unidos por fin tiene un presidente que de alguna manera entiende la naturaleza y la gravedad del problema, y que se comprometió a implementar un fuerte programa de estímulos. Esto, junto con la acción concertada de los gobiernos en otras partes, hará que la depresión sea menos severa de lo que sería si no fuera así.

La Reserva Federal que ayudó a crear los problemas mediante una combinación de liquidez excesiva y regulación laxa, intenta enmendar las cosas inundando la economía de liquidez —una medida que, en el mejor de los casos, simplemente impidió que las cosas fueran peor de lo que son—. No sorprende que quienes ayudaron a crear los problemas y no vieron venir el desastre no hicieran un buen trabajo a la hora de resolverlo. Por ahora, ya está establecida la dinámica de la caída y las cosas se pondrán peor, no mejor.

 

De alguna manera, la Fed se parece a un conductor ebrio que, al darse cuenta de repente de que se está saliendo del camino, empieza a conducir alocadamente de un lado a otro de la ruta. La respuesta a la falta de liquidez es cada vez más liquidez. Cuando la economía empiece a recuperarse, y los bancos comiencen a prestar, ¿podrán drenar suavemente la liquidez del sistema? ¿Estados Unidos enfrentará un brote de inflación? ¿O, más probablemente, en otro momento de exceso, la Fed reaccionará exageradamente, cortando la recuperación de raíz? En vistas del trazo confuso exhibido hasta ahora, no podemos tener mucha confianza en lo que nos aguarda.

 

Aún así, no estoy seguro de que haya un reconocimiento suficiente de algunos de los problemas subyacentes que enfrenta la economía global, sin el cual la recesión global actual quizá no dé lugar a un crecimiento robusto —no importa el buen trabajo que realice la Fed—.

 

Durante mucho tiempo, Estados Unidos desempeñó un papel importante a la hora de mantener en funcionamiento la economía global. El libertinaje de Estados Unidos —el hecho de que el país más rico del mundo no pudiera vivir con sus propios medios— fue muchas veces criticado. Pero tal vez el mundo debería estar agradecido, porque, sin el libertinaje norteamericano, la demanda agregada global habría sido insuficiente. En el pasado, los países en desarrollo cumplían este papel, a través de un déficit comercial y fiscal. Pero pagaron un precio alto, y ahora están de moda la responsabilidad fiscal y las políticas monetarias conservadoras.

 

De hecho, muchos países en desarrollo, temerosos de perder su soberanía económica en manos del FMI —como ocurrió durante la crisis financiera asiática de 1997—, acumularon cientos de miles de millones de dólares en reservas. Es ingreso que no se gasta. Es más, la creciente desigualdad en la mayoría de los países del mundo implicó que el dinero pasó de quienes estaban dispuestos a gastarlo a quienes están tan bien que, por más que lo intenten, no pueden gastarlo todo.

 

El apetito interminable de petróleo del mundo, más allá de su capacidad o voluntad para producirlo, aportó un tercer factor. Los crecientes precios del petróleo transfirieron dinero a los países ricos en petróleo, contribuyendo nuevamente a la inundación de liquidez. Si bien por ahora se desinflaron los precios del petróleo, una recuperación robusta haría que se dispararan otra vez.

 

Durante un tiempo, la gente hablaba casi favorablemente de la inundación de liquidez. Pero esto sólo fue la otra cara de lo que había preocupado a Keynes —una insuficiente demanda agregada global—. La búsqueda de retornos contribuyó al apalancamiento y a la aceptación imprudente de riesgos subyacentes a esta crisis.

 

El gobierno de Estados Unidos, durante un tiempo, compensará el ahorro creciente de sus consumidores. Pero si los consumidores allí pasan de un nivel prácticamente cero de ahorro, como tenían, a un modesto 4% o 5% del PIB, el efecto desalentador sobre la demanda (además del que resulte de las caídas en la inversión, las exportaciones y los gastos de los gobiernos estatales y locales) no se verá plenamente compensado ni siquiera por los programas más grandes de gasto del gobierno. En dos años, los gobiernos, conscientes de los gigantescos aumentos de la carga de la deuda como resultado de los megarrescates y los asombrosos déficits, se verán presionados a arrojar excedentes primarios (donde el gasto del gobierno neto de pagos de intereses es menor que los ingresos).

 

Hace pocos años, se le tenía miedo al riesgo de un desdoblamiento desordenado de los “desequilibrios globales”. La crisis actual puede ser vista como parte de eso, pero es poco lo que se está haciendo respecto de los problemas subyacentes que dieron origen a esos desequilibrios. No sólo necesitamos estímulos temporales, sino soluciones a más largo plazo. No es que exista una escasez de necesidades; es sólo que quienes podrían satisfacer esas necesidades tienen escasez de fondos.

 

Primero, necesitamos revertir las tendencias preocupantes de una creciente desigualdad. Una carga tributaria más progresiva sobre los ingresos también ayudará a estabilizar la economía a través de lo que los economistas llaman “estabilizadores automáticos”. También ayudaría si los países desarrollados avanzados cumplieran con sus compromisos de ayudar a los más pobres del mundo aumentando sus presupuestos de ayuda exterior al 0,7% del PIB.

 

Segundo, el mundo necesita enormes inversiones si ha de responder a los desafíos del calentamiento global. Los sistemas de transporte y los patrones de vida deben cambiarse drásticamente.

 

Tercero, se necesita un sistema de reservas global. Tiene poco sentido que los países más pobres del mundo les presten dinero a los más ricos a tasas de interés bajas. El sistema es inestable. El sistema de reservas en dólares está deshilachándose, pero probablemente sea reemplazado por un sistema dólar/euro o dólar/euro/yen, que es incluso más inestable. Las emisiones anuales de una moneda de reserva global (lo que Keynes llamaba Bancor o el FMI llama DEG) podrían ayudar a estimular la demanda agregada global, y utilizarse para promover el desarrollo y encarar los problemas del calentamiento global.

 

Este año será lúgubre. El interrogante que necesitamos formularnos ahora es: ¿cómo podemos mejorar las posibilidades de que finalmente logremos una recuperación robusta?

 

* Premio Nobel de Economía en 2001.

domingo, 15 de marzo de 2009

Cómo recuperarse

Por Joseph E. Stiglitz

El Espectador, Bogotá

Marzo 15 de 2009

Algunos pensaban que la elección de Barack Obama revertiría las cosas para Estados Unidos.

Como no fue así, incluso después de la sanción de un gigantesco paquete de estímulo, la presentación de un nuevo programa para hacer frente al subyacente problema inmobiliario y varios planes para estabilizar el sistema financiero, algunos ya empiezan a culpar a Obama y a su equipo.

Obama, sin embargo, heredó una economía en caída libre, y difícilmente hubiera podido revertir las cosas en el corto tiempo que ha transcurrido desde que asumió la presidencia. El presidente Bush parecía un ciervo encandilado por los faros —paralizado, incapaz de hacer prácticamente nada— durante los meses anteriores a abandonar el cargo. Es un alivio que Estados Unidos finalmente tenga un presidente que puede actuar, y lo que ha estado haciendo marcará una gran diferencia.

 

Infortunadamente, lo que está haciendo no es suficiente. El paquete de estímulo parece grande —más del 2% del PIB por año—, pero una tercera parte está destinada a recortes impositivos. Y, en un momento en que los norteamericanos enfrentan un excedente de deuda, un desempleo que crece rápidamente (y el peor sistema de compensación por desempleo entre los principales países industriales) y una caída de los precios de los activos, probablemente ahorren gran parte del recorte impositivo.

 

Casi la mitad del estímulo no hace más que compensar el efecto contraccionario de la reducción de personal a nivel estatal. Los 50 estados de Estados Unidos deben mantener presupuestos equilibrados. Los déficits totales se calculaban en 150.000 millones de dólares hace unos meses; hoy la cifra debe ser mucho mayor —de hecho, sólo California enfrenta un déficit de 40.000 millones de dólares—.

 

Los ahorros de los hogares finalmente están empezando a aumentar, lo cual es bueno para la salud a largo plazo de las finanzas hogareñas, pero desastroso para el crecimiento económico. Mientras tanto, la inversión y las exportaciones también se están derrumbando. Los estabilizadores automáticos de Estados Unidos —la progresividad de nuestros sistemas tributarios, la fortaleza de nuestro sistema de asistencia pública— se han visto seriamente debilitados, pero ofrecerán cierto estímulo a medida que el déficit fiscal esperado trepe al 10% del PIB.

 

En resumen, el estímulo fortalecerá la economía de Estados Unidos, pero probablemente no sea suficiente para restablecer un crecimiento robusto. Esas son malas noticias para el resto del mundo, también, ya que una recuperación global fuerte requiere de una economía norteamericana fuerte.

 

Las verdaderas deficiencias en el programa de recuperación de Obama, sin embargo, no residen en el paquete de estímulo, sino en sus esfuerzos por reanimar los mercados financieros. Las anomalías de Estados Unidos les ofrecen importantes lecciones a los países en todo el mundo, que enfrentan o enfrentarán mayores problemas con sus bancos:

 

– La demora en la reestructuración bancaria es costosa, tanto en términos de los eventuales costos del rescate, como del daño a la economía general en el ínterin.

 

– A los gobiernos no les gusta admitir los costos totales del problema, de modo que le dan al sistema bancario apenas lo suficiente para sobrevivir, pero no lo suficiente como para devolverle la salud.

 

– La confianza es importante, pero debe descansar en fundamentos sólidos. Las políticas no deben basarse en la ficción de que se otorgaron buenos créditos, y que la perspicacia empresaria de los líderes y reguladores del mercado financiero se validará una vez que se restablezca la confianza.

 

– Se puede esperar que los banqueros actúen en interés propio con base en incentivos. Los incentivos perversos alimentaron la excesiva toma de riesgos y los bancos que están al borde de la quiebra pero son demasiado grandes como para quebrar volverán a actuar de la misma manera. Sabiendo que el Gobierno recogerá los pedazos si fuera necesario, pospondrán la resolución de las hipotecas y pagarán miles de millones en bonos y dividendos.

 

– Socializar las pérdidas al mismo tiempo que se privatizan las ganancias es más preocupante que las consecuencias de la nacionalización de los bancos. Los contribuyentes norteamericanos están recibiendo un trato cada vez peor. En la primera ronda de las infusiones de efectivo obtuvieron alrededor de 0,67 de dólar en activos por cada dólar que entregaron (aunque los activos estaban casi con certeza sobrevaluados y su valor cayó rápidamente). Pero en las últimas infusiones de efectivo, se calcula que los norteamericanos están recibiendo 0,25 de dólar, o menos, por cada dólar. Los malos términos implican una gran deuda nacional en el futuro. Una razón por la que estamos recibiendo malos términos es que si obtuviéramos un valor justo por nuestro dinero, a esta altura seríamos el accionista dominante de por lo menos uno de los principales bancos.

 

– A no confundir salvar a banqueros y accionistas con salvar bancos. Estados Unidos podría haber salvado a sus bancos y dejar a los accionistas librados a su suerte, por mucho menos de lo que invirtió.

 

– El efecto derrame en la economía casi nunca funciona. Inyectar dinero en los bancos no ayudó a los propietarios de casas: los remates siguen aumentando. Dejar que AIG quebrara podría haber afectado a algunas instituciones sistémicamente importantes, pero hacer eso habría sido mejor que arriesgar más de 150.000 millones de dólares y esperar que parte de esa cifra recayera donde fuera importante.

 

– La falta de transparencia metió al sistema financiero norteamericano en este problema. La falta de transparencia no lo sacará de esta situación. La administración Obama está prometiendo asumir las pérdidas para persuadir a los fondos de cobertura y a otros inversores privados de comprar activos intangibles de los bancos. Pero esto no establecerá “precios de mercado”, como sostiene la administración. Si el Gobierno asume las pérdidas, estos son precios distorsionados. Las pérdidas bancarias ya ocurrieron y sus ganancias ahora deben producirse a expensas de los contribuyentes. Incorporar a los fondos de cobertura como terceras partes, no hará más que aumentar el costo.

 

– Mejor proyectar hacia adelante que mirar hacia atrás, concentrándose en reducir el riesgo de los nuevos créditos y asegurando que los fondos creen nueva capacidad de préstamo. El pasado, pisado. Como punto de referencia, los 700.000 millones de dólares otorgados a un nuevo banco, apalancados 10 a 1, podrían haber financiado 7 billones de dólares en nuevos préstamos.

 

La era de pensar que se puede crear algo de la nada debería terminar. Las respuestas miopes de los políticos —que esperan arreglárselas con un acuerdo que es demasiado pequeño como para complacer a los contribuyentes y lo suficientemente grande como para complacer a los bancos— sólo prolongarán el problema. Se está vislumbrando un callejón sin salida. Se necesitará más dinero, pero los norteamericanos no están de ánimo para ofrecerlo —ciertamente, no en los términos que se han visto hasta ahora—. El pozo de dinero tal vez se esté secando y con él, también, el optimismo y la esperanza legendarios de Estados Unidos.

 

*Premio Nobel de Economía en 2001.Traducción de Claudia Martínez.