martes, 27 de enero de 2009

El discurso del rey negro

Manos en el fuego
Por: Jaime Jaramillo Panesso
El Mundo, Medellín
Publicado el 25 de enero de 2009

Barak Obama se posesionó como nuevo Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, la nación por excelencia democrática y la mayor potencia económica y militar del mundo. Los Estados Unidos son un conjunto de divisiones territoriales que forman un estado federal con cerca de diez millones de kilómetros cuadrados y trescientos cuatro millones de habitantes. La heterogeneidad cultural y étnica de su pueblo es una de las características que lo hace grande. De allí que Obama pudo invocar la tolerancia entre católicos, cristianos, musulmanes, budistas, no creyentes, etc., como signo de convivencia al interior.

El discurso inaugural de su mandato, sin apelar a unas hojas escritas ni al “telepronter”, es una pieza literaria y de filosofía política, no de administración pública. Apelando a la historia, Obama pone el acento en el testimonio de sacrificio y tenacidad de los forjadores en una línea de continuidad puesto que “hemos permanecido fieles a los ideales de nuestros antepasados y a nuestros documentos fundacionales”, señaló inicialmente para desarrollar la argumentación más consistente de su discurso: recuperar la confianza, ya que “la fe y el empeño del pueblo norteamericano son el fundamento supremo sobre el que se apoya la nación”.
El Presidente Obama enciende la llama de la capacidad de los Estados Unidos para resolver los graves problemas del momento como la crisis económica y los conflictos en Afganistán e Irak, asuntos puntuales únicos. El discurso es una pieza donde se destacan las alusiones a los héroes históricos y a reiterar la reconstrucción de los Estados Unidos y su liderazgo mundial, con lo cual deja claro que la potencia que han sido y son debe continuar: “Sepan que los Estados Unidos es amigo de todas las naciones y de todos los hombres, mujeres y niños que buscan paz y dignidad, y que estamos dispuestos a asumir de nuevo el liderazgo”. Para no equivocarnos en la generosa intención que estas palabras engendra, Obama afirma lo siguiente que debemos anotar en letras grandes para el inmediato futuro: “nuestra seguridad nace de la justicia de nuestra causa, la fuerza de nuestro ejemplo y la moderación que deriva de la humildad y la contención”.
Pedagógicamente Obama explica que el éxito depende de las características humanas positivas que han sido el motor del progreso a lo largo de la historia de los Estados Unidos: “el esfuerzo y la honradez, el valor y el juego limpio, la tolerancia y la curiosidad, la lealtad y el patriotismo”. Parecería que en otros países como Colombia, por ejemplo, se esté predicando la misma tabla de valores, algunos de los cuales han sido mermados o estrangulados por los violentos o por la ambición de privilegiados de la fortuna y el poder. Obama no hace referencia reivindicativa alguna a su condición racial, como no lo hizo en la campaña electoral, no obstante la insistencia de los periodistas y los medios. Obama da una lección de alta cátedra de civilidad.
Su silencio étnico se orienta a ponerle énfasis a su condición de ciudadano que labró su crecimiento en una sociedad democrática y no en privilegios de tribu o clan raciales. Pero es evidente, sin apelar a argumentos de esa clase, que el pueblo norteamericano da un salto ejemplar al elegir a Obama. Quedan ratificados por la historia Abraham Lincoln y Luther King. “Porque el mundo ha cambiado, y nosotros debemos cambiar con él”, hace parte del discurso inaugural. Se refiere a tres elementos sustantivos que deben enlazarse: su preocupación por la situación de las comunidades pobres del mundo, el consumo de los recursos mundiales sin tener en cuenta las consecuencias y el aprovechamiento de la ciencia, la tecnología y la investigación académica para crecer y desarrollarse.
Una reflexión final: Obama, similar a Bush, apela a Dios en más de una vez, no obstante el carácter laico del estado norteamericano. ¿Es la diferencia entre un creyente moderado y un fanático religioso? Observen nada más los dos sacerdotes o pastores que intervinieron en los actos de posesión. Sin embargo, los asuntos de diplomacia y de relaciones internacionales norteamericanas suelen ser separados de cualquiera confesión religiosa.

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