miércoles, 20 de agosto de 2008

Voto preferente

Por: Libardo Botero C.

La Comisión de Ajuste Institucional ha propuesto que en la Reforma Política que acometa el Congreso en esta legislatura, se congele por 8 años la aplicación del sistema del voto preferente.

Alega la Comisión que sus motivos son “buscar mayor cohesión y disciplina interna” en los partidos y “hacer más transparente su financiación”. Advierte sin embargo que debiera enfatizarse en la democratización interna de los partidos, para evitar que se impongan prácticas de viejo cuño como el famoso “bolígrafo”. Los argumentos de la Comisión nos suscitan fundadas inquietudes.

Queremos en primer lugar señalar que el asunto de la financiación es por entero ajeno al tema. Claro que debe establecerse el más riguroso control sobre los recursos que ingresan a los partidos en desarrollo de sus campañas. Pero no es cierto suponer que con voto preferente los partidos son más vulnerables ante dineros provenientes de organizaciones criminales. Ni que suprimir el voto preferente hará más limpias las elecciones. Es un asunto que compete a la adopción de normas apropiadas y al rigor en su aplicación por las autoridades electorales.

Es claro también que debe promoverse la cohesión y disciplina interna de los partidos, pero no vemos la relación de ese propósito con la vigencia del voto preferente. Mientras se mantenga la disposición que establece que las curules pertenecen al Partido y no a las personas elegidas, éstas estarán obligadas a mantenerse dentro de unos preceptos disciplinarios mínimos; sin detrimento de que se establezcan cánones más estrictos para el funcionamiento de las bancadas, por ejemplo. Pero no atenta contra la cohesión partidaria el hecho de que durante las campañas electorales distintos candidatos de un mismo partido emulen por atraer los electores; por el contrario, eso les otorga a esas colectividades mayor vitalidad y les permite atraer mayores electores. Todos los miembros de una lista abierta se sienten con posibilidades de ser elegidos y hacen un esfuerzo genuino por atraer votantes, que finalmente se suman a los del partido. En el caso de listas cerradas, solamente unos pocos, los que encabezan, se presumen con posibilidades y hacen efectivamente campaña; el resto queda solo trabajando para la cabeza y pierde dinamismo en su actividad proselitista.

De otra parte, nos parece incongruente la consideración sobre la democratización interna de los partidos como sustituto del voto preferente. Claro que es altamente deseable que los partidos procedan de la manera más transparente en sus decisiones internas, sobre todo en la conformación de listas a las corporaciones públicas. Pero ese anhelo está lejos de concretarse: nadie apostaría a que en 2010 ya estaría cumplido. Implica, además de una norma legal que lo haga imperativo, de una transformación de nuestra cultura política que requerirá muchos años para lograrse. Sería más ilógico suspender en este momento el voto preferente, precisamente cuando falta tanto por conseguir en la democratización interna de los partidos, y es tan difícil lograrlo de inmediato. ¿Qué asegura que los partidos funcionarán democráticamente en la configuración interna de las listas a partir de 2010? ¿No sería, por el contrario, imponer el “bolígrafo” de nuevo? Lo que aconseja el sentido común es proseguir con ambos procesos, el interno y el externo, que pueden complementarse y apoyarse en lugar de contraponerse.

Otro argumento importante sería el siguiente. Los partidos están compuestos por afiliados y simpatizantes. Los segundos son un número varias veces mayor que los primeros. El voto preferente permite consultar la opinión de los segundos que, de lo contrario, se verian obligados a votar por listas confeccionadas solo por los afiliados, constriñendo su capacidad de influir en los destinos del partido. Dentro de los afiliados se debe adelantar una primera etapa para seleccionar la lista que ha de presentarse a los comicios, es cierto, y en las mejores condiciones de transparencia, utilizando inclusive mecanismos novedosos como el de “Postúlate” que usó el Partido de la U en 2006. Pero manteniendo el voto preferente para airear los partidos con las frescas brisas de fuera.

A propósito de esta discusión, el Presidente Uribe ha expresado en ocasiones su insatisfacción con el sistema electoral vigente en cuanto a la posible limitación a la irrupción de nuevas fuerzas, a la expresión de las disidencias que como la suya dentro del liberalismo en 2002 resultó victoriosa. Pues bien: el sistema del voto preferente es el vehículo exacto para que, en elecciones a corporaciones públicas, las “disidencias”, las minorías, las corrientes diversas se expresen y ventilen sus criterios ante la opinión, para que sea ella la que finalmente tome una decisión. La discrepancia entre lo que se piensa dentro de los aparatos de los partidos y lo que piensa afuera el electorado puede observarse en las elecciones de 2003, 2006 y 2007: las cúpulas de los partidos inscribieron listas en un orden definido, pero los electores no siguieron esa jerarquización y en numerosos casos otorgaron altas votaciones a nombres ubicados en lugares secundarios de los tarjetones. Luego el voto preferente es un un factor de renovación de los partidos, de expresión de su diversidad dentro de la unidad, de refresco y revitalización.

Medellín, agosto 19 de 2008

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