martes, 2 de septiembre de 2008

El círculo de las “buenas maneras”, la “etiqueta” y el protocolo

Por Alejandro Osorio Villada

En los últimos días se han escuchado cuestionamientos frente a la forma como el señor presidente de la República conduce el debate político. Muchos quisieran verlo sonriente, dando palmaditas en el hombro de sus contradictores, lanzando alabanzas con voz meliflua y, como hemos estado acostumbrados en Colombia por décadas, pronunciando discursos que no lo comprometan con nadie. Parece que no conocieran a Álvaro Uribe Vélez, quien jamás ha evadido un debate ni ha agachado la cabeza como avestruz.

Para Uribe, el debate político no consiste en organizar cocteles en donde se sonríe y se mira a las cámaras, mientras se clava el puñal por la espalda, ni en reuniones en los clubes del Norte de Bogotá para hacer tertulia y arreglar el país al calor de unas copas de brandy. Uribe siempre ha dado los debates en la plaza pública, en sus consejos comunales, en los medios de comunicación, en su despacho, o en la calle, de frente, controvirtiendo respetuosa y democráticamente aquello que no le parece que esté bien.

No se puede pretender que el presidente de los colombianos esconda las denuncias que llegan a oídos de su gobierno con el fin de evitar herir susceptibilidades en otras ramas del poder público o en los grupos políticos de oposición, en aras de "la buena imagen" y la falsa armonía. A Uribe "le da mucha lidia quedarse callado", y no es de los que juega a taparle al otro las faltas para evitarse problemas. Quizás por esta actitud frentera es que ha sido el primer presidente de la historia de Colombia en mantener una popularidad superior al 70%, incluso en la mitad de un segundo mandato inmediato.
El pueblo, cansado de la demagogia, de la politiquería y de ver cómo unos cuantos gamonales de banderas de colores se repartían la torta del presupuesto público, ha sabido reconocer en Álvaro Uribe un hombre para quien pesan más los superiores intereses de la Patria que las ambiciones personales. Lamento desilusionar a quienes esperaban verlo tomando el té con galletitas en el Salón Amarillo y voleando banderitas blancas en el viejo balcón del antiguo Palacio de la Carrera, buscando apaciguar a sus contradictores.
Tendrán que seguirlo escuchando en la tarima popular, con sombrero y poncho terciado, presidente o expresidente, metiendo el dedo en la llaga, denunciando aquéllas cosas que muchos quisieran que se quedaran silenciadas en beneficio de unas falsas “buenas maneras”, “etiqueta” y protocolo.

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