domingo, 15 de febrero de 2009

Los apestados

Por Sergio de la Torre

El Mundo, Medellín

Febrero 15 de 2009


El intercambio humanitario de que tanto se habla ahora, se reduce a los 22 militares cautivos. El resto, que son los civiles llamados “extorsivos”, fueron relegados al olvido, como si fueran ciudadanos de peor familia. Unos apestados casi, sujetos a lo que Dios o el diablo dispongan sobre su negro destino. El rótulo de “extorsivos” que se les agrega, revela su doble tragedia: a su condición de secuestrados le suman la de despojados. O sea que se les priva de la libertad, y además de sus bienes. Si los matan por no poder sus parientes pagar el rescate, nadie sabrá siquiera dónde hallar sus restos. Al ser raptados, virtualmente dejan de existir: su suerte se decide en la penumbra, pues no conviene a nadie conocer su paradero. Pierden su identidad (nombre y apellido) y se convierten en mercadería para ser negociada en el furtivo mercado del secuestro, donde se le aplican las pautas, tempos, reglas y modos acostumbrados en el ejercicio secreto de otros comercios prohibidos, como la trata de blancas, el tráfico de drogas, el contrabando de armas, etc. En el plagio también se usa el regateo y el pago a plazos. Con el riesgo, siempre latente, de que pagado el precio, el cobro se repita una o varias veces, sin devolver nada a cambio. A veces ni siquiera una tumba, un rastro o una pista que lleve al cadáver de aquel desgraciado cuya reaparición tanto se desea y espera. Sobre las víctimas de este mal se cierne pues la sombra del anonimato, que es la mayor desgracia que puede acaecerles. Con cuánta frecuencia, tras privarlo de su libertad, y de su dignidad, se le arrebata la vida, sin saberse cómo, cuándo y dónde.

La indiferencia de la sociedad, que es el peor castigo para el plagiado, será siempre abominable, inaudita. Una verdadera vergüenza. Delata la pérdida de los valores más estimables (y de los sentimientos básicos de piedad, aflicción y solidaridad que distinguen al hombre de las demás especies y que lo diferencian del salvaje) y hasta del instinto elemental de supervivencia propio de los seres vivos, aún de los inanimados. Aludo al mero impulso animal que debiera, de entrada, hacernos revolver contra cualquier atropello que caiga sobre nuestro vecino, justamente para que mañana no nos ocurra algo semejante en medio de la misma apatía colectiva. Vale decir, por puro instinto debiéramos reaccionar contra todo desafuero criminal, en cabeza de cualquiera, para nuestras futuras salvaguardia, tranquilidad y sosiego. 

Empero, la culpable de tan extraña atonía general frente al secuestro económico no es solo la sociedad, que vive acobardada con este flagelo. También son responsables los siguientes agentes que, con su silencio y actitud elusiva, al tolerar este drama, de hecho lo están fomentando. 

1). Las ONG, grupos políticos y organizaciones sociales que censuran el secuestro político, claman por el intercambio y cuando se dan liberaciones como la de estos días, las agradecen cual si se tratara de un favor y no de una obligación. Para luego anunciar, muy ufanas, que el próximo paso (previas las tratativas de rigor, desde luego, o por concesión graciosa de las Farc) será la devolución de los restantes 22, ignorando de nuevo, con pasmosa frescura, a los secuestrados por plata, que son legión. Sobra imaginar el dolor y la ira que reconcome a sus familias ante tamaña discriminación, en un país donde todos dizque somos iguales ante la protección que el Estado debe a sus súbditos.
 

2). Los medios que, como es natural, divulgan toda noticia atinente al grupo de los ‘canjeables políticos’ pero jamás se ocupan de los otros. Salvo en la crónica roja, que recoge los episodios rutinarios de la delincuencia común: atracos, homicidios, violaciones, etc. Donde los casos de secuestro se tratan como hechos aislados, circunstanciales, mas no en la dimensión que hoy tienen de fenómeno criminal masivo. Y de fenómeno político. Al escamotearle este último carácter (que lo tiene a todas luces, por tratarse de un arma política o, más precisamente, financiera, para sustentar al grupo ilegal involucrado) se lo minimiza y reduce a una simple infracción penal, de esas con las cuales, por su ocurrencia cotidiana, la sociedad termina conviviendo. 

3). El propio gobierno que, cuando habla de canje por acuerdos, bloqueo humanitario, ofensiva y rescate militar, no incluye a este tipo de víctimas, las del secuestro con fines económicos, en sus prospectos y admoniciones, con lo cual también ayuda a legitimar la práctica del horrendo delito. Práctica que la guerrilla, a su vez, disfraza y presenta como un cobro coactivo de impuesto a los ricos (impuesto del 2%, tasado por el mono Jojoy que, al parecer, tiene su propia DIAN en el monte). Pero ya continuaremos con este penoso tema.

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