domingo, 7 de septiembre de 2008

La Política de Babel

Por: Alfonso Monsalve Solórzano
almonsol@hotmail.com

En la Biblioteca de Babel, Jorge Luís Borges demostró que se encuentran todos los libros posibles. En una maravillosa descripción de lo que ella era, dijo que: “la Biblioteca es total y que sus anaqueles registran todas las posibles combinaciones de los veintitantos símbolos ortográficos (número, aunque vastísimo, no infinito) o sea todo lo que es dable expresar: en todos los idiomas.
Todo: la historia minuciosa del porvenir, las autobiografías de los arcángeles, el catálogo fiel de la Biblioteca, miles y miles de catálogos falsos, la demostración de la falacia de esos catálogos, la demostración de la falacia del catálogo verdadero, el evangelio gnóstico de Basilides, el comentario de ese evangelio, el comentario del comentario de ese evangelio, la relación verídica de tu muerte, la versión de cada libro a todas las lenguas, las interpolaciones de cada libro en todos los libros, el tratado que Beda pudo escribir (y no escribió) sobre la mitología de los sajones, los libros perdidos de Tácito”.

En ella están, por supuesto, todos los libros de Jorge Luís Borges, pero también los mismos libros, firmados por José Luís Borges, que fue un pirata que plagió descaradamente las obras del primero. En mi ignorancia, hace quince días en mi artículo, cite a José como el verdadero autor de los relatos de Jorge, por lo que presento disculpas a mis lectores (y al auténtico Borges, q.e.d.).
Si la política colombiana pudiera calificarse, yo la llamaría la Política de Babel. Todo lo que sea posible decir, se ha dicho. Lo que le conviene al país, lo que resuelve los problemas; los discursos y declaraciones de quienes dicen la verdad e intentan servir al interés público. Pero en, en esa Babel, plagiando a Descartes, que al hacer su afirmación se refería a los filósofos, diría que no hay afirmación por absurda que sea, que no haya sido dicha por algún político colombiano. Hay que ver las propuestas que algunos hacen, las afirmaciones contraevidentes que realizan.

La difuminación y el enmascaramiento de los roles es otra de sus características, lo que lleva a la gente, por ejemplo, a no saber quien es el verdadero autor de las afirmaciones, aunque se trate de una misma persona. En efecto, uno no sabe ya si por boca del magistrado habla el político, pues como en algunas tradiciones premodernas, extrañas a los regímenes democráticos, quien cuestiona una decisión es conducido a la hoguera por un linaje que se proclama él mismo como intocable.
O si alguien que se presenta como un científico social interesado en la verdad, es, de hecho, el autor de un escrito partidario de marcada intención política. O si el pasado de alguien es, en realidad de él, o es otra persona, cuando le piden cuentas de sus actuaciones (en el entendido de cada cual es la suma de sus actos, es decir, su historia), en la extraña interpretación de que el presente cuenta para hacer juicios de valor cuando se trata de otros, pero el pasado no existe, es no pasado, en cuanto a los propios se refiere.

Estas historias, estas biografías, estas crónicas, sus refutaciones, las refutaciones de las refutaciones, las autorías ciertas y las apócrifas, los testimonios de las difuminaciones y los enmascaramientos de la Política de Babel están en un anaquel exagonal de la Biblioteca borgiana que los colombianos del común solemos consultar a diario. Y como lectores entrenados que somos, en esta biblioteca extremadamente equívoca e infinita sabremos distinguir a Jorge Luís de José Luís.

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