Kenneth Rogoff *
El Tiempo, Bogotá
Noviembre 17 de 2009
CAMBRIDGE. Una opinión común entre quienes hacen predicciones económicas y quienes apoyan los mercados alcistas es que "entre más profunda sea la recesión, más rápida será la recuperación." Tienen razón, hasta cierto punto: inmediatamente después de una recesión normal, las economías, en efecto, a menudo crecen mucho más rápido que de costumbre en los siguientes doce meses. Por desgracia, la gran recesión de 2008-2009 está lejos de ser una recesión mundial normal.
La gran recesión se agudizó por una crisis financiera, lo que la convirtió en un asunto mucho más dañino que típicamente tiene mucho más efectos a largo plazo. Como señalamos Carmen Reinhart y yo en nuestro nuevo libro, 'This Time is Different: Eight Centuries of Financial Folly' (Esta vez es diferente: ocho siglos de locura financiera), la gran recesión se puede describir mejor como "la gran contracción", debido a la contracción masiva y simultánea del crédito, el comercio y el crecimiento globales que el mundo ha experimentado.
Por suerte, a pesar de una insuficiente recuperación en el mundo desarrollado, los mercados emergentes de Asia, América Latina y Medio Oriente tienen un enorme potencial de crecimiento latente. Gran parte de ellos deberían poder crecer vigorosamente, pese al desafiante ambiente global.
No obstante, no es probable que el legado de la enorme contracción del crédito desaparezca pronto. Obviamente, en el caso de un banco, particularmente uno grande, es bastante fácil obtener dinero, gracias a las amplias garantías explícitas e implícitas del gobierno. Pero, para todos los demás, en especial las pequeñas y medianas empresas, el ambiente crediticio sigue siendo muy complicado. Incluso, empresas en ramas de actividad consolidadas como la energía afirman que se están enfrentando a grandes dificultades para conseguir capital.
Los optimistas dicen que no hay que preocuparse. Pronto, todo el mundo tendrá la misma facilidad que los bancos para obtener créditos. Después de todo, el crédito también se contrajo durante la recesión global de 1991 y, sin embargo, antes de 18 meses los fondos fluían abundantemente.
Pero este paralelismo no reconoce que los balances están mucho peor esta vez. Se están utilizando miles de subsidios para apoyar los precios de las viviendas, mientras que se cierne un 'tsunami' de los bienes inmobiliarios comerciales. Las debilidades de muchos bancos simplemente están siendo ocultadas por las garantías gubernamentales.
En efecto, los gobiernos del G-20 se enfrentan ahora a la abrumadora tarea de tratar de controlar al monstruo que han creado. Ahora ya es muy claro que siempre se podrá recurrir al contribuyente para garantizar que los tenedores de bonos reciban sus pagos. Si no se les pone un límite, las grandes empresas financieras podrán explotar los mercados de bonos durante décadas a tasas apenas superiores a las que paga el banco, sin importar el riesgo inherente de sus posiciones de activos. Quienes presten a los bancos no tendrán que preocuparse por el tipo de apuestas e inversiones que hagan las instituciones financieras, o por la efectividad de la regulación.
La buena noticia es que los gobiernos sí perciben la necesidad de implementar una nueva reglamentación significativa para las empresas financieras. Pero el problema es éste: la regulación financiera es enormemente complicada, más aun por el hecho de que debe haber cierto grado de uniformidad a nivel internacional. Sería un desastre que los países se apresuraran a aplicar individualmente sus propios sistemas nuevos.
Por otra parte, si los reguladores se toman el tiempo para "hacer bien las cosas", una gran incertidumbre se apoderará del sistema financiero. Los bancos saben que habrá requisitos de capital más elevados, lo que los obligará a reducir sus préstamos en proporción a sus recursos. Pero, ¿cuánto más elevados? Hay muchas discusiones sobre el desmembramiento de bancos que son demasiado grandes para permitir que quiebren. Pero, ¿qué sucederá en realidad?
Dado este ambiente, no debe sorprender que el crédito se siga contrayendo en Estados Unidos, Europa y otros lugares. Si los bancos no saben cuáles van a ser las reglas del juego, tienen que ser muy cuidadosos en cuanto a ampliar demasiado sus balances.
Así, pues, los reguladores del gobierno -y a final de cuentas todos nosotros- están entre la espada y la pared. Si se apresuran a regular, tendrán mucho tiempo para arrepentirse. Una regulación demasiado estricta podría afectar seriamente el crecimiento global durante décadas. Pero si la regulación es demasiado laxa, la próxima crisis financiera global monstruosa podría darse en menos de diez años. E incluso si los reguladores se toman el tiempo necesario para tratar de hacer las cosas bien, como la mayoría de nosotros piensa que deberían hacerlo, tal vez el mundo tenga que soportar una débil expansión del crédito mientras los bancos se contienen a la espera de un veredicto más claro sobre su futuro.
Y he aquí otra idea inquietante que el historiador de Harvard Niall Ferguson a menudo subraya: muchos de los líderes y legisladores que ahora juzgan las nuevas reglas para los bancos son los mismos líderes y legisladores que supervisaron la regulación en el periodo previo a la crisis financiera.
A menudo me preguntan por qué las economías se han metido en tantos problemas una y otra vez durante toda la historia de la economía. Desafortunadamente, como Reinhard y yo lo documentamos empíricamente en el caso de cientos de crisis financieras a lo largo de 66 países y ocho siglos, la respuesta es muy simple: arrogancia e ignorancia. Los inversionistas y los encargados del diseño de políticas frecuentemente ignoran por completo las miles de experiencias históricas de crisis financieras. Y los pocos que tienen una leve idea de lo que ha sucedido en otros tiempos y en otros lugares, muy a menudo dicen: "No se preocupen, esta vez es diferente."
Quizá la gran contracción de 2008-2009 será distinta de otras crisis financieras profundas y veremos una rápida recuperación sostenida en todo el mundo. Pero los líderes del G-20 harán bien en no confiarse y en recomendar paciencia, sobre todo en los países del epicentro.
* Kenneth Rogoff es profesor de economía y políticas públicas en la Universidad de Harvard y fue economista en jefe del FMI. Copyright: Project Syndicate, 2009.
www.project-syndicate.org Traducción de Kena Nequiz