lunes, 3 de noviembre de 2008

¿Ignorancia o malicia?

Por: Jaime Restrepo Vásquez.
Director de Atrabilioso.

En días pasados Gustavo Petro aprovechó una entrevista para mezclar los presuntos montajes de atentados terroristas por parte de miembros de inteligencia del Ejército y los últimos acontecimientos relacionados con la desaparición y muerte de varios colombianos en oscuros hechos que incluso han llevado al retiro de varios oficiales de las Fuerzas Militares. Petro decidió, oportunista él, cobijar todo con el falaz concepto de falsos positivos.

Para el ciudadano desprevenido la generalización resulta convincente, pues existe, a primera vista, un elemento en común: la vinculación de miembros del Ejército. Sin embargo son situaciones diferentes que deberían ser explicadas por un político que se presume curtido en el arte de la guerra… y del terror.

Los primeros hechos denominados irresponsablemente falsos positivos datan de 2006. En esa época la revista Cambio, en llave con El Tiempo, publicó una información según la cual, algunos atentados que se habían presentado en Bogotá eran montajes de miembros del Ejército.

La información se refería a cuatro situaciones: la localización en el barrio Venecia de una carga de explosivos en un taxi, un carro-bomba que no estaba armado y que fue ubicado en el centro comercial Caracas, al sur de la ciudad; una olla a presión con dos tacos de Indugel encontrados al interior de una camioneta en un parqueadero del barrio Normandía y el atentado contra un camión del Ejército en cercanías a la Escuela Militar José María Córdoba.

Para los periodistas, todas estas acciones obedecían a la búsqueda de recompensas y a la supuesta intención de un grupo de oficiales del Ejército de presentar positivos para sus hojas de vida. Sin embargo, esos periodistas nunca pudieron explicar en qué beneficiaba a los oficiales que las Farc hubieran tenido éxito en el atentado contra el camión del Ejército, una acción completamente diferente a los hallazgos de los artefactos que nunca iban a explotar.

No es necesario ser experto para ver la diferencia: tres supuestos atentados en los que ni siquiera estaban armados los artefactos explosivos –incluso en el caso de Normandía la olla a presión y las barras de Indugel no tenían detonador- y un atentado con carro-bomba detonado al paso de un camión repleto de militares. Las diferencias son evidentes, los periodistas las detectaron, pero pesó más la necesidad de hacer un escándalo que el deber de informar sin sesgos ni beneficios políticos ocultos.

Esa información fue aprovechada y utilizada por Gustavo Petro para adelantar un debate. Incluso se llegó al descaro de citar al Congreso a dos oficiales de inteligencia del Ejército, supuestamente para que dieran explicaciones sobre sus tareas en Bogotá. Después de varias horas de someter a los militares a los reflectores y cámaras de la prensa, terminó la citación sin que los oficiales pronunciaran una sola palabra. Es decir, los militares de inteligencia quedaron “quemados”, pues sus rostros ya eran conocidos por todo el país. Posteriormente fue capturada una miliciana de las Farc que confesó su participación en los hechos y señaló que los oficiales de inteligencia conocían los planes.

Y ahí está la desinformación: en plena misión, un oficial de inteligencia puede tener acceso a información que, en aras de la tarea asignada, no puede dar a conocer, pues corre el riesgo de que dicha información sea una trampa cuidadosamente diseñada para destapar una posible infiltración.

La persecución a las Farc está llena de acciones de inteligencia en las que los operadores de campo tienen acceso a múltiples informaciones cuya validez tienen que evaluar sobre el terreno. Muchas veces incluso tienen que observar ataques y emboscadas contra sus propios compañeros y proteger la fachada que les ha servido para infiltrar al terrorismo. Sin embargo, al pasar esas y otras pruebas, los operadores pueden acceder a información más importante para conquistar objetivos sensibles para la seguridad nacional. De no ser así, ‘Raúl Reyes’ estaría vivo y el ministro Santos no hubiera podido anunciarle al mundo la muerte de ‘Tirofijo’.

Sin embargo para Petro, las acciones de dos oficiales de inteligencia en Bogotá -que de paso sea dicho permitieron duros golpes contra la Red Urbana Antonio Nariño de las Farc- son lo mismo que lo ocurrido con los desaparecidos de Soacha.

Según el Senador, la desaparición y asesinato de un grupo de ciudadanos en hechos que involucran a varios miembros del Ejército, en una compleja y siniestra operación criminal, es lo mismo que el conocimiento de posibles acciones terroristas por parte de dos oficiales de inteligencia del Ejército.

Es evidente que las diferencias son enormes y que los hechos que está conociendo el país obedecen a una acción criminal y despreciable mientras que las denuncias de 2006 corresponden a una operación de inteligencia que los medios, y la maledicencia opositora, mezclaron para obtener un falso positivo contra el gobierno.

Lástima que el país no haya conocido los mecanismos retorcidos que utilizó Petro para “quemar” a los oficiales de inteligencia y favorecer a las Farc: enlistar en sus filas opositoras a un general de la Policía que montó una operación para dejar en evidencia a los militares y así neutralizar a dos enemigos del terrorismo en la capital del país, la misma que ese General había jurado proteger cuando fue comandante de la Policía en Bogotá.

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