martes, 30 de septiembre de 2008

Innovación y Universidad

Por: Alfonso Monsalve Solórzano
almonsol@hotmail.com

En la Convención Científica Nacional organizada por la Asociación Colombiana para el Avance de la Ciencia, ACAC, en la ciudad de Neiva se debatió el tema “Educación para la Productividad” , con una interesante polémica sobre el aporte de las universidades en este tema crucial para la economía y sobre las clases de innovación, asunto éste estrechamente ligado al posible aporte que las universidades pueden hacer sobre la productividad.

Comencemos por el segundo. Si se define la productividad como la relación entre el producto obtenido y los insumos empleados, medidos en términos reales, y en un matiz de esta definición se entiende como la eficiencia del uso de los recursos humanos y de capital en la producción de bienes y servicios, que en últimas expresa el valor agregado en una unidad de tiempo de trabajo, entonces, es un teorema que en la era de la globalización, dominada por la economía del conocimiento, la actividad que más agrega es, precisamente el conocimiento. Veamos:

El conocimiento se convierte en el elemento que marca la diferencia cuando conduce a la innovación, es decir cuando lleva al mercado productos y servicios que compiten en mejores condiciones porque introducen nuevos artefactos que tienen aplicaciones en campos que antes no existían o nuevos procedimientos para mejorar procesos de todo tipo, innovaciones éstas que se denominan radicales; o cuando hacen modificaciones a productos o servicios ya existentes para ampliar su campo de aplicación o hacerlos más eficientes, innovaciones que reciben el nombre de incrementales.

El conocimiento se ha convertido en la principal fuerza productiva del mundo y se sigue de ello el profundo impacto que la innovación científica como fuerza productiva tiene en la competitividad de un país una región o una empresa, pues si bien ésta es la suma de distintas variables como infraestructura, seguridad y estabilidad políticas y seguridad jurídica, entre otros.

Por eso, si bien es cierto que no toda innovación proviene del conocimiento científico y tecnológico, pues la experiencia acumulada de trabajadores y clientes o el bagaje imprescindible del conocimiento tradicional también la produce, es el conocimiento científico y técnico el que agrega mayor valor a un producto o servicio. Innovaciones radicales como los computadores, los teléfonos celulares y los televisores digitales son una clara muestra. Y en nuestro país, baste citar dos ejemplos: los aporte invaluables de Cenicafé en la producción de variedades como las que hoy existen, que salvaron la caficultora colombiana, o el uso de la soca del café para la producción de maderas de uso comercial hecha por el Grupo Monarca, que producirá una segunda revolución económica entre los caficultores.

En cuanto al papel de las universidades. En los países desarrollados, con economías robustas de base tecnológica, la investigación y la inversión en ciencia, tecnología e innovación, C+T+i, que está por encima del 2% del PIB, se realiza, en un 80% en las empresas y la inversión del estado no supera el 20%. En Colombia, la investigación está concentrada en más del 80% en algunas pocas universidades, casi todas públicas (con importantes excepciones como los Andes, Pontificia Bolivariana, Javeriana, Eafit y del Norte), y de acuerdo al informe del Observatorio Colombiano de Ciencia y Tecnología, la inversión colombiana en C+T+i, alcanzó apenas el 0.18% del PIB, con 0.47% ligado a actividades ligadas a ciencia y tecnología.
¿Cuál es la explicación de esa situación? Mi primera hipótesis es que es fiel reflejo de la economía colombiana. En efecto nuestra economía es muy pequeña, está basada en gran medida en Pymes que no son de base tecnológica, y elabora productos y servicios tradicionales; la producción nacional casi no agrega valor de conocimiento a sus productos (salvo, en algunas áreas como el café y la caña). Por consiguiente no se invierte en investigación y desarrollos tecnológicos como una estrategia para la sostenibilidad del negocio y la supervivencia de la empresa.

Quienes han hecho históricamente el esfuerzo por producir ciencia y tener investigadores e investigaciones científicas así como programas de formación de doctores en Colombia han sido las Universidades con la dirección de COLCIENCIAS.
Fueron Universidades como la de Antioquia y dirigentes provenientes de ellas, las que lideraron el acercamiento a los empresarios y hablaron de la necesidad de tener economías basadas en el conocimiento y empresas de base tecnológica, y de conceptos tales como las de ciudades y regiones del conocimiento. Afortunadamente, esa semilla echó raíces. Los dirigentes han ido tomando conciencia del tema: en el Congreso está en curso la el proyecto de ley sobre C+T+i, liderado por los doctores Jaime Restrepo Cuartas y Martha Lucía Ramírez; han aumentado el presupuesto de COLCIENCIAS, los ministerios de agricultura, comunicaciones y defensa invierten en C+T+i, el SENA aporta a través de Colciencias y desarrolla programas interesantes como el de apoyo a la formación de doctores para empresas, la gobernación de Antioquia y la alcaldía de Medellín destinan crecientes recursos para este tema y ya existen algunas de éstas que tiene políticas de largo alcance en C+T+i, como EPM, ISA, Argos, ACEB y Mundial, para citar cinco.

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