viernes, 1 de agosto de 2008

Mujeres atadas a la violencia

Manos en el fuego de Jaime Jaramillo Panesso

Como trofeos de guerra, los bárbaros de la violencia se ceban sobre las mujeres, no solo para causarles dolor y oprobio directo, sino para humillar a sus maridos, compañeros e hijos que se encuentren en al bando contrario o en el medio de los combates. La interminable marcha guerrera de los siglos donde las armas degradadas de la humanidad ingresan al campo de la violencia sexual, han hecho pasto criminal en los cuerpos y en las vaginas de las mujeres. Es una concepción brutal de enfocarlas como la simiente del mal porque ellas producen o paren los combatientes del lado enemigo.

En los conflictos intertribales del África, por ejemplo, han sido las mujeres alcanzadas por los invasores mientras los hombres andaban en los campamentos o en tareas de reconocimiento. Y ellas, despojadas de ropas y dominados sus gritos de resistencia, sucumbían ante los agresores. Primero forzaban sus entrañas genitales, y luego el martirio de los golpes y azotes, cuando no la muerte.

Las víctimas del conflicto colombiano en vía de extinción, pero vivo el retrato aún por las secuelas, nos muestra que la mayoría de ellas son mujeres, de ubicación rural y con muy bajos niveles de educación y de organización. Silenciosas en sus primeros pasos, las mujeres víctimas de la violencia causada por los grupos ilegales armados que comenzaron esta tragedia hace cuarenta y cuatro años bajo las consignas políticas de la “revolución social”, ahora cuentan, todavía de manera tímida, su tragedia, que en el fondo es de todos nosotros.

La Defensoría del Pueblo dio a conocer los resultados de una investigación sobre este tipo de criminalidad, muy desconocida por la opinión pública, pues es característica de las ofendidas que les causa vergüenza y miedo su confesión o relato. Y es apenas lógico por cuanto las violaciones pueden traer embarazos forzados, enfermedades venéreas y repudios maritales y familiares. En las mujeres desplazadas, dos de cada diez, han sido agredidas sexualmente por guerrilleros o paramilitares. Contrasta este dato con otro más grave: ocho de cada diez mujeres víctimas afirmaron que no han acudido a ninguna autoridad para denunciar la violación porque sienten temor o vergüenza. Tres de cada diez mujeres desplazadas sufrieron golpizas durante los hechos expulsatorios de sus predios.

Al observar las mujeres en las jornadas de atención a las víctimas del conflicto, jornadas donde participan la Fiscalía, la Defensoría del Pueblo, Acción Social, las Personerías y Alcaldías municipales, las Gobernaciones, la Map-OEA y la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación (CNRR), es una muestra de optimismo y resistencia su valoración de la vida, el trabajo y la capacidad de reconciliación. Las mujeres de clase alta y media urbanas debieran conocer estos ejemplos de esperanza y despertar donde la patria se mide no solo por los llantos que lavan el dolor, sino por los relatos y la superación de vida.

La jurisdicción de Justicia y Paz tiene las cuerdas de las investigaciones sobre estos delitos invisibles que son complementarios de los homicidios, torturas, masacres, desplazamientos, desapariciones, mutilaciones por minas, secuestros y terrorismo. Las mujeres colombianas víctimas del machismo guerrero y de la falocracia podrán tener reparación y recuperación sicológica por la solidaridad que encaramos en esta nueva etapa de la nación alzada en las armas de la paz y la convivencia, y no en las balas de largo calibre.

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