lunes, 23 de febrero de 2009

Las razones de Uribe

Por Ricardo Plata Cepeda

El Heraldo, Barranquilla

Febrero 23 de 2009

 

El terrorismo es una táctica de guerra cuya finalidad es matar o violar (o secuestrar) víctimas de forma aleatoria para crear tanto miedo en la mayoría de los ciudadanos que estos actúen en contra de sus propios intereses y a favor de los terroristas… De todas las formas de guerra el terrorismo es la menos justa y la más cobarde, porque sus víctimas son aleatorias, no tienen posibilidad de defenderse y, en general, son inocentes. El problema es que el terrorismo funciona”, dice Michael Ghiglieri, biólogo, antropólogo y autoridad mundial en la violencia entre los primates.
 


El terrorismo, explica además, es típicamente una estrategia de pocos. Las Farc son hoy en día, según señalan conocedores, menos de diez mil hombres en armas; para no pecar por defecto se puede suponer, en gracias de discusión, que con milicias urbanas y redes de apoyo logístico llegasen a cuarenta mil. Colombia tiene hoy más de 45 millones de habitantes. Es decir representan menos del uno por mil de la población. Caben todos en el Romelio. Pero la ingeniera barranquillera Diana Margarita Mora y el celador del Blockbuster asesinados al azar en Bogotá hace unos días, como desenlace de una extorsión insatisfecha, son hoy solo dos testigos mudos más de esa cruel estrategia de pocos.


Un presidente no puede evadir el dilema de vida o muerte para sus gobernados inherente a las acciones u omisiones propias de su oficio. Si el Ejército o la Policía combate a delincuentes y subversivos probablemente mate a algunos de estos; de no hacerlo, cada uno de ellos seguramente asesinaría, con el pasar del tiempo, a muchos ciudadanos, cuyos nombres nunca se conocerían. Que por el accionar de las fuerzas legítimas se dé de baja a unos o que la inacción de ellas derive en que mueran más inocentes son dos caras inseparables de la misma moneda. De un dilema inescapable que anida en la soledad del poder.
 

Si el Gobierno intercambia veinte secuestrados por quinientos guerrilleros estaría asegurando el secuestro o asesinato, o ambas cosas, de cientos de colombianos, cuyos nombres en ese momento se desconocen. Este detalle no es de poca monta. Todos los colombianos y millones de extranjeros comparten la dramática —y mediática— alegría cada vez que un secuestrado se reencuentra con la libertad y con su familia. Pero darle al secuestrador lo que sea que pida por el secuestro es hacer exitosa su empresa y asegurar el sufrimiento de muchos otros, cuya cara de dolor aún no se conoce. Corresponde al gobernante ponerle rostro a ese dolor anónimo; su difícil e irrenunciable deber es tratar de minimizar el daño colectivo.


Mientras el grupo secuestrador no se comprometa a liberar a todos los secuestrados y a no secuestrar más, sujetando este compromiso a verificación confiable, el juego del intercambio será, en el mejor de los casos, para el conjunto de la población de gobernados, un juego de suma cero: un carrusel del dolor donde unas víctimas y unas familias reemplazan a otras, donde la alegría de unos liberados es igual al sufrimiento de las nuevas víctimas. E incluso será un juego de suma negativa para la sociedad si los secuestradores o extorsionistas, animados por el éxito, incrementan su accionar.


Habrá quienes disientan, pero la mayoría de los colombianos eligieron y, con más certeza, reeligieron al Presidente por considerar que él piensa como ellos y que actúa en consecuencia. En eso estriba la fuerza de las razones de Uribe.

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