lunes, 9 de febrero de 2009

El mundo al revés

Por Libardo Botero C.

Febrero 9 de 2009

 El 2 de febrero pasado, poco después de liberado de su cautiverio por las FARC, Alan Jara concedió a los medios de comunicación una rueda de prensa desde Villavicencio, plagada de desconcertantes opiniones. A tal punto que él mismo no dudó, en determinado momento,  confesar que eran algo así como “el mundo al revés”. Dos días después, aunque con algunas variantes, el espectáculo se repitió en Cali al ser liberado el ex diputado Sigifredo López. Sin ser exhaustivo, por el sinnúmero de reflexiones e informaciones polémicas, me he propuesto efectuar una breve radiografía de los más singulares contrapuntos. Quiero, de todos modos, tratar de dejar a un lado los factores emocionales anejos a estos acontecimientos, y concentrarme en las opiniones políticas contenidas en las declaraciones.

 

¿Están acabadas las FARC?

 

El ex gobernador del Meta sentenció que “las FARC no están derrotadas, para nada, para nada”, y añadió: “no sé qué percepción se tenga aquí afuera, pero allá en el monte hay muchos” guerrilleros, sobre todos jóvenes. Fue reiterativo en señalar que dicha guerrilla no tiene problemas de coordinación ni abastecimiento: al respecto expuso varios ejemplos personales de desplazamientos con precisión matemática, y la satisfacción de insólitos pedidos a la guerrilla de implementos de cocina o máquinas fotográficas digitales. Tampoco -dio a entender- sufren por provisión de alimentos. El trato que les dio la guerrilla tampoco fue especialmente criticado por Jara, empezando por las cadenas al cuello que se atrevió a calificar de elementos de “seguridad” pero de ninguna manera de “tortura” pese a que, paradójicamente, “hasta los mismos guerrilleros cuando nos las ponían se les arrugaba la cara”. En el cautiverio "no hay maltrato, no hay grosería, no hay humillación ni nada parecido. Simplemente nos dan lo que hay".

 
Es posible que en lo más recóndito de la selva se puedan elaborar disquisiciones disparatadas, producto talvez del aislamiento o de factores que no atinamos a entender; pero nos desconcierta que habiendo recibido por la radio en estos años, como han explicado que recibieron, una intensa y constante información sobre el país, algunos liberados extraigan deducciones tan extrañas. Sabemos, porque así lo han revelado, que no desconocían la escena frustrada de la entrega de Emmanuel, la Operación Jaque, la muerte de “Raúl Reyes” en Ecuador y otros jefes sediciosos, la deserción de alias “Karina” y miles más, la escapada de Oscar Tulio Lizcano con alias “Isaza”, para mencionar solo algunos casos patéticos, hechos de los que sería por entero aventurado concluir que las FARC no están bastante mermadas, ni con graves problemas de dirección, comunicación, coordinación y abastecimiento.

 

Pero hay un contraste más inmediato, que por su cercanía y contundencia no puede generarnos sino inquietudes, sobre este “mundo al revés”. Se trata de las declaraciones de los tres policías y un soldado, liberados apenas unas horas atrás por el mismo grupo secuestrador. Dijo el subintendente de la Policía Juan Fernando Galicia en esa ocasión: En cuanto lo que nos hablaba el compañero sobre la entrevista, pues sí: el día sábado llegó un señor Mosquera a hablarnos que iban a llegar unos medios de comunicación. Que teníamos que decir que la guerrilla no estaba acabada, que en la guerrilla no se aguantaba hambre, que a la guerrilla le entraban buenos suministros, que allá el trato era muy bueno. Que eso teníamos que decir. Que si no decíamos eso, no estaba la liberación de nosotros. Ya que a todos los demás secuestrados, como que nos daba él a entender, que había hablado con todos. Y que los que decían eso, eran los que iban a ir saliendo. Entonces que teníamos que decir eso. Eso fue el día sábado”. Reitero: esas declaraciones fueron anteriores a la liberación de Jara, y fueron proferidas espontáneamente. No queremos hacer ninguna insinuación maliciosa, pero basta repasar la rueda de prensa con Alan Jara y las declaraciones de los militares liberados para establecer el contraste nítido, casi en los mismos términos, sobre este particular. Una faceta interesante del “mundo al revés”.

 

¿Un binomio Uribe-Farc?

 

Una de las más estrambóticas tesis fue la que estampó Alan Jara a propósito del análisis del  papel jugado por el Presidente de Uribe frente al secuestro y al “acuerdo humanitario”. No ocultó su contrariedad con el comportamiento del gobierno, no distante de los posteriores reclamos de Sigifredo López. Pero su explicación en la rueda de prensa, de pronto, tomó un giro inesperado y sorpresivo.

 

En un arranque de sinceridad confesó que iba a exponer una “perversidad” –ese fue el vocablo preciso que usó-: “Pareciera que al presidente Uribe le convenga la situación de guerra que se vive en el país y pareciera que a las Farc le gusta que Uribe esté en el poder.” Y para sustentarlo invocó su apreciación de los avatares del “intercambio humanitario”: "Siempre se dan hechos que en una u otra dirección apuntan a lo mismo, a que no se avance en el intercambio humanitario, a que no avance el diálogo político".

 

Narró, dentro de su argumentación, una anécdota curiosa, de un suceso acaecido momentos antes de su liberación, cuando entabló diálogo con el “Comandante Libertad” (con ese singular apodo bautizó al plagiario que lo entregó a él y había entregado a otros secuestrados) acerca de la segunda reelección de Uribe. El guerrillero supuestamente le confiesa que es partidario de ella. Para sustentarlo, se apoya en las tesis de Lenin sobre una “situación revolucionaria”, advirtiendo que Jara las debe conocer, puesto que –afirma el guerrillero- estudió en la Unión Soviética y debió haber leído sus textos. Relata entonces Jara que el guerrillero le expresó que "en una situación revolucionaria se dan una serie de factores que permiten que una revolución prospere, y una revolución prospera con un gobierno como el de Álvaro Uribe". Por ende, al parecer, se declaró partidario de la reelección de Uribe, puesto que “eso conduce a la crisis”.

 

No voy a explayarme en la interpretación de la tesis leninista, expuesta por el líder bolchevique en una de sus más famosas obras: La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo. Pero sí debo afirmar que dista leguas de la versión que nos transmitió Alan Jara, puesta en boca del “Comandante Libertad”, pero además respaldada por él mismo con su interpretación “perversa”. La “situación revolucionaria” se presenta, según Lenin, cuando irrumpen dos factores concomitantes: que “los de arriba” no puedan seguir gobernando como antes, y que “los de abajo” no estén dispuestos a seguir viviendo como antes. Y desecha de plano, calificándola precisamente de “enfermedad infantil”, la idea de que la “situación revolucionaria” se gesta por voluntad de los mismos revolucionarios, propiciando, por ejemplo, regímenes tiránicos que provoquen una “crisis revolucionaria”.

 

Lo evidente es que, en los términos exactos de Lenin, Colombia vive en las antípodas de una “situación revolucionaria”. Nunca en la historia del país un gobierno había gozado de tal respaldo popular, sin decaer con el paso de los años, de suerte que el Presidente Uribe no solo logró su reelección por un período, sino que no es improbable que lo consiga por otro más. Ý en cuanto a la suerte de las FARC bajo su gobierno, si la riada de golpes a su dirección y sus bases no bastara como argumento, nada más contundente que la explicación de Íngrid Betancourt sobre el efecto devastador que en ellas tuvo la reelección de Presidente, “lo mejor que pudo pasarle a país”, según sus palabras. Por otro lado, la interpretación que los analistas y dirigentes políticos más serios han dado de las recientes liberaciones de los secuestrados por parte de las FARC es, precisamente la contraria del señor Jara: un intento de ese grupo por resucitar políticamente y abrir campaña electoral, buscando airear sectores y propuestas que enfrenten a Uribe o un sucedáneo suyo en la próxima elección presidencial. La idea de que la continuación de Uribe en el poder le sirve a las FARC sí es del “extraño mundo de subuso”. 

 

¿Peligra la vida de los secuestrados por la guerrilla o por el gobierno?

 

No es improbable que un cautiverio tan prolongado, durante el cual los plagiados no tienen muchas veces ocupación distinta a ponerse a meditar, pues con frecuencia hasta hablar les está prohibido, conduzca a algunos a divagar y divagar hasta producir insólitas elucubraciones. Aunque tampoco, para ser honestos, se requiere estar secuestrado para gestarlas. El caso de la amenaza a la vida de los secuestrados puede ser representativo.

 

Alan Jara estableció un contraste inverosímil sobre su vida como secuestrado. “Desde hace 7 años, el terror mío no ha sido el de que la guerrilla me mate, el terror ha sido que el gobierno me haga matar, o me mate”, aseguró.  Para agregar: “Allá era el mundo al revés, la guerrilla protegiéndome, el Ejercito disparándome”. Tan disparatadas fueron sus explicaciones que al día siguiente tuvo que hacer la insólita declaración de que… ¡el gobierno no lo había secuestrado!, pero que como no le habían preguntado sobre las FARC, no había indicado que fueron ellas las responsables del plagio. “En el día de ayer, en la rueda de prensa, se me preguntó precisamente sobre el tema del Presidente y la acción que yo esperaba del gobierno, pero nadie me preguntó sobre el tema de las FARC y por eso yo no hablé sobre esa circunstancia. Pero yo lo digo con absoluta claridad y lo dije hoy aquí en Colombia en otros medios, a mí me secuestró las FARC, no me secuestró el gobierno.”

 

Semejante aclaración de todos modos no disipa nuestras aprensiones sobre sus desatinadas opiniones en torno al riesgo de muerte de los secuestrados. Él mismo, sin darse cuenta, lo insinúa, al narrar sus pavuras cuando se presentaba un enfrentamiento entre ejército y guerrilla: “Entonces yo no sabía de qué balas protegerme, si de las del Ejército que estaba disparando a 150 metros o de las que estaban 150 milímetros al lado mío”. Si ese fuere el dilema, no es difícil concluir, por simples razones de distancia, dónde reside el peligro principal. Las vidas segadas en el secuestro, lo sabemos todos los colombianos, lo han sido por los fusiles que estaban  a “150 milímetros”, y no por los otros. De todos modos no nos detendremos ahora en el peligro que para las vidas de los secuestrados significan los rescates, al cual le dedicaremos un próximo artículo.

 

Prosigamos sí, con una consideración trascendental. En su larga rueda de prensa Jara soltó otra perla que no podemos dejar pasar desapercibida: “Se está aplicando por parte del Estado una pena de muerte por omisión”, fueron sus términos.  Partió el ex gobernador de afirmar que “en Colombia, la pena de muerte constitucionalmente no existe, pero se aplica... y por todos los grupos”. Esto último es obvio: todos los grupos al margen de la ley aplican, como política, la pena de muerte contra quienes que no están de acuerdo con ellos o se oponen a sus designios, declarándolos “objetivo militar”, otra de las cínicas expresiones con que encubren su felonía. Pero es absolutamente falso en el caso del Estado. Sin embargo, para hacerle el quite a la verdad, hay que dar el rodeo de acusarlo también de aplicar la pena de muerte, pero… ¡por omisión! Es decir, como el Estado no se somete al chantaje de los delincuentes -ese otro eufemismo terrible que es el “acuerdo humanitario”-, y los secuestrados siguen “pudriéndose” en la selva, entonces la aplica “por omisión”.

Semejante despropósito no es nuevo. Con motivo de la discusión de la ley de víctimas, que aún se tramita en el Congreso, se ha suscitado una polémica del mayor interés: ¿debe reparar el Estado a las víctimas por solidaridad o responsabilidad? En el caso de víctimas de agentes del Estado podría pensarse, en gracia de discusión, que hay responsabilidad estatal. ¿Pero en el caso de víctimas de grupos irregulares podría predicarse lo mismo? La periodista Claudia López, cuyas inclinaciones políticas son bien conocidas, peroró así en una columna de prensa: “… los Estados democráticos tienen el deber de garantía de los derechos humanos y… por tanto, si son violados, independientemente de por quién, asumen un grado de responsabilidad política por fallar en su obligación de garantizarlos” (El Tiempo, noviembre 10 de 2008). Naturalmente que los Estados tienen el deber de proteger la vida de los asociados. Y procuran hacerlo, como en Colombia, pese a tremendas dificultades. Pero ningún Estado, que sepamos, logra impedir por entero, debido a imponderables de distinto tipo, que se presenten asesinatos u otros atentados contra la vida y libertad de los ciudadanos. Derivar de allí “responsabilidad política” por fallar en su misión es un exabrupto, del mismo tamaño que plantear que se está ante una “pena de muerte por omisión” pues no se cede a los chantajes de la guerrilla o no se ha logrado acabarlas y persisten en su actividad criminal.

 

¿Un conflicto armado con raíces sociales y políticas?

 

Tanto Alan Jara como Sigifredo López han reiterado una explicación sobre la existencia de la guerrilla y la confrontación armada que goza de aceptación en no pocos círculos sociales, políticos y académicos, aunque ha sido desvirtuada por numerosos  y muy serios estudios. Explicación en la cual ha coincidido la guerrilla, como manera de auto justificarse, bautizándola con la muletilla de que Colombia vive un “conflicto social y armado”. La única diferencia es que Jara enfatizó el componente social y López divagó en torno al político.

 

Decíamos atrás que Jara abundó en aseveraciones sobre la fortaleza de la guerrilla, esgrimiendo en su respaldo el alto número de guerrilleros que la nutren, sobre todo jóvenes. Sobra decir que para expertos en la materia lo que ello indica es lo contrario: el que una guerrilla otoñal de más de cuatro décadas carezca de combatientes adultos, indica que ha sufrido un desgaste tremendo, que ha perdido los más veteranos, y que está teniendo que recurrir a jóvenes y aún niños, en no pocos casos a través de reclutamiento forzado. Jara razona al contrario, en este “mundo al revés” que gira en su cabeza: “…entonces uno dice: no pueden estar acabándose, porque entonces no quedarían sino los viejos”. No importa. A lo que queremos llegar es a las que él supone son las causas del ingreso de jóvenes a la guerrilla. Y la encuentra en la “falta de oportunidades” en el país. La falta de empleo los lleva a engrosar las filas de los violentos. Son esas “causas sociales” las que provocan que muchos colombianos “tengan como única alternativa de vida, de proyecto de vida” el ingreso a los grupos armados ilegales. “Y mientras eso suceda, mientras haya esas causas, la guerrilla no se acaba”, sentenció.  Hasta tanto, mientras persistan esas circunstancias, la guerrilla no se acaba. Por ende hay que eliminar esas “causas objetivas” como las llamó un ex Presidente, esa “falta de oportunidades” según Jara, para quitarle el oxígeno a la violencia. “El día que evitemos eso, sí se puede hablar de que se acaben las FARC”, remató el ex gobernador del Meta. Antes no.

 

Un poco de sentido común –para no decir que sesudos estudios científicos, que los hay a montones- indica lo contrario. Si la tesis de la conversión de pobreza en violencia fuera cierta, medio mundo, que es más pobre que Colombia, andaría incendiado. Pero aún si nos remitimos al país, encontraremos que las regiones más pobres no han sido los epicentros del turbión de violencia. Ni los actores ilegales representan la eclosión de ningún sector social marginado. Acuden a jóvenes y niños pobres, seguramente, pero se financian y subsisten gracias a la  extracción sistemática y forzada de rentas de negocios como la coca, el petróleo, el banano,  las esmeraldas, para mencionar unos pocos en distintos momentos de nuestro pasado reciente; para no hablar del secuestro y la extorsión. De allí que en nuestro medio los grupos armados irregulares se parezcan más a ejércitos mercenarios que a “ejércitos del pueblo”.

 

El peligro de semejante concepción, además, es que vuelve interminable el levantamiento armado, al sujetarlo a la solución de inveterados problemas sociales. Amén de que lo justifica y convierte al sistema, que no ha podido resolver esos desarreglos, en el malo. Y le otorga herramientas a los alzados para exigir que la solución del conflicto sea “negociada” con ellos; de suerte que mientras no se pacten con ellos programas de redención social y de cambio del régimen, no abandonarían las armas.

 

Para Sigifredo López el problema es de apertura de espacios políticos. Un “acuerdo humanitario” sería un primer paso para una negociación de paz, que, al abrir espacios políticos permitiría a la guerrilla dejar los fusiles. Otro contrasentido. No es cierto que en Colombia no existan condiciones para hacer política, aún revolucionaria, dentro de la institucionalidad. Lo prueba la participación de la oposición de izquierda, con mayor éxito cada día, en los certámenes electorales y las distintas instancias que otorga nuestra democracia. Luego no es la falta de espacios políticos lo que ha forzado a algunos colombianos a tomar las armas.

   

No queremos abundar en más razones que desnuden esas falacias, que las hay y de mucho peso. De igual manera no ahondaremos en el tema del “acuerdo humanitario”, al cual habremos de dedicar un próximo artículo. Simplemente nos interesa ahora describir ese patético enfoque que pone el fenómeno de la violencia patas arriba: otro “mundo al revés” donde la culpa de la misma no la tienen sus artífices sino la sociedad y el Estado que dizque no ha podido remediar la exclusión social ni política, y donde la razón, en su entender, la poseen quienes con las armas en la mano se ha rebelado contra tal estado de cosas.

 

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Quiero finiquitar estos comentarios, con una inquietud que me asalta, a propósito de la rueda de prensa. En un determinado momento un periodista le preguntó que por qué creía él que lo habían liberado ahora. Jara, en su respuesta le dio un giro desconcertante a la pregunta: manifestó que más bien el no se explicaba por qué no lo habían liberado antes, de primero. E inclusive, para pasmo de los televidentes y oyentes, remató con una confesión turbadora: es que “no sé por qué me secuestraron”. Aquí sí, de verdad, quedamos de una pieza. Uno no sabe qué pensar sobre lo que quiso decir. ¿No lo debieron secuestrar por lo que piensa? ¿Es injusto que hubiera sido plagiado y mantenido en cautiverio tantos años cuando tiene tan poco en común con el presidente Uribe? ¿O por cuál otra razón? Vaya uno a saber. Una entelequia más de ese “mundo al revés” que si acaso la podrá desentrañar su filósofo de cabecera, el Chavo del Ocho.

 

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