sábado, 14 de febrero de 2009

El caso Morris y la ética periodística

Por Eduardo Mackenzie 

El Mundo, Medellin

13 de febrero de 2009

 La presencia, el 1 de febrero de 2009, de los periodistas Hollman Morris, Leonardo Acevedo y Camilo Raigozo (el primero corresponsal de Radio France Internationale, RFI, y los dos otros del semanario comunista colombiano Voz), en el lugar escogido por las Farc para poner en libertad los cuatro policías y militares secuestrados, puso en peligro la vida de éstos y puso en peligro la realización de ese rescate. Son ellas, las Farc, las que montaron esa provocación, no el Gobierno, quizás con la intención de que el Ejército las atacara y todo concluyera en un baño de sangre. Lo grave es que en esa provocación está involucrado un media francés (RFI) y el órgano del PC colombiano. Sin embargo, nadie le recrimina eso hoy a las Farc, mientras que los media, por el contrario, difundieron de manera acrítica el infundio inventado por el periodista Jorge Enrique Botero en el sentido de que el Ejército intentó “entorpecer” ese rescate.

Es obvio que el propósito de los cuatro citados no era contribuir al éxito de la misión humanitaria sino ayudar a montar una operación de propaganda en favor de las Farc, así ello hiciera correr riesgos a los secuestrados. Al internar subrepticiamente a tres personas (Morris, Acevedo y Raigozo) no estaban previstas en los planes de la misión, para que llegaran a la zona del rescate antes que la misión humanitaria, las Farc rompieron el acuerdo que tenían con la Cruz Roja Internacional. Abusiva y peligrosísima, tal incursión era irrealizable sin la ayuda directa de las Farc (por los anillos de seguridad de éstas y del Ejército y por las minas antipersonas que rodean algunos campamentos de las Farc). Los tres estaban, pues, en contubernio con los secuestradores ya que las coordenadas del lugar donde estaban los rehenes no las conocían sino las Farc, las autoridades brasileñas y la CRI.

Los ex rehenes y las autoridades colombianas negaron lo dicho por Botero. Igual hizo el coronel brasileño Aquiles Furlán, quien negó rotundamente ante la radio colombiana que hubiera habido disparos o cosa parecida contra ellos. Botero, por su parte, le vendió a la prensa norteamericana algunas fotos de ese evento (el Washington Post las publicó) lo que prueba que él, Botero, no estaba en esa misión en calidad de garante sino en calidad de agitador. El corresponsal de Telesur afirmó que aviones militares colombianos hicieron sobrevuelos “en círculos” sobre el punto donde se encontraban los cuatro secuestrados y reveló, además, que llegó al campamento portando equipo electrónico sofisticado con los que grabó las “conversaciones de tripulantes militares que (sic) dan órdenes y dicen que hay que buscarlos por tierra”. ¿Qué clase de “periodismo” es ese? Daniel Samper, quien hizo parte de la misión humanitaria, en calidad de garante, respetó el estatuto de neutralidad exigido a los miembros de esa misión. 

La cancillería colombiana subrayó que Morris, quien “cuenta con medidas cautelares solicitadas por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos” y quien alega tener riesgo extraordinario para su vida, “se sometió a riesgo extremo [al viajar al campamento de las Farc], sin informar al Estado del cual demanda protección.” Sometido, en la Unión Peneya, a un control militar, Morris rechazó la protección que le ofreció el comandante de esa base militar. 

La Fiscalía abrió una investigación preliminar para determinar si Morris incurrió “en el delito de constreñimiento ilegal, amenaza u otro delito, en los hechos que vivieron los uniformados antes de la liberación”. Pero no se ha pronunciado sobre el papel jugado por Botero y los dos periodistas de Voz, en los hechos del 1 de febrero. En dos cartas dirigidas a Antoine Schwarts, presidente de RFI, y a la CIDH, los cuatro liberados pidieron que las declaraciones forzadas y bajo amenazas de muerte que ellos dieron al corresponsal de RFI no sean difundidas. ¿La radio se distanciará del asunto? En un comunicado, RFI negó que le hubiera encargado a Morris tal entrevista y que éste se la hubiera propuesto. “Ninguna declaración de los rehenes fue difundida o utilizada en los programas de RFI”, agregó el comunicado. ¿Si Morris no tomó esas declaraciones para RFI por qué aceptó correr tan enormes riesgos para él y los rehenes? 

 Lo que hicieron Botero, Morris, Acevedo y Raigozo el 1 de febrero es un insulto para el periodismo. Ellos no fueron a esos lugares para conseguir honestamente información para los lectores. Fueron para jugar un papel preconcebido por otros, para ponerse al servicio de una propaganda, de la propaganda de un grupo terrorista. 

Los métodos utilizados por las Farc, consistentes en intimidar y hacer mentir a sus víctimas para tratar de darse una imagen internacional positiva, explica lo que ocurrió después: la liberación del rehén Alan Jara fue seguida de unas declaraciones inadmisibles de éste. Nadie puede dudar más: las Farc someten a sus rehenes a amenazas y a tratamientos psicológicos devastadores para que éstos, aún después de alcanzar la libertad, jueguen un papel nefasto en favor de los terroristas, como la cosa más natural. 

Esperemos que con el paso del tiempo Jara recupere su verdadera identidad moral e intelectual y rechace las violentas declaraciones que lanzó contra el gobierno colombiano y contra el país en general, preñadas a su vez de matices disculpadores para sus ex-verdugos, las Farc. Jara dijo, por ejemplo, que los guerrilleros les ponen cadenas a los secuestrados “por seguridad, más no como método de tortura”. 

Colombia debería abrir los ojos ante las audaces maniobras mediáticas de las Farc. Los periodistas deberían plantearse estas preguntas: ¿Cómo es posible que un periodista acepte jugar un papel en una operación de propaganda de las Farc? ¿Cómo es posible interrogar de manera insistente a una persona que acababa de salir de un cautiverio en manos de las Farc, como lo fue Alan Jara? ¿Un ser humano que ha sufrido tal aislamiento y tales traumatismos puede responder a las preguntas y a las insinuaciones de los periodistas? Yo no lo creo. Una cosa es darle la palabra a los ex rehenes, para que se expresen libremente, como ocurrió en la Casa de Nariño, y otra someterlos, como fue el caso de Jara en Villavicencio, a una ametralladora de preguntas difíciles. Los periodistas deberíamos negarnos a aprovechar la debilidad de los ex secuestrados para sonsacarles declaraciones políticas que éste puede más tarde deplorar. 

Lo descrito muestra hasta qué punto las Farc han logrado penetrar el mundo de la prensa. Eso debe llamarnos la atención. La profesión debe encontrar un correctivo para esa falla, o de lo contrario las Farc, y los demás actores de la subversión, lograrán imponer cada vez más su voluntad a los media colombianos. La deontología del periodismo existe y todos los periodistas debemos luchar para impedir que los violentos la destruyan.

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