sábado, 14 de febrero de 2009

Lecciones de la crisis

Por Jorge Humberto Botero

El Heraldo, Barranquilla

Febrero 14 de 2009

Sumido el mundo desarrollado en una grave recesión, cuyos adversos influjos se sienten ya en nuestros países, es oportuno reflexionar sobre las lecciones que la crisis deja. 

La causa primera del desastre actual es el prolongado exceso de consumo de los Estados Unidos respecto de su propia producción, que fuera financiada con los masivos ahorros de China y otros países exportadores. Vaya paradoja. El consumo conspicuo de los ricos apalancado en el ahorro de los pobres. Esta “exuberancia irracional”, para usar las palabras de Alan Greespan, fue facilitada por el Banco de la Reserva Federal al validar, durante un lapso prolongado, un aumento de la oferta monetaria superior a la capacidad de crecimiento potencial de la economía.

El segundo motivo proviene de la defectuosa regulación y supervisión del sector financiero y, por ende, la mala evaluación de los riesgos financieros y el deterioro de la calidad de los activos de la banca. Los resultados están a la vista: la deuda de los hogares estadounidenses, que 10 años atrás era elevada —90% del ingreso disponible— en la actualidad excede a este en el 30% y es impagable bajo las condiciones en que fue pactada. En consecuencia, buena parte de la banca de los Estados Unidos ha caído en la insolvencia. 

De aquí surge la primera enseñanza. La política monetaria debe aguzar su sensibilidad en épocas de auge para descubrir qué porción del crecimiento obedece a factores sostenibles, pero, también, estar atenta para evitar ‘burbujas especulativas’, como las que han estallado en los Estados Unidos y Europa. Sabio es irse de la fiesta en el momento más divertido; su decadencia suele ser rápida y deprimente.

Al desplegarse la crisis hemos visto varios gobiernos salir al rescate del sector financiero con angustia e improvisación. Es comprensible: los flujos financieros son a la economía lo que la sangre al cuerpo humano. Si la liquidez se suspende, el organismo muere. Como hay que huir de esta opción, los gobiernos deben tener claro, en el momento de desatarse una crisis, que si bien hay que salvar el sistema financiero, no es necesario hacerlo con cada una de las instituciones que lo integran; y que las operaciones de rescate jamás deben validar la conducta imprudente de banqueros y accionistas.

Esto implica trazar nítidas fronteras entre bancos solventes con problemas de liquidez, bancos con defectos de capital pero no insolventes, y aquellos cuyo patrimonio se ha esfumado. Los primeros deben acceder con rapidez a las líneas de crédito del banco emisor, los segundos pueden ser capitalizados con una mezcla recursos privados y fiscales, mientras que los últimos deben liquidarse usando los recursos del seguro de depósitos para proteger a los pequeños ahorradores. 

La estabilidad del sistema financiero depende de la política monetaria y cambiaria que debe evitar volatilidades en tasas de interés y de cambio; la regulatoria encargada de velar por la solvencia del sistema, y la de supervisión encargada de garantizar el cumplimiento de las normas por cada uno de sus integrantes. En muchas partes estas funciones son competencia de diferentes organismos. Si no es factible reunirlas bajo una autoridad única, es preciso cerciorarse de que existe adecuada cooperación.

La globalización económica comenzó por el comercio, tuvo una fase intermedia representada por las migraciones de trabajo e inversión en activos tangibles, y, en años recientes, ha tenido lugar por la vía de la internacionalización de los servicios financieros. Por eso tiene sentido darle al Fondo Monetario la capacidad financiera necesaria para preservar la liquidez de la economía mundial. Para que pueda hacerlo requiere recursos masivos que, en parte, podrían provenir de la inversión en papeles suyos de una porción de las reservas de los países miembros.

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