lunes, 23 de febrero de 2009

Dos crisis en una

Por Santiago Montenegro

El Espectador, Bogotá

Febrero 22 de 2009

Cuando es cada vez más claro que la crisis económica y financiera internacional se va a prolongar mucho más de lo que se anticipaba hasta hace poco, es útil recordar que precipitó todo y de dónde venimos. No pretendo ser original. 

Todos los días, leo la prensa de varios países, los informes de bancos de inversión y de bancos centrales, artículos académicos y sigo, hora tras hora, la evolución de varias bolsas de valores.   Entre todas las cosas que se han dicho, a mi modo de ver, quien mejor ha explicado la crisis ha sido Anatole Kaletsky en su columna del Times de Londres.  Mucho mejor que los premios nobel —Stiglitz, Krugman— y los profesores de Harvard, MIT y Columbia, a quienes pareciera que sólo les interesara demostrar que ellos sí habían predicho la crisis.  Según Kaletsky, la actual situación es muy complicada porque, en lugar de una, lo que hay son dos crisis.  Y, lo más problemático, es que las políticas que se requieren para resolver una son exactamente las contrarias para resolver la otra. 

La primera crisis es la más vieja, la que venía de años atrás y era causada por el creciente desequilibrio entre unos países —Estados Unidos, Reino Unido, España, Escandinavia— que se habían dedicado a consumir, a endeudarse, a especular con la propiedad y a ejercer prácticas bancarias deshonestas.  Y otros —China, Alemania y Japón— que se habían dedicado a ahorrar y a acumular activos.  El enorme déficit en la cuenta corriente de los primeros era financiado por el correspondiente superávit de los segundos.  En tanto que la corrección del desequilibrio de los Estados Unidos y compañía requería incrementar el ahorro y las tasas de interés, disciplinar a los bancos y contener y desinflar la burbuja inmobiliaria, lo que China, Alemania y Japón necesitaban era incrementar el consumo doméstico y bajar las tasas de interés.  Mal que bien, las autoridades económicas de todos los países eran conscientes de estos desequilibrios y trataban de resolver estos problemas.  Y estaban en esas, cuando Henry Paulson dejó quebrar a Lehman Brothers y, como consecuencia, hizo colapsar el sistema financiero y la confianza de consumidores e inversionistas alrededor del mundo.  Hasta ese momento, los ahorradores e inversionistas habían asumido que una institución como Lehman era demasiado grande para caer y que siempre sería apoyada por los gobiernos. Y la segunda crisis llegó. 

Y para enfrentar esta nueva crisis había que hacer exactamente lo contrario de lo que era necesario para corregir la otra. Ahora había que incentivar el consumo, subsidiar a los bancos, facilitar el crédito y los préstamos, bajar las tasas de interés y aumentar el gasto público y el déficit fiscal.  La gran diferencia en términos de política es que, por la recesión de unos y la desaceleración de los otros, es necesario implementar estas medidas en todas partes.  Hasta en China.  Y habrá que mantenerlas hasta que empiecen a dar resultado y se restablezca la confianza, las economías vuelvan a crecer y a generar empleo.  En ese momento, los déficits en cuenta corriente y los fiscales en Estados Unidos, Reino Unido, España y Escandinavia serán, seguramente, monstruosos y, entonces, tendrán que comenzar a subir las tasas de interés y los impuestos y a recortar el gasto público. Y China y compañía tendrán que hacer lo contrario. Después de decenas de trillones de dólares de pérdidas y de centenas de millones de puestos de trabajo destruidos, habremos regresado al 15 de septiembre de 2008, cuando se dejó quebrar a Lehman.  Habremos retornado a la primera crisis.  Si es que nos va bien.

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