martes, 24 de febrero de 2009

Educación: ¿por qué aceptar sistemas deficientes?

Por Haroldo Calvo S.

El Heraldo, Barranquilla

Febrero 24 de 2009

En mi última columna elogié el gesto de la cantante Shakira y otros, de donarle una gran escuela a un barrio pobre de Barranquilla. Manifesté, además, mi preocupación por la calidad de la educación que recibirán los 8000 alumnos del plantel, dado su deplorable nivel en la Costa Caribe. Al parecer, toqué de contera un tema que tiene preocupantes características en nuestro medio. 

Gracias a una gentileza de mi amigo Jaime Bonet, economista del Banco Interamericano de Desarrollo, en Washington, he conocido los resultados de un estudio de esa entidad que ayuda a explicar por qué en la generalidad de los países latinoamericanos aceptamos sistemas educativos de mediocre calidad aun ante la evidencia de que son un serio impedimento para nuestra prosperidad. 

El trabajo lleva por título “La paradoja de la educación: Buenas opiniones, malas calificaciones” (www.iadb.org/res) y destaca dos hechos. El primero es que, a pesar de que América Latina ha progresado en alfabetización, cobertura de la educación en todos sus niveles y democratización del acceso a la educación superior, sigue teniendo sistemas educativos de muy baja calidad. Por ejemplo, en las pruebas internacionales PISA, que miden las competencias de estudiantes de 15 años, la calificación promedio de siete países de la región (entre ellos Colombia) es inferior a la nota del 25% peor calificado de los países ricos. Además, entre 20 y 40% de los latinoamericanos obtuvieron calificaciones tan bajas que revelan una carencia de aptitudes básicas de alfabetización – lo que indica que los supuestos avances en alfabetización son un espejismo.

El segundo hecho es que, a pesar de lo anterior, hay una brecha entre los niveles de satisfacción con la educación y lo que cabría esperar en vista de los pésimos resultados de las pruebas. Una encuesta de 
Gallup revela que la mayoría de los latinoamericanos (en Colombia, 70%) se sienten satisfechos con sus sistemas educativos.
 

¿A qué se debe este insólito resultado? El estudio se declara sorprendido de que los encuestados con menos años de escolaridad tienden a tener una mejor opinión de los sistemas educativos de sus países. 

Pero no creo sorprendente que los menos educados, que son mayoría, no comprendan que educación de calidad equivale a sólida formación intelectual, pues ellos mismos no la tienen. Y que valoren, como concluye el estudio del BID, no los logros de aprendizaje de sus hijos, sino aspectos como la puntualidad de los maestros, las instalaciones físicas de la escuela y la disciplina.

Dos reflexiones suscita esto. Primero, los malos sistemas educativos engendran su propia continuidad, pues una opinión pública iletrada no exige de sus gobernantes sistemas educativos de excelencia. En el entretanto, los gobiernos exhiben, como el traje nuevo del Emperador del cuento de Andersen, los avances en alfabetización y cobertura, que nada tienen que ver con calidad. Y segundo, como lo demuestran otros estudios, la opinión pública latinoamericana carece de incentivos sociales para exigir mejores sistemas educativos, pues estos son débiles promotores de la movilidad económica y social frente a barreras como la discriminación en sus distintas formas y la falta de oportunidades.

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