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miércoles, 10 de marzo de 2010

Democracia y terrorismo

Martín Santibáñez*

El Tiempo, Bogotá

Marzo 10 de 2010


La estrecha relación entre Eta y la Venezuela chavista ha desatado un 'impasse' diplomático en el que el gobierno del presidente Rodríguez Zapatero tiene todas las de perder. El escaso peso que mantiene España en Suramérica se ha visto seriamente mermado por la candidez con que actuó Zapatero, acompañado en este entuerto por ese rehén de la ideología que es el ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos.

En todo este 'affaire' no han primado la razón de Estado, los altos intereses españoles o la necesidad de frenar al terrorismo por sobre todas las cosas. No. En este desaguisado político, el gobierno del partido socialista ha demostrado hasta qué punto es cómplice de un puñado de caudillos que se afanan, con éxito, en desmontar la poliarquía de sus países, convirtiéndolas en burdos remedos inorgánicos. A la democracia, en los feudos de la revolución bolivariana, no la reconoce, como diría Alfonso Guerra, "ni la madre que la parió".

El problema esencial no radica en la errática política exterior del viejo reino de España. El quid del asunto yace en la manera en que las democracias latinoamericanas han de enfrentarse al flagelo terrorista. Que nadie se engañe. El terrorismo no ha mordido el polvo. El terrorismo es un flagelo endémico instrumentalizado por algunos grupúsculos sin arraigo popular, sicarios de una política perversa que desprecia las urnas y apela al mesianismo revolucionario. Se alimenta de la sangre y de la candidez de una progresía neciamente permisiva.

Como es obvio, con guerrilleros iluminados y profetas de ideologías radicales es imposible dialogar. No se trata de un problema de idioma o códigos de conducta. Estamos ante una diferencia sustantiva, esencial. Mientras unos apuestan por la democracia como foro de convivencia pacífica y lugar supremo de encuentro y decisión, los otros se inclinan por incendiar Roma y edificar, en su lugar, un altar utópico al paraíso comunista. Por eso, mal hacen las fuerzas izquierdistas europeas al contemporizar con los regímenes que apoyan al terrorismo, de manera directa o indirecta. La camaradería espiritual, la filiación marxista y los lazos fraternos entre los terroristas y el cesarismo populista del siglo XXI no van a liquidarse de un día para otro. La izquierda democrática no puede hacer la vista gorda ante el terrorismo de raíz comunista. En todo este tinglado de facciones e intereses, el progresismo posmoderno, protagonista del consenso socialdemócrata, debe acusar sin complejos a aquellos que juegan con el fruto prohibido del asesinato y la extorsión.

El discurso altisonante con que Chávez ningunea al gobierno español encarna todo lo que una izquierda moderna debe rechazar. La procacidad de su lenguaje sólo es comparable a las oscuras maniobras desestabilizadoras en las que el chavismo ha empeñado el alma. Eso sí, el Prometeo revolucionario se equivoca si piensa que el fuego terrorista lo respetará plegándose a sus caprichos geopolíticos. Y si el error es de por sí grave, el de la izquierda democrática podría ser fatal.

Apoyar a Chávez en la frívola estrategia que ha desplegado con los terroristas de todo el orbe equivale a sepultarse moralmente sin presentar batalla. Hay un ethos democrático trascendente y el funcionamiento correcto de las instituciones, al fin y al cabo, está enraizado en una serie de valores que no es posible traicionar. Uno de ellos, acaso el más importante, es el de la libertad. Convertir un país en el santuario de los defensores de una cosmovisión totalitaria nada tiene de romántico, ni progresista. La historia no absuelve estas complicidades macabras.

La confusión discursiva entre el presidente Rodríguez Zapatero y el ministro Moratinos denota hasta qué punto ciertos sectores del socialismo europeo hacen malabares con tal de legitimar el apoyo a Caracas y sus satélites. El viaje del director general de la policía y Guardia Civil de España, Francisco Javier Velázquez, va en esa dirección. Para algunos políticos europeos, el mundo se salva por las formas. El canciller de Venezuela, Nicolás Maduro, tiene razón. La pelota está en el campo de España. También en el de la izquierda democrática. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, a ese par de jugadores los han dopado con formol.

* Coordinador del Proyecto DESOL y director del Center for Latin American Studies de la Fundación Maiestas

lunes, 1 de febrero de 2010

Yo, Bayly

Martín Santiváñez Vivanco *

El Tiempo, Bogotá

Febrero 1 de 2010

Era, para amigos y enemigos, un hombre fallido, inconsistente, enamorado de lo estéril, incapaz de nada serio. Era un ser inerme, pusilánime, entregado a los excesos propios de una naturaleza rebelde, alocada, subversiva. Este amante de lo fútil estaba condenado a desempeñar el triste papel de convidado de piedra en esa danza del poder que su linaje interpretaba con mano firme. Nadie en el Imperio daba un duro por él.

Sin embargo, cuando su sobrino Calígula fue liquidado por la guardia pretoriana, harta del morbo y hambrienta del pan, Claudio, el tartamudo, el idiota, el objeto de las burlas, ése pobre payaso que arrancaba muecas de desprecio y risotadas de sarcasmo, terminó ciñéndose la toga imperial, masacró a sus enemigos y ocupó dignamente el trono de sus mayores, los Césares.

Nadie que conozca la historia que Robert Graves plasmó magistralmente en su novela ¿Yo, Claudio' puede permanecer indiferente ante las similitudes que existen entre el ascenso inesperado de aquél patricio romano, al que todos consideraban un bufón y la rampante candidatura del 'showman' peruano Jaime Bayly, "el niño terrible" de la televisión latina. No sostengo, para nada, que Bayly proyecte en nuestros días la imagen de subnormal profundo por la que fue ampliamente conocido Claudio antes de ser emperador. Pero sí estoy convencido de una verdad, tan cierta como todos los dogmas de la política peruana: los auténticos incautos son aquellos que menosprecian las posibilidades que tiene Jaime Bayly de sentarse en un trono ni tan dorado, ni glorioso como el de Roma, pero igual de corrupto, esquivo y codiciado.

Pareciera como si a lo largo de estos años, Bayly hubiese decidido seguir el consejo que el viejo Polión diera a Claudio en la corte del divino Augusto: "Exagera tu cojera, tartamudea deliberadamente, finge frecuentes enfermedades, deja que tu juicio parezca errático, bambolea la cabeza y retuércete las manos en todas las ocasiones públicas y semipúblicas". Así, en broma y en serio, cantando su nuevo himno de batalla "Jaime pa' presidente con Abelardo Gutiérrez Alanya "Tongo", un famoso artista peruano dedicado a la tecnocumbia, o desplegando esa ironía limeña que forma parte de su esencia, Bayly tiene todas las cartas para convertirse en el 'outsider' de las elecciones del 2011. El que quiere mandar, puede mandar. Y si Bayly se decide, pronto estará rodeado de eunucos, mesalinas, nerones y pretorianos dispuestos a dejarse matar en esa agonía anual en que se transforman las dulces campañas electorales en el Perú.

La carrera por el Palacio de Gobierno ha empezado. Y Bayly, sin haberse lanzado oficialmente, ya cuenta con el respaldo del 8 por ciento de los limeños y más del 3 por ciento de los peruanos. Se ha forjado una tradición importante en la política peruana en la que los 'outsiders' juegan un papel fundamental. Fujimori, Toledo, Humala, todos han sido, de alguna manera, 'outsiders' electorales que han visto en mayor o menor medida recompensados sus anhelos de poder. Los 'outsiders' pueden llegar a distorsionar una elección y su apoyo, en ocasiones, se convierte en imprescindible si se trata de un proceso ajustado en el que los porcentajes se pelean palmo a palmo, en finales de infarto. Todo indica que estas elecciones apuntan a ello. Se impone, pues, una política de alianzas, de pesos y contrapesos, en las que el primero que logre afianzar el difícil equilibrio de los respaldos electorales tendrá opción suficiente para gobernar.

Las elecciones que el Perú enfrentará el 2011 son de importancia continental. O emerge un candidato antisistema que refuerce el bloque bolivariano o, por el contrario, se impone un político que consolide los avances macroeconómicos y dedique su gestión a luchar frontalmente contra la pobreza e iniciar la gran revolución educativa que precisa el país.

Bayly no es el personaje de Fitzgerald, fatuo y botarate que sus rivales denuncian. Después de todo, Claudio tampoco era el 'clown' incompetente que sus enemigos despreciaban. Sobrio en la elección de honores y adusto en el ejercicio del poder, bajo su era, Roma se extendió hasta los confines de Inglaterra y el norte de África, reformando el sistema judicial, ampliando la ciudadanía y construyendo acueductos, caminos, puentes, ciudades. Los hombres, las mujeres, ante la historia, cambian. Jaime Bayly no es una excepción.

* Director del Center for Latin American Studies de la Fundación Maiestas

sábado, 7 de noviembre de 2009

La columna de la lealtad

Martín Santiváñez Vivanco*

El Tiempo, Bogotá

Noviembre 7 de 2009

Era una noche oscura, la del 23 de febrero de 1981. En la soledad del Palacio de la Zarzuela, el Rey, Juan Carlos de Borbón, se enfrentaba a la historia. Un golpe de Estado amenazaba la joven democracia española, y el espectro de una era superada retornaba fiero y desafiante, dispuesto a recuperar por las armas aquello que le fuera arrebatado por la ley.

Fue en ese momento supremo en el que todo parecía perderse cuando la mano firme del monarca español supo conjurar el peligro y reconducir una situación límite, con lo que aseguró la libertad de su pueblo y el futuro de la Corona. Sin embargo, en aquel lance de honor y criterio, el Rey no estuvo solo. Un hombre, un gran hombre, Sabino Fernández Campo, por entonces secretario general de la Casa Real, lo acompañó desde el principio hasta el fin.

Aislados y luchando con los teléfonos, intentando frenar por todos los medios la escalada golpista, el Rey y Fernández Campo, los últimos baluartes de la democracia, emprendieron una ronda de llamadas a diversos jefes militares. De esta manera, trataban de detener la asonada rebelde iniciada con el asalto al Congreso de los Diputados, una maniobra audaz comandada por el teniente coronel Antonio Tejero. En medio de este fragor de inexactitudes, cuando todos eran sospechosos de todo, el general Juste Grijalba, que formaba parte esencial de la conjura, aunque mantenía sus escrúpulos disciplinarios, llamó a la Zarzuela y le preguntó a Fernández Campo si el general Alfonso Armada, cabecilla intelectual del golpe, había llegado ya al palacio real. Con esta pregunta, Grijalba, jefe de la División Acorazada Brunete, buscaba la certeza final, la prueba decisiva de que el golpe contra la democracia contaba, como Armada había sugerido, con el visto bueno del monarca. Si Armada comandaba la revuelta desde el Palacio, el golpe era del Rey, no contra él.

Tras la pregunta del general Grijalba, Sabino Fernández Campo, al darse cuenta de que algo raro sucedía, comprendió todo. Y no le tembló el pulso cuando, al responderle, liquidó las esperanzas palaciegas de los golpistas y pasó a la historia con una frase lapidaria, digna del bronce: "Ni está, ni se le espera". Grijalba, consciente de que el Rey no apoyaba a Armada y que jamás lo iba a recibir, guardó los tanques, se mantuvo en su sitio y le dio el tiro de gracia a la rebelión del 23-F. Así, Fernández Campo protegió a la Corona y ayudó a salvar la democracia. Esas intuiciones geniales, esos relámpagos históricos, son los que convierten a un simple mortal en parte de la leyenda de los pueblos.

Los latinoamericanos tendríamos que estar de luto. Sabino Fernández Campo, el Conde de Latores, Grande de España, ha muerto. Debemos extrañarlo no sólo porque fue un demócrata a carta cabal, sino también por su intenso, profundo y desinteresado amor por nuestros pueblos. Con su partida, hemos perdido a un amigo leal de Latinoamérica, un hombre convencido de la necesidad de fortalecer la hispanidad y la democracia continental. Mientras dirigía la Casa del Rey durante la transición española, un proceso tan difícil como ejemplar, promovió una diplomacia iberoamericana realista, capaz de unir en torno a la libertad lo que tantos demagogos populistas se afanan en destruir.

Latinoamérica necesita estadistas de la talla de Fernández Campo. Hay que mirarnos en el ejemplo del gran senescal del Rey. En una entrevista, hace muchos años, afirmó que le gustaría ser recordado por su capacidad de entrega y de servicio "a una institución, a un ideal y, en definitiva, a España". Nuestros políticos tienen que aprender que la primera lealtad es a la patria, no a una carrera incierta y coyuntural. Cuando ello se asume con gallardía, las puertas de la historia se abren de par en par.

Como presidente de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, Fernández Campo nunca dejó de preocuparse por los problemas que aquejan a nuestras sociedades, consciente del abismo al que a veces solemos asomarnos en nuestra torpe locura tropical. La 'potestas' debe ejercerse con miras altruistas, buscando la grandeza y la gloria de nuestros países, no la satisfacción de los pequeños apetitos de tantos tiranuelos de turno. "Si aplaudiera siempre al Rey, no cumpliría con mi deber", decía Fernández Campo. Menuda lección para esa corte de lacayos fronterizos que pululan alrededor de los caudillos filochavistas celebrando sus dislates, elogiando sus demencias y exaltando su poder.

Hace falta lealtad en nuestro continente. Hacen falta carácter y visión de futuro. La verdadera lealtad es la que practicaba con esmero ese apasionado de la fidelidad que fue Sabino Fernández Campo. Ser leal, para él, implicaba decir lo que sientes y "estar dispuesto a dejar tu puesto si lo que dices no gusta". Latinoamérica necesita de mujeres y hombres leales dispuestos a sacrificarlo todo por la integración continental, la libertad responsable y un sistema de gobierno que acabe con la pobreza y declare la guerra a muerte a la corrupción. Lealtad, lealtad al proyecto, al sueño latinoamericano y a la utopía indicativa. El ejemplo de Fernández Campo no sólo es válido para España. También es un referente para Latinoamérica.

Lo llamaban "la sombra del Rey". Para nosotros, al otro lado del océano, siempre será un faro, un referente, una columna. Una cariátide inmensa de todo lo bueno y grande que confluye en esa síntesis eterna que llamamos hispanidad.


* Miembro de la Academia Peruana de Ciencias Políticas y de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas de España

viernes, 16 de octubre de 2009

España ante los Bicentenarios

Martín Santiváñez*

El Tiempo, Bogotá

Octubre 16 de 2009

España se interna en las celebraciones de los bicentenarios de la independencia americana con un creciente optimismo sobre su papel en la región. Hace mal. Existen pocos motivos para una alegría desbordada. Desde el primer instante del desembarco, los empresarios españoles no han sabido manejar una estrategia de comunicación seria y audaz. Y los políticos, irresponsables, han avalado este grave desliz con su desidia, aplaudiendo las prebendas y canonjías que repartieron por doquier los distintos lobbistas. Todos se han sumergido en un error de cálculo obtuso y pernicioso: considerar que los gobiernos latinoamericanos siempre y en todas partes representan a la población. En un continente con el mayor índice de volatilidad electoral del planeta, auténtico territorio comanche de la incertidumbre política, confiar en el 'lobby' coyuntural con el poder de turno raya en la candidez expansiva o en la más burda insensatez. Que un presidente te invite a desayunar o te lance piropos en una reunión no asegura una posición de poder. Mucho menos en Macondo.

Por eso, no sorprende contemplar el grado de legitimidad que alcanzan entre los latinoamericanos más pobres las medidas abusivas e ilegales que el chavismo y sus satélites implementan frente al capital foráneo. La imagen de las empresas españolas, contra todo lo que defienden sus lobbistas, es de las peores en la región. Las inversiones españolas no tienen asegurado su futuro en el nuevo continente. Los bicentenarios de la independencia serán el pistoletazo de salida de una serie de reivindicaciones políticas y económicas que pueden mellar la presencia del ahorro ibérico en Latinoamérica. Las empresas que recalan al sur del Río Grande tienen que hacer labor social, cueste lo que cueste. Aquellas que comprendan que una riqueza permanente está ligada al desarrollo local y a una correcta relación con todos los actores sociales ahorrarán mucho dinero y prosperarán.

El socialismo del siglo XXI no es, como afirman algunos analistas, una ideología reformista, singular y autóctona, basada en el consenso y superadora de las taras autocráticas del marxismo, el leninismo y el maoísmo. Se trata, por el contrario, de una renovada estrategia de poder, otra táctica institucional, una nueva técnica para el golpe de Estado democrático. España debería mantenerse alerta ante los fundamentos conceptuales de la revolución bolivariana, porque todos ellos debilitan la poliarquía, un sistema de gobierno que tanto se valora en la península. El discurso fariseo y pusilánime del gobierno cosecha declaraciones altisonantes, cainitas o directamente parricidas. Evo Morales considera que el 12 de octubre es un día de luto y Hugo Chávez se desgañita denunciando el "imperialismo español". Que nadie lo dude. El cáncer del autoritarismo terminará por mellar los intereses españoles. Acompañar a Chávez a la librería, como hizo el presidente de una multinacional ibérica, no basta para obtener un blindaje impenetrable. Servir a Mammon antes que a la democracia es un mal negocio, a corto y largo plazo.

La política internacional, los intereses geoestratégicos y los objetivos nacionales españoles están ligados a la supervivencia de las democracias latinoamericanas. Y también al mundo de las ideas, en las que se ha perdido un terreno indiscutible. El hispanismo, en tanto movimiento intelectual, agoniza. Refugiado en los falansterios de algunas doctas academias, ha dejado de ser ese fenómeno de masas, que transformó radicalmente el novecientos americano. El materialismo del Calibán anglosajón liquidó los sueños arielistas de renovación espiritual y ya no campean por América, para desgracia de España, polígrafos de la talla de José de la Riva Agüero, José Enrique Rodó y Rubén Darío, sendos defensores del León de Castilla. Colonizadas por el 'big brother' estadounidense, la nueva élite latinoamericana y su tecnocracia posmoderna se preparan en inglés para estudiar en la Ivy League.

España ha dejado de ser el destino académico y político por antonomasia, aunque pervivan los lazos indestructibles del idioma y la religión. Lo latino reemplaza a lo hispano, forjando una nueva hispanidad que se asoma al siglo XXI con millones de inmigrantes latinoamericanos viviendo en el viejo mundo. Todos ellos, parafraseando a Víctor Andrés Belaunde, crearán -crearemos- una nueva síntesis viviente, una hispanidad de nuevo cuño, aquí, en la península. No se trata de apoyar a las democracias por razones ideológicas. Sostener el Estado de derecho y fortalecer las instituciones va más allá, con repercusiones en la política del día a día. Batirse por la libertad implica apostar por la supervivencia de las naciones latinoamericanas como países viables, con un futuro por conquistar. Defender la democracia como forma de gobierno es el único camino que tiene este país para asegurar sus intereses regionales. Si nos unimos a la autocracia, pereceremos con ella.

Para evitar un retorno sin gloria, hemos de examinar estas cuestiones básicas de la realidad latinoamericana. España tiene un papel histórico en la región que puede menguar, como todo en las relaciones internacionales y en la geometría del poder. Los lazos indiscutibles que compartimos latinoamericanos y españoles son una base segura para la colaboración, pero no la garantía del éxito inmediato. Los bicentenarios pondrán a prueba hasta qué punto podemos colaborar. Y si del quinto centenario del descubrimiento emergió una corriente empresarial con aciertos y yerros evidentes, de los bicentenarios de la independencia puede y debe surgir una nueva hispanidad, acorde con un mundo globalizado. He aquí una utopía indicativa por la que, francamente, vale la pena luchar. Manos a la obra, entonces.

*Director del Center for Latin American Studies de la Fundación Maiestas y coordinador del Proyecto Desol

viernes, 25 de septiembre de 2009

Con la quijada de Caín

Martín Santiváñez*

El Tiempo, Bogotá

Septiembre 25 de 2009

Cuando el capitán Juan Vicente Ugarte Lobón se unió a las huestes de Andrés Avelino Cáceres, el Brujo de los Andes, jamás imaginó que su vida y la de su estirpe estarían marcadas para siempre por el destino viril de los patriotas: la defensa de la nación.

'Dulce et decorum est pro patria mori', sentenció Horacio, el Inmortal. Los Ugarte, este axioma, bien podrían grabarlo con orgullo en el blasón eterno de su escudo familiar. Así, el joven Ugarte Lobón se batió en Pisagua, venció en Tarapacá y hostigó sin tregua a las tropas invasoras a lo largo de ese lustro sangriento en el que los peruanos lo perdimos todo. Todo, menos el honor.

Desde entonces, Ugarte Lobón sería un cacerista consumado, convicto y confeso. Más de cien años después, su nieto, Juan Vicente Ugarte del Pino, presidente fundador de la Academia Peruana de Ciencias Morales y Políticas y ex Decano del Colegio de Abogados de Lima, continúa fiel a la vieja tradición del 'quirite' guerrero, defendiendo con su poderosa inteligencia la integridad territorial del Perú. Tras una larga vida entregada a la ciencia del derecho y a la enseñanza en San Marcos, universidad decana de América, Ugarte del Pino, el jurista, fue nombrado por Alan García, uno de sus innumerables discípulos, miembro de la Comisión de notables encargada de exponer la posición peruana en el Tribunal Internacional de La Haya, en el marco de la demanda que ha formulado el Perú contra Chile para la correcta delimitación de la frontera marítima entre ambos países.

Este litigio entre Estados vecinos, prácticamente ignorado por la prensa internacional, tiene como telón de fondo la rampante carrera armamentista desatada en Suramérica desde hace unos años. Y ha sido utilizado por sectores nacionalistas de todos los bandos para azuzar la adquisición de material bélico de manera profusa y aberrante. A las ya rutinarias "renovaciones de material obsoleto" del gobierno chileno iniciadas con el pinochetismo y prolongadas bajo la férula progresista de la Concertación, se suma el creciente poder bélico del imperialismo chavista y la alianza táctica entre Brasil y Francia, dos pueblos con intereses internacionales tan consolidados como continuos. Se engañan los que piensan que el equilibrio económico, el aumento de la interdependencia comercial y los discursos pacifistas son suficientes para evitar una hipótesis de conflicto o una escalada en la agresión verbal. La compra de armas tiene que ver con la corrupción, por supuesto. Pero también con objetivos sociomilitares largamente delineados en los laboratorios de la geopolítica continental.

Roto el equilibrio estratégico tras las recientes adquisiciones de tres países con objetivos reales en el escenario del poder suramericano, cabe preguntarse si aún es tiempo de enarbolar una ofensiva diplomática que permita recuperar en la mesa aquello que se ha perdido en la implacable realidad. Es tarde para pactos de no agresión. Nuestros países dominan el arte renacentista de ignorar los convenios. Y aunque ni Estados Unidos pretenda invadir los campos petroleros venezolanos, ni exista un solo litigio pendiente entre las naciones americanas que no pueda ser resuelto en el foro superior de una Corte internacional, las armas se continuarán adquiriendo en un 'in crescendo' anómalo, burlando la miseria que todo lo rodea en el continente de la esperanza.

Las armas con que protegen algunos gendarmes fatuos su loca petulancia cesarista son absolutamente innecesarias y han terminado por convertirse en una amenaza a la razón universal.

Una intolerable espada de Damocles se cierne sobre el horizonte de la convivencia suramericana. Las llagas rebeldes y dolorosas de un pasado fratricida, rico en puñales arteros y besos de Judas, terminarán por reabrirse, exudando la inquina infecta del resentimiento y poniendo en peligro cualquier proyecto viable de cooperación.

El derecho es el mejor remedio para estos complejos revanchistas. Si en los fueros del sur se impone la doctrina de Diego Portales, vencerá también el armamentismo y triunfará con él la guerra preventiva. Y tarde o temprano, las masas suramericanas, pletóricas ante el fetiche del nacionalismo, acabarán coreando a una sola voz la vieja consigna de Ramón Castilla, adecuada a nuevos y tempestuosos tiempos: si 'ellos' compran un buque, 'nosotros' compraremos dos. Los cazas, tanques, submarinos y acorazados que se adquieren con los billetes de la pobreza y las monedas de la corrupción amenazan a millones de latinoamericanos, claro que sí. Ante las armas, hay que tomar una posición. O las controlamos jurídicamente, apelando a lo poco que nos queda de sentido común, o preparamos a las democracias para la defensa firme de la paz. 'Si vis pacem para bellum'. Lo demás es oratoria pura, sortilegio de palabras, sutil rendición. Siempre, por supuesto, es óptimo el sendero civilizado que los grandes juristas como Vicente Ugarte recorren ungidos con la ley y los tratados. Pero ello no impide que a veces, precavidos, tengamos que lanzarnos al monte, para preservar, con uñas y dientes, como Ugarte Lobón, el bravo abuelo cacerista, la integridad de millones de indefensos, hoy amenazados por las balas ciegas de un armamentismo obtuso que pretende enterrar a nuestros pueblos blandiendo estúpidamente, con furia cruel y fratricida, la vieja y sangrienta quijada de Caín.

* Director del Center for Latin American Studies de la Fundación Maiestas

martes, 25 de agosto de 2009

Paraguay en el escenario latinoamericano

Por Martín Santiváñez

El Tiempo, Bogotá

Agosto 25 de 2009

América Latina libra una guerra ideológica en la que diversos bolsones de democracia se baten valerosamente contra un rampante imperialismo bolivariano que busca extender sus tentáculos a todos los países del hemisferio. Paraguay no es la excepción. Las idas y venidas del gobierno de Lugo y sus constantes flirteos oligofrénicos con el socialismo del siglo XXI denotan el oportunismo progresista que se ha apoderado del Presidente y un posibilismo cortoplacista condenado a fracasar. Pactar con Chávez, Morales, Correa y los Kirchner tiene un precio. Y tarde o temprano, la factura llegará.

Hay algo de inverosímil en la historia paraguaya. De la rabiosa cerrazón política de Francia a la globalización de sus élites intelectuales hay un gran trecho. Y en medio, por supuesto, una invencible tenacidad, un espíritu superior, un destino forjado para la supervivencia. Basta con visitar Paraguay en estos días para comprender cómo un país continuamente amenazado por el Apocalipsis institucional y la espada de Damocles de la amenaza exterior cabalgó sobre todos los peligros y se impuso a enemigos más numerosos y menos aguerridos.

Paraguay ha sobrevivido por los paraguayos, gente excepcional. Ricardo Palma tenía razón. A través de su pluma se descubre un país fantástico, en el que la austera dictadura de Gaspar Rodríguez de Francia se imponía en una carta magistral a la curiosidad andina de Simón Bolívar, el Libertador.

Cuenta la tradición de Palma que Bolívar envió una carta a Francia por intermedio de un capitán de apellido Ruiz, quien, tras un largo mes de fatigas, llegó a Paraguay. Allí, detenido en la frontera, fue conducido hasta Asunción por dos guardias que sólo hablaban guaraní. Al llegar a la casa del gobernante, sin permitírsele ni siquiera apear, nuestro capitán entregó el pliego que portaba al oficial de guardia. Una hora después, éste salió con un sobre sellado y lacrado que contenía la respuesta del dictador. En ella, el paraguayo desbautizaba a Bolívar, se negaba a la apertura y proclamaba la eternidad de su autarquía.

No pueden dejarse en el olvido aquellas brillantes páginas, y más tarde, al conocer Paraguay, el corazón de Sudamérica, es claro que se trata de una tierra asombrosa que sobrevive a los huracanes de la historia.

Al menos con Francia, los latinoamericanos sabíamos a qué atenernos. Tratándose de Lugo, el actual presidente, cualquier cosa puede pasar. Y por esto me refiero a la lamentable adscripción paulatina de su gobierno al marxismo de los soviets chavistas, puñales disolventes de cualquier aparato institucional. Decidido a cambiar el sistema legítimo que permitió su elección, Lugo pretende impulsar un nuevo modelo de democracia que privilegia la participación antes que la representación. Esto es, que desmonte legalmente libertades duramente conquistadas, imitando a sus mentores políticos sin gloria ni singularidad.

Todos formamos parte del pentagrama latinoamericano. Y tenemos un destino común. Paraguay tiene mucho que aportar al continente. La indomable voluntad de existir, la suprema capacidad de imponerse a la adversidad, la posición estratégica en el Mercosur. Confío en que, pese a la agenda oculta de su Presidente, que poco a poco ve la luz, los paraguayos sabrán rechazar cualquier tipo de yugo, por más dulce que este parezca. Por eso contemplo con esperanza la respuesta política del pueblo paraguayo al socialismo del siglo XXI y a su vulgar intervencionismo disfrazado de cooperación internacional. La integración latinoamericana no necesita una hipoteca revolucionaria. Para unir al continente no hemos de apelar a una ideología de resentimientos y complejos, ni a un programa obtuso que desata una carrera militar cainita de incierta resolución.

La flamante apuesta política de Lugo pesa tanto como la vieja misiva de Francia, el dictador. Ambas denotan un programa concreto, un proyecto personal, una inclinación ideológica. Las cartas están sobre la mesa. No caigamos en la ingenuidad de creer que un presidente que contemporiza con enemigos declarados de la libertad reculará de pronto, retornando a la senda de la cordura. O los paraguayos lo impiden, empleando para ello todas las armas legítimas de la democracia, o la larga sombra del despotismo volverá a cernirse, infame, sobre la espléndida y gallarda tierra de los indómitos guaraníes.



lunes, 11 de mayo de 2009

Rosales y el tribuno

Por Martín Santibáñez*

El Tiempo, Bogotá

Mayo 11 de 2009

Sabemos quién es Manuel Rosales, el líder opositor venezolano al que el gobierno de Alan García le acaba de conceder el asilo, iniciando con ello la mayor crisis internacional de las últimas décadas entre Perú y el protoimperio bolivariano. Conocemos su gestión como gobernador del Zulia y alcalde de Maracaibo, la virulencia de sus ataques al chavismo y la súbita hégira que ha protagonizado al abandonar su querencia y dirigirse, presto, a Lima, la ciudad de los Reyes. 

Conviene saber, también, quién defiende a Rosales en la tierra del Sol, más aún si el Perú puede convertirse en el santuario de los demócratas del continente, perseguidos políticos de una obcecación totalitaria que no parece recular. Jurista en tierra de juristas, Javier Valle Riestra González Olaechea es uno de esos grandes patricios que, de tanto en tanto, surgen en los predios benditos de América del Sur. La suya es, sin duda, una vocación temprana, para el foro y la política, ganada a pulso, cuando en el Palacete de sus antepasados limeños, siendo ya un niño precoz, contemplaba el desfile grandioso de las masas apristas. Estas, enfervorizadas, tronaban himnos de libertad, igualdad y fraternidad. Iconoclasta como pocos, el Tribuno Valle Riestra terminaría convirtiéndose, pronto, en uno de los prohombres de esa izquierda moderada que hoy gobierna el Perú.

 

Valle Riestra, que en buena hora ciñó la toga, es conocido en su país por su vasta trayectoria como jerarca del partido de la estrella solitaria, y ha logrado consolidar una merecida fama como jurista y académico de talla continental, merced a sus esforzados y eruditos trabajos sobre la extradición y el asilo. En su estupenda obra 'La extradición y los delitos políticos' (The Global Law Collection, 2006), el jurista peruano desgrana los sutiles mecanismos de una vieja institución que, ante toda dictadura, reverdece y se expande, mientras se pudren las democracias en el caldo de la sinrazón.

 

Aún recuerdo cómo, siendo alumno en la Universidad de Lima, buceaba en los viejos anaqueles de la facultad de Derecho en busca del tomo perdido para terminar refugiándome en el solitario trabajo de Valle Riestra sobre la extradición, opúsculo imprescindible para comprender los excesos de nuestras tiranías. Hoy, aquel maestro de mis años mozos, Quijote entrañable y orgullo de Indoamérica, irrumpe en los teletipos del orbe entero amparando a la poliarquía venezolana -siempre un girondino- y enarbolando el estandarte del 'ius' sobre la 'protestas'. Manuel Rosales se asila en Lima, al amparo del derecho, para evadir a los esbirros de la Gestapo chavista. Y Valle Riestra lo defiende, con la elegancia que lo caracteriza. Es irónico que el presidente venezolano compare a Rosales, su Némesis, con Vito Corleone, siendo él, Chávez, la encarnación perfecta de Al Capone en guayabera.

 

Rosales no es santo de mi devoción. No creo, ni por un segundo, que sea el candidato idóneo para lograr que el frente policlasista del chavismo muerda el polvo de la derrota. Sin embargo, ante una aberración jurídica, los hombres de leyes hemos de cerrar filas, conscientes de que portamos, como en las novelas de McCarthy, el fuego sagrado de la civilización. La cacería política desatada sobre el líder de una oposición democrática no puede quedar impune. La presunción de inocencia no ha de ser pisoteada jamás. Todos, todos tenemos derecho a presentarnos ante un tribunal imparcial sin ceder a los comisarios del Partido Socialista Unido de Venezuela. El derecho y sus garantías constituyen la delgada línea entre la civilización y la barbarie. Más allá, la selva. 

 

¿Puede convertirse el Perú en el paraíso de los asilados políticos que una izquierda enfermiza empieza a parir con profusión? Gobernado por un partido socialdemócrata que pese a su genealogía ha sabido conducir una reforma programática viable, el país atraviesa una auténtica primavera democrática, que contrasta con la anarquía del modelo chavista, el panindigenismo de Evo Morales y la deriva de las izquierdas radicales. El Perú es el arca rusa de una tradición jurídica que incluyó, en su momento, la protección a 93 militares venezolanos que participaron en el segundo intento de golpe de Estado contra Carlos Andrés Pérez, un putsch liderado por nuestro inefable comandante. Fujimori, hoy preso, les concedió asilo. Si a los chavistas irredentos les fue garantizada la libertad, ¿por qué no a sus opositores?

 

Estamos, pues, ante un capítulo más del duelo eterno entre el derecho y el poder. La política, como rubrica mi maestro Rafael Domingo, es un 'ars aspergendi', se expande, soberana, irradiando su poder en fueros que no le competen. Y pretende entronizarse allí, precisamente allí donde sólo debe reinar la autoridad. Si consentimos la profanación de los templos de Themis, la Polis está condenada. Para evitarlo, aún contamos con los tribunos de la plebe, 'custodes' encargados de conservar, para el futuro, una hermosa tradición de justicia e igualdad.

 

* Director del Center for Latin American Studies de la Fundación Maiestas. www.fundacionmaiestas.org