jueves, 18 de septiembre de 2008

Cobardía versus capucha

Por: Jaime Jaramillo Panesso
Manos en el fuego

El efecto de toda acción terrorista es impactar al enemigo de tal manera que se sienta la superioridad del actor violento. Ese impacto impide la acción contraria a la agresión.
Entonces se presenta un cuadro inédito: el agredido, es decir, la víctima se siente acorralada, inhibida para la acción. De allí que después de un acto terrorista, si llegare a ocurrir, el ciudadano común y corriente se siente solo, desprotegido, impotente.-
Las acciones terroristas son violentas por naturaleza, puesto que su poder desmoralizador es directamente proporcional a la muerte y destrucción que cause. Mientras más muertos y arrasamiento produzca, más será odiado por las víctimas y a la vez, más posibilidad tiene de dominar a los vencidos o a quienes quiere vencer, puesto que los agredidos exhibirán su tendencia a aceptar las condiciones del terrorista, para impedir que se vuelva a repetir el acto agresivo y letal. Se rinden.

Otra cosa sucede cuando el agredido responde o está en condiciones de responder, ya sea por que denuncia ante las autoridades y contribuye abiertamente a la eliminación del terrorista o de la organización que así se comporta. O si de manera autónoma toma en sus manos la aplicación de la justicia privada, lo cual lo conduce a la ilegalidad.

¿Qué ocurre cuando en vez de un acto explícito violento, se produce un fenómeno ligado simbólicamente al terrorismo y por medio de los gestos, la palabra y la figura se proclama la bondad de quienes realizan actos terroristas? ¿Qué clase de responsabilidad se deriva de defender y ensalzar los hechos delictivos y las organizaciones criminales que las realizan? Una experiencia internacional nos sirve de ejemplo.
En la Alemania actual, la que conoce del genocidio de judíos, homosexuales, discapacitados físicos y mentales, a manos del régimen nacional-socialista de Hitler, es decir, del nazismo, está prohibido por ley hacer la apología de dicha ideología, está prohibido el uso de la cruz gamada, los himnos y demás símbolos de un partido, de un liderazgo y de un régimen que gobernó mediante la alienación racista, los campos de concentración, la muerte a los opositores y la invasión a los países vecinos.

En algunas universidades públicas colombianas han aparecido escuadrones de las Farc dedicados a la propaganda política y militar. Esta es una forma de reclutamiento y un medio apologético de los actos terroristas. Las universidades públicas suponen, por razones de tradición, que la autonomía consiste en el estado pone el dinero, y la universidad pone el conocimiento, que la sociedad pone los impuestos y la universidad determina su aplicación y alcance. En realidad es una élite consentida, aislada la mayoría de las veces, temida y respetada a la vez, distante para amplias capas de la población y productora de profesionales, técnicos y tecnólogos que sirven al país cuando se quedan.

¿Por qué cuando la “guerra” se acaba en los campos por la acción de la Fuerza Pública y el desmonte de las organizaciones armadas ilegales, el conflicto se pretende trasladar a las universidades? ¿Por qué cuando millones de ciudadanos se movilizan contra los secuestradores y expresan respaldo a la paz, la guerrilla recluta y entrena universitarios para la violencia?

¿Qué clase de funcionarios públicos administran las universidades que consideran a los guerrilleros universitarios como “beneficiarios de la libertad de opinión y de la libertad de expresión” con la palabra encapuchada en defensa de organizaciones terroristas? ¿Eluden su compromiso con el grito de rechazo de millones de víctimas con la careta de la tolerancia? ¿Esos funcionarios dan un testimonio de democracia, de rendición o una demostración de cobardía?

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