domingo, 8 de febrero de 2009

¡A cuentagostas!

Por: Sergio De La Torre

El Mundo

Febrero 8 de 2009

 

Es de celebrar el regreso a sus hogares de los secuestrados que las Farc devuelvan. Pero no nos engañemos. Ahí no hay magnanimidad, ni acto compasivo alguno que merezca loas. ¿Acaso hay que agradecerle al delincuente que resarza el delito? ¿Al ladrón, que devuelva lo robado? Si así fuera estaríamos desmontando milenios enteros de civilización y retornado a la barbarie, que consiste precisamente en que no hay convivencia, porque no hay normas que la impongan y regulen. Y si las hubiere no se cumplen, sin que ese incumplimiento genere castigo.

El día en que la sociedad deje de repudiar al infractor, para, en su lugar, felicitarlo porque interrumpió su falta ya iniciada, ese día nos llevó el diablo. Porque al fomentar la impunidad y el relajo que de allí se derivan estaríamos condenándonos a desaparecer como conglomerado organizado. Sin contar conque premiar a los malos equivale siempre a castigar a los buenos. 

Hasta hace muy poco el delito político servía para disfrazar el delito común. Al punto de que personas incursas en el secuestro (delito común por definición, y algo más, delito de lesa humanidad) aduciendo razones políticas, terminaron indultadas y reinsertadas a la sociedad, en cargos vistosos e importantes como el de congresista, ministro, etc. 

La liberación de Sigifredo López, Alan Jara, los tres policías y el soldado no es un gesto humanitario digno de aplauso sino un acto político por excelencia. Calculado para propiciar unos diálogos que aparejan una tregua y, por ende, el respiro que tanto necesita la guerrilla, hoy acosada por los 4 costados, al borde del colapso. Cualquiera otra lectura que se hiciere de lo que está sucediendo sería equivocada. 

El tema sobre lo que versen los diálogos es lo de menos. Puede ser el intercambio humanitario, la paz negociada, los desplazados, el narcotráfico, la tierra, el sexo de los ángeles, en fin, el que usted prefiera, o todos a la vez. Lo que importa es dialogar para recobrar el resuello y darse un respiro. O para transmutar la inminente derrota militar en un triunfo político que demore o evite la anunciada y entrevista aniquilación final con solo sentarse a la mesa de las conversaciones. Sumándole, de ñapa, el reconocimiento político que eso siempre trae en el interior y en el exterior. Y si es con testigos internacionales, tanto mejor. Y mas tarde, (como corolario feliz para quienes iban derecho al abismo) acabar ellos convertidos en flamantes burócratas, constituyentes, legisladores, columnistas de prensa, jueces de la conducta ajena, custodios de la moral pública y finalmente ¿por qué no? venerables patriarcas que desde su plácido retiro guíen a la comunidad con sus sabios consejos, como los ancianos de la tribu en Cochinchina. 

Estamos asistiendo, pues, por estos días, a un espectáculo político bien montado por las Farc, ejecutado en tres actos. Con intervalos de dos días entre uno y otro para que el público los asimile bien, y los digiera mejor. Luego, cuando el ánimo colectivo esté preparado, vendrán las propuestas, que se ventilarán mediante un cruce de cartas con los pertinaces apóstoles de la paz a cualquier precio, que ahora se hacen llamar ‘intelectuales’. O si se prefiere al revés, con los intelectuales metidos a pacificadores profesionales. Oficio cómodo, por lo demás, y exento de riesgos en este entorno de suprema crispación en el que todos tienden a polarizarse en dos bandos extremos, a costa del centro, que es el justo medio donde se resuelven los grandes desacuerdos en la democracia, cuando no hay bombas de por medio y cuando a la población civil no la afectan en carne propia los rigores de la confrontación. 

Una reflexión final, en la que no nos cansaremos de recabar. Los plagiados no son 22 (según las cuentas de hoy) sino centenares, o miles. Al olvidar, como lo hacemos en las marchas y demás pronunciamientos por su libertad a los llamados secuestrados por motivos “extorsivos”, estamos condenándolos al silencio y legitimando a la vez la industria del secuestro. A lo cual coadyuvan, de buena fe por supuesto, asociaciones como “Colombianos por la Paz”, que parecen suponer que la zozobra y el dolor del país se calman con la mera devolución de los militares todavía cautivos, como si los civiles, que son el grueso, no fueran colombianos con igual derecho a que se les llore, recuerde y reivindiquen. 

Coadyuvan también a ello los medios (con honrosas excepciones, como la del editorialista de este diario) que amplifican y festejan la liberación por cuentagotas, como si tratará de la panacea. La lucha a favor de los canjeables ignorando al resto es una trampa montada contra el conjunto de la sociedad, en la que no se puede caer sin convalidar y avivar la peste a que aludimos. A ella hay que erradicarla como un todo, sin fragmentarla a conveniencia de sus beneficiarios y causantes.

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