sábado, 21 de febrero de 2009

Vida vegetativa no es vida

Jaime Jaramillo Panesso 

El Mundo, Medellín

Febrero 22 de 2009

 

Al fin pudo morir la ciudadana italiana Eluana Englaro después de 17 años en coma vegetativo. Imposibilitada para decidir y actuar por sus propios medios, hubo de recurrir a los jueces, por la interpuesta persona de su padre, para dejar de vegetar, sin conciencia y sin ninguna posibilidad de alivio. ¿A dónde fue Eluana Englaro después de dejar su horrible existencia de sufrimiento obligado por la religión, por los médicos e inclusive por algunas leyes de los hombres? Se fue a la tierra con sus huesos. No fue a ningún infierno, puesto que además de no existir como no existe el cielo, bastante dolor soportó como si hubiese padecido lo que llaman infierno muchos humanos.  Si en vez de estar postrada e impotente, Eluana hubiera tomado la determinación de acabar con su vida, en uso de sus facultades plenas, y usa un arma de fuego o se lanza al vacío, ¿quién la puede castigar o enjuiciar por disponer soberanamente de su cuerpo y de su libre albedrío?  Absolutamente nadie. Es más, solo sería el registro policial y el dato estadístico de un suicidio en el informe forense o en la prensa. Entonces ¿por qué rige un obligado sufrimiento para los enfermos terminales que no pueden proceder acorde con su libre determinación de suspender la agónica y terrible enfermedad que los agobia con la eutanasia y recurrir a otros invocando la piedad?

Los otros, esos otros que son en primer lugar los parientes y los médicos son víctimas de los mandatos legales que presumen vida en un ser que solo vegeta como una planta, menos que una planta. Que no siente el goce del saber, de acariciar, de moverse, de amar, de compartir, de procrear, de ver el sol o las hormigas desfilar. No existe plenitud, no tiene la mínima razón para mantener el hilo de una existencia miserable y dolorosa. Y todo a nombre del respeto a la vida, cuando no es vida, no es persona quien no puede ejercer las facultades mínimas del ser humano. Pero ante todo, porque un enfermo terminal que sufre, que amargamente sabe que no es posible recuperarse, que no tiene alivio ahora ni en el futuro de su hipotético ciclo vital, y que pide en nombre de su autonomía personal y moral que lo ayuden a morir, está en desventaja, en capitis deminutio, frente a aquel que por similares sufrimientos físicos o morales, puede usar sus manos y sus alcances para suicidarse sin que nadie se lo impida, castigue, llame a juicio o respondan, ante autoridad alguna, sus parientes o amigos. Ni la ley ni la  religión ha podido resolver este dilema.

Ahora bien. Dicen los creyentes que no se debe apelar a la muerte por piedad, por que Dios es el único dueño de la vida. Por lo tanto deduzco entonces ¿Dios sería el causante de la prolongación de las enfermedades y del sufrimiento? Si Dios es todo poderoso y absolutamente bueno, además de omnisciente, el que todo lo sabe y en consecuencia sabe que existe mucho dolor en los enfermos incurables que quieren morir (por que también habrá quienes no quieran morir), ¿por qué se va a oponer a que los médicos o los parientes supriman el sufrimiento del paciente, muchos más cuando lo solicita? Pero si el Dios de los creyentes quiere y procura el sufrimiento, es el Dios del sufrimiento. Habrá que inventarse otro Dios que coincida con la tranquilidad y la praxis de la libre autodeterminación o libre albedrío del enfermo que desea su propia muerte para no sufrir más.

Eluana Englaro muere por eutanasia, después de 17 años de sufrir, de estar muerta en presunta vida, con su familia también esclava del dolor. Es una demostración de la solidaridad con el que sufre, es una evidencia del amor de un padre contra las formulaciones mágicas que le trasladan a Dios, lo que es competencia de los médicos y de los humanos en general. Eluana Anglaro simplemente aplicó uno de los derechos humanos, el derecho al buen morir.

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