miércoles, 3 de diciembre de 2008

El terrorismo islámico.


El terrorismo fundamentalista islámico azotó a Bombay, India. El grupo Muyaidynes del Decan, asentado al sur de la India, dice defender la minoría musulmana, unos 150 millones, de esa gran nación de 1.200 millones de habitantes, y para hacerlo asesina a más de 150 personas.
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Paquistán, la nación de credo islámico escindida de la India luego de que ésta se independizara de Gran Bretaña, y, desde entonces, su mayor rival, niega toda participación en el atentado; en cambio, no se descarta la mano de Al Qaeda, el grupo terrorista que golpeó a Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001 y a España el 11 de marzo de 2004, muchos de cuyos militantes se encuentran, precisamente, en Paquistán.
Si así fuese, el atentado del 26 de noviembre en Bombay estaría en la línea de los ataques a Occidente, pero en este caso, agregando en la lista un país como la India, quizá porque su economía, basada en el modelo occidental de mercado, aunque con sus propias particularidades, la convierten en blanco de ese grupo terrorista, a pesar de su probada tolerancia religiosa. Para los fundamentalistas ningún rango de tolerancia es admisible. Más aun si, como suele suceder, se consideran agredidos, en muchas ocasiones, contra toda evidencia, como es el caso, precisamente de la India. Este hecho pone de manifiesto algo que quedó claro en el 2001, pero que luego ha ido difuminándose en el mundo hasta el punto de que parece olvidarse.
Las guerras postmodernas ya casi no son entre estados sino entre estos, especialmente los que se basan en economías de mercado, que poseen casi siempre una tradición cristiana (o al menos no islámica, según nos lo enseña Bombay), de un lado; y grupos terroristas globalizados, islámicos, en su mayoría, cuya consigna es acabar con los infieles (es decir todos los no islámicos), con estructuras en distintos países y que trabajan en red, que se alían con otros fundamentalismos (por ejemplo, de tipo político) y que están simbióticamente ligados con criminales internacionales relacionados con los tráficos de narcóticos y de armas, del otro. Son guerras sucias, como las que más, en las que la población civil es el blanco preferido, con el criterio terrible de que dentro de la sociedad considerada como enemiga nadie, ni los niños, son inocentes. Dolorosamente el mundo entiende hoy que la lucha contra el terrorismo está más vigente que nunca. No se trata, sin embargo, de una lucha entre civilizaciones, como algún importante teórico expresó, porque la civilización islámica ha sido en su esencia, tolerante, y, además, por siglos.
En ocasiones más tolerante que la cristiana, que ha tenido períodos de fundamentalismo extremo, como lo atestiguan la expulsión de moros y judíos de la España de Isabel II, las guerras de religión, con ocasión de la reforma, o el enfrentamiento en Irlanda del Norte, que asoló esa provincia de Gran Bretaña hasta hace muy poco. La inmensa mayoría de los musulmanes no comparten, por razones religiosas y políticas, este tipo de acciones. Saben muy bien, que una ola contra su credo y cultura pueden desatarse en el mundo, especialmente en aquellos países de mayoría cristiana (o hindú) que tienen minorías islámicas importantes. Pero sí es un grave riesgo para el mundo porque los fundamentalistas sí buscan un choque de civilizaciones.
Por nuestra parte, debemos sacar las lecciones pertinentes de estos acontecimientos y estrategias. Nuestro terrorismo no es de orden religioso sino político. No obstante, es igualmente obcecado y feroz, como todos sabemos. En el mundo globalizado no serían extrañas alianzas entre estos dos tipos de terrorismo, si es que ya no se han presentado, como algunos insinúan. Debemos estar vigilantes para que esto no ocurra, ahora que todo parece indicar que el fin del que padecemos está cerca.

Tomado de: El Mundo, Medellín, noviembre 30 de 2008

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