Editorial
El Mundo, Medellín
Noviembre 28 de 2009
Colombia ha dado suficientes pruebas de buena fe en su política de vecindad con los países de Sudamérica.
El comunicado del Gobierno de Colombia en que notificó por qué no asistirían los ministros de Relaciones Exteriores, Jaime Bermúdez, y de Defensa, Gabriel Silva, a la Cumbre de la Unión de Naciones de Sudamérica, Unasur, celebrada ayer en Quito, constituye una clara demostración de que, por fin, nuestra política exterior está tomando un camino de seriedad, firmeza – sin exageraciones – y, sobre todo, de dignidad, que es lo que se venía perdiendo en los últimos tiempos por una mal entendida prudencia ante los constantes y cada vez más agrios y desafiantes ataques del coronel-Presidente Chávez y sus socios del Alba, y la tibieza con que los países, que suponemos amigos en el ámbito regional, han expresado algún tipo de solidaridad con nuestro país.
Por primera vez, después de años de varapalo, prácticamente desde que se fundó Unasur, en 2005, nuestros personeros se plantan en que no asisten a otra encerrona más, porque “la actitud y reciente escalada de agravios que han recibido el Gobierno y el pueblo de Colombia no permiten prever que las discusiones se desarrollen en el tono de respeto, objetividad y equilibrio temático que este foro exige”. Habría sido muy bueno que, en lugar de dejar abierto el postigo con aquello de que “Colombia desea que Unasur adelante las tareas que le han sido encomendadas y está dispuesta a aportar en ese propósito de manera constructiva”, anunciáramos de una vez por todas, como lo hemos recomendado en estas columnas, nuestro retiro de un foro en el que, aparte de no ser bienvenidos ni sentirnos cómodos, se nos pretende convertir en reos, pero principio tienen las cosas y para allá vamos, sin lugar a dudas.
Colombia ha dado suficientes pruebas de buena fe en su política de vecindad con los países de Sudamérica. La última, ayer no más, en la Nota del canciller Bermúdez al ecuatoriano Fánder Falconi, presidente pro témpore de Unasur, y a los demás cancilleres, en la que les recuerda que desde el 30 de octubre pasado, en Nota diplomática dirigida a todos ellos, les transcribió el texto del Artículo III del Acuerdo Complementario de Cooperación Militar con EEUU, en el que queda claramente establecido que “Las Partes cumplirán sus obligaciones derivadas del presente Acuerdo de manera que concuerde con los principios de la igualdad soberana, de la integridad territorial de los Estados y de la no intervención en los asuntos internos de otros Estados”, y que a partir de ahí se han dado toda clase de garantías adicionales sobre “la transparencia que caracteriza su proceder en el ámbito de las relaciones internacionales y de su participación en Unasur”, la más importante de todas, el 3 de noviembre pasado, con la publicación del texto íntegro del Acuerdo con EEUU. La tesis colombiana es que nuestro gesto debería ser correspondido con la divulgación de los acuerdos de cooperación militar suscritos por otros miembros del grupo con países fuera de la región. No lo han hecho ni lo van a hacer – Venezuela con los que suscribió con Rusia e Irán, ni Brasil con el que suscribió con Francia – y nos parece ingenuo insistir en esa demanda. Simplemente, hay que aceptar que estamos en el lugar equivocado y que la advertencia que aquí hicimos, en solitario, hace más de cuatro años, está resultando profética.
Al término de la primera cumbre, en los primeros días de octubre de 2005, de la que entonces se llamaba Comunidad Sudamericana de Naciones, hoy Unasur, señalamos que, detrás de ese embeleco, nacido del caletre del presidente Lula, “está convertir a Brasil en el líder de Latinoamérica y disputar a Estados Unidos la supremacía política y económica sobre la región. El problema es que en el grupo de potenciales socios hay tal disparidad de criterios y de enfoques que pocos le apuestan al éxito de la empresa”. Las sucesivas cumbres así lo han demostrado y la de ayer sí que fue un fiasco en materia de resultados, empezando por el ausentismo, pues, aparte de Colombia, que tenía sobradas razones para no estar allí, sólo dos – el fundador y el anfitrión – acudieron con sus titulares de Defensa y RREE; Perú y Venezuela sólo estuvieron representados por sus cancilleres; Paraguay y Surinam por sus ministros de Defensa, y los demás por viceministros, subsecretarios o delegados técnicos, como en el caso de Colombia.
Como el punto central de la agenda era volver sobre la cantaleta de las bases gringas en Colombia, y las famosas “garantías” que reclaman, principalmente, Venezuela, Brasil y Ecuador, y el destinatario de la encerrona no estaba allí, la reunión tuvo un desarrollo bastante lánguido, con declaraciones como la del canciller Amorin, del Brasil, de que salía “optimista, pues hubo avances sobre todo en una cuestión que nos preocupaba mucho, que era lo de las garantías formales”, y la del peruano, José García Belaúnde, quien dijo que, “pese a la ausencia de los ministros colombianos, la postura de Bogotá ha sido ‘positiva’ para avanzar en las políticas de seguridad regional”, lo cual no deja de ser un pequeño triunfo para Colombia. En la noche se esperaba un comunicado con las decisiones que ya habrá tiempo de comentar en estas columnas.
Pero quien más duro acusó el golpe fue el canciller Maduro, de Venezuela, cuyo amargo comentario, cuando supo que los ministros colombianos no estarían en Quito, fue: “Es un vacío inexplicable, un error gigantesco, un desprecio a Unasur”. Ahí se ve claro lo que pretendía Chávez en esa reunión: que se ignorara su declaratoria de guerra y el bloqueo comercial a Colombia y que, una vez más, todo lo que hubiera sobre la mesa de ese foro fracasado, fueran las mendaces acusaciones contra Colombia de que somos una amenaza, no sólo para Venezuela sino para el resto de Sudamérica.
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